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The New York Street

Un blog lleno de historias

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Coger es inevitable

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¿Por qué era tan bruta para decirle las cosas?

Esperando al ferry, la poeta hizo una broma con coger. Pensaba en el doble sentido que tiene para los hispanohablantes. Él le dijo que aquel verbo no le decía nada. En absoluto. La palabra que usaba su generación a media voz —luego en voz alta, conforme se hacían hombres y mujeres— era otra: cachar.

En Estados Unidos esta palabra alude al béisbol.  Es cierto que para él ya ha perdido la fuerza que tenía a los 14. Pero allá en la pubertad, sus compañeros la susurraban en los baños, en los pasillos, en las reuniones de la escuela. «Me la quiero cachar», «Cacha riquísimo», «Se la ha cachado no sé quién».

Cuando él por fin cachó con la mujer de sus sueños se sintió iluminado. Fue una nueva realidad: los senos, los labios de la vagina, el ano. En su caso, el sexo─cree él─siempre estuvo acompañado de alguna historia. Tal vez porque las suyas siempre fueron relaciones breves, las escenas de sexo de su juventud siempre están cargadas de conversaciones, de miradas, del tanteo que se decantaba de repente─con demasiada lentitud pensaba él, porque sus experiencias siempre demoraron un siglo en concretarse─ en pasión, en la voz que temblaba mientras pronunciaba el deseo: vamos a cachar, quiero metértela. Cosas así.

Con ella fue igual. Tal vez con menos lentitud. Quizá por el frío de Nueva York. Estaba solo en la habitación que rentaba en un ático, y ella subió pidiendo que le prestara la computadora. Ella empezó a escribir mientras él la miraba desde la cama. Ella pretendía estar concentrada mientras él se paraba detrás de la silla. Puso las manos en sus pechos. Tan pronto como ella se deshizo de la idea (ridícula) de terminar el email que le escribía a su padre, se encamaron. Ella susurró que era virgen. Se rió. «Virgen por el poto» terminó de decir y eso despertó en él todo lo que aún no se había despertado. Lo que hicieron se transformó en su ritual durante los meses siguientes en que se encontraron con regularidad: ella le ofrecía la espalda y él se montaba sobre ella y no se detenía hasta que se venían, y él la abrazaba con fuerza, mientras terminaba adentro, como si el semen fuera un líquido precioso y hubiera que exprimir cada gota.

¿Por qué era ella tan bruta para decirle las cosas?

Tal vez porque comenzaron así: como dos perros que se encuentran por la calle. Meses después, ella llegaba en el auto de su jefa y le decía «súbete», y él subía. Ella buscaba un estacionamiento en cualquier calle oscura y, cuando terminaban de hacerlo, lo devolvía a su casa. Nunca se dijeron palabras bonitas. Se rieron mucho. Se separaron por temporadas y se volvieron a juntar, incluso cuando el buen criterio decía que no debían. A veces ella lo sacaba a un bar y actuaba como resentida durante algunas horas, negándose a la mano que él metía debajo de su blusa. Después se daba una vuelta, reaparecía, se lo llevaba hasta la esquina más oscura y lo obligaba a que se la metiera. Esas eran como historias mágicas que veinte años después uno cree que le sucedieron a otro hombre.

Las imágenes menos violentas tal vez sean las de Manhattan. Se metieron a un hotel que encontraron gracias a los consejos de un taxista. Estaba semiescondido a unas cuadras de la Estación Central, en una calle estrecha. El que atendía en la ventanilla era un ruso. Abrieron una puerta de metal y caminaron por un pasillo largo antes de meterse al dormitorio. Allí él puso las manos debajo de sus senos. Los pesó y los sintió tibios. Pensó que tenían una redondez y una temperatura perfectas. Tal vez aquella noche sí la amó. Sin embargo, ya para entonces habían de dejado de pertenecerse.

Mira su foto esta noche, después de mucho tiempo. La imagen no coincide con las que guarda en su memoria. El rostro no cuadra con la imagen de una mujer pequeña, de cintura muy estrecha, desnuda, con el cabello castaño lacio y suelto cayéndole más abajo de los hombros, juntando las manos encima de la cabeza, con los ojos cerrados, gimiendo, gritando, exigiéndole que se luciera, mientras lo montaba y él se venía por tercera, cuarta, quinta, sexta vez. Tiene que haber sido otro hombre, piensa él.

Esta noche, en sus sueños, encuentra otros recuerdos: cuando sus amigos los sorprendieron en un cuarto al lado de la mesa de billar, una escena en la ducha, cuando ella le pidió que se la metiera en silencio mientras dormían los niños que cuidaba por las tardes; el auto en el que llegaron a toda velocidad hasta el motel de Westchester donde después de revolcarse y quedarse dormidos, al amanecer, antes de despedirse para siempre, él la miró echada, separó sus nalgas y entró en ella por última vez.

Mientras intenta volver a dormir, cierra los ojos y consigue recordar un detalle importante: ella siempre le hablaba con brusquedad. Escucha la voz de la poeta que le dice en el ferry: «coger es inevitable». Y entiende que coger entre él y ella, jamás fue la palabra. La palabra era cachar. Siempre cacharon como animales.

Y la palabra correcta trae a las demás. Ellas aparecen ordenadas, como dardos precisos, arrojados contra las puertas de la memoria.

Acerca de andar perdido

Viajar

having no destination

i am never lost

Ikkyu

Viajar en avión es dejar el mundo por un rato. Tus pies en el cielo, tus ojos por encima de las nubes. Viajar largas distancias a bordo de un avión, a menos que se haya reducido a la rutina de un trabajo, a la necesidad de cumplir con compromisos pactados, suele ser un acto de vanguardia.

 

Nunca estoy perdido porque no tengo destino. Sentirse un pasajero en trance: la obsesión de quien cree en la refundación contínua, en la inestabilidad como destino. La tentación, entonces, será creer que hemos llegado, estancarnos, volvernos una planta con raíces, creer que nuestro mayor éxito será morirnos de pie.

Admiro la lucha contra la rutina, reconozco la intensidad creativa de las voces disonantes del deseo, del desorden, de la ira que algunas veces, cuando se disfruta de la calma, pareciera que han muerto sepultadas en el sótano de nuestro supuesto orden.

Me pregunto si la vida de quienes escribimos en este nuevo siglo será eso: el placer y el desorden encadenados a la silla, la dulzura de la calma, de la civilización, del silencio, del no hacer nada como una promesa que se acepta moviendo la cabeza, sin decir una palabra. ¿He luchado lo suficiente?¿Para qué? Nieve bajo los zapatos, soledades, viajes sin rumbo, el silencio como compañeros de cama.

Tal vez la edad juegue un papel. Se aprende a estimar, pero no a desear, aquello que nunca te hizo feliz.

Lincoln era un idiota

JuneCover

Lluvia que cae contra las escamas del techo, lluvia que corre calle abajo hacia el riachuelo. Agua que se lleva el ayer y promete fruta fresca.

Arranco dos mechones de espárragos de mi jardín. La vanidad de propietario. Heredé unas plantas de espárragos. Se hierven y quedan bien con la ensalada, metidas en el plato, adornadas con quinua.

Abro la última revista The Atlantic: When Lincoln was an Idiot es una crónica escrita por Mark Bowden que deja bien en claro lo que la mayoría de sus contemporáneos pensaban acerca del buen Abraham: incompetente, impresentable, escaso de neuronas, prepotente, idiota…Se murió asesinado y aún su detractores publicaban notas al día siguiente felicitándose por las mejores credenciales de su sucesor. Lincoln perdía la batalla de la opinión pública todos los días de su presidencia.

¿Cuántos de nosotros peleamos la misma batalla día a día? Unidos contra las convenciones y las reglas, haciendo lo que no parece estar bien. En un cerro, me llamaban «mente colonizada». Mientras cruzaba de noche los cultivos empantanados y respiraba el fresco de la madrugada, me preguntaba hasta qué punto la vida es muchas vidas y la que hemos escogido no es la que mejor nos sirve.

La clave es el respeto. Mientras (¿avanzamos?) con las herramientas que hemos conseguido o que nos han puesto en el camino, millones de individuos escarban otros surcos y apuntan a otros horizontes. La religión, que nos fortalece, se ve ridícula analizada con otros ojos que no sean la fe. La fe nos impide recorrer otros caminos.

«En mi mente colonizada yo no podía entender la conexión entre la tierra y los hombres, entre una hoja de coca y la verdad, entre una piedra del camino y la salud, entre una papa y la eternidad». El respeto: camino a la verdad.

Respeto, muchas veces, es también enfrentarse a la tiranía de quienes creen que todo recurso necesita convertirse en monedas. Pienso en ciertos paisajes contaminados camino a la sierra de La Libertad, pienso en una montaña próspera, los ruidos del amanecer, los animales.

Macondo and vampires

Macondo, a painting by Graham Brown

Tenía las manos pálidas, con nervaduras verdes y dedos parasitarios, y un anillo de oro macizo con un ópalo girasol, redondo, en el índice izquierdo. La casa se impregnó a su paso de la fragancia de agua florida que Úrsula le echaba en la cabeza cuando era niño, para poder encontrarlo en las tinieblas.

Cien años de soledad, Gabo.

Macondo is a small hamlet in the middle of the Colombian Caribe. In the 60s Gabriel García Márquez put Macondo on the  map thanks to a splendid novel: Hundred Years of Solitude. The Americans got to hear for the first time about Macondo when Shakira mentioned it in one of her songs. To say the truth, most of the Hispanics in the US knew about the existence of Macondo just  because of a character in the soap opera El Cartel de los Sapos who always talked–with some contempt– about «the fucking people from Macondo«.

In Macondo, and this is something almost unknown, live the last Colombian vampire. Also the last zombie. They never get together nor talk to each other because some complication of their families, a long dispute of more than a hundred years over a bunch of banana trees. The family of the zombi had the trees over the old canal (the acequia) and the family of the vampire claimed that even if the tree belonged to the zombies, the bananas were growing over their land and were theirs. They had a couple of mini wars and a zombi almost got killed. After a last bloody incident the two families grew very distanced from each other. That was the reason why there was never in that town a kind of odd alliance between vampires and zombies like in other towns in the Caribbean Sea.

[A small tribute to Gabo, the greatest old fart. On his 80th Birthday.]

La vergüenza

La vergüenza ¿Qué cosa era la vergüenza? pensaba Coliflor Rojas, rojo de ella, frente a la tribuna, con los chimpunes asustados, las manos flojas de cólera a la cintura y el que resentía cualquier intento de pararse otra vez, de limpiar su nombre, de arremeter con su cabeza y su corazón en frentazo directo contra todas las alternativas que le brindaba la vida y le negaba esta serpiente desnutrida parada en dos patas rezando por piedad.

Discovering Shelter Island


¿No sabías que en el hueco del caballo estaban esperándote los griegos? ¿Por qué no le hicieron caso al disciplinado troyano que marchó hacia su ombligo murmurando que a los griegos no se les podía creer nada?

En tu ombligo escribiré un nombre nuevo, uno que todavía nadie ha usado. Tiene olor, forma y color de caramelo. Siempre estoy preguntándome si tu nombre habrá de definir tu destino, como el mío. Creo que no debo de preocuparme tanto. Posiblemente el destino haya ya decidido este nombre.

No quiero pronunciar nada sobre una mesa de madera vieja. Hay una chica francesa vendiendo palabras mal pronunciadas. Algunas de ellas son muy interesantes.

Las conchitas sobre la arena producen unas alucinaciones deliciosas. Estuve besándolas un buen rato, quería deshacerme del aroma de jabón. Creo que me llevaré unos pedacitos al laboratorio. Otros trocitos irán a parar al pabellón quirúrgico, se merecen una buena pintada.

No se puede ver la caída del sol entre los árboles. Hay un pez metido de cabeza en la grama de una de las casas de Shelter Island y la mesera dice que se le han terminado los mojitos. Nos cambian mojito por caipirinha y el sol viene a pasear entre nosotros y nos murmura cochinadas en el oído. Me gusta escuchar las cochinadas contigo, lástima que ambos estemos tan cansados.

Me gustó mirar el mar en Shelter Island. Me gustó respirar esta noche contigo.

Crash

En Canadá abundan los caraduras. No hay suficiente gasolina para apuntalar todas las cosas que habría que reventar de una vez por todas. Líos legales, papeles, fresas desparramadas sobre la consola del automóvil. De pronto todo está estático. Un mal movimiento y las cuatro ruedas se escapan de control.

El espacio galáctico ha sido formado por seres de la misma calaña de Vaughan. No hay que ser un genio para percatarse que los espacios se han acortado, que el tiempo corre cada vez más rápido, que ya no tenemos ni siquiera una hora y media de nuestra vida para dedicarla a escuchar un concierto de música clásica. El espacio galáctico está cubierto con las cicatrices de seres como Vaughan y tal vez sea lo mejor.

Recuerdo las carreras de motos en la playa, una chica rubia con el pezón escapándose ligeramente de la ropa de baño. ¿Sentía lo mismo que yo? ¿Es indispensable el vértigo para evolucionar? ¿Seremos en algún momento máquinas? ¿Y la poesía?

En algún momento nacerá en este país la niña robot poeta. Sus lágrimas se deslizarán por sus mejillas y su voz temblará con la misma calidad con que tiemblan las niñas reales. Y alguien exclamará entre sollozos en el público reunido para apreciar su arte: ¡Te amo!

Escondido entre las cortinas del teatro, su creador sonreirá orgulloso, pero sin olvidar los tres o cuatro detalles que deberá modificar y reparar para su siguiente modelo.

Los e-mails cada vez serán más personales y podremos verter lágrimas en ellos con la misma facilidad con que caían las gotas en las cartas antiguas. Y los errores gramaticales serán menos comunes. Serán nuestras cartas y nuestra escritura y las amaremos porque nosotros seremos tan mecánicos como ellas. Nuestros circuitos tendrán marca de fábrica, como ya la tienen algunos corazones, pulmones, córneas, estómagos.

En ese tiempo, no tan lejano, nuestros pensamientos estarán todavía rondando y alguien los captará entre la telaraña de señales y mensajes del pasado. En ese instante mis dedos correrán, listos para agarrarlo: El futuro.

Importancia de la biblioteca pública

En el Perú si quieres un libro nuevo sólo te queda ir a una librería. En el Bronx solo tienes que ir a una biblioteca pública. Lo mismo si quieres un DVD, un video, un libro de cuentos para tu hijo, una guía turística o un curso de idiomas. Además tienes 120 computadoras para usar Internet y lo mejor de todo, puedes ir 6 días de la semana en el horario de 10 a 8 de la noche y los domingos de 1 a 5 de la tarde. Cuán importantes son las bibliotecas públicas para la educación y la enseñanza. Aquí pueden formarse tanto los estudiantes como los profesores. Se imparten además cursos gratuitos de computación, se dictan charlas de vocación profesional y se da orientación a los desempleados. ¿Y cuánto le cuesta, cuánto le vale? Cero. Como los codiciados números de Crash Boom Zap. Nada. ¿Ahora se entiende el concepto de país civilizado? Y los libros no te los prestan por tres días como recuerdo hacían en la biblioteca PRIVADA de la Universidad de Lima (A la que TIENES QUE estar matriculado y al dia en tus pagos porque sino no te prestan nada). Te los dan por un mes. A menos que estén muy solicitados, entonces es por una semana. Los DVDs te los prestan por una semana y los puedes renovar hasta un mes si nadie los ha reservado. ¿Y cuál es el límite de libros que uno puede llevarse a casa? Cien. (Algunas libreras te dicen sonriendo que no hay límites) ¿No es una maravilla?
La semana pasada se inauguró la nueva biblioteca pública central del Bronx. Tiene cinco pisos y un sistema de préstamo totalmente digitalizado. Ascensores y baños en cada piso y un auditorio para conferencias. El Bronx es el condado más pobre de los cinco que conforman la ciudad de Nueva York (Queens, Manhattan, Staten Island, Bronx y Brooklyn). Es pobre principalmente porque es el más joven. La mayor parte de sus habitantes son inmigrantes en primera o segunda generación. Es gente que ha llegado, en su gran mayoría, de República Dominicana, de Puerto Rico, de Africa y de las islas caribeñas. Pero es gente que está trabajando duro y que está progresando económicamente. En el Bronx también se vive un «Renaissance» como se le suele llamar aquí al «renacimiento» de los vecindarios. Hay muchos BIDs (Business Improvement Districts) que son organizaciones pequeñas, formadas y gestionadas por la ciudad, cuyo fin es reorganizar y crear un ambiente propicio para el desarrollo de negocios de una zona determinada. Generalemente son tres o cuatro manzanas y una o dos avenidas principales las que conforman un BID. El BID se encarga de mejorar el servicio de limpieza de la zona, pintar las fachadas, eliminar grafittis; y también de invitar a compañias y cadenas de tiendas, bancos, etc, para que abran sucursales de sus negocios en esta zona. Son como núcleos de desarrollo. De esos hay muchos en el Bronx. Además el Bronx es. por tradición, un condado de universidades. Aquí no solo está la famosa universidad privada Fordham University, una de las mejores de NY para estudiar derecho; sino también Lehman College, uno de las más prestigiosas del sistema público de CUNY; y las universidades comunitarias Hostos y Bronx Community College. Los «Community Colleges» sólo pueden dar títulos llamados «Asociados» que es un escalón menos que el título de Bachiller que te otorga una universidad. De Hostos y Bronx Community College muchos residentes se trasladan luego a Lehman o las otras universidades del sistema CUNY si quieren obtener su título de bachilleres.
Y cada una de estas universidades tiene bibliotecas con las mismas facilidades que una biblioteca pública. ¿No es genial?¿Puede jactarse de esto siquiera el distrito más próspero de Lima?
Cuando viajaba mochileando por Europa pude comprender cuán importante era el rol de una biblioteca para la vida de las personas en un país civilizado. En España viví varias semanas prestándome DVDs y videos de las bibliotecas. Como no tenía mucho dinero, revisaba allí todos los periódicos del día, recibía y enviaba mails y leía todo lo que podía. Los españoles tienen una gigantesca base de comics europeos. En una biblioteca de Galicia leí por primera vez «La Balada del Mar Salado» de Hugo Pratt y muchas de las mejores historias de Miguelanxo Prado. En Portugal, donde mi dinero era aún más escaso, me pasé horas estudiando de primera mano la historia de Porto y de Lisboa en las bibliotecas públicas. Además tenían una gran variedad de poesía portuguesa y latinoamericana. En Londres lo mismo. Recuerdo la sucursal donde yo iba, cerca de Picadilly, tenía una importante colección de libros sobre cine. Y la biblioteca principal de Londres tenía una exposición sobre la historia del grabado. Recuerdo particularmente los impresionantes trabajos originales de Doré.
Aquí en Nueva York, como en Perú, mucha gente no tiene dinero para comprarse libros. Son caros si es que tu prioridad es comer y mantener a una familia. Las bibliotecas son el lugar ideal para alimentar la mente sin tener que gastar nada. Pero pobres y ricos gozan de este servicio. En los barrios más ricos de Manhattan, las distintas sucursales también están llenas de gente, con otros gustos y otras perspectivas, pero la oferta es la misma. Los libros, DVDs y CDs que encuentras en las sucursales del alto Manhattan, también están disponibles en la nueva biblioteca pública del Bronx. Eso es DEMOCRACIA. Es es EDUCACION PARA TODOS. Por eso me parece patético cuando escucho a los políticos peruanos hablar de mejorar la educación. Construyan bibliotecas, gratuitas. donde no haya ni siquiera comisiones de padres de familia corruptas que se interpongan entre el niño y la lectura. Donde los libros estén a la mano del que no tenga nada. Sólo así se puede democratizar el conocimiento en un país.

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