Después de los problemas para entrar al concierto de Cerati el sábado, Natalia no quería arriesgar. A las 5 p.m. estaba agarrada de la reja, en la primera fila para entrar al parque. Tony, su amigo mexicano, había perdido el ticket y Natalia estaba traumada porque las entradas estaban agotadas y no sabía si iba a poder conseguir otra. Mi ticket lo cambié por un pase de prensa, pero igual terminamos al frente del escenario junto con toda la gente. Se llenó. Y Manu tocó una y otra vez. No le gustaba la idea de irse. Volvió para tocar Mala Vida que Alejandra le pedía a voz en cuello. Stephanie nunca lo había visto en vivo y estaba alucinada.
Sharon se quedó sin entrada, lo escuchó detrás de la reja. Alejandra se moría de ganas de ir a la fiesta , pero entre la quinta y la quinta decidimos que no valía la pena ir hasta el muelle 17 de Manhattan sin saber si Manu tocaba o no. Entre las masas apareció otra vez el luchador de la máscara plateada. Y el Cromañón parado delante mío, el Trucu-Tru, saltaba salvajemente con su bandera de Colo Colo y la agitaba sin darse cuenta de que tapaba todo y nos jodía a los que estábamos parados detrás. Hasta que Manu lo vió y lo hizo feliz gritándole: «Colo Colo, presente.» Con la boina roja y la camisa verde, Manu criticó el «White House terrorism» ( y le mandó su saludito al Sub Comandante Marcos…)
Esperando en la puerta, mientras calentaban el escenario los malísimos Plastelina Mosh veo a la poeta portorriqueña que me presentó Elisa hace meses en la casa del periodista colombiano. A la fotógrafa peruana que me presentó Camilo, a mi amiga Katy, profesora de Lehman. Stephanie vino manejando desde Port Washington. Lisa baila con el bebe en la panza. Todos somos clandestinos en el cemento de Prospect Park. Manu canta Volver y las luces del parque estallan otra vez. A algunas calles de distancia, Ale y yo somos invitados a la casa de los amigos de Stephanie y Sharon. Hay un tabladillo sobre el techo, desde donde se ve Manhattan. La vista, el ambiente, la cerveza de Clavo y Canela de la que Sharon se ha enviciado gracias a un largo invierno en Brooklyn, están espectaculares. Como a las tres de la mañana llego al Bronx, a enterrarme, trapo, en la colchoneta al lado de la cama donde duermen placidamente mis viejos. «Me llaman el desparecido», me dice Stephanie en un mensaje de texto…El cuerpo no da para más.