Allá todo se olvida me dijeron. Bajo la suavidad de un mar de color azul, al final de Long Island. Con los brazos abiertos respirando otra vez. Semestre over, que vengan las olas.
Mrs. Warren le dice a su hija que le hable con respeto, pero el respeto se gana y la hija ha vivido toda su adolescencia internada en escuelas para aristócratas, lejos de su madre. Ha de ser un choque tremendo enterarse que Mrs. Warren regentea los burdeles de mayor prestigio en Europa. No sabe decirle el nombre de su padre, aunque podemos asumir que se trata del reverendo Gardener.
La joven Vivie reclama que la madre siempre ha podido decidir una carrera mejor, como si estuviera en sus manos, replica la madre. Y le cuenta la historia de su vida: de sus cuatro hermanas, dos eran feas. Las feas eran honestas porque no les quedaba otra cosa, entran a trabajar a una fábrica, el plomo las envenena y mueren jóvenes. Mrs. Warren y Liz, eran preciosas, tal vez porque su padre fue aristócrata bien alimentado. Ellas entienden que lo único que tienen para ofrecer es su cuerpo y se prostituyen, pero con una meta. Liz y Mrs. Warren son ahora dos damas respetables de Londres. Todos saben su pasado pero nadie quiere preguntar.
Vivie ha estudiado en las mejores escuelas inglesas pero no quiere seguir el camino que dicta su madre: casarse con un hombre rico, pasar a formar parte de la aburrida aristocracia. Bernard Shaw es el director de teatro que dejaba todas las indicaciones del mundo. Y gasta una gran fortuna intentando reformar el alfabeto y la gramática inglesa. Vano intento.
La peli de Gilliam: el ejército de los 12 monos. Los ojos del niño mirando su propia muerte. El argumento de una gran película a veces empieza en una gran imagen.¿A Bruce Willis se le puede respetar como actor? Sí, después de ver a los 12 monos. El actor que le dispara en las escena del aeropuerto relata asombrado ante la cámara: nadie antes que yo, ha matado a Bruce Willis en la pantalla. Y sujeta su arma con espanto, mientras Gilliam dirige al hamster que le malogra la escena bien programada de Willis desnudo inyectándose vitaminas en la sangre.
Me jode el sonido de la máquina pulidora y el olor de la bencina –acaban de barnizar la sala de la casa–. El armatoste destrozado de mi ropa, en pedazos, se va a la basura. El cuarto ahora luce mejor, con más espacio y nuevo lugar para la cama. Hizo calor el fin de semana, calor para andar en shorts y en polo. Sin embargo esta tarde han llovido perros y gatos y ha empezado nuevamente el frío. Stephanie me manda un mensaje: que se aburre en UN. Le respondo que estoy en casa ordenando y limpiando, pero para variar seguro que se demora cuatro días en contestar. Me ha dicho que cojea porque se ha lesionado, que casi le ponen una multa por levantar la pata sobre una banca en un parque.
Camilo insiste sobre ella, la librera con pinta de personaje de Clowes, le he dado el mejor consejo que se puede dar. No sé otro, tampoco soy un experto. Le he pasado un trapo limpio a todos los libros. Me gusta mi mini biblioteca, allí esta mi primera edición de Anecdotes of Destiny que tengo que leer. ¿Y tal vez volver a ver el Banquete de Babet? Y Paideia de Jager también espera. Y El Nacimiento de la Tragedia, de Nietzche. Ni qué decir de lo que tengo que leer para la maestría. Me ha llegado un mail de la doctora Cockram con lo que debo leer antes de empezar con el estudio de los Cantos de Pound. Hay muchachos, muchos libros que leer.
Para empezar a leer La divina comedia primero tengo que leer una serie casi interminable de libros, lo cual aplaza mucho la lectura. El restaurante de comida tailandesa ha estado a pedir de boca. Por la tarde he tratado de terminar mi statement para entregar los papeles para los estudios de postgrado, pero no he podido. Felizmente lo encuentro a O’Hanlon que me hace muchas correcciones al texto. Camilo me hace una definitiva.
Los de Netflix dicen que para el jueves llega la peli de Pontecorvo, La batalla de Algers. En Strand nos cierran la puerta pero igual pido tomar un smoothie en Cosi, cerca de Union Square ¿Qué es de la vida de La Roja? Camilo lee mi carta desde California y me pide que por favor me olvide de Jessica. La carta ha sido preciosa. Cosas de la vida: cuando termina de contarme la Carmeniada─es decir toda la tragedia de la gordita Carmen, con llamada a Constanza incluida y con Lerner de testigo─aparece Paloma, que era casi como me la imaginaba. No es fea, pero tampoco nada extraordinario.
Bueno, Camilo te diría que lee griego antiguo, que no hay que negar que en muchos casos─en el caso de Camilo mucho más─es un tremendo plus. Pero descarada: se encuentra con su enamorado en el Graduate Center. Esa es la gota que ha de rebalsar el vaso. Camilo no quiere seguir leyendo el Perramus (una gran obra literaria surgida de la dictadura argentina) y opta por la graciosa retirada.
Como dije, el restaurante tailandés esta bueno (en la calle 3). Strand nos cierra la puerta en la cara. Camilo me habla de los mitos griegos. Me han impresionado sobre todo los que hablan de Agamenón, buscando a Aquiles y a Odiseo para embarcarlos hacia Troya. Al parecer ninguno quiere ir, pero Odiseo tiene que hacerlo de mala gana cuando Agamenón descubre que su estratagema de sembrar sal para hacerse pasar por loco no le impide ver el amor por su hijo Telémaco (que acaba de nacer). Aquiles es escondido por su padre y un rey lo disfraza para que se confunda con sus hijas. Odiseo trama el truco perfecto y Aquiles se lanza entre las mujeres a recoger la espada. Es el gran descubrimiento.
Mencionamos a Don Lucanor, del Infante Juan Manuel. Seguimos merodeando por la idea preclara del Lunarejo. Siento como si yo hubiese sido el que ha perdido sus escritos. No puedo concebir que le quemaran los poemas eróticos. Y que no se haya editado el Apologetico en castellano. Qué desvergüenza.
La lluvia empieza a caer persistentemente desde la noche y no se ha detenido todo el domingo. Szidonia ha llegado a encontrarnos, degustando un spaghetti a la carbonara delicioso en la esquina de McDougal. Szidonia nos ha esperado en el Starbucks y hemos marchado con los paraguas rotosos hasta el Angelika para ver a Clint Eastwood y a Hillary Swank.
Agradezco que nadie me contara el argumento, pues de este modo el giro de la historia es sorprendente, triste. Szidonia ha salido llorando y Camilo haciendo miles de preguntas. Claro, no ha entendido nada. Recuerdo cuando fui a ver Sexy Beast en el Lowes de Times Square. Casi lo mismo. El lenguaje es complicado y el acento del sur. Pido un té al regresar al Starbucks, nadie ha querido seguir caminando, la lluvia ha persistido en su encanto y nos ha mojado a todos de regreso.
A la vuelta a Brooklyn, en el D, comienza a llover con fuerza. Interminable. Sigo leyendo La Odisea y ya estoy pensando en lo que voy a seguir. Camilo sugiere que las tragedias griegas, que no me meta con La Divina Comedia. El cuento final del Hacedor es genial. Borges se desdobla en dos personas, el yo y Borges, y ninguno sabe quién trabaja para el otro. Al momento de soltar la pluma el cuento lo puede haber escrito cualquiera de los dos Borges.
Coincido en que estamos regresando al tiempo en que leer al ciego de Buenos Aires era un secreto, una clave compartida.
El tren sale a las 8 y aparece pasadas las 10 en el terminal de White Plains. Oscuro el domingo de Easter.
Arranca el auto y llegamos pasadas las 10:20. No hay nadie. El almuerzo es delicioso, no tanto la idea de regresar a la rutina de los fines de semana. Sean LaTella se ha propuesto campeonar esta temporada, Mr. Mahonec ha vuelto con su ex enamorada, la hija de los Hanrahan ha crecido mucho en tan pocos meses. Dyanna ha engordado un poco y sigue viniendo con el lompa negro al cuete. Marcelino dice que quiere invertir en comprarse un negocio u otra casa. Eduardo sigue gritando en lugar de conversar y diciendo volver pa’tras en lugar de regresar.
No me ha gustado volver a ver Knollwood, tal vez porque el césped ha quedado amarillo, o blanco, muerto, porque no hace suficiente calor para salir sin abrigarse, porque queda lejos, porque los mismos temas de siempre. No hay tema.
Regresa el tren muy tarde pero llego a alcanzar a Mina y a Elisa en el restaurante indio. No alcanza para comer pero Elisa me prepara un plato delicioso de quinua, que repito. Mina me invita a Valencia cuando yo quiera, asegura que las paellas “HAY QUE comerlas en Valencia“, que el agua y la forma de prepararlas no se comparan con nada. Ha prometido mandarme un disco de flamenco y una de la Kroll que a ella le encanta.
Elisa dice que prepara su cena el jueves y que espera que lleguemos con una botella para el pisco sour. Camino hasta el G y tomo el tren a casa. No hace tanto frio. Szidonia me ha preguntado si vamos a ir de todas maneras al Met y luego a pasear por el puente de Brooklyn. Yo comienzo a sospechar que los lunes el Met sigue cerrado y dicen que llueve todo el lunes.