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The New York Street

Un blog lleno de historias

fecha

23 febrero, 2005

Pero no hay agua, 22 de febrero

 


T.S. Eliot. The Wasteland
Originally uploaded by Ulises Gonzales.

El titulo de hoy es tal vez una de las mejores lineas del poema: The Waste Land. Tras describir lo que ha de pasar si hubiera agua y piedras, o agua sola, o un charco de agua entre las piedras, y reflejar el sonido del agua cayendo, Eliot nos reitera la naturaleza estéril de esta tierra baldía: «Pero no hay agua».

Camilo explica el poema: todas las ascepciones, las fuentes, lo que significan esos cuatro versículos de lenguaje coloquial en los que beben todos los poemas de Cisneros, de Hora Zero, toda la escuela peruana a partir de los 70s; la presencia del rey pescador, el mito de la rama dorada, el descenso a los círculos del Infierno de Dante, a donde parecen ir todos los intelectuales que se precien (Recuerdo que en una entrevista, Borges hace memoria y dice que para ponerle el nombre a su revista, dijo, «veamos cuál es el círculo donde se quemaban  los asesinos, y dio la casualidad que era el séptimo, inigualable para un nombre: El séptimo círculo).

Y otra vez Eliot menciona en sus notas a La rama dorada y al Ritual to Romance, dos libros trascendentes, los mismos que Kurtz lee cuando llega el asesino, Martin Sheen, enviado por el alto mando yanqui para asesinarlo en la selva camboyana en Apocalypsis Now. Todo se desbarata para Eliot , cuenta Camilo, al encontrar los versos de Saint John Perse, el Anábasis que Hinostroza–en una imagen muy poderosa–recitaba mientras pateaba la arena de la Costa Verde. Eliot traduce Anábasis dos veces en su vida, lo único que se dio el trabajo de traducir en dos ocasiones, asombrado al no encontrar otro poema a la misma altura del de Saint John Perse.

Mi descubrimiento literario de hoy se llama The Essay on Criticism de Alexander Pope.

Cae la nieve sobre Central Park, 21 de febrero

 


Snow in Central Park
Originally uploaded by Ulises Gonzales.

Las puertas del parque deshojado, tiritan valientes pero sometidas bajo el peso de la de nieve. Sus formas resbalosas han soportado el embate de la noche y permanecido firmes, solemnes; como los soldados a la puerta del palacio, ataviadas de brillo al amanecer.

Me recibe su silencio ceremonioso, entrecortado a veces por el sonido de los carros quita-nieve, de los andantes que han madrugado para verlas: inquietos retratistas algunos, ciudadanos con perros urgidos otros; los menos, simples enamorados del mar blanco.

Pero entre esos arcos regulares, bajo esos lienzos que se dejan levantar por el viento y regresan a su lugar con espartana sobriedad, todos los visitantes compartimos el rostro de turistas.

Así me lo hace entender una veterana de gruesos espejuelos verdes «Gracias por venir a Nueva York», me dice luego de acceder a fotografiarme al lado de uno de los senderos. Le respondo cortesmente que yo vivo en esta ciudad y aquella respuesta parece desilusionar su ensayada cordialidad neoyorquina.

Entre la tela de neblina, pasan algunos rayos. Insuficientes para serenar la avidez de los copos asustados, pero justos para empezar la tarea de reconstruir el paisaje original, el de las copas calvas, el del suelo salpicado de tintes apagados.

Empujado por un vigor inusitado, enrumbo hacia otro destino fascinante. Al llegar a Coney Island, la playa de frontera de Brooklyn, la marea ha deshecho parte de la tormenta y la orilla nevada se ha replegado unos treinta pasos tierra adentro, junto con ramitas y algas, que picotean algunas gaviotas, caminando resolutas sobre la arena revestida de tintura blanca.

Hace exactamente dos años, en un articulo para Europa, escribía sobre la codicia de Occidente sobre las calles de Bagdad y el clima de paralisis en una ciudad acostumbrándose a las siluetas y las sombras que se cernían sobre sus calles, proyectadas por los hambrientos perros de la guerra.

Veinticuatro meses despues, la historia ha escrito varias páginas, asumo que algunas de ellas trascendentales en el horóscopo que han trazado los astrólogos, sobre el destino de este parque, de estas puertas, de esta playa, de este mundo.

Pero las puertas ni las gaviotas saben de la modesta propuesta de un presidente ni de lo que han escrito en el oriente sus yahoos desbocados.

Sospecho que de saberlo, así como yo me he asombrado ante el modo voraz como el tiempo devora los vestigios de la memoria, las puertas azafranadas no lucirían tan solemnes; tal vez empezarian a desvanecerse o se caerían todas en una especie de cataclismo simultáneo y, las gaviotas que deambulaban esta mañana con calma, bajo el perfil de la montaña rusa y de la rueda de la fortuna, al enterarse del nombre de la isla y del carácter de sus habitantes, alzarían vuelo al instante, muy asustadas.

Williamsburg va bien, 20 de febrero

He despertado pasadas las 12. Anoche me he quedado demasiado tiempo en el Umbrella House y hoy el día se ha hecho muy corto. Camino hacia un restaurante cercano pero termino por tomar el bus hacia Williamsburg. Odio almorzar solo asi que decido visitar a Elisa y a Patricia en el loft sobre Broadway en Williamsburg. ¡Qué deliciosos los huevos fritos con pan de molde! Pero bueno, solo un aperitivo porque Elisa demora demasiado en la esquina lavando, con la resaca de los tres vinos con Pedro al regresar por la noche. Filman afuera, la esquina del cine abandonado. Nos acomodamos para ver Eternal Sunshine of the Spotless Mind, escrita por Charlie Kaufman, este nuevo prodigio de los guiones americanos. Otra vez los mismos giros que lo hicieron famoso con Adpatation, con Being John Malkovich. El punto que hace girar todo es el descubrimiento de la secretaria, víctima del doctor, y esta imagen deliciosa sobre la arena nevada de Montauk. El tren a Long Island, el cabello de Kate Winslet, los dos echados mirando las estrellas sobre el río congelado..Hemos marchado desganados hacia el concierto de Blues Grass, total Pedro que huye de la fiesta de los retrasados. Pero como el plan es ahorrar y a Elisa todavia no recupera medio hígado, tomamos dos tecitos demasiado dulces en la esquina turca sobre Hudson, a media cuadra del Katz. Antes de salir ha comenzado a nevar, y Patricia dice que la nevada no cuaja. ¡Pero sí que ha cuajado tía! Y el sobretodo se cubre de copos blancos..

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