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The New York Street

Un blog lleno de historias

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Literatura

El infinito en un junco

Un gran libro y dos famosos pistoleros.

Estos libros que aparecen de la nada, cuyo nombre se te cruza de repente. Como esas llamadas que crees que son spam y las ignoras. Las pasas. Pero claro: al final contestas.

Así fue como llegó El infinito en un junco. Se me antojaba un libro banal. Entonces alguien en el taller lo recomendó. Y alguien más. Lo busqué en Internet. Muy caro. Me encantan los libros de Siruela pero era muy caro. Los costos de envío ya eran más de lo que podía pagar. Hasta que un día en el invierno, tal vez caía aún la nieve (porque este 2022 ha sido muy extraño), ahí estaba a un precio amable. Apreté un botón en la web. Pim. Mañana llega.

Y claro: el disfrute, la sorpresa. Toda esta información junta, de una manera tan hermosa. Busqué la foto de la autora: no era la anciana librera que yo imaginaba sino una chica joven, hermosa, de Zaragoza. Una nerd de biblioteca con ese brillo fantástico en los ojos que parece que nos viene a los humanos como regalo, tras la lectura de ciertos libros. La dicha del conocimiento.

Por esos días en que empezaba con Vallejo, escuché un discurso de Juan Villoro en Michoacán en el que hablaba de la importancia de la lectura. El escritor mexicano me llevó hasta una imagen de San Agustín mirando a San Ambrosio, asombrado de verlo leer en silencio. Vallejo también lo menciona. Leer en silencio: esa revolución.

Después de leer algunos capítulos tuve que abrir La Ilíada y La Odisea, irme a leer lo que dice Plutarco de Cleopatra (en mi querida traducción de Dryden para la Modern Library). Hoy leí una entrevista con Jesús Marchamalo que me recordó que este gusto por lo que ha escrito Vallejo tiene mucho que ver con la fascinación que sentí al leer Ex-Libris de Anne Fadiman.

Aún no termino El infinito en un junco porque–con la escritura de la tesis– es poquísimo el tiempo que me queda para leer por placer. Y sí, es placer. Del mejor.

[Humillantes]Escenas de barrio

 

Tómbolas del alma en que, a dedo, dos capitanes te designaban como el malazo. Primero escogían a los que tiraban bola. Después a los más o menos. Al final: el relleno. El grito de victoria cuando te vinieron a buscar, un sábado. Necesitaban uno más, te traían el short y la camiseta rojas. Corrieron hacia la canchita del colegio Lisson. Fue un mal partido, haces lo que puedes. Tu corazón palpita, aceptas: No sirves para el fútbol.

*

Los viejos de Yi eran dueños de la bodega donde comprabas figuritas para el álbum de moda: Érase una vez el hombre, Sankuokai, El porqué de las cosas. Yi, y los que se juntaban contigo en la esquina de Los Mineros con Los Mecánicos, eran tres o cuatro años más grandes. Tú los escuchabas. Se te ocurre decirle a Yi que no diga «mierda», que no diga «putamadre». Tus viejos te han enseñado a no decir malas palabras. La cara con la que te mira. Eres una lorna.

*

Al maricón de César no le gustaba perder. Sacaba pa fuera el poto fofo que ya tenía a los ocho años. Su mamá, en asquerosa complicidad, lo llamaba.  «Cesiiiiiitar, a comeeeer», gritaba la vieja desde la casa y el pavo triste se iba corriendo. Y nosotros teníamos que quedarnos con uno menos en el equipo.  A veces era su pelota y se la llevaba. No le gustaba perder al huevón.  Por eso una vez en su casa, me robó mis canicas. Se llevó mis dos cholones y varias ojo de leche. No dije nada. Supuse que a los tramposos les llega la venganza en algún momento. Tal vez hoy.

*

«Agárrate uno, si este huevón tiene varios», dice Bolvo. Y tú le crees porque el papá de Edmundo es político y seguro que le sobra la plata. Y después llega Edmundo y dice «¿Quién se ha choreado un casete? Habían seis» y tú tienes que comerte la vergüenza y sacar el casete de la maleta donde lo habías metido. Y Bolvo se caga de la risa.

*

Dicen que su papá es gerente de los caramelos Ambrosoli, pero al Loco Güili lo único que le vacila es la droga y la hermana del Tío Chivo. Hace tiempo que no lo ves, pero esa tarde en que estás en la redondela del parque con tu amigo de la universidad, el Loco Güili aparece. Quiere invitarte un preparado en un botellón de Coca Cola, casi vacío. Se ve feo y caliente. Cuando ustedes dicen que pasan, Güili les grita que «si se creen más que él». Se calma y les pide 20 soles para ir a comprar unos quetes a Santa Felicia. No tienes plata pero tu amigo le da un billete de 20. Güili jura por su madrecita que va a regresar, compra al toque y ya viene. Ya viene.

*

Javier te cuenta que se corre la paja con el sostén de su mamá. Y te mira preguntándote si tú también. Lo más normal. No sé qué cara habrás puesto. Tú te corrías la paja con las calatas en blanco y negro de Caretas que colocabas en fila sobre la alfombra de tu casa. Y con la última página de la revista Zeta que Rucho escondía bajo el colchón del catre en Jaquí. Además,  la vieja de Javier es muy fea y muy gorda, piensas «¿Cómo va a ser?»

*

La pobre Blanca se fue sin decir chau. Quién le manda contarle a la novia de tu hermano que eran enamorados. Que si podían ir al cine los cuatro. Tenías muy presente la historia del primo tuyo al que la empleada acusó de haber embarazado. Blanca te quería quitar el jebe cada vez que te lo ponías. Unos años después volteaste tu cama y encontraste un corazón de lapicero del tamaño del colchón, con tus iniciales y la de ella. Extraño es el amor.

 

 

 

 

De neoyorquinos y de bárbaros

Artículo originalmente publicado en la edición  número 256 de la revista Ideele de Lima.

Portada Los Bárbaros 4/ César Vallejo frente a la New York Public Library
Portada Los Bárbaros 4/ César Vallejo frente a la New York Public Library

 

A propósito de una  nueva y prometedora aventura literaria.

La isla de Manhattan fue comprada a los indios que poblaban esa región por un puñado de florines holandeses. Poco tiempo después de fundada, la ciudad ya se había convertido en el símbolo del dinero en este lado del Atlántico. Con el progreso, la isla se llenó de aventureros miserables, inmigrantes que vivían hacinados en casuchas en el invierno y en el verano pasaban la noche desparramados en los callejones. La desigualdad social siempre ha sido el lado oscuro de Manhattan. La ciudad tendría hasta hoy un enorme problema de imagen de marca si no hubiera sido por, entre otras cosas, el arte. Los artistas descubrieron algo notable entre sus mil contradicciones. Bob Dylan, por ejemplo, tras pasar una temporada invernal en la pobreza, terminó alabándola y despreciándola al mismo tiempo en la letra de Talkin’ to New York, una de sus primeras canciones.

Hasta hace unas décadas, la Europa y la Latinoamérica intelectual miraban con desprecio a esta ciudad de empresarios ignorantes forrados en dinero, sin pasado cultural, sin arte. El cambio fue lento y generacional. Sabemos que hasta en las mejores familias siempre aparece un heredero con ambiciones artísticas para quien el dinero tiene escaso valor. Alguno de los tataranietos de los primeros barones de la bolsa debió de convencer a sus habitantes de que una ciudad de primer nivel necesitaba capital cultural. Los millonarios neoyorquinos se dedicaron a comprarlo: reservaron grandes espacios para galerías, centros culturales y museos, se trajeron templos egipcios hasta la isla, piedra por piedra.

Nueva York no fue considerada la capital del arte si no hasta las últimas décadas del siglo XX. Los artistas que notaron cómo el dinero desbordaba los bolsillos de estos ricos necesitados de buen gusto, empezaron a llegar aquí a ofrecer sus servicios. Así sucedió el acto de magia: los artistas no identificaron en esta ciudad a un monstruo sino que percibieron las características de una epopeya: la Babilonia de nuestros tiempos se estaba construyendo frente a sus ojos.

Es preciso anotar que los neoyorquinos querían comprar una cultura pero no la multiculturalidad multilingüística de la que ahora gozan: los inmigrantes que pisaron Manhattan ansiosos de dólares, lo primero que dejaron atrás fue su ropa vieja. Lo segundo fue su idioma. Así que este fenómeno de una ola de escritores que llegan a escribir en español entre sus calles es bastante nuevo. Si bien tiene antecedentes interesantes: José Martí describió a Nueva York en español, a lo largo de múltiples crónicas pagadas y publicadas por los periódicos latinoamericanos de su época. Federico García Lorca también pensó a Nueva York en español y transformó ante sus lectores esta máquina de hacer dinero en un poema.

A los escritores del siglo XXI también nos convence el sonido del metal: el dinero viene hoy en forma de becas. Las universidades ofrecen un plan de cinco años que incluye una pequeña suma de dólares─suficiente para caminar a diario entre sus bibliotecas públicas y para participar ─sin morirse de hambre─ de la oferta cultural buena, bonita y barata que ofrece la ciudad de Nueva York. En realidad muchas universidades de Estados Unidos ofrecen becas similares, pero solo las que están ubicadas en Manhattan (o cerca de ella) pueden ofrecer como parte del paquete la manzana acaramelada: la experiencia única de vivir en la ciudad de la que tanto nos ha comentado la literatura o el cine. Todos sabemos además, que hoy no se puede caminar bajo las luces de Times Square sin imaginarnos a los personajes de Marvel y DC lanzańdose a salvar el día frente a los pantallones de luz.

En una de aquellas universidades, en las aulas del Programa de Literaturas Hispánicas y Luso Brasileñas del Graduate Center de la Universidad Pública de la Ciudad de Nueva York (CUNY) nació la idea de Los Bárbaros. Me refiero a esta revista en formato de un libro de 100 páginas, que viene publicando la obra de algunos de estos hispanohablantes que sobreviven en Nueva York gracias a las becas de estudios: fotografía, historieta, ilustración, cuento, poesía, crónica literaria. En Los Bárbaros hay un poco de todo lo que puede caber en un libro.

Los Bárbaros fue el resultado de una epifanía foucaultiana. Sucedió en una clase de crítica literaria, a fines del semestre de otoño de 2013. El mexicano Oswaldo Zavala, un Doctor en Literatura egresado de Austin y de La Sorbona, especializado en Bolaño y en las literaturas de la frontera, hablaba de Foucault y de Borges en una sola oración. Él les recordaba a sus estudiantes que las facultades de literatura de las universidades de los Estados Unidos, si bien estuvieron dominadas en algún momento por la crítica francesa, los ensayos de Tel Quel y la literatura pensada desde Europa (Cortázar, Sarduy, Vargas Llosa, Donoso), hoy ya estaban 100% conquistadas por la literatura y la crítica reflexionada desde la hispanidad. Desde la lectura de un ensayo de Alfonso Reyes, Zavala recordó unos versos de Kavafis para hacerle saber a sus estudiantes que los bárbaros que pensaban en español habían tomado el control. Los profesores de francés ahora languidecían en algún rincón de las facultades de idiomas mientras los hispanohablantes aparecían vigorosos, en una ola constante, ocupando puestos en una academia estadounidense que estaba viviendo su cuarto de hora de amor por el idioma castellano. Nosotros, dijo Zavala, éramos los bárbaros que estaba esperando el imperio americano y─por supuesto─ ya habíamos llegado. A eso se debe que la primera portada de Los Bárbaros invoque a un cuento de Borges: el viejo y el joven Borges encontrados en un vagón del tren subterráneo, el joven Borges leyendo la traducción al inglés de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño.

Quienes estudiamos la literatura del mundo hispano desde Nueva York─en Columbia University, NYU, CUNY─y en las universidades satélite─Princeton, Yale, Brown, Rutgers, UPenn─somos los protagonistas de ese fenómeno. Los lectores de Ideele podrían sospechar que alguien nos está inflando el mito. Tal vez, si no fuera porque Antonio Muñoz Molina enseña en NYU, Vargas Llosa viene un semestre sí y otro no a CUNY y a Princeton ─donde también estuvo enseñando Piglia y a donde llega con regularidad Villoro. Tal vez pensaríamos que nos han inflando el mito, si es que no pasaran por esta ciudad cada dos por tres los nombres más importantes de la literatura hispanoamericana.

La revista Los Bárbaros germinó en esas aulas de CUNY con el objetivo explícito de convertirse en el registro impreso más importante de estos años de literatura en español en la ciudad. Este mes de diciembre llegamos al número 6 con un especial dedicado a las autoras: Las Bárbaras.

Nosotros, dijo Zavala, éramos los bárbaros que estaba esperando el imperio americano y─por supuesto─ ya habíamos llegado. A eso se debe que la primera portada de Los Bárbaros invoque a un cuento de Borges

Desde marzo de 2014, Los Bárbaros se ha presentado en sucesivas jornadas literarias en universidades de la ciudad, en la librería McNally Jackson (el ágora neoyorquina, administrada por el librero uruguayo Javier Molea, por donde pasan todos los escritores hispanoamericanos que quieren hacer acto de presencia en Manhattan), en el Centro Cultural Barco de Papel, una pequeña librería de Queens que sirve a los lectores de ese barrio; en Sarah Lawrence, universidad de tradición elitista de los suburbios de Westchester cuyo Departamento de Español es conducido por Eduardo Lago, novelista y periodista de El País; en el Instituto Cervantes de Manhattan, en la Book Expo América 2014, la feria del libro más importante de los EEUU; y también en la FIL de Lima 2014 (si bien el dinero de la venta de Los Bárbaros 1 y 2 en Lima ha desaparecido entre las manos de la distribuidora) y la FIL 2015 (donde se distribuyeron los números 3, 4 y 5, bajo el empuje y auspicio de la editorial Animal de Invierno).

En Los Bárbaros han publicado muchos de esos escritores contemporáneos en cuya obra Nueva York ha dejado alguna marca: Juan Villoro, Antonio Muñoz Molina, Mercedes Cebrián, Gabriela Alemán, Lina Meruane, Martín Caparrós, Alfonso Armada, Eduardo Lago, Eduardo Halfon, Ana Diz, María Negroni, Mariela Dreyfus, Isaac Goldemberg, Pablo Brescia, Roger Santiváñez, Diego Trelles Paz y Fernanda Trías. Junto a estos nombres que ya tienen una obra reconocida, se han publicado los trabajos de artistas que llegaron y recién empiezan a hacerse un nombre en el universo de las letras en castellano: poetas como Lena Retamoso, Soledad Marambio, Ethel Barja o Almudena Vidorreta; narradoras como Mariana Graciano, Sara Cordón, Úrsula Fuentesberain, Isabel Díaz, Esteban Mayorga, Claudia Salazar, Jennifer Thorndike, Carolina Tobar, Francisco Ángeles o Alexis Iparraguirre; historietistas e ilustradores como Jesús Cossio, David Galliquio, Eduardo Yaguas, Renso & Amadeo Gonzales, Diego Guerra, Jugo Gástrico, y Manuel Gómez Burns; fotógrafos como Mike Fernández y Diana Bejarano; artistas plásticos como Jorge Maita, el autor de nuestra última carátula. Está claro que la falta de espacio nos impide mencionarlos a todos.

Los Bárbaros es un proyecto ambicioso que ha empezado con el corazón lleno y con los bolsillos vacíos. No tiene otros auspiciadores que los autores que donan sus textos, los artistas que donan sus obras para ser publicadas, las librerías, los centros culturales y las universidades que le brindan los espacios para presentarse. En 2015 el proyecto ha crecido con la aparición de los programas de radio en formato podcast dirigidos por la periodista argentina Teodelina Basovilbaso. Ella entrevista a escritores que publican en la revista y organiza clubes de lectura con sus obras. El próximo paso de Los Bárbaros es la edición de un libro antológico que cubra sus primeros dos años de vida. Además, está en los planes la realización de un programa de televisión que intente abarcar en imaǵenes estos años en los que la cultura neoyorquina en castellano sigue ganando espacios. Existe un proyecto para publicar una antología online de trabajos traducidos al inglés, para organizar un concurso literario y hay invitaciones para presentar la revista en bibliotecas públicas, universidades, conferencias y festivales literarios en el continente.

El número 4 de la revista estuvo dedicado a la poesía. En la portada, César Vallejo posaba agarrado de su sombrero, apoyado contra los leones de la New York Public Library. El número 5 estuvo dedicado a la crónica literaria, con una carátula en la que Don Quijote y Sancho se abrían paso entre el tráfico de Broadway y la 42 en Times Square. El número 6 fue solo para escritoras y el número 7, el primero del 2016, estará dedicado a eso que los hispanoamericanos acostumbrados a la pulcritud con la que se dice adiós la gente en Santa María, a la alharaca con la que se hace el amor en Macondo y a la naturalidad con que marchan los muertos por Comala, llamamos literatura fantástica.

La revista ha lanzado ya la convocatoria para los siguientes números. Estos aparecerán en la primavera, en el verano y en el otoño de 2016. Los Bárbaros sigue buscando a esas mujeres y hombres que trabajan en su obra mientras intentan amoldarse al mundo del norte y que, sin embargo, no pueden dejar de pensar jamás en aquello que sucede en el sur.

Antolojía de FronteraD

Alfonso Armada soñó con hacer una revista de periodismo serio. El sueño ─ mezcla de pasión, insensatez y locura─ se produjo mientras Armada miraba el río Este de Manhattan, detrás de los ventanales de la cafetería del edificio de las Naciones Unidas. Fronterad nació en 2009.

A principios del año 2011 yo tenía un solo cuento publicado. Éste había aparecido en una antología impresa en Lima, el año 2008. Desde entonces yo había trabajado mucho la historia y me interesaba volver a publicarla, esta vez en la web . En esa búsqueda, leí en algún espacio literario que alguien mencionaba al editor de esa revista. Decidí escribirle.

vistando la playa
Ilustración de Raúl para mi historia «Vistando la playa» Marzo de 2011, FronteraD.

Armada me dijo que la historia le había encantado pero que necesitaba tiempo para que la trabajara el ilustrador. Así apareció mi cuento «Visitando la playa» en marzo de 2011, con una ilustración de Raúl. Me gustó tanto el resultado que ─lanzando los dados de la suerte─ le propuse escribir una bitácora desde la experiencia de vivir en Nueva York. Así nació el blog Newyópolis, acompañado por la bella cabecera ilustrada de Dodot. Quedé desde entonces enganchado a este proyecto que a fines de 2014 cumplió 5 años publicando, semanalmente, contenidos originales, escritos por autores que viven a ambos lados del Atlántico.

FIVE portada
Revista Five. Madrid, diciembre de 2013.

A fines de 2013, Fronterad publicó en papel una primera colección de textos. Apareció en la revista Five, junto con los artículos de otras cuatro revistas periodísticas que trabajan en formatos online: Alternativas económicas, Materia, Periodismo Humano y Jot Down. Armada me invitó a participar con un texto que resumiera el contenido de mi blog. Así apareció «Las posibilidades de Nueva York» una breve crónica que pretendía resumir, en menos de 600 palabras, la situación casi kafkiana de quienes alguna mañana nos dimos cuenta de que nos habíamos transformado en un insecto de complicada definición: un neoyorquino latinoamericano. En Five, entre una selección de textos provenientes de la experiencia fronteriza, Armada describía su aventura editorial , titulándola: «Elogio de la sutileza»:

Nos gusta huir del trazo grueso, de la ideología que aplica plantillas de acero y hormigón a nuestra escurridiza naturaleza, la economía, el arte y los sueños. Porque las fronteras son fruto de la historia, pero como los insectos de la poeta polaca Wislawa Szymborska, se pueden salvar, de noche y de día, con una linterna azul, con un mapa y una alforja llena de deseos. Un afán lleno de cómplices.
¡Vénganse!

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Portada de Antolojía (2009─2014: cinco años contra el ruido) Madrid, 2015.

Este 2015, como parte de las celebraciones por los cinco años de Fronterad, Armada me invitó a formar parte de un libro llamado Antolojía (la j como homenaje a Juan Ramón Jiménez) que llegó a mis manos en enero. Es una edición bellísima que los invito a adquirir y a leer aquí. Se trata de una selección de las historias que aparecieron online. Son 400 páginas de deliciosa lectura. Entre ellas está incluído un «Breve diccionario de la crónica hispanoamericana» de Lino González Veiguela─que ya he compartido con mis alumnos de periodismo─ así sea para que sepan las precariedades con las que se enfrentan quienes aman el periodismo literario: esos Quijotes dispuestos a sacrificar cientos de horas por una pasión, por orgullo y por ─si hay suerte─ un puñado de dólares. Antolojía contiene además diversos artículos sobre arte, ciencia, literatura y política ─desde las secciones «Arpa», «Periodismo elegante», «Mientras tanto» y «Acordeón»─ que tienen la virtud de mantenerse relevantes a pesar del tiempo transcurrido. Es que lo que publica FronteraD pertenece a una categoría que a mí me gustaría denominar periodismo para siempre: textos que uno lee para aproximarse, de una manera hermosa, a la realidad.

Son cinco años batallando viernes a viernes contra el ruido. Desde esta calle de Nueva York honramos a Alfonso Armada y a su equipo, por enseñarnos que los sueños, con paciencia y trabajo, se pueden convertir en una revista periodística semanal de tanta calidad.

Hostal Antún en Hermano Cerdo

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Escribir el cuento «Hostal Antún» me ha tomado algunos meses. Quisiera creer que el extenso trabajo de edición y reescritura ha contribuido a mejorar la idea original. No lo sé. De lo único de lo que estoy seguro es que es un placer verlo tan bellamente publicado. El cuento aparece hoy aquí en la prestigiosa revista literaria digital mexicana Hermano Cerdo. Espero que les guste.

Un hombre flaco

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José Muñoz me trajo el libro de España. Se demoró casi 20 minutos en entregármelo. Parecía sentir la obligación de darme primero una relación de lo que le había gustado del texto. Así que allí estuve todo ese tiempo en su despacho, escuchándolo, mientras él me hablaba desde su silla y balanceaba el libro con una mano: Un hombre flaco. Retrato de Julio Ramón Ribeyro de Daniel Titinger. El libro es un perfil periodístico de Julio Ramón Ribeyro, en base a las conversaciones con su esposa, sus amigos y familiares.

Mientras escuchaba a José, resistía la tentación de arrebatarle el libro y largarme a leerlo.

«Se lee en una noche» me dijo José, quien desde que descubrió a Ribeyro hace algunos años no ha dejado de amarlo. Cuando yo ya sostenía el botín y me quería ir a buscar un sitio solitario para empezar la lectura, él me retuvo para seguir hablando de los cuentos que más le gustaban. Me dijo el título de dos de ellos: «Los jacarandás» y «El ropero, los viejos y la muerte». Fue a un armario, abrió unos cajones, sacó unas fotocopias subrayadas y me leyó:

porque sabía que pronto iba a morirse y que ya no necesitaba del espejo para reunirse con sus abuelos, no en otra vida, porque él era un descreído, sino en ese mundo que ya lo subyugaba, como antes los libros y las flores: el de la nada.

José terminó el cuento, suspiró y me dejó ir.

Empecé a leer el libro en el sofá de mi despacho en la universidad. Retomé la lectura en el tren rumbo a casa. Lo seguí leyendo a la mañana siguiente en el subterráneo que me lleva a Manhattan y en el que me regresa al Bronx. Casi lo terminé en un sillón debajo de una lámpara en mi sala. Por fin, tumbado en la cama, llegué a la página 166, al Y no dijo nada más con que Titinger termina.

El libro es un testimonio del cariño de los lectores peruanos al trabajo del escritor y a la figura de Ribeyro. El texto, ese coro de voces que ha compilado Titinger, contribuye a ver al escritor como un todo, con las distintas facetas de su vida agrupadas en la página. Es una fotografía tridimensional de su personalidad.

Desde que leí «Solo para fumadores» en un fin de semana en Pulpos, allá por el año 1992, había quedado conmovido por el mito del escritor que se moría de hambre en París. Es una imagen de Ribeyro que se reforzó con la lectura de sus diarios. Como si se me curara al leerlo una herida muy vieja, sentí alivio al enterarme, gracias a Un hombre flaco, que buena parte de su vida en París Ribeyro la pasó en el departamento de lujo que compró su esposa, que los viernes se deshacía de sus obligaciones de embajador para almorzar y brindar con sus amigos, que se enamoró de una muchacha en Lima y que se la trajo para conocer con ella Nueva York─de donde regresó muy mal─, que murió sin dejar el cigarrillo, pintando y metiéndose al mar al anochecer, celebrando la vida, después de haber sido testigo del principio de la canonización de su obra y haber recibido los aplausos y el cariño de quienes lo leían con entusiasmo.

Un hombre flaco es un libro, primero que nada, para quienes leen a Ribeyro con entusiasmo. Es una obra de amor, escrita para satisfacción de sus lectores.

Y Contarlo todo

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La publicación de La ciudad y los perros en Barcelona, en 1963, supuso el inicio de un período esencial para la literatura latinoamericana. Era la primera vez que una novela peruana se escribía con técnicas que se venían anunciando en textos de algunos precursores, y en Borges.

El auge de la doctrina marxista, la fértil discusión ideológica en París, revoluciones, dictaduras y gritos independentistas, fueron la materia prima con la que los escritores latinoamericanos, calcando a los intelectuales franceses, se convirtieron en protagonistas de la lucha política activa. Varga Llosa tuvo alumnos aplicados: Javier Cercas y Antonio Muñoz Molina, por citar sólo dos ejemplos, jamás han evitado mencionar la importancia que tuvo en su carrera la lectura de La ciudad y los perros. Vargas Llosa ha estado vinculado, ya sea por su palabra o por sus letras, a los eventos intelectuales y políticos de los últimos 50 años.

Sin embargo, desde hace algún tiempo, las casas editoriales han estado buscando a su reemplazo.

En apenas dos años, el nombre del Nóbel ha sido utilizado como carnada para atraer a los lectores hacia las novelas de dos escritores.  Entre los peruanos, la influencia es más terrible y por eso el juego de las semejanzas para profetizar a una figura central de nuestras letras se da con mayor frecuencia y fracasa con mayor ruido.

Diego Trelles Paz y su novela Bioy, cargaron en el 2012 el peso de aquella comparación: «Si Vargas Llosa tuviera treinta años y sus orígenes fueran otros pero la potencia narrativa la misma, podría haber firmado este libro. La ciudad y los perros 2.0» decía el escritor Gabi Martínez en la contraportada, marcando desde el inicio el viaje del lector por sus páginas. Trelles, recién terminados sus estudios de doctorado en los Estados Unidos, apareció en los medios peruanos con esa promesa de satisfacer al destino. Algunas críticas fueron demoledoras. «Incapacidad para crear personajes…la historia se va deshaciendo sin solución…hegemónica banalidad» son algunas de las puyas lanzadas por el crítico Yrigoyen desde la revista literaria buensalvaje. Lo que parecía molestarle a muchos no era tanto la calidad de Trelles para contar su historia sino un aspecto que Yrigoyen también mencionaba en su reseña:»precedida por una hábil campaña publicitaria». La habilidad, consistía en la facilidad con la que Planeta sugería una similitud entre Bioy y La ciudad y los perros. A Trelles Paz se le juzgaba por la mentira marquetera de querer comparar a un escritor novel con un Vargas Llosa ya consagrado. La novela sufre desde el principio en los rangos académicos –que tienen que lidiar con una comparación planteada para hablar de Bioy. La estrategia es útil para posicionar a un autor en el mercado. Luego, éste tiene que defender su calidad midiéndose con la vara del Nóbel.

Así llegamos a fines de 2013 y, utilizando una agresiva campaña de medios, Mondadori junta a Vargas Llosa y al escritor Jeremías Gamboa en los salones repletos de la Feria del Libro de Guadalajara para proclamar la llegada del sucesor. La estrategia es una copia–más ambiciosa y con mayor presupuesto–de la de Planeta con Bioy. Ahora el lector, interesado en leer a Gamboa, se ve enredado desde antes de entrar a las páginas de la novela, por una sola pregunta: ¿Se parece o no se parece?¿Es Gamboa el nuevo Vargas Llosa? La respuesta es no.

El crítico, a quien también se le ha preguntado lo mismo, tiene que responder y acusar el mismo descubrimiento de Yrigoyen: «precedida de una hábil campaña publicitaria». Luego sucede lo que tiene que suceder. Empiezan las reseñas negativas, las que se lanzan en contra del libro, acusando una estafa promovida por la editorial: «507 páginas que defraudan las promesas del departamento de ventas» dice Guillermo Espinosa Estrada en su comentario en El Universal.

¿Tenía que suceder? Las comparaciones con Vargas Llosa son innecesarias. Muchos escritores peruanos necesitamos medirnos con el héroe que nos entregó La ciudad y los perros. Sin embargo, el intelectual que floreció en aquel mundo donde París era una luz y Odría era la personificación de una sociedad abyecta, no puede germinar del mismo modo en una ciudad que mira hacia Nueva York, desde barrios que, por más periféricos que sean–todas las combis de Lima terminan en Santa Anita–están conectados al universo vía Claro, Cable Mágico y Movistar.

Gabriel Lisboa, el protagonista de Contarlo todo,  merced a ese departamento de ventas de Mondadori,  tal vez permanezca algunos años más en la memoria de unos cuantos miles de lectores engañados por la comparación. Sin embargo, a quienes nos gusta sentirnos orgullosos de nuestros héroes literarios, lamentaremos que se pretenda coronar a un escritor sólo con las armas del mercado. Es cierto que el escritor tiene que comer. Es verdad que resulta penoso que algunos de nosotros tengamos que estacionar automóviles, atender mesas o congelarnos sin calefacción para seguir escribiendo. Sería ideal que las fuerzas del mercado pudieran hacer realidad (todos los meses) el sueño del novel escritor con talento que puede sólo escribir bien y vivir con holgura entre Lima y Londres, mientras espera que se le conceda el Premio Nóbel. La realidad es que así no es.

No habrá otro Vargas Llosa. Los escritores que vengan, los que pretendan convencernos de su calidad, como Gamboa o como Trelles Paz, pueden asumir su figura como reto. Pueden apoyar sus ambiciones políticas en la carrera de Vargas Llosa, si bien necesitan empezar el camino midiéndose con otros nombres, invocando otros universos, alejados de ese padre creador del Jaguar, El poeta y El esclavo.

La literatura es juego

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«Es preciso que todos lo comprendan de una vez: mientras más duros y terribles sean los escritos de un autor contra su país, más intensa será la pasión que lo una a él. Porque en el dominio de la literatura, la violencia es una prueba de amor.»

Mario Vargas Llosa, La literatura es fuego

Es un poco complicado comunicarme con un tipo que cree que Charles Bukowski hizo literatura. Páginas para masturbarse, tal vez. Robert Crumb ¡Él sí! creó situaciones y personajes más perturbadores que  los del viejo Chinaski: Mr. Natural. Eso es literatura. En todo caso la que a mí me gusta. Al fin y al cabo, todo se podría resumir en gustos ¿Por qué negarle la etiqueta literaria a un libro de Harry Potter o a una novela de Tolkien? Pueden convivir en el mundo de la literatura los Onettis y las Allendes, los Bolaños y los Coelhos. Ese escritor que te pone a llorar en el momento en que una puerta se abre y aparece una anciana, después de cien páginas en lo que único que ha pasado son descripciones lindas –estoy hablando de Sebald– tal vez te sorprendería diciéndote que relee cada vez que puede alguna de las historietas de Hergé y que se pone a llorar de risa con las peores comedias en blanco y negro mexicanas.

La literatura alcanzará el final de los tiempos.  «La literatura es un juego en el que un autor se juega todo» dice Javier Cercas. También dice: «Leí a los 15 años a Borges y no me fascinó: me volvió loco». Yo leí a Borges por primera vez en francés, un libro que conseguí en la biblioteca de la Alianza Francesa de Miraflores: Le livre de sable, me acuerdo.  Nadie en mi familia fue capaz de prestarme a Borges en castellano. No existía en la biblioteca del colegio ¿Pueden creerlo? En ese libro de cuentos en francés, Borges pasó ante mí indiferente. Aquél detalle, justificará en el futuro, ante los críticos, estoy convencido, que mis novelas sean menos interesantes que las de Cercas.

La liiteratura es como un círculo de hermanos. A veces una cofradía de vanidades, un frasco lleno de egos. Los escritores, a través de las letras, le comunicamos nuestros sueños a los desconocidos.

Nuestra vida está construída sobre las ficciones que leemos. Sin los grandes personajes de ficción no hubieran existido los discursos que revolucionaron al mundo. Claro que en el fondo, todos los escritores queremos una estatua. Nos duele reconocerlo pero a eso aspiramos, a la pose perfecta en que una fotografía nos eternizará en la contraportada de nuestro libro más leído. Es el caso de Kafka en Praga, de Marai en Budapest, del Goethe sentado en una calle de Vienna, de ese Vallejo, con los zapatos cruzados y sosteniendo el sombrero, en Santiago de Chuco ¿Dónde estará mi monumento? Se tiene que preguntar el hombre o mujer que cree que ha trascendido, el hombre de letras que cree que ha dejado obra.

Hombres y mujeres pretenciosos: la literatura es un juego, combinación que sólo un espíritu noble puede tomar como ejercicio válido. Todo es mentira: juguemos. Hay mejores cosas que hacer que escribir. Hay oceános por cruzar y montañas que faltan escalar.

El mundo de las letras: una bóveda. Oscura y helada, una página que,  para quienes viven mucho y leen poco, no significa nada.

El hueco en el muro

Hay un hueco en el muro, carajo dejen de ver ese video, ya lo vi como quinientas veces ,estoy harto de ver videos sobre Japón, ahora que si te pones a pensar qué cosa es eso de ver primero fotos de Valparaíso y luego escuchar videos japoneses.

 

La clase: siento haber estado como ido, el café parece que ya no me hace nada, en eso estaba pensando esta mañana. La verdad que no planifiqué levantarme a las siete y media pero una vez que lo hice me pareció lógico bañarme y venirme a Lehman. No caminé porque tenía flojera y quería usar la Metrocard que compré en la madrugada: sí funciona.

 

Muchos buses amarillos en el camino, ¡qué temprano se levantan los niños para ir al colegio! Recuerdo cuando yo iba al colegio y eran las 8:05 y ni siquiera habíamos bajado a tomar desayuno. Pero tiene su gracia viajar en el bus, no caminar sino vivir como viven los demás, ir en el mismo bus que los demás, observar como se comporta la gente.

 

Además hay un hueco en la pared, pero no me interesa tanto tocar ese tema ahora, más bien ver lo que dice Carling. Siempre quiso decir eso: no falto a una clase desde antes que ustedes hubieran nacido. 25 años. Me imagino que su frase abarca a casi todos en la clase, excepto a mí, tal vez al gordo que se para quedando dormido. Lo veo, a diferencia de otras clases esta vez no ronca. El triángulo en la pizarra es el principio: Yates, Joyce, Woolf. Me alegro de haber comenzado a leer el Ulises, debería leer otra vez el ensayo de Loayza sobre Ulises antes de ir a verlo.

 

¿Cómo estará Camilo? Es una joda que no tenga teléfono. Carling dice que viene de un funeral. Me acerco al final de la clase a preguntarle pero es imposible siempre hay gente que se demora más de la cuenta hablando con él y no me da ganas de esperar. Como ese pato que estaba en la mañana esperando a la entrada del Computer Center, parecía que quería que le abran la puerta, usar el Internet. La gente estaba semi dormida y el pato tal vez estaba viviendo una pesadilla, quién sabe.

 

Tengo que leer el hoyo en la pared pero me imagino que será algo parecido a esto. Al menos ya escribí el poema que quería basado en el poema que leímos en clase de Yeats. No hay mejor poeta en el siglo XX. Así de categórico. Así que tengo que leer Yeats, es increíble que tenga su libro en mi casa y apenas si he hojeado un poco, igual que el Ulises, me puse la tarea de leer aunque sea unas líneas todos los días y mira donde me he quedado.

 

Ahora mismo debería estar escribiendo el ensayo que tengo pendiente sobre Walden, pero me imagino que es lo que Camilo dice: soy un diletante. No tengo que pensar en esa chica, sus besos son como apagados. Pero no voy a decir su nombre, aún tengo cierto deseo de privacidad, lo que supongo que está bien. Algo anda mal en mi cabeza ciertamente, algo falla. Así me he sentido las útlimas dos semanas, tal vez tres. ¿La mejor película? He visto muchas, pero la mejor: Hamlet , la de Laurence Olivier. En blanco y negro. Al menos creo que me está mejorando el sentido del humor. Qué lindos ojos los de ella. Qué lindos, dime si no es una muñeca. ¿Y la chica de la clase? Qué mirada, tenía como dos puntitos de luz en cada ojo. Hamlet, otra vez. Tengo que hablar de Hamlet. Brillante. El fantasma, la luz, la actuación de Olivier, la puesta en escena. Me quedo con el personaje de Richard III, sólo con él, pero como película Hamlet me parece mejor acabada. Ahora no tengo nada que decir. A veces me pasa, tenía tantas cosas de las cuales hablar y todo por culpa del hueco en la pared. Me imagino que acá tengo que detenerme.

Postdata: El reservorio de agua está vació desde hace casi un año. No es justo. Otras cosas que no son justas: todas las cosas que tengo pendientes por hacer. Dos cafés y todavía tengo sueño. Otra vez, nada. Hueco en la pared. Leer más Yeats, ensayo de Carlin, Walden, Poe, Pound. Vacío en el estómago. ¿Vendrá ella? ¿Qué hago? Hueco en la pared, más bien hueco en mi cabeza. Hueco en el estómago. Muchas lecciones que prefiero olvidar.

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