Casi no contesto el celular, felizmente lo hice: Camilo ha entrado de emergencia en el hospital Mary Immaculate en Jamaica, Queens, con un cuadro de piedras obstruyendo la uretra. Como pocas veces, me he despertado hoy con las escenas de una pesadilla en forma de epopeya, en ella casi todas las personas que quiero estaban muertas. Creo que lloraba en la pesadilla. Pero las muertes me parece que eran cosidas a balazos, como en el filme de Sergio Leone.
Alguna vez se ha de filmar eso: Érase una vez en Lima.
Felizmente, lo de las piedras no es tan grave, lo encuentro ya tranquilo pues le han explicado en un idioma descompuesto por el acento de la India, que no se trata de nada mortal, ni siquiera serio. Coordino con el departamento de lenguaje de Lehman, con Peggy, con Carmen Esteves. Felizmente todo se puede arreglar con una llamada. Le llevo dos libros a mi amigo: Las Ficciones de Borges y Las fuerzas tras las ficciones de Burton. Y llevo varias opciones para ver en la laptop. Una de ellas es Cotton Club de Coppola. Camilo se acuerda perfectamente del gato que pasa en las escenas en que se va a asesinar al holandés. Coppola repite la estructura de El padrino, pero ni los zapateos de Hines sobre el escenario del Cotton Club ni los anuncios de Tom Waits con el altoparlante igualan al sonido incomparable de la Ópera. Nicholas Cage no sabe cuidarse solo, Richard Gere no es el que era antes, Gregory Hines de una patada desarma al enemigo, la luna sale para Vera con cabaret propio en Broadway, Dixie encuentra a la trompeta perdida y a su amor de siempre, en una Harlem demasiado desintegrada a pesar de la crisis total de Wall Street.
El hospital Maria Inmaculada abre sus puertas, yo camino hasta Parson Boulevard y devoro un bisteck con fondo musical de Santos, esos merengues adoloridos: no los quiero.
Antes de llegar a casa me llama Annerys que ha conseguido un trabajo temporal de camarera, al menos para cumplir con la semana. He seguido leyendo Bomarzo, todo el camino en el tren hasta el hospital y de vuelta para casa: Vicino ha tirado la casa por la ventana para el matrimonio con Julia Farnese.
He conversado larga distancia con Los Gatos, desde Queens. La quimo de su madre empieza el viernes, hay que prender las velas y rezar. Amo esa voz dulce desde California, tal vez mejor que los aspavientos en argentino de la Roja. Qué se yo.
No voy a ponerme a pensar en eso ahora, pero algo va tremendamente mal y no consigo descifrarlo. Por la noche he corrido hasta Lehman para terminar las tarjetas de Sociedad Latina, Alina me ha llamado para ir al Blue Note porque hay concierto de jazz gratis. Lo malo es que el mensaje lo he escuchado casi a la medianoche, cuando alistaba la cama para empezar a ver Fear and Loathing in Las Vegas, pero los ojos se me cierran.
El control remoto por favor. Apago la tele.
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