Desde las puntas coloreadas como las puntas de sus senos
bajan los dioses en mancha, llenos de gloria
El mundo es uno solo
y ellos están completamente ebrios
se puede oler sus gargantas de vino
el arrebatador aroma de sus sexos
Allá en la cima del cerro veo los truenos que provoca
Su alegría
Están tomando y las manos se les van detrás de las cinturas
de las bocas sedientas de las diosas
Llueve: las higueras, los almendros
Parece que van a ser arrancados del universo
El agua nueva viene por la quebrada
Golpean poderosas las piedras de la montaña
Los animales locos
Los rugidos, los maullidos, los ladridos hacen eco
A lo largo de la chacra
Incluso el imperturbable fantasma vestido de blanco
Mira de soslayo, espía
Mientras las ramas del granado vibran
Y retumba la tierra con los truenos poderosos, eléctricos
Mi cuerpo está temblando
Sentado sobre la piedra que mira a los olivos
Mi rostro recibe la luz de los rayos
Mis pupilas dilatadas tiemblan de angustia
Mis manos se aferran a las sangrantes rodillas
Es de noche, hace frío.
sobre una piedra de Anqui veo, claramente
La destrucción de la Tierra.
De La Iliada recuerdo la sangre
El ruido de los metales atravesando la carne
El peso de los cuerpos, pesados sobre el lodo
Los rayos de Zeus, la cólera de Poseidón
La sensualidad en la carpa de Aquiles
Los sigilosos pasos de Odiseo
Los gritos y el llanto tras la muerte de Patroclo.
De La Odisea recuerdo la paz del mar
Desde las playas de Ítaca
La ropa de batalla de Telémaco
La áspera madera del barco donde
Ataron a Ulises
La oscuridad de la cueva del gigante
La medialuz de las conversaciones entre los dioses.
En el sexto día del séptimo mes del séptimo año del siglo veintiuno, el hombre descubrió que no estaba solo. Miró alrededor suyo, limpió el polvo de uno que otro libro de su biblioteca, revisó su colección de DVDs, escogió un disco de su colección y -mientras empezaba a sonar el primero de los surcos- se fue al baño y meó.
Fue una meada generosa, prolongada, épica. Mientras la orina pasaba de su aletargado cuerpo, hacía un arco fabuloso y terminaba asentada en el fondo de la bacinica de mármol, el hombre se percató que estaba empezando una nueva etapa en su vida. La luz penetraba lubricantemente en la habitación de baño e iluminaba uno que otro rezago de las beatíficas tardes de su verano feliz: toallas mojadas, ropas de baño cubiertas de arena y camisetas que no había tenido tiempo de llevar hasta el cesto de la ropa sucia.
Sobre la bacinica de mármol una foto impresionante de una ola de Waikiki Beach le anunció en aquél bendito minuto en que el hombre consagraba toda su energía a la descarga de la pichi dorada, que los dioses guiarían sus pasos. Vagamente vio el perfil de Júpiter entre la luz del sol y oyó el retumbar del mar que anunciaba que en esta empresa estaban juntos Poseidón y su hermano, el dios de todos los dioses. Para que el hombre (algo diletante, propenso a la divagación y al relajo) se convenciera completamente de los designios de Olimpo, se abrió la puerta del dormitorio de baño y apareció Venus, apenas cubierta con una tanga carmesí y los pezones iluminados con polvo dorado.
Entre camisetas sucias, el hombre recibió de Venus el mensaje de su condición sobrehumana. Se lo susurró al oído y se lo repitió mientras se lavaban mutuamente. Los dioses aprobaron satisfechos cuando al día siguiente el hombre y Venus se subieron a la camioneta Toyota y partieron en busca de su destino. Cielo, tierra y mar estaban con ellos.
Como buen peruano cuyo interés por la literatura no pasaba de ser superficial, me mantenía siempre al día con el último libro de García Márquez, Bryce y Vargas Llosa y leía lo que me recomendaban y me caía en las manos. Pero no tenía ni idea de lo que decían los griegos.
Recuerdo una vez que llegó mamá a la casa y me dijo que había tenido una conversación muy interesante con un amigo de la familia que le dijo que había que leer a los griegos, porque «Ellos ya lo habían dicho todo».
Pero ni siquiera porque tengo este nombre me había preocupado por leer–fuera de uno que otro pedacito que llegaba a mis manos en malas antologías–La Iliada o La Odisea. En el colegio leímos Un mundo para Julius, Aves sin nido, De amor y de sombra y Cumbres borrascosas. Por mi cuenta había leído Cien años de soledad, La ciudad y los perros, La guerra del fin del mundo, Santuario y El lobo estepario. De poesía lo único que había leído era a Vallejo y las antologías (Chocano, Eguren, Becquer, Dario etc, etc)
Y lo que me caía en las manos. Que mirando ahora hacia atrás, al parecer no era ni mucho ni de muy buena calidad.
En la universidad tomé como misión leerme todas las novelas de Vargas Llosa. Leí los cuentos de Ribeyro. Leí a Kafka. Leí a Eco y a Suskind. Un par de novelas de Kundera.Mucha teoría semiótica y de comunicaciones, marketing y mucha historia del Perú (me impresionó María Rostorowski). Y uno que otro poema de los «poetas malditos» que publicaban por ese entonces en las revistitas subterráneas. En la Alianza Francesa leí por primera vez a Rimbaud.
Antes de venir a EEUU descubrí a Bukowski, Ichiguro, Kennedy O Toole, Nabokov. Lei El amor en los tiempos del cólera y El viaje interior de Ivan Thays. Leí La noche es virgen y me pareció un asco de novela. Leí más Bukowski, Sábato, Hemingway, Cortázar, Benedetti y Jorge Luis Borges (sin entenderlo a Borges, sin agarrarle el gusto).
En EEUU me encantó una novela de Michael Chabon, otra de Murakami, leí a Salinger en inglés, a Steinbeck, a Fitzgerald, a Frazer.
Pero mi amigo Camilo Torres me dijo: si quieres tomarte en serio la literatura,tienes que empezar leyéndote a los griegos. E hizo una lista: La Odisea, La Iliada, Esquilo, Sófocles, Eurípides, y la lista en el futuro seguia con La Eneida, La Comedia, Shakespeare…
Me dijo que Esquilo era el maestro de maestros. Sófocles era el más renombrado, Eurípides era el influenciado, el último de los grandes pero no tan grande… Me gustó Esquilo pero me encantó Sófocles. De más está decir que La Odisea y La Iliada están entre mis libros favoritos junto a varios dramas de Shakespeare. Junto a Sófocles.
Me gusta. Tengo una traducción que me fascina de Moses Hadas, de la Bantam Books. En papel misio, y tapa de cartulina negra.
Algunas veces que no sé qué leer, simplemente cojo el librito y me lo llevo en el tren. Hojeo alguna tragedia. Nunca me decepciona.
Esta mañana me llegó a la oficina el ejemplar de abril de la revista Poetry. En la contracarátula están impresas estas líneas de Sófocles en color púrpura:
O for mortals, what
Power there is in songs,
What greatest happiness
That can make bearable this
Short narrow channel of life!
Una joyita este libro del profesor Highet sobre las influencias de la literatura clásica, griega y romana en la literatura universal.
Además, el precio era una ganga: 3 dólares, usado claro, en una librería de la calle Saint Marks. Abarca desde la «edad oscura» del primer milenio después de Cristo hasta los poetas del siglo XX con influencias clásicas (Eliot, Pound). La introducción resume el período posterior a la caída de Roma y explica cómo llegó a establecerse el latín como el lenguaje culto en una Europa barbarizada. El utilizado en las universidades era el latín culto y no el latín vulgar difundido por la iglesia católica en sus ritos. Highet describe como se perdió el idioma griego al dividirse el Imperio romano, y la repercusión en Europa Occidental donde se desarrollaron varios idiomas a partir del latín, mientras que el griego tuvo mayor influencia en Rusia. En el perído previo al Renacimiento, empezaron a surgir las universidades europeas, como pequeñas luces, una tras otra, en una época de absoluta oscuridad intelectual. Y la labor de hormiga de intelectuales (y muchos monjes) encargados de rescatar lo que quedaba en manuscritos en bibliotecas del oriente y en monasterios europeos, traduciéndolas y copiándolos para constituir sólidas bibliotecas (como la del Vaticano) gracias a las cuales se salvaron autores como Aristóteles o Catulo (de quien solo quedaba un manuscrito). Algunos cazadores de libros eran muy bien pagados por mecenas europeos. Al mismo tiempo que se rescataban manuscritos había una fiebre por rescatar arte y esculturas sepultados. La consecuencia fue el Renacimiento, en que los más altos ideales griegos y romanos, la filosofía, el arte y la literatura, sirvieron para que el hombre europeo empezara a salir aceleradamente del salvajismo y la barbarie de la edad oscura. El primer capítulo cataloga al Beowulf como la más elaborada de las poesías épicas europeas de la Edad Oscura, sin embargo las influencias del Beowulf no son clásicas. Highet compara el Beowulf con las épicas griegas y deja claro cuan lejos estaba el hombre europeo del nivel de La Iliada y La Odisea o de La Eneida.
Durante las ultimas dos semanas he estado bosquejando esta reseña sobre el libro de poemas de Jorge Wiesse . El jueves envíe el artículo a Hueso Húmero y Abelardo Oquendo aprobó su inclusión en la revista de diciembre.
Me ha costado mucho trabajo y he recibido orientación de Camilo y ayuda del propio Wiesse cuyo artículo publicado en Hueso Humero 38 más o menos delineaba los objetivos de su poemario.
Acá transcribo la reseña:
Las máscaras y los nortes del último copista
UIises Gonzales
Vigilia de los sentidos es el primer poemario de Jorge
Wiesse. Consta de dos partes. En la primera, titulada
“Personæ”, Wiesse ha juntado 26 poemas, en su mayoría
sonetos. La segunda, titulada “Nortes”, comprende
siete composiciones de distinto metro, agrupadas por
temas, que aluden a distintas zonas geográficas
(«Apuntes toscanos», «Diario romano» o «Lima»). La
primera parte es producto de la intensa relectura de
la Comedia y al mismo tiempo es un homenaje a Dante,
la segunda es un tributo al territorio de la infancia,
los amigos y la familia. Según el autor, tanto la
Comedia como un viaje de retorno al norte peruano de
su niñez fueron las causas de estos poemas. Al final
del libro se incluye una sección de «Deudas
advertidas», casi siete páginas en la que Wiesse
detalla las diversas fuentes de inspiración de sus
versos. Vigilia de los sentidos es el primer libro de
una trilogía de cien poemas –como son cien los cantos
de la Comedia– cuyo título alude a una frase
pronunciada por Odiseo al descender al Purgatorio en
una escena figurada por Dante.
Vigilia de los sentidos es una respuesta a Dante en la
línea de la teoría de la crítica responsable de George
Steiner. Según Steiner, la mejor respuesta posible a
una obra artística es otra obra artística. De la
Comedia, Wiesse ha tomado: una línea declamada por
Ulises en el Canto XXVI del Infierno: «questa tanto
picciola vigilia d’i nostri sensi», un epígrafe al
principio de «Nortes», algunas escenas (como la de
Odiseo) y un personaje (Pia dei Tolomei). Pero lo más
importante ha sido la apropiación del estilo de Dante.
Borges decía que una de las principales marcas del
estilo dantesco era la capacidad para retratar
personajes con la mínima cantidad de palabras posible.
Al interrogar a Dante, Wiesse solo pretendía conocerlo
mejor, pero al apropiarse del estilo ya todo era
posible. Es como aquella aventura imaginada por Neil
Gaiman en The Sandman, en la que un escritor compra
como esclava a Calíope. Al tener a la musa de la épica
consigo, el escritor empieza a pensar con la magnitud
de Homero.
Varias máscaras con las que se ha confrontado Wiesse a
lo largo de su vida –al menos las que más lo han
conmovido– están detalladas en la primera parte de su
libro: “Personæ”. Wiesse convoca en el título y en la
ambición a Pound. Al igual que el viejo Ezra, escoge
sus personajes dentro del universo de los clásicos y
los hace hablar. Así imagina las palabras de la
hermana de Antígona, que en los exteriores del palacio
real de Tebas proclama las penas de su trágica
cobardía en «Lamento de Ismene»:
Paz, paz y aquellas sospechas violentas
Con que el tirano en confundir insiste
Mi cobarde lucidez y mi pena
Estéril? ¡Ah cabecita! Tú sigues
Serena en la eternidad del gran gesto
Mientras yo quedo amasando en los hornos
El pan oscuro de la vida. Muertos
Ya mi afán y mi linaje le robo
Al silencio estas voces y regreso
A mi papel: a lo blanco, a lo anónimo.
Wiesse resucita la voz de Ismene como si se tratase de
uno de los personajes de Lee Masters en el cementerio
de Spoon River, aludiendo a imágenes de Sófocles, pero
robándole líneas a Vallejo («yo que me quedo amasando
en los hornos, el pan oscuro de la vida»). En otro de
estos sonetos («A Grete») Wiesse imagina el discurso
de la cucaracha que se arrastra mientras deja en el
suelo la grosera marca de su baba e intenta recrear la
voz sibilante del metamorfoseado Gregorio Samsa
invocando a su hermana:
Supuro sanies, sanguaza y saliva
Saburrosa– y un siseo sinuoso
que sale de mi sámago y es zonzo
Socolor, sucia sanguaraña cíclica.
Solo esta soflama, ya sibilina,
Te silbo: Será mi serga el solo
Serpeo con que el sanedrín silvoso
Me sancionó, y tu seca sevicia.
Wiesse utiliza los clásicos para generar cruces
intertextuales, a los que enriquece con sus
experiencias con la música, el teatro, la ópera, el
cine, el ballet, la fotografía y la pintura. En este
proceso de contaminación, el texto original se
enriquece con lecturas posteriores, a la manera de los
copistas medievales que iban agregando notas al margen
a sus nuevas copias. Ha escrito Wiesse que su mayor
goce como artista, «su epifanía lírica», la encuentra
en el momento en que los textos se contaminan (“Dante
y yo. Del fuego a las cenizas”, Hueso Húmero 38).
Agreguemos que los epígrafes funcionan en este libro
como claves del proceso de contaminatio. Son una
invitación al lector, quien conociendo los textos
utilizados para el cruce intertextual puede disfrutar
del proceso creativo. Como en el poema «Balcón de
Julieta», en el cual Pedro Salinas, Sergei Prokofiev y
los bailarines Alessandra Ferri y Wayne Eagling leen
el texto de Shakespeare y lo interpretan. En este
poema es Wiesse, imaginándose como el último copista,
quien fusiona las sensibilidades únicas del teatro, la
música y la danza y las moldea para que encajen en la
perfecta arquitectura de su soneto:
Vamos en luz buscando nuestra ruta
Por la región del aire. Confundidos,
Se sumen los neblíes; y la luna,
Perpleja, retira sus rayos fríos.
Atrás quedan la noche, las historias,
Los nombres. Sólo tú y yo, horizontes
Finales de nosotros mismos, formas
De unos sones que lucen bien sus goces.
Somos el blanco y la flecha y el arco
Y el ojo; somos la piel y los pulsos;
Somos los cuerpos que el viento calzaron
A sí; somos este aquí y su futuro…
Vendrá el silencio a reclamar su cuota:
Y se hará la música que nos nombra.
Si bien en “Nortes”, la segunda parte del libro, las
referencias a otras obras artísticas no son tan
abundantes como en “Personæ”, el esplendor y la
riqueza de la literatura se manifiestan en la idea
magnífica que los agrupa: en “Nortes” Wiesse se ha
transfigurado en el marinero griego que vuelve a casa
tras muchos años, cubierto de nostalgia, para
narrarnos sus viajes. Pero este viajero, diestro en el
uso de la lengua, carga consigo el don del estilo
dantesco. Para este juego de personajes
desenvolviéndose en tiempos y geografías distintos
resulta más que apropiado el epígrafe de Borges al
principio de “Nortes”: «…Esa Ítaca de verde
eternidad…»
En “Nortes” hay referencias peruanas e italianas. Las
italianas están agrupadas en «Roma» y en «Apuntes
toscanos», donde se perciben las escenas más
románticas (caminatas por Roma, sensaciones eróticas
al lado de las fuentes romanas o bajo la sombra de las
colosales estatuas y monumentos). Las referencias
peruanas tienen que ver con el norte del país, a
excepción de «Lima». El norte peruano es
reinterpretado y contaminado a través de los poetas
que Wiesse admira. Como «Puquio de Sausalito», que se
declama con el tono elegíaco de Whitman (“Me llaman
por él, por él te invoco”) aunque en una de sus líneas
aparezca Machado (“crepúsculos sucios”) coloreado con
los nombres autóctonos de plantas y de parajes
baldíos. Con préstamos y datos autobiográficos Wiesse
escribe estas bellísmas líneas:
Mis nortes son siempre regresos
A la tierra nunca bien habitada
En que los desiertos sueñan
Con prados verdes
Donde el rumor del agua
Resuena en el gorjeo del pájaro
Y donde los sauces, los guarangos y los algarrobos
Filtran la luz de lo definitivo.
Toro de puquios y de huacas,
Dragón de papel y melancolía,
Ángel de raídas Huamanzañas,
Te he abrazado en ese confuso paraíso:
Se han apagado los crepúsculos sucios
Y me he llenado de auroras
En El canon cccidental Harold Bloom declara que uno de los motivos para elaborar un canon es la necesidad de concentrarse en la relectura de ciertas obras literarias ante la imposibilidad de leerlas todas. El apéndice “Deudas advertidas”, donde se encuentran creadores tan distintos como Mozart, Yourcenar, Fellini, Dinesen, Vallejo o Watanabe, es también un canon propio y a la vez una invitación del autor a compartir su universo lúdico, germen de este libro de versos que por su ambición y complejidad sitúa a Wiesse en la sagrada y breve línea de los poetas trascendentes.
Carátula del poemario Vigilia de los sentidos, Lima 2005
Vigilia de los sentidos. Editorial Laberintos, Lima,
2005. 107 pp.
Cuando hablamos del siglo XVIII en la literatura inglesa, nos referimos al siglo del doctor Samuel Johnson. Erudito, poeta, ensayista y animado conversador, Johnson escribió, entre otras cosas, una obra fundamental: el primer diccionario de la lengua inglesa.
Esta tarea monumental para el idioma–que en Francia puso a trabajar a toda la intelectualidad durante casi medio siglo–le tomó a Johnson aproximadamente 36 meses. Al pedírsele explicaciones sobre su rapidez, comparando el tiempo que le demoró a Francia tener listo su diccionario, el Dr. Johnson no pudo dejar de mencionar «la mayor calidad de los ingleses».
En el diccionario, son famosas sus alusiones a la naturaleza, a las redes (network) y al grano, donde el erudito denota sus inclinaciones como moralista y como observador. También su maestría cuando se trata de ser hiriente: «el maiz en Inglaterra se le da a los caballos, en Escocia ha de alimentar a las gentes». Johnson también dice que: » Naturaleza no es el paisaje que nos rodea, sino un estado ejemplar, una virtud a la cual se llega por medio del estudio y la paciencia». Otra de sus obras principales es Vidas de los poetas, donde hace una sesuda comparación entre las obras de Dryden y de Pope. El Dr. Johnson publica dentro de los lineamientos de Addison–aunque sin ceder a su idea original, ni aligerar sus contenidos (así The Rambler es mucho menos divertido y ligero que lo publicado en The Spectator por Addison y Steele).
En el tren sigo leyendo los cantos a troyanos y aqueos. Los teucros cuentan con la voluntad de Zeus, aunque los danaos tengan la preferencia de Hera, de Atenea y del hermano del Cronida, el poderoso Poseidón. A Odiseo lo han cercado los domadores de caballos, pero llegan pronto a rescatarlo de la muerte. Al Tideida lo hieren y Héctor ha traspasado los fosos, a pie, abandonando los caballos. Ha desestimado la presencia de un ave agorera pero al parecer Zeus le protege, porque ha conseguido romper los cerrojos de la puerta de la muralla erigida ppor los griegos, (afrenta al Dios de los mares, que luego éste se ha de encargar de derrumbar.) Y ha avanzado con sus tropas, dispuesto a prenderle fuego a las naves de los aqueos. Mientras tanto Patrocolo ha sido enviado por el Peleida a averiguar la identidad de uno de los heridos, y Patroclo, en su camino de regreso, ha debido escuchar el recuento de las calamidades que se suceden sobre los sitiadores de Troya.
Beka nos ha recibido con un excelente vino tinto, y ha escuchado entusiasmada mi historia–desde la visa de estudiante, hasta mis estudios. Luego ha hecho miles de preguntas sobre el viaje entre Quito y La Paz y el clima en Lima y en Iquitos, curiosidades que Alejandra y yo hemos tratado de satisfacer. Dejamos su departamento en el Upper East Side y nos vamos a un restaurante chino sobre la avenida Lexigton, donde el arroz lo preparan como se prepara en Lima.
Hoy, en esta ciudad, ha ocurrido un milagro. La bruja de la mala fortuna ha sobrevolado Nueva York. Una bruja italiana. No puedo decir si veneciana o siciliana. Pero ha dejado su carga de medias de nylon negras, cargadas de fruta, letras y bocados deshidratados. Tengo entendido que se llama Bofana y que cada 6 de enero visita las casas de los niños italianos para desearles mala suerte o buena fortuna, dependiendo de su comportamiento en los 12 meses precedentes. Fue una cena inesperada, en casa de Rachel, porque mi plan era quedarme un tiempo mas en Barnes and Noble, pasando las hojas de los libros a los que le habia echado mano: Historia de la Eternidad de Borges, Poeta en Nueva York de Lorca, Hamlet de Sheakspeare, The Odyssey de Homero y un libro sobre filmes de culto. Despatarrado sobre un estante del local de la 14 deje casi 2 horas en la lectura del ensayo borgiano sobre los traductores de «Las Mil Noches y una noche»(Arabian Nights). Desde la primera de Galland, pobre, aunque enriquecedora en el sentido de proveer las historias de Aladino y otras noches memorables; hasta la del doctor Mardrus que dotaba de orientalidad desmedida a los sosos textos en árabe. Borges habla de los cuatro traductores alemanes y desprecia su carencia literaria. Reconoce la falsedad de Mardrus pero resalta su ingenio y su verbo, sobre su fidelidad al texto y pone su traduccion como la mejor realizada, segunda a la de Sir Richard Burton. Lei solo algunos versos de Lorca, recuerdo particularmente uno que habla sobre el asesinato de los animales y sobre los aceites que se vierten en el Hudson, la soledad de Columbia University y las figuras gordas caminando sin personalidad por las calles de Manhattan.
La cena en casa de Rachel fue deliciosa. El cocinero fue el sicialiano Gianpaolo, encargado de la comida y de la bebida: un vino siciliano de mesa: Nero D’Avola, rojo, delicioso.
Cargado de regalos, libros,t res filmes japoneses y El Libro de Manuel de Cortázar; era pasada la medianoche cuando regreso a casa. Iba a dormir. Pero el disco envuelto en el sobre rojo me tentaba demasiado. Vi la peli: L.A. Confidential, de Hanson Curtis, basado en un libro de Leroy. Y he ahi la famosa conversacion entre el capi Dudley y el detective Bud White, cuando Dudley le pregunta a White si lo esta siguiendo y Russell Crowes le espeta: en Tecnicolor…
Un filme representando la era, pero sin llamar demasiado la vista sobre el tiempo. Lo trascendental son los personajes: Fabuloso Kevin Spacey como Frank Vincennes, el detective que acosa a las celebridades. Fabulosa Kim Basinger en su vestido de capa y guantes negros. Fabuloso De Vito en su papel del Sinchi de LA. (¿Qué porcentaje de De Vito tomaria Lombardi para el papel de Aristóteles Picho?).
Tal vez otra piedrita en el zapato para los que anotan que Estados Unidos se edifica sobre las bases de la democracia , la libertad y las leyes. Esos hombres torcidos, esas mafias que cargadas de dinero e influencias planificaron y construyeron las grandes obras, las carreteras, los barrios, los monumentos de cada ciudad importante; forman parte, de igual manera, de la historia de los Estados Unidos.