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The New York Street

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When the Levees Broke

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Cinco dias después de la inundación de New Orleans, miles de refugiados aún esperaban a los autobuses que los evacuarían. La temperatura bordeaba los 40 Celsius. Bandas de grupos armados cerraban las autopistas. La turba saqueaba los supermercados y la policía apuntaba a los civiles que se deshidrataban en las afueras del Centro Cívico. Los rumores: los blancos habían dinamitado los diques para que se inundara el barrio de los negros, los presos negros habían huído y se paseaban armados por las calles de Nueva Orleans.

El documental de Spike Lee, When the Levees Broke, es el recordatorio de una vergüenza nacional. Soledad O’Brien, reportera de CNN, cuatro días después de la inundación reta en cámaras a Michael Brown, director de la Administración Federal de Emergencias (FEMA), por saber menos acerca de lo que sucedía en el centro de la ciudad que su asistente de edición, un practicante de 23 años. Un hombre relata la muerte de su madre anciana y cómo el cuerpo se descompuso en un pasillo del Centro Cívico sin que nadie supiera qué hacer con ella. Otros cuerpos se descomponían en los bordes de las autopistas, al lado de quienes esperaban los autobuses.

Entre los videos de los cadáveres flotando entre las calles, emergen las tensiones políticas entre el alcalde y Kathleen Blanco, la gobernadora de Louisiana (él había apoyado a su rival en las elecciones del Estado). El alcalde, Ray Nagin, llama por teléfono a una radio e insulta al gobierno que no puede enviar agua, comida ni autobuses en casi una semana. Alguien lo acusa de que antes de declarar la evacuación de la ciudad su primera llamada de consulta fue a la Oficina de Negocios de la ciudad.

katrinaCondoleeza Rice, nacida en Alabama, la mañana siguiente al desastre, compraba zapatos en una tienda Salvatore Ferragano. George W. Bush, la segunda noche después de la inundación, daba un discurso acerca de la situación en Iraq. Dick Cheney jugaba al golf, la mañana en que las víctimas de Katrina intentaban sobrevivir en una ciudad con un calor endiablado, sin electricidad, sin agua y con el sistema de desagüe colapsado. Alguien recuerda que la misma noche en que el huracán Betsy golpeó la ciudad en 1965, el presidente Lyndon Johnson se paseaba por las calles oscuras e inundadas con una linterna apuntándole la cara diciendo: Soy su presidente, aquí estoy para ayudarlos.

When the Levees Broke (2006) es la prueba mayor de la ineficacia de un gobierno que siempre estuvo centrado en prioridades distintas a las del pueblo al que tenía que servir. Hilados con paciencia, allí están las imágenes y los testimonios que brindan fuerza a las acusaciones en contra de la administración de George W. Bush. Hay que recordarlas cada vez que se nos ocurra pensar que aquella administración, su familia o sus aliados, merece volver al poder.

bush en el avion

Me siento Sancho

sancho panza
Sancho Panza en la ínsula Barataria

La vida es un refranero, es una comida con sal y con vino. Hay que despertarse a merendar, a merendar y a descansar. Hay que soñar despierto y soñar bien. Necesito ser discreto y valiente pero no tonto. Querer las cosas pero más que nada querer ser libre. Acordarme de los demás, de ser humilde, de no usar trajes en que no luzca bien, de no andar con poses de doctor sin serlo. Que me baste un buen colchón o un buen montón de paja. Aprender las lecciones de los viajes y usar–seguido–el sentido común.

Plan de vida: que no nos cieguen nuestras metas. Que no se nos pasen los detalles hermosos. No poner mucho tiempo en ser sabio sino en ser feliz. No caminar tan erguido ni demasiado sordo. Dejar de jurar que no me pasará lo que te pasó a ti.

Un refrán para cada sabio, un minuto para cada cosa que quiero. Guardar sitio para amar lo que no sé que voy a desear. Espacio-tiempo para la risa, para el llanto, para arrodillarme a pedir perdón.

Leyendo a Sancho Panza, pareciera que la vida no guarda secretos.

But there is no water

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(Don’t rain on my beach!)

–It doesn’t rain in Peru?

Of course there are places in Peru where it rains. There are beautiful rainy days in the mountains. And of course, we have the jungle.

However, that’s not the place where I grew up, Lima la Horrible, the gray one, la villa de polvo, the piece of land where I learned how was the life on Earth, the city where I never saw an umbrella but in cartoons and movies.

–Mom, the Peruvian coast is one of the most arid places on the world. They only get 2 inches of water per year, and most of that water is not rain but fog,  said Frances (she read it in 1491, that amazing book that old Sal, in Southampton, recommended me a few months ago)

The temperature of the Humboldt Current in the Pacific Ocean blocks the rain from the West. The rain from the East is blocked  by the peaks of the Andes. However, there is life (extraordinary life) in between the valleys created by the many rivers that come down from the melted ice and the lagoons on top of the Andes, all the way to the Pacific Ocean.

And there is no rain: Little lizards go under the rocks and the bunch of friends walk in line to the ocean, to the Pozo de los Compadres, where we are going to get fish, or get sea food, stuck to the rocks where the ocean splash into the coast, sea urchins stuck to the rocks on the bottom of the Pozo, and red crabs, hidden in between the huge black stones.

Sometimes it rains. And there, in the middle of the night in this town of the Peruvian coast called Silaca, everyone runs outside, and we help to put huge plastic bags on top of the roof remade every year with logs and totora straw. And we know now that we have El Niño, that current of hot water that once in a while, around Christmas, comes all the way South, bringing rain, a lot of rain, nightmares and destruction to these people not used to the abundance of water.

And that’s why I was surprised at 19, in Ubatuba, next to Sao Paulo in Brazil, when I saw sand, ocean and trees together, for the first time. And with the same awe, I bought a first umbrella in London, and I forgot it the same day, next to a public phone, when I called Lima from the Underground, and told my family, kind of amazed: It’s raining!

But sound of water over a rock

Where the hermit-thrush sings in the pine trees

Drip drop drip drop drop drop drop

But there is no water

(Eliot)

And here I am, waiting for the sun. Watching the leaves that hide the streets, the animals, the people who roam around this area in Long Island. From the airplanes you’d only see the jungle, the amazing arms of the trees, these people of the forest, surviving another storm, another summer full of rain.

There is rain and no beach (F**uck!)

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Bolaño, Entre paréntesis y Jaime Bayly

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En sus artículos periodísticos, Bolaño no le escatima elogios a la prosa de Jaime Bayly.

Una de las cosas sorprendentes del libro que colecciona artículos y columnas publicadas por Roberto Bolaño en los últimos años de su vida (1998-2003): Entre paréntesis, Anagrama (2004)*, es el amor que le profesa a la prosa de Jaime Bayly. Tomando como referencia el lanzamiento de Yo amo a mi mami y considerando los libros publicados anteriormente, Bolaño no duda en calificar la prosa de Bayly como «luminosa«, poniendo al escritor peruano dentro de un grupo de 10 escritores latinoamericanos cuya narrativa podría considerarse «viva».

«Heredero de Vargas Llosa», «el oído más maravilloso en la ficción en español», «extraordinaria fuerza en la escritura de diálogos» son algunos de los elogios que sobresalen del artículo de Bolaño y que, para mí, que he leido con muy poco cariño algunas de sus últimas novelas, me fuerzan a intentar su relectura. Sólo guardo buenos recuerdos de No se lo digas a nadie, pero sobre todo de Los últimos días de la prensa. Intenté querer La noche es virgen, en una edición pirata, pero además de la pésima calidad de la impresión, me molestó, creo recordar, el poco trabajo de edición, la decisión de contar y contar sin podar nada. Lo mismo puedo decir de El cojo y el loco.Tendré que volver al texto para ver si la culpa ha sido de un mal lector o, creo sospechar, Bolaño exagera.

Como muchos otros limeños creciendo a principios de la década de los 90, pasé grandes momentos de entretenimiento con las desfachatadas entrevistas de Bayly. Recuerdo ahora, en particular, una  entrevista al humorista Carlos Alcántara, que debe estar en el decálogo de las conversaciones más entretenidas de la historia de la televisión peruana.En este segmento televisivo, la risa deviene tanto de las respuestas del humorista como de las certeras preguntas y repreguntas de su entrevistador.

Otro momento solemne en mi vida con Bayly, fue la entrevista al símbolo sexual mexicano Bibi Gaitán. Bibi, que era una doña nadie para la mayoría de peruanos, gracias a la destreza con que Bayly nos enrostró en la cara la sensualidad de la cantante (mala cantante, hay que decirlo), con preguntas subidas de tono, con dobles sentidos fascinantes para nuestra adolescencia acostumbrada a la pacatería televisiva, se convertió en un fenómeno masivo y nos llevó hasta la locura:quienes vimos el video de Bibi, regresamos alguna madrugada limeña de la borrachera en los kioskos improvisados de Chorrillos a principios de los 90, hasta las gradas del hotel Crillón, para gritarle declaraciones de amor a las ventanas donde suponíamos que ella dormía. No nos hubiéramos atrevido a tanto sin la osadía televisiva de Bayly.

Así que le guardo cariño. Así que me gusta cuando Bolaño lo piropea de escritor a escritor y hasta demuestra su simpatía y curiosidad con aquella frase de un personaje de Yo amo a mi mami, que se va a desfogar el estómago al baño con la frase: «Me voy a alimentar a los chilenos» (típico ejemplo del ingenio con que se manifiesta esa tara nacional que es el chauvinismo y el antichilenismo).

Bolaño también demuestra perplejidad e ignorancia ante el repetido uso de la palabra «pata», que equipara con el «cuate» mexicano, sin estar completamente seguro («¿De dónde viene la palabra pata«? se pregunta, cuando no existía aún la indispensable página oficial de peruanismos de Martha Hildebrandt en Internet.)

Otros autores peruanos a quienes Bolaño les dedica páginas de análisis y les sirve elogios como lector, son Vargas Llosa, Alfredo Bryce (a quien llama «un devorador de páginas blancas», equiparando esta cualidad con la de Bayly) y César Vallejo, personaje principal de su novela Monsieur Pain.

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*Para esta nota, me he servido de una edición, accesible en bibliotecas de los Estados Unidos, de Entre paréntesis, en inglés: Between Parentheses,  New Directions, 2011. Las citas, en esta nota, son mis traducciones del texto en inglés.

Beto y Enrique son gays

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Carátula de la revista The New Yorker. Beto y Enrique miran juntos el momento en que la Corte Suprema de los Estados Unidos declara la inconstitucionalidad del Acta de Defensa del Matrimonio (DOMA).

La carátula de la próxima semana (8 y 15 de julio) de The New Yorker es una maravilla. Y como todo lo que es bueno genera conversación, ya se escuchan las diferentes opiniones acerca de si era apropiado poner en la carátula a Beto y Enrique (Bert & Ernie) los dos amigos de Plaza Sésamo, en una edición que conmemora la reciente decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos que declara la inconstitucionalidad del Acta de Defensa del Matrimonio (DOMA), una ley que permitía que las parejas del mismo sexo, a pesar de estar legalmente casadas, no tuvieran derecho a ningún beneficio del gobierno.

El columnista June Thomas en la revista Slate, después de aclarar que los creadores de las marionetas nunca pretendieron darle una orientación sexual a estos personajes, celebra que se trate de una carátula ingeniosa y tierna pero critica que sea inapropiada. Reclama:

«Público norteamericano heterosexual: hay una importante diferencia entre amigos del mismo sexo y amantes gays. ¿Hay en Estados Unidos hogares en los cuales dos amantes pasan disfrazados como dos buenos amigos? Sí, ciertamente. Y seguro que conforme los prejuicios contra las parejas de homosexuales y de lesbianas se desvanezcan, muchas de estas parejas van a comenzar a salir a la luz. Pero aquello no significa que toda pareja de amigos que viven juntos está haciendo el amor noche a noche, con locura. Es claro que Beto y Enrique se quieren el uno al otro ¿Pero acaso Enrique se la chupa a Beto? Me parece que no…»

La carátula me parece una magnífica manifestación del sentimiento de una comunidad homosexual que asiste con regocijo a una decisión histórica de la Corte, que los revindica como seres humanos con los mismos derechos que sus compatriotas heterosexuales. Sin embargo, me parece más relevante el artículo publicado en esa misma revista por Jeffrey Toobin–experto en la trayectoria histórica de la Corte. Toobin deja claro que esta decisión a favor de los homosexuales no hubiera sido posible, jamás, sin la victoria de Barack Obama en 2008 y sin una victoria de los senadores demócratas en 1987, cuando bloquearon la nominación de un juez ultraconservador, Robert Bork, y obligaron a Ronald Reagan a nominar a un juez moderado: Anthony Kennedy.

Es el juez Kennedy quien escribió la opinión de la mayoría –de 5 contra 4– que declaró DOMA inconstitucional. Esta dice: «el Acta de Defensa del Matrimonio (DOMA) instruye a las autoridades del gobierno, y en efecto a todas los individuos que tienen que interactuar con parejas del mismo sexo, incluyendo a sus propios hijos, que su matrimonio vale menos que el matrimonio de otros. El princial objetivo de DOMA y el efecto necesario de esta ley es rebajar a aquellas personas que están legalmente casadas, en un matrimonio del mismo sexo».

Toobin destaca lo importante que ha sido para la causa de los homosexuales que Anthony Kennedy haya sido un conservador moderado y que los jueces nominados por Barack Obama (Kagan y Sotomayor) sean de tendencia liberal.

También predice que, así como ya resulta inevitable que California legalice los matrimonios homosexuales, esta decisión siembra la semilla para una inevitable votación, en un futuro próximo, que permitiría que la Corte Suprema declarara la inconstitucionalidad, en todos los estados, de cualquier trato discriminatorio hacia las parejas homosexuales que desearan casarse.

La Corte y los derechos homosexuales

Gay rights New York
Portada del New York Times, al día siguiente que el gobernador Cuomo firmara el decreto aprobando el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Admiro a Maureen Dowd. En sus últimas columnas en el New York Times, acerca de las discusiones en la Corte Suprema sobre la legalidad del matrimonio homosexual, no ha dudado en llamar cobardes a los jueces, por aferrarse a descabellados argumentos y metáforas inapropiadas para evitar pronunciarse y negarle los derechos del matrimonio a los homosexuales.

Uno de los jueces ha pedido más tiempo para juzgar si la aceptación del matrimonio gay es perjudicial para la sociedad norteamericana. «¿Para qué?» pregunta Dowd. Hace algunas décadas la Corte Suprema usaba el mismo argumento para no pronunciarse sobre si era beneficioso para la sociedad permitir matrimonios interraciales. La salud electoral del actual presidente de los Estados Unidos demuestra cuan equivocados estuvieron entonces y cuan equivocados están ahora.

No resultaría descabellado que –contrariando a las percepciones que se tienen del conservadurismo de los votantes de EEUU– pronto tengamos en la Casa Blanca a una pareja homosexual. Más del 60% de los votantes apoyan la legalidad del matrimonio entre parejas del mismo sexo, y este porcentaje sólo seguirá creciendo, conforme los más jóvenes alcancen la edad de votar y los más viejos ya no puedan hacerlo.

A nivel político, una buena prueba de la velocidad de estos cambios, la ha dado el senador republicano de Ohio, Rob Portman, elegido por su estado con el apoyo de una mayoría evangélica y conservadora. A principios de abril, Portman declaró que había cambiado su opinión luego de que su hijo adolescente le confesara que era gay. Hasta entonces criticaba con fervor cualquier concesión para los gays, hoy apoya el matrimonio homosexual. Si bien su decisión ha enfurecido a una corriente religiosa de Ohio en contra de Portman, muchos de sus seguidores no sólo lo aprueban, sino que no están dispuestos a descalificar su carrera como político en base a esta decisión. Times are changing.

Esta semana ha habido una serie de conversiones entre políticos de ambos partidos, que apurarán lo inevitable: la aceptación a nivel federal –diga lo que diga esta Corte Suprema– tarde o temprano, del matrimonio gay con todos los derechos garantizados por el Estado para los contrayentes.

Dice Dowd: es tan evidente hacia donde van los Estados Unidos, que para la generación que nazca hoy, cuando obtenga la mayoría de edad, el hecho de que la nación haya debatido con tanto ardor sobre los derechos de los homosexuales, le parecerá un tremendo disparate.

Profundidades de Arguedas

Bellísima portada de la edición conmemorativa.
Bellísima portada de la edición conmemorativa.

Me he metido a Los ríos profundos desde Nueva York, en la bella edición de aniversario de Estruendomudo. Había estado buscando una edición mejor que la que tenía en mi biblioteca, sin embargo las ofertadas en Amazon eran carísimas.

Mi primera sensación es de culpa: he debido leerlo antes.

Leí El Sexto, en el colegio; y El Zorro de arriba, el zorro de abajo en la universidad. De la novela sobre la cárcel limeña sólo recuerdo cierto asco causado por la preocupación descriptiva de las bajezas y humillaciones de los presos. Si bien a los televidentes peruanos,  el motín con «Mosca Loca» quemando vivo a otro prisionero, ya nos había preparado para el zoológico dantesco que retrataba Arguedas en El Sexto.

Los zorros me impactó más. Me estremecieron las cartas redactadas antes del suicidio y me agradó la prosa limpia; y las ideas bien elaboradas dentro de la ficción, sobre la violencia del proceso migratorio, y la vida precaria y mafiosa de Chimbote.

Que Arguedas se matara fue un error que los peruanos pagamos caro: él era el elegido. Tanto para escribir sobre los traumas  del traslado del mundo de los Andes a la Costa; como de la llegada del occidente a los Andes. Muy difícil alcanzar su intensidad. Claro que los demonios que lo mataron pueden haber sido los mismos que lo obligaron a escribir con esa fuerza.

No esperaba encontrarme con tanto de Joyce en un libro limpio, poético, fácil de leer, repleto de intensas descripciones; que tal vez mi primera lectura apenas si ha «olido». Porque éste es uno de los libros que reclaman–igual que El retrato del artista adolescente–una segunda lectura.

Un crítico de Joyce decía que al leer El retrato pensó que  alguien le había contado a Joyce los pormenores de su propia adolescencia. Mi experiencia en el colegio,  si bien es geográficamente más cercana a la de Ernesto,  es mucho más parecida a la de Stephen Dedalus. A mí–animal de ciudad, limeño– me es difícil identificarme con un joven en cuya mente cohabitan, con tal intensidad, el catolicismo y el animismo andino.

En el momento en que Ernesto se da cuenta del abismo que lo separa del Markask’a ( a quien él había considerado durante gran parte de la novela como un amigo muy cercano); supe que sólo Ántero podría haber sido Stephen Dedalus. Ántero (Markask’a) se pudo haber convertido en el joven escritor que vivía en la torre de Martello o marchaba dubitativo sobre la arena de la bahía de Dublin.

Ernesto no. Al enterrar en el patio de la escuela su zumbayllu, tras notar que la mente de su amigo Markask’a también había sido penetrada por la cochinada del mundo; que él también veía las relaciones con las mujeres con la misma perturbadora «suciedad» que el limeño Gerardo; Ernesto escoge otro camino: el que lo regresa hacia el mundo andino (tal vez de vuelta al padre);  y lo separa para siempre de la «occidentalizada» ciudad de Abancay.

Arguedas usa a Joyce, y se aleja de Joyce. «He leído y  entendido a Shakespeare–dice el escritor en sus cartas póstumas–; y hasta al Ulises de Joyce.» Lo ha entendido y lo ha convertido en otro personaje, para que se mezcle con los demás estudiantes en ese colegio católico de los Andes; mientras nos pinta con intensos colores sus ríos, sus chicheras rebeldes, sus pongos, sus huayruros borrachos, sus arpistas trovadores y viajeros.

Gran parte de la magia del libro es la mirada de Ernesto sobre los hechos de Abancay. Su interpretación del universo, su concepción original del mundo.

Tal vez  es la única mirada de un escritor con proyección universal que ha llegado al corazón de ese universo. Aquel mundo que todavía permanece allí en los Andes, paralelo al de nuestras ciudades y nuestros Dedalus.

Todo en esta vida se paga

Si el terrorismo saca los dientes, los peruanos tenemos que pisarlos

En 1985 yo tenía 13 años y  vivía en la ciudad de Lima. Recién me enteraba del significado del término «desigualdad social». Sin embargo, como tantos otros muchachitos de mi edad y mi condición social, no sabía cómo enfrentarme con aquel término. Era un sistema injusto y sin embargo–al menos en teoría–; de mantenerse igual yo no tenía nada que perder.

Uno de mis tíos era un líder socialista. Su partido había alcanzado el poder y –según los términos con que era insultado por compañeros de mi colegio que tenían dinero– asumí que se trataba de un buen giro hacia la izquierda. Su líder arengaba para enfrentarse contra el imperialismo de los Estados Unidos, el abuso y la manipulación de la banca internacional y de sus representantes nacionales: la oligarquía peruana.

Mientras tanto, mientras la historia oficial sucedía en la capital; otro fenómeno–más importante para esta nota–se desarrollaba entre las montañas. Un hombre de clase media, como yo, proponia un modelo de gobierno que no pasaba por las urnas sino por el conflicto armado.  Entre los informes de la televisión y los periódicos, aprendí términos relacionados a este movimiento: sendero luminoso, guerra popular, lucha armada, subversión, sinchis, fosas comunes, terrorismo.

Esos años, a la incompetencia de los gobernantes para darle a la población los beneficios que se le había prometido; había que sumarle la paranoia que creaba un movimiento (con escasa simpatía hacia la clase media peruana) que parecía desarrollarse imparable y acercarse cada vez más al objetivo de tomar el poder con las armas.

Por aquellos años escuché por primera vez la frase «hay que destruir para volver a construir». No la decía Sendero Luminoso, sino una de las mejores bandas subterráneas limeñas: Narcosis. El tema de arrasar con el sistema para edificar otro, por más que Sendero Luminoso se estuviera adjudicando todo el trabajo de campo, ya tenía en el Perú otros adeptos famosos.

Es ridículo pretender que la violencia de Sendero apareció de la nada. Nuestro sistema aún tiene suficientes deficiencias como para que germinen en su vientre varios movimientos de este mismo tipo.  El sistema neoliberal está diseñado para premiar la agilidad en temas económicos y no para conseguir la igualdad social. Por eso se sugieren parches, se producen debates, se establecen diálogos.

Sin embargo, el modelo de justicia social colectivista que Abimael Guzmán tenía en la cabeza, ese «Pensamiento Gonzalo» que los neo senderistas pretenden resucitar, es el modelo que usaron los chinos (los mismos que ahora producen en alianza con Apple –o cualquier otra multinacional que pague por ver– los iPad, los iPhone y algunos de los automóviles más lujosos del Motor Show ). Los del Movadef, y quienes junto a ellos predican el regreso a la ideología retardada de Sendero Luminoso, los que se refieren con veneración de filósofo al Camarada Gonzalo; bien podrían mudarse a la China, para disfrutar de las consecuencias, del bienestar económico conseguido tras más de medio siglo de maoismo.

Es una patraña querer llamar a lo que sucedió entre 1980 y 1992 una «guerra civil». Como si dos ejércitos se hubieran enfrentado y uno de ellos hubiera sido derrotado en los campos de batalla. El estado peruano –mal preparado, tercermundista en muchos sentidos–se enfrentó como pudo a una organización de delincuentes, inspirados por su cabecilla e ideólogo.

Muchos individuos han encontrado en el desarrollo de sus ideologías, la solución a sus ambiciones de dejar una marca en la historia peruana. Alan García quiso hacerlo enfrentándose con el sistema bancario internacional y estatizando la banca. Fracasó. Abimael lo intentó:  miles de peruanos murieron por cruzarse en el camino de sus ambiciones históricas.

La marca en la historia que Abimael quiso dejar, no escamitaba el número de muertos. Era un modelo donde sólo era posible la eliminación de cualquier adversario.

Muchos criminales van 25 años a la cárcel por un número limitado de homicidios. Las campañas de amedrantamiento de Sendero, sus aniquilamientos selectivos (de autoridades locales: alcaldes, gobernadores; que también amaban a su país con la misma o mayor intensidad que la de Abimael Guzman), sus ejecuciones masivas, sus atentados improvisados y los crímines de chantaje a quienes no se prestaban al juego y los enfrentaban; dejaron un saldo de alrededor de 70,00 muertos (casi la mitad de ellas, bien adjudicadas por la Comisión de la Verdad a la improvisación y desorganización del antiterrorismo). La cadena perpetua para los responsables de estas muertes es una pena ya de por sí pequeña. Pedir que salgan de la cárcel es el descaro, es la burla.

Incluso antes de que Sendero Luminoso fuera detenido, millones de peruanos habían empezado a trabajar en construir otro sendero de progreso económico que, hasta el día de hoy, ha brindado mejores resultados que los años del terror.

Por respeto a quienes murieron y a quienes hoy siguen trabajando para conseguir objetivos ambiciosos de desarrollo, los cabecillas de Sendero Luminoso tienen que seguir tras las rejas a perpetuidad. Cualquier individuo que pretenda equiparar la violencia de Sendero con la valentía (la ridícula insignia de «izquierda macha»); o que insinúe nominarse como el próximo caudillo de la guerra popular, tiene que ser silenciado.

Si Sendero saca los dientes, el estado peruano tiene que dejarlo sin aire. Debe pisotearlo y reventarlo. Por simple respeto a quienes están apostando su vida por el desarrollo del Perú. Nadie puede pretender llamar con otro nombre al cáncer que fue Sendero Luminoso y ser escuchado. Dejar con vida a Abimael Guzmán y a la cúpula de Sendero sólo fue una muestra de generosidad del estado, cuando la mayor parte de peruanos clamaba por su ejecución.

La asesina coreana

Victor Zapana, hijo de un peruano y una coreana, cuenta la tragedia de su vida

En la última edición de The New Yorker, Víctor Zapana revela la tragedia de su vida: su madre, una niñera coreana, fue condenada a prisión por golpear con saña a una criatura a su cuidado. Los medios de comunicación condenaron a la mujer sin que nadie le probara nada. La víctima se presentó en el juicio: los golpes han convertido a esta criatura en un inútil que no puede hacer nada sin ayuda. Por muchos años, incluso Zapana ha creído que su madre es culpable.

El padre de Zapana es peruano. Es un empleado del subterráneo de Nueva York que ha servido en Irak y tiene traumas de guerra. Conoció a su esposa cuando se metió al ejército, atraído por la posibilidad de conseguir sus documentos. Se mudó a Nueva York con ella.  Zapana, en el artículo, recuerda con cariño los almuerzos familiares, cuando su madre engreía a su padre preparándole papa rellena y lomito saltado.

Tras ser aceptado como estudiante en Yale, Zapana lleva un curso de periodismo. Lo utiliza como herramienta para ocultar la culpa de su familia. Escribe y publica en las revistas universitarias, artículo tras artículo, con la esperanza de que sus reportajes sumerjan su poco común apellido hasta el fondo de la cola en el Google; para que ningún compañero fuera capaz de leer la noticia del crimen de su madre, publicada con escándalo en los tabloides neoyorquinos.

Sus padres querían que estudiara medicina. Poco a poco Zapana se fue alejando de aquel plan original. Terminó la carrera de periodismo. Su madre lloró en prisión cuando él le dijo que no sería doctor. Hoy Zapana trabaja como reportero del Washington Post y ésta–la gran historia de su vida, la que lo hizo cambiar de carrera para ocultarla– es la primera que publica en el New Yorker.

Moraleja: los caminos del periodismo son inescrutables.

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