
¿Qué cosa es vivir? Hoy releía Solo para fumadores y encontraba esta frase genial de Ribeyro (que se la tiene que haber leído a algún francés): «ese simulacro de la felicidad que es la rutina»
Conversaba a la hora de almuerzo sobre las enseñanzas de Josei Toda, líder budista quien en algún momento fue acusado de blasfemo y apartado de su iglesia por reclamar que «Buda estaba en cada uno de nosotros»; que no era necesario pedirle permiso a ningún monje para encontrar el sendero iluminador del budismo.
Ayer leía en el New York Times la historia de la creadora de la página Brain Pickings, Maria Popova, que había desertado de la vida académica para dedicarse a crear una especie de enciclopedia de «datos inspiradores». «No vivo tan bien, pero sólo hago esto, que me gusta y me alcanza para vivir con comodidad», declaraba al NYT esta búlgara, residente de Brooklyn.
Hoy volvía a ver, con mis estudiantes, el primer video de Fabián C. Barrio antes de salir a dar una vuelta por el mundo en su moto; parafraseando un texto llamado «Instantes» (falsamente atribuído a Borges); y una entrevista donde declaraba que «lo único valioso que tenemos es el tiempo. Depende de nosotros hacer algo con él.»
Ayer miraba conmovido la entrevista a los fallecidos chefs del restaurante limeño Nanka y veía como Lorena Valdivia lloraba al recordar con gratitud la bondad de su padre para invertir en un restaurante al que ella y su pareja le iban a dedicar su vida.
Esta mañana encontré un cuento que me publicaron en Lima hace ya 6 años y recordaba la intensa pasión con que lo reescribía, cuando en aquel momento no podía salir de los Estados Unidos y la nostalgia me quemaba.
Con mi padre, en el teléfono, recordé un instante en Curitiba en que vi pasar la muerte; y él me recordó otro momento allá por los 80s, cuando mi madre se salvó de ser arrollada por un auto frente a la Clínica San Felipe.
Leo a Julio Ramón Ribeyro, escucho a Fabián Barrio, a Lorena Valdivia, leo a Maria Popova, hablo con mi padre y con mis alumnos. Toco el rostro de mi esposa, salto la verja que impide que el conejo suba a nuestro dormitorio, me siento en una silla y les escribo.
Creo que mi destino, amables lectores, consiste en escribirles–al menos esta noche–sobre mi búsqueda de la vida y la felicidad.