Esta semana (últimos días de mayo 2022) la periodista mexicana Irma Gallo me entrevistó desde la organización de la Feria Internacional del Libro de Nueva York, a propósito de mi trabajo como profesor, editor y escritor. Hablé un poco de Los Bárbaros, de las ediciones de Chatos Inhumanos, de mi trabajo en Lehman College, de mi novela País de hartos y de mis textos publicados en la antología Excritorxs Salvajes. 37 Hispanic Writers in the US (antologado por Hernán Vera y publicados en 2019 por Hypermedia).
The ice over Iceland is eternal. At least in his eyes, the man escaping from who knows what. This one who met people he thought was never going to meet again and walk along the Thames with hunger.
Perhaps, he was looking for a new land. Maybe just opening his eyes, distracting himself in the chances abroad. A foreigner: he didn’t dream to be one of them. He was proud of a flag, of a history, of a piece of land surrounded by coast and mountains. He was ready to stay there forever from the very beginning.
The language: He wasn’t ever ready to open his mouth for more new words and sounds. He would have considered a nightmare the idea of being in front of other people speaking English for more than an hour. A nightmare.
Sometimes, in the new room where he stayed for a couple of years, the nightmare was about going back and being caught in his old land, not being able to come back to New York. All of a sudden, the dream was to stay in this new place, to hold hands with strangers, to get a new history.
Five in the morning: the alarm brought him back to the world of the real: A job. And he started a trip to a place where people called him by his name without knowing anything (anything!) about his life, his parents, his ideas, his successes, his failures. To start anew. To be someone else. To scratch the previous dream: to be a foreigner, a someone who barely could speak the language. To be the new stranger in the neighborhood.
On days like this, when he opens the curtains in the morning, and sees the first white of the snows on the ground, he always thinks about Iceland: the last stop coming from London to New York, before becoming an immigrant, a stutterer.
The morning when the plane landed at Reykjavik airport, he was looking at the eternal ice of Iceland as a free man for the last time. The next stop, in New York, he decided to stay and to become someone else. And he did.
Corren los primeros años del siglo XXI y la vida se pone difícil para los ilegales que viven en Nueva York.
Después de los atentados del año 2001 el gobierno ha impuesto una serie de medidas que complican aún más la vida de quienes residen en esta ciudad sin visa de los Estados Unidos ni tarjeta verde.
Para colmo de males, la MTA decide que para mejorar el lamentable servicio de transporte público que le brinda a sus usuarios, debe de aumentar –de manera drástica– el costo de los pasajes y las MetroCard ¿Quién puede ayudar a los pobres latinoamericanos que sobreviven, mal que bien, paralizados entre las amenazas terroristas, los aumentos del costo de vida y las maniobras políticas de ese presidente impresentable llamado George W.Bush?
Así nace Ñaño: El superhéroe ilegal. Un embanderado de la justicia que hace su trabajo superheroístico en la ilegalidad porque ha entrado a EEUU cruzando la frontera por los aires, sin detenerse en los controles migratorios. Un ciudadano cuyo único documento de identidad es el que le ha expedido una nación sudamericana en permanente crisis económica y política.
El único poder de Ñaño es el poder de convencimiento. Y armado con él, viaja por los cielos de los cinco condados neoyorquinos, haciendo el bien.
Allá todo se olvida me dijeron. Bajo la suavidad de un mar de color azul, al final de Long Island. Con los brazos abiertos respirando otra vez. Semestre over, que vengan las olas.
Qué precioso es Central Park en invierno. Sobre todo ahora que cada caminata por esos lugares me trae recuerdos: que la vez que ésto y lo otro, que con ella y que con él, con ellos, o solo con mi alma. Frente a ese césped que hoy está cubierto de nieve donde alguna vez nos sentamos sobre unas mantas para merendar, por ese recoveco entre los arbustos donde recuerdo haber jugado fútbol con un grupo internacional de amigos, con botas y bluejeans. Caminando por ese camino donde una madrugada llegué para hacer mi larga cola y conseguir dos entradas para ver a Rosario Dawson en Two Gentleman of Verona, de Shakespeare in the Park. Debajo de ese puente de piedra por donde pasé otras veces, cuando recién llegado, tanto tiempo atrás.
Esta tarde lo más interesante es un halcón de pecho blanco y plumas de color marrón. Espera sobre las ramas de un árbol a que una ardilla descuidada se le ofrezca de almuerzo. Lo vi planear y escoger con cuidado su posición, atento, detrás de unas ramas sin hojas. No me quedé para ver el desenlace. Seguí caminando hacia el este, gozando con ese ruido blando de voces, de ramas, de pasos que ofrece el Parque.
A veces, al entrar al Met, consigo que me dejen pasar con la maleta colgada de un hombro. Esta tarde ansiaba la comodidad, así que me deshice de la maleta y del abrigo en los guardadores. Encontré el programa para ese día y era perfecto: en 10 minutos comenzaba una visita guiada. Los Highligts Tours son paseos organizados al azar. Los guías te enseñan lo que se les antoja durante un lapso de una hora. El programa se elabora según su capricho.
Alguna vez, el guía te llevará a ver el Templo de Dendur. Otra vez, irá directamente hacia los vitrales diseñados por Louis Comfort Tiffany, o hacia un jardín chino de la Dinastia Ming. Otra tarde, quizá te lleve hacia el paisaje panorámico de los jardines y el palacio de Versalles pintado por John Vanderlyn, a ver a los Reyes Magos de Giotto, o al Aristóteles que acaricia la cabeza de Homero, según Rembrandt. Otro día te llevará a ver a los paisanos tomando la siesta retratados por El Viejo Pieter Bruegel, el retrato de Juana de Arco de Bestien Le Page, los cipreses de Van Gogh, las mujeres de Gauguin enseñándote la sandía y los pechos jugosos, invitándote a tumbarte a su lado en la hamaca de la siesta polinésica.
En otra ocasión, el guía preferirá llevarte a que conozcas los tapices que alguna vez colgaron sobre las altas paredes de algún castillo medieval, o la soberbia mesa de mármol que adornaba el palacio del Cardenal Fernese. Quizá también te llevará a que conozcas unos tejidos fabricados con alambres y material reciclado por el ganés El Anatsui, o te contará la historia de cómo Rosa Bonheur, disfrazada de hombre, consiguió pintar la Feria de Caballos de París. Y si tienes más suerte, el guía te llevará una tarde─para que por fin la conozcas─ante el retrato de Gertrude Stein (el de Picasso), o frente al trasero desnudo de una prostituta parisina mirándose frente al espejo, pintada por Toulouse-Lautrec.
Esta tarde, mi guía tiene gustos hogareños. Nos enseña primero las habitaciones y los murales pintados al estilo griego en las paredes de una villa romana sepultada por la lava, en la zona del Boscoreale, cerca de Pompeya. Luego, vamos hacia las complicadas figuras simétricas de las alfombras del arte religioso musulmán. Nos explica el valor que tenían aquellos tejidos entre los mercaderes holandeses ─tanto o más que los tulipanes. Luego nos conduce frente a un retrato de Vermeer, el de una empleada que se ha quedado dormida sobre una mesa soñando con su amado. Allí, frente al fresco, señala la alfombra persa, que los holandeses colocaban encima de sus mesas y no en el piso. La guía sigue por los pasillos hasta un cuadro de Degas ─el de las bailarinas que se preparan en desordenado conjunto, detrás del escenario, y hacia la galería americana para que veamos el retrato de Madame X por John Singer Sargent. Frente a esta mujer, de piel blanca como la muerte y vestida de negro, nuestra guía nos explica el detalle del vestido descolgado, el escándalo que fue ver a esta mujer de sociedad en el Salón de Pintura de París: chismes de pintores que han sobrevivido al tiempo.
Después de la visita guiada, la libertad: dibujos originales de Leonardo Da Vinci, miniaturas de cobre de un Hércules joven con detalles dorados en el cabello, armaduras japonesas, cascos alemanes tallados con preciosas figuras, estatuas de Shiva con dos manos de piedra negra desprendidas, una estatua imponente de Buda, papiros con los mandamientos escritos en el Libro de los Muertos, vasijas amarillas con formas vegetales, patios y balcones españoles, una tarde de toros pintada por Goya, la escultura de una mujer echada, como en una dulce muerte, frente a la cual una muchacha que parece japonesa me enseña su cámara y me pide que le tome una foto.
Salí del Met porque ya cerraban. Aún era de día, caminé por la calle 79 hacia Lexington, mirando ese edificio del Centro Cultural Ucraniano al que le falta la bandera, unos edificios más allá, la Misión de Irak. El mundo sigue su curso, la nieve aún no se ha derretido. Miro una esquina y recuerdo aquella vez en que caminaba por allí, después de unas clases en Hunter, y la noche en que salía de un concierto en el Summer Stage de Creedence Clearwater Revival, la vez que caminé por primera vez hacia el zoológico, por esa camino de piedras, junto al Parque Central, en otros días lejanos, acá en Nueva York.
In my dream there was a highway surrounded by sequoia trees. We were going in two cars–mine was a nice black sport one–and all of a sudden, from the sky, the tips of the trees started to fall down. It was impressive and scary. It was one, two, and then the big branches were falling everywhere. «Still, they are too far–I thought–to be worried».
Somehow, the dream has to be connected to the movie I watched this afternoon: Rise of the Planet of the Apes. Maybe just the images, and the ideas of a world, not too close, not too far, where a new civilization is starting to gain power. The dream is also connected to a documentary I watched a week ago about sequoias. A scientist at Yosemite National Park was climbing the trees and taking samples of their sap to study if global warming was affecting their capacity for survival.
Also (and I don’t have an explanation for this) the dream is connected to my yesterday’s short visit to the Frick Museum in Manhattan. To Rembrandt’s self portrait and to the big canvas painted by Turner of two different European ports. The strength of the strokes of painting around the hands of Rembrandt and the light in the landscapes by Turner are the ones in my dream. Those trees were real. I had to keep looking up to avoid them.
Also, I was wondering: Where is Cesar? Would it be another movie? I would prefer to know that or to meet Rembrandt and shake his hand?
I am still dreaming, here in New York, looking up for the falling sequoias
Cuando veo grupos de músicos como estos en el subway me arrepiento de no haber aprendido nunca a tocar un instrumento. Sonaba bellísimo a pesar del ruido de la gente y los trenes que pasaban. La funda donde recogían el dinero estaba llena de plata. Con qué gusto la gente les daba dinero.
Anoche regresando en el tren había un homeless, un moreno de como de setenta años, con trencitas rasta sentado en el piso del tren tocando un órgano y cantando rap con la voz carrasposa. El rap era ingenioso, muy gracioso, (sobre su condición de homeless y que las tripas le sonaban y que quería comerse una hamburguesa con queso del Mac Donalds, bueno no suena tan gracioso escrito acá). La gente volteaba para mirarlo y sacaba monedas cagándose de risa. Llenó su vasito de monedas bien rápido.
Hace unas semanas otro homeless entró al tren, con pinta de estar fumadazo pero feliz, y una cartulina que se doblaba en dos. Había escrito sobre la cartulina : I am homeless, I need money for food. Pero si desplegaba el doblez, se leia «or for weed«. Y doblaba y desdoblaba enseñando (rápidamente) el «money for food…or weed» , movia las cejas y sonreía igualito que Stan Laurel de El Gordo y el Flaco. Le llovía dinero (ahí tengo otra opción para pasar mi vejez en Nueva York).
Hace unas semanas dos tipos estaban repartiéndose un fajazo de billetes de a un dólar como a las once y media de la noche, regresando en el tren D. Los miré y pensaba: estos deben ser parqueadores de carros. Y me sentía identificado (una de las partes más jodidas luego de trabajar más de doce horas parqueando autos es la repartición de los cientos de billetitos en partes iguales). Hasta que llegaron a su estación y uno de los tipos agarró su bastón de ciego y salió del vagon jalado por el otro: Eran un mendigo cieguito y su ayudante. Y les aseguro que se repartían, mínimo, cien dólares de «ganancia».
Esta tarde vi Días de Santiago en DVD. Me habían hablado mucho de la película-quise verla en el BAM de Brooklyn en diciembre pero justo ese día se les ocurrió comenzar su huelga a los trabajadores del metro- pero no imaginé que fuera TAN buena.
Como le decía a Vero en un mail: esta película me ha devuelto la fe en el cine peruano. Esta es la mejor demostración que se pueden hacer grandes películas sin demasiado presupuesto y que no siempre las actuaciones de los protagonistas tienen que ser tan misias que se nota que son actores improvisados. Lo importante señores cineastas es la historia, la trama, el argumento y las buenas ideas.
Estoy terminando de leer Walden de Thoreau (un buen escritor del renacimiento de EEUU, amigo de Emerson, que decidió irse a vivir durante dos años (1846-1847) en una cabaña construída por él mismo en los bosques de Nueva Inglaterra). Al parecer su libro-que escribió basado en su diario de esos dos años de alejamiento de la civilización- influenció a Tolstoi y a Ghandi, entre otros. Ahora, esta noche tal vez, tengo que comenzar a leer Paradise Lost de Milton. Stephen Sheppard dice que es buena, he hojeado unos capítulos y sí pues, no parece aburrida. Ahora el problema va a ser que me siente a escribir un ensayo sobre Walden antes del lunes. ¡Necesito más tiempo!
Anoche me llamó Lornald para decirme que acababa de terminar el Bewolf. Le dije que yo lo había comprado hace un mes con la intención de leerlo pero la dueña de la librería de libros usados en Amsterdam Avenue, una viejita bien simpática y bonachona, me dijo, mientras me cobraba el libro, que ella tenía una versión en CD del Bewolf, leído por Seamous Heaney. La vieja me cagó el cerebro. No voy a leer el Bewolf hasta que consiga el CD y para eso, puede pasar un poco de tiempo. Lo bueno es que esta semana se terminó la nueva edición del Bronx Journal así que supongo que estaré más desocupado durante la semana, como para leer y escribir.
El tren sale a las 8 y aparece pasadas las 10 en el terminal de White Plains. Oscuro el domingo de Easter.
Arranca el auto y llegamos pasadas las 10:20. No hay nadie. El almuerzo es delicioso, no tanto la idea de regresar a la rutina de los fines de semana. Sean LaTella se ha propuesto campeonar esta temporada, Mr. Mahonec ha vuelto con su ex enamorada, la hija de los Hanrahan ha crecido mucho en tan pocos meses. Dyanna ha engordado un poco y sigue viniendo con el lompa negro al cuete. Marcelino dice que quiere invertir en comprarse un negocio u otra casa. Eduardo sigue gritando en lugar de conversar y diciendo volver pa’tras en lugar de regresar.
No me ha gustado volver a ver Knollwood, tal vez porque el césped ha quedado amarillo, o blanco, muerto, porque no hace suficiente calor para salir sin abrigarse, porque queda lejos, porque los mismos temas de siempre. No hay tema.
Regresa el tren muy tarde pero llego a alcanzar a Mina y a Elisa en el restaurante indio. No alcanza para comer pero Elisa me prepara un plato delicioso de quinua, que repito. Mina me invita a Valencia cuando yo quiera, asegura que las paellas «HAY QUE comerlas en Valencia«, que el agua y la forma de prepararlas no se comparan con nada. Ha prometido mandarme un disco de flamenco y una de la Kroll que a ella le encanta.
Elisa dice que prepara su cena el jueves y que espera que lleguemos con una botella para el pisco sour. Camino hasta el G y tomo el tren a casa. No hace tanto frio. Szidonia me ha preguntado si vamos a ir de todas maneras al Met y luego a pasear por el puente de Brooklyn. Yo comienzo a sospechar que los lunes el Met sigue cerrado y dicen que llueve todo el lunes.