Mi teléfono es un modelo Samsung de hace 3 años, imitación del formato Blackberry. Tiene Internet –muy lento– y una pésima capacidad para recibir mensajes multmedia.
Esta tarde, mientras cruzaba un jardín, un amigo me mandó un mensaje que era una foto. Demoró unos segundos, apareció, pero aún no podía ver: el reflejo del sol convertía lo que allí estuviera en una mancha negra. Entré a la casa, volví a mirar la pantalla en la sombra. Era un pedazo de concreto, había unas flores encima: una tumba. Leí las letras sobre la lápida: César Vallejo.
Otra persona que no tuviera afinidad con lo que nos une, hubiera encontrado otra gráfica para decirme «Estoy en París». Sin embargo, en nuestra tradición, para él y para mí, la tumba de César Vallejo en Montparnasse, es más que una proclamación de un viaje, es una declaración de nuestros intereses literarios.
Hoy leía en el blog de Ricardo Bada, que al ver los mensajes que le dejaban a Balzac sus lectores, alrededor de su tumba, Víctor Hugo decía «Una tumba como esta es una prueba de la inmortalidad». Es lo mismo que se me ocurría al mirar la pequeña y mal definida foto en la diminuta pantalla de mi teléfono Samsung: desde París, 75 años después de su muerte.
Podrán pasar cosas en el mundo: como leer en inglés y Entre paréntesis, del aprecio –para mí desconocido– de Roberto Bolaño hacia la prosa de Jaime Bayly; encontrar al despertar una historia terrorífica, y muy breve, sobre una ballena que llega a morir en una playa del Golfo; conversar, sin perder la paciencia, con un vecino que sin asco ha eliminado los árboles que me impedían ver su despintada casa, su sucio y desordenado jardín; reorganizar mi oficina, limpiar papeles acumulados en un año, con la radio, y enterarme de la historia del Jeremy de Pearl Jam; saludar a una amiga en Santiago que está perdiendo la cabeza; recordar un cumpleaños en Lima–un día tarde, para variar–, volver a pensar en este amigo, que ha dejado unas flores en Montparnasse y recordar los cuadros de París que menciona Salter en A Sport and a Pastime.
Podrá pasar de todo en un primer día de julio y sin embargo, la foto de la tumba de un poeta llena la tarde de su inmortalidad.
Lluvia que cae contra las escamas del techo, lluvia que corre calle abajo hacia el riachuelo. Agua que se lleva el ayer y promete fruta fresca.
Arranco dos mechones de espárragos de mi jardín. La vanidad de propietario. Heredé unas plantas de espárragos. Se hierven y quedan bien con la ensalada, metidas en el plato, adornadas con quinua.
Abro la última revista The Atlantic: WhenLincoln was an Idiot es una crónica escrita por Mark Bowden que deja bien en claro lo que la mayoría de sus contemporáneos pensaban acerca del buen Abraham: incompetente, impresentable, escaso de neuronas, prepotente, idiota…Se murió asesinado y aún su detractores publicaban notas al día siguiente felicitándose por las mejores credenciales de su sucesor. Lincoln perdía la batalla de la opinión pública todos los días de su presidencia.
¿Cuántos de nosotros peleamos la misma batalla día a día? Unidos contra las convenciones y las reglas, haciendo lo que no parece estar bien. En un cerro, me llamaban «mente colonizada». Mientras cruzaba de noche los cultivos empantanados y respiraba el fresco de la madrugada, me preguntaba hasta qué punto la vida es muchas vidas y la que hemos escogido no es la que mejor nos sirve.
La clave es el respeto. Mientras (¿avanzamos?) con las herramientas que hemos conseguido o que nos han puesto en el camino, millones de individuos escarban otros surcos y apuntan a otros horizontes. La religión, que nos fortalece, se ve ridícula analizada con otros ojos que no sean la fe. La fe nos impide recorrer otros caminos.
«En mi mente colonizada yo no podía entender la conexión entre la tierra y los hombres, entre una hoja de coca y la verdad, entre una piedra del camino y la salud, entre una papa y la eternidad». El respeto: camino a la verdad.
Respeto, muchas veces, es también enfrentarse a la tiranía de quienes creen que todo recurso necesita convertirse en monedas. Pienso en ciertos paisajes contaminados camino a la sierra de La Libertad, pienso en una montaña próspera, los ruidos del amanecer, los animales.
Los festivales de nuestros pueblos muchas veces son sinónimos de desorganización. Fiestas folklóricas o literarias y peregrinaciones culturales casi siempre llevan el riesgo implícito de la falta de programación, las carencias arregladas al último minuto, la mala cama y la mala comida con la ira que éstas conllevan, la última hora siempre improvisada.
Sin embargo, a pesar de uno que otro problema, la peregrinación organizada por el grupo «Capulí, Vallejo y su tierra» a la ciudad de Santiago de Chuco, fue una excepción a la regla. Dividiéndose entre sus obligaciones como catedrático de San Marcos, investigador, escritor y presidente de una organización de santiaguinos que honra a su poeta, Danilo Sánchez pone frente a sus invitados cada año, desde hace 14, un festival cultural que tiene en el centro de las celebraciones al pueblo mismo, quien participa con animada entrega los tres días que dura la fiesta en tierras santiaguinas.
El evento, que se realiza cada mes de mayo, empieza en Lima. Este año, en la Casa de la Literatura Peruana, se reunieron una buena cantidad de estudiosos y admiradores de César Vallejo. El día de la inuguración tuvo un auditorio repleto y una velada que incluía discursos, poesía, música e himnos–de muy buen gusto–a la memoria del poeta. Fue mi primera vez en la vieja estación de Desamparados y me llenaron de orgullo los peruanos que trabajaron para preservarla y mantenerla. También me causó intriga la noticia, difundida meses atrás, de los intentos de algunos burócratas por transformar la casona en oficinas palaciegas. La casa de la literatura peruana es magnífica. Si es que otra vez trataran de tomarla, cuéntenme en la primera fila para defenderla.
Las conferencias del día siguiente no tuvieron tanto público. Sí dejaron claro la variedad de los invitados que llegaron a las celebraciones. Había una pequeña delegación de casi cada uno de los países de nuestro continente americano. Todos ellos tenían una historia de amor con Vallejo que contarnos. Algunos habían pasado del amor a la pasión, y algunos –gajes de estos eventos– con peor gusto y menos preparación que otros.
Lo más interesante no siguió en la breve estadía en Trujillo (a pesar de la pomposa ceremonia organizada por los vallejianos en un edificio imponente y de pésima acústica al lado de la Plaza de Armas); sino en Santiago de Chuco, a donde llegamos el viernes 16 de mayo, después de 6 horas de pintoresco viaje en autobús. El recibimiento, a cargo del comité santiaguino de Capulí, incluyó el fervor de cientos de niños y adultos, cuyo afecto se prolongó en aplausos, vítores y bandas de música, mientras desfilábamos con letreros y pancartas alrededor de las calles del pueblo. Este afecto se prolongó durante los tres días que estuvimos con ellos.
Hubo fiesta. Bailes multicolores de pallo, la danza típica de los Chucos. Declamación, folklore, guitarra, teatro, adoración al sol, globos lanzados al aire, cañonazos al alba, fogatas en las esquinas, serenatas, talleres de lectura, chicha en el camino, ágapes por la noche, tajadas y café entre la multitud de la plaza, risas y sorpresas. El comité organizador se desvivió en sus atenciones.
Santiago de Chuco tiene la forma de una serpiente bicéfala. Sus dos cabezas son visibles desde el cerro Quillahirca, a donde subimos de madrugada para agradecer a la tierra, donarle chicha y celebrar el amanecer. Los Chucos vivieron allí, adorando a sus deidades hasta la llegada de los españoles. El Señorío de los Chucos se convirtió en una pequeña ciudad que fue próspera en el siglo XX, hasta los años de la Reforma Agraria, cuando se dividieron las haciendas y empezó la decadencia y la emigración santiaguina.
Vallejo no fue tan pobre como lo pinta la leyenda. Visitamos la escuela donde recibió las buenas clases del francés que le serviría para conversar en París y enamorar a Georgette. Sus hermanos y sus padres, enterrados en Santiago, fueron burgueses no tan prósperos. Algunos trabajaron de empleados bancarios, holgazanearon en los mismos cerros y vieron los mismos paisajes magníficos que hoy se asoman frente al Mirador, a la salida del pueblo.
A la entrada de Santiago, nos recibió una bellísima estatua dorada del poeta, con fondo de praderas y cielo azul. Cuando nos acercamos, los encargados del monumento pusieron a funcionar una magnífica caída de agua.
La casa del poeta ha sido bien reparada con ayuda de la empresa privada y del INC y en ella un grupo de escolares interpretaron el poema de Trilce donde Vallejo honra a sus hermanos y a su pueblo. En el cementerio, se ha reproducido la tumba de Montparnasse que los familiares no desean que sea trasladada de regreso. Conocí a un descendiente de Vallejo, un joven con las facciones de su tío bisabuelo, quien declama a los peregrinos para que imaginemos cómo era César antes de que la enfermedad mal curada lo abatiera en París.
Hay detalles negativos. Por ejemplo: la mala política del alcalde de Santiago, que en querella con los organizadores de este festival –quienes no lo apoyan en la destrucción de un hospital donado por Cuba luego del terremoto del 70– le puso candado a la Casa Municipal y pagó a las escuelas de bailarines de los pueblos aledaños para que no participaran. Maldita sea la política en estos eventos. También se critica a las bien enternadas autoridades trujillanas, que dejaron en el patio a los poetas e investigadores que llegaron desde otros países sin la indispensable corbata para ingresar a sus salones privados. Les cerraron las puertas a una cena excluyente en honor a Vallejo.
Todo lo demás fue feliz: las conversaciones que iban hasta la medianoche, las botellas de pisco mezcladas con poesía, los chistes de argentinos, de peruanos, de venezolanos, de pastuzos, de santiaguinos. Algunos músicos que han recorrido el Perú, dijeron desde el escenario que ésta es la celebración cultural más importante de nuestro territorio. Debe de serlo.
Antes de marchar hacia Santiago, durante mi primer día en Lima, encontré una edición bien conservada–Populibros– en mi biblioteca: Trilce y Los Heraldos Negros. Releí en las hojas amarillentas, esos versos que me alcanzaron en la adolescencia y que me hicieron amante de su obra. Ha pasado mucho texto y mucha poesía entre aquellas lecturas y mi vida en Nueva York. Es un milagro haber regresado, después de haber viajado por esos caminos. Un milagro que, para algunos, se repite todos los años.
Una maleta más que entra en la sala, la puerta a la Quinta Avenida, el cortaviento empapado. Breve caminata desde la 35. Son solo 31 minutos desde Kingsbridge Road. A la sombra del Empire State. Y antes cogía el 4 pero el D es mejor, mucho mejor. Siempre hay asiento, hoy he venido bien sentado leyendo a Ellmann y a Gilbert. Una chica miraba la portada del libro bien agarrada a su cartera.
Epstein se arrastra desde su oficina en estos pasillos del cuarto piso del Graduate Center con diseño dedicado a Borges. 4432 en la pared, doblar a la derecha, puerta abierta. Uno siempre se pierde. Felizmente hay una pintura que señala con un dedo. Pasamos el dedo. Allí están todas las cabezas de siempre, preparadas para la entrada de Hamlet, las teorías de Stephen. Comenzamos:»La escena es la oscuridad» dice Epstein. Su teoría del espacio oscuro: fantasmagoria. Este es el segundo capítulo en un interior oscuro. No sé por qué recuerdo una casa en las afueras de Chaclacayo. Te asomabas a la oscuridad y los murciélagos empezaban a volar, como esas imágenes de Gravity’s Rainbow: Rocketman entrando a la ciudad destruída, a un sótano donde se ve la caca de los murciélagos sobre el piso de madera y El hombre cohete se pasea entre los sobrevivientes…
Epstein y la luz. Parece no incomodarle el andador, la semana pasada lo vi entrar al baño sin dificultad. La semana pasada les dije a mis estudiantes un chiste tonto y uno de ellos sabía el acertijo de la esfinge. Epstein empieza a describir al portero de la Biblioteca Nacional de Dublín. Un cuáquero. Es amable pero quiere demostrar que ha leído tal o cual libro, darse aires frente a los literatos que se reúnen a conversar sobre Hamlet: el tema del día. Todo el capítulo 9 del libro alrededor de la teoría del artista adolescente peleando con sus argumentos contra las seis cabezas de Escila, los naturalistas, los platónicos, a los que Stephen opone Aristóteles y su visión del mundo real: más importante que el espiritual. «¿Cómo te atreves a hablar de lo espiritual si no has entendido la realidad?»
La biblioteca está igual que cuando Bloom y Dedalus llegaron allí; Bloom venía del museo, después de cerciorarse si las esculturas de las diosas desnudas tenían o no un agujero en el ano. «No se habla mucho de esto, dice Epstein, pero Joyce tenía una gran idea del estilo de composición de Beethoven» (¿exagera Epstein?). Todo el libro está escrito siguiendo el método que utilizó Beethoven para componer su Novena Sinfonía. Ayer leyendo Gravity’s Rainbow: la gente ya no va a los conciertos porque ahí va una sarta de ignorantes que prefieren una sencilla melodía de Rossini que algo más elaborado de Beethoven. La música debe llegar al alma no solo al oído, la buena música tiene que tocarte el corazón. Y recuerden que en Shakespeare todos los personajes buenos tienen un gusto musical. Claro que Joyce consideraba a Ibsen mejor dramaturgo que a Shakespeare.
A Epstein le encanta interrumpir la clase para recitarnos: tal o cual verso libre de la época en que Joyce escribía, canciones populares, rimas con doble sentido. Mi mujer es descendiente de este personaje, apunta esa página: un crítico literario dublinés que leyó lo primero que publicó Joyce y todo ese grupo retratado en las salas de la biblioteca. Esos naturalistas contra los que Stephen desenvaina su espada, tratando de probar que Shakespeare ha sido engañado, que su esposa le ha sacado la vuelta con sus propios hermanos: de allí viene la decisión de ponerle a sus villanos los nombres de sus hermanos de sangre. (Nada en su teoría disparatada que Dedalus sea capaz de probar, pero suficientes argumentos como para establecerse una reputación en los círculos intelectuales de la ciudad). El fantasma del rey estaba en el purgatorio (los protestantes no creen en el purgatorio, por eso el 90% de los ingleses que vio el primer montaje de Hamlet creía que el fantasma del rey era el Diablo. Tenía que ser él, de otor modo no se explicaba que andara vagando por Dinamarca). Pero la única manera de que el rey, muerto mientras dormía, supiera que lo habían envenenado era porque alguien se lo dijo después.
La rabia de Shakespeare, el artista, alimenta sus primeras obras, esas obras sobre la rabia que siente, alimentan la obra escrita acerca de la obra con rabia y esta nueva obra rabiosa sobre sus obras creadas con rabia genera una rabiosa obra de rabia sobre rabia. Todo un torbellino de Caribdis donde Stephen podría ahogarse solo, tratando de esquivar a Escila–sus propios fantasmas–que lo persigue desde el lecho de su madre moribunda. Ganar por ganar, argumentar por el placer de argumentar. «Tiene que haber conocido el Tractatus Coislinianus–dice Epstein–, lo debe haber leído cuando estaba en París. Solo así se explica que Joyce utilice el diminutivo de Sócrates (Socratididion) para generar una risa, el placer más directo e instantáneo, según el estudio perdido sobre la comedia de Aristóteles. Mucho antes que Umberto Eco hablara de ese manuscrito perdido en El nombre de la rosa. Y allí está también en las páginas la figura del hombre oscuro, el arreglista, poniendo frases, cambiando estilos, para que las cabezas que hablan contra Stephen tengan voces de los tiempos isabelinos».
La luz insuficiente del cuarto de reuniones, varios vasos de café sobre la mesa, las ediciones de Gabler siendo interrogadas, subrayadas. Mi reino por una canción de Epstein sacada de los tiempos de Joyce. James era un buen tipo, que puso a sus enemigos en fila y con nombre propio en el capítulo 9 de su novela. Allí empezó el verano de su alegría. Los comentarios breves–algunos muy acertados– y algunas risas, las perlas que son sus ojos clavados en el texto, en esa letras negras sobre papel blanco (bueno, crema paliducho); como ese paseito de Stephen por la playa Sandymount Strand, en un día jueves que escribo estas líneas, porque tiene que ser un jueves, 16 de junio de 1904, cuando sucede todo.
Porque ese poema de Vallejo–quien ya había pasado su midway on our life’s journey– no es sino un enorme homenaje a Stephen Dedalus, imaginando versos en Sandymount Strand, colocando piedras negras sobre piedras blancas, letras negras sobre un pedazo de papel arrancado de una carta, solo al lado del mar, decidiendo su destino, como una imparable corriente que fluye–como la orina sobre la playa–desde su subconsciente, una marea que abarca ese momento, todas sus dudas sobre Dios y la inmortalidad, la evolución del hombre; y también los fantasmas que lo acosan, que lo obligan a crear cosas, a tener sueños; como lo hacen también con este muchacho dublinés, este poeta que imagina versos en Dublín, mientras piensa y camina con dirección a París.
Don’t sing to me Vallejo, better tell me, confess
There wherever you suffer,
Bone over bone, tear over bone
Tell me if like Arguedas says, there is certain destiny
That picks a poet among the lice and let him understand
Shakespeare, Hugo, Pound but not Joyce,
Never Joyce (and well, depending,
I had a very good time with Dedalus)
Tell me Vallejo who I have to call, to fax, to mail
To get your wit, your poetry
And get rid of miserable melancholy
Do they hang out together nowadays?
They come and go, it’s true
But if I try to get, to grab them, they left my empty hand…
O Poet audacis naturae miraculum, take your heralds back!
Viceroy of poetry,
Give me power gimme grief to sing.
Certain books shall strike me yet
Yours is one, but certainly there are more
None of them cover the world
However they cover the word they say
Courage and patience over despair
And your cular especta triumph
Inspire the journey anyway
New translation eh? Getting popular? Damn!
Little too late maybe but receive the crown
Enjoy, and period period period.
A buena hora que me di cuenta de a donde va a parar
este país señores. ¡Salud!
Los debí haber escuchado, creído.
¡A los poemas , a la vida, que el dinero da de comer
pero no da comida!
Estoy harto, esta ha sido la última que va la vencida
Tengo algunos contactos por supuesto,
cuento contigo amigo para que me prestes
algo de dinero
A cuenta de tantas comidas
de tantas bebidas ofrecidas.
y ya ya que me encebollo y la bebida
la bebida,
Extrañaba tanto estas reuniones
les juro que de Lima a París, y a no volver más
Para qué
Algo se pudre en Cajamarca
y apesta hasta Santiago de Chuco.
Que bien que hemos sabido mantener el apetito
Mira no ha quedado casi nada del corderito
menos del vino.
¡Chiquillo!
Por favor corre y traenos otra botella.
No se preocupen, esta yo la invito.
Gracias por los poemas que me alcanzaste,
esos franceses me han salvado la vida
Acaso si estuve tentado de
acabar con ella.
Pero no, para no darles gusto a los enemigos
No podemos confiar en nadie hermanos
¡Destapa eso por favor¡
Mira, déjenme leerles esto:
En los furiosos chapoteos de las mareas,
Yo, el otro invierno, más sordo que los cerebros de los niños,
¡Corrí! Y las Penínsulas desamarradas
Jamás han tolerado juicio más triunfal.
La tempestad bendijo mis desvelos marítimos.
Más liviano que un corcho dancé sobre las olas
Llamadas eternas arrolladoras de víctimas,
¡Diez noches, sin extrañar el ojo idiota de los faros!
Más dulce que a los niños las manzanas ácidas,
El agua verde penetró mi casco de abeto
Y las manchas de vinos azules y de vómitos
Me lavó, dispersando mi timón y mi ancla.
Y bueno, sigue el poema…
Diganme hermanos
¿Hay algo mejor que un poema?
Brinda, brinda, levanta tu vaso y
deja que el licor llene tu boca
Por los tiempos idos y por el futuro.
Y que conste que no me corren
Sino que yo me voy.
¡Salud contigo y conmigo!
Espérame París.
Clayton Eshleman, poeta y traductor norteamericano, ha venido traduciendo poemas de Vallejo desde la década del 50, cuando encontró el poema La Araña en una antología de poesía sudamericana de la editorial New Directions.
Su trabajo de traducción de Poemas Humanos le valió el importantísimo National Book Award en 1979.
Eshleman presentó ayer, en el auditorio del Instituto Cervantes en New York, la elegante edición bilingüe de esta PRIMERA TRADUCCION AL INGLES DE LA POESIA COMPLETA DE VALLEJO.
Es increíble que haya pasado tanto tiempo, pero por fin hay una poesía completa de Vallejo en inglés. Además, cuenta con un emotivo prólogo de Mario Vargas Llosa.
Eshleman leyó en inglés y la poeta mexicana Mónica de la Torre (PhD. Columbia University) leyó en español. La lectura en inglés fue muy intensa.
Eshleman, leyó 4 poemas de Los Heraldos Negros, cuatro de Trilce, 4 de Poemas Humanos y 2 de España aparta de mi este cáliz.
Pude grabar un fragmento de la lectura, El poema LVII de Trilce:
LVII
The highest points craterized, the points
of love, of capital being, I drink, I fast, I ab-
sorb heroin for the sorrow, for the languid
throb and against all correction.
Can I say that they’ve betrayed us? No.
That all were good? Neither. But
good will exist there, no doubt,
and above all, being so.
And so what who loves himself so! I seek myself
in my own design which was to be a work
of mine, in vain: nothing managed to be free.
And yet, who pushes me.
I bet I don’t dare shut the fifth window.
And the role of loving oneself and persisting, close to the
hours and to what is undue.
And this and that.
LVII
Craterizados los puntos más altos, los puntos
del amor, de ser mayúsculo, bebo, ayuno ab-
sorbo heroína para la pena, para el latido
lacio y contra toda corrección.
¿Puedo decir que nos han traicionado? No.
¿Que fueron todos buenos? Tampoco. Pero
allí está una buena voluntad, sin duda,
y sobre todo, el ser así
Y qué quien se ame mucho¡ Yo me busco
en mi propio designio que debió ser obra
mía, en vano: nada alcanzó a ser libre.
Y sin embargo, quién me empuja.
A que no me atrevo a cerrar la quinta ventana.
Y el papel de amarse y persistir, junto a las
horas y a lo indebido.
–No me hagan nada–balbuceó el poeta–. Lo entregaron igual a los tigres. Ellos lo despedazaron. Se lo comieron con avena 3 Ositos.
–No me hace gracia lo que cuenta, profesor Pain–me dijo solemne el encargado de los asuntos financieros del país mientras cerraba el despacho con doble llave: el despacho donde guardaba los preciosos documentos de la confiscación de nuestros territorios. Lo acompañé a comernos un sandwich de atún con cebolla en la carretilla de la esquina y en las escaleras (le tiene pánico a los ascensores) le conté que los poetas de allí no tenían ninguna oportunidad sobre la Tierra.
Su camisa era azul oxígeno y llevaba unos lentes gruesos y llenos de musgo en los goznes de las patitas. A través de los vidrios, empañados y sucios, se veían unos ojos grandes y mezquinos. Su frente la surcaba una grieta perpendicular a la boca y otra paralela. Como si se tratase de una cruz que cargaba desde la concepción.
–Al menos le queda el reconocimiento de los hijos de la revolución–murmuró el encargado, mientras se atragantaba el sandwich.
–Ni eso–dijo el profesor Pain. Alguien ha ordenado la quema de sus libros y, para qué mentirle, ya todos lo han olvidado.
–¿Pero acaso no es él el poeta que le cantaba al nacimiento de las civilizaciones?¿No es acaso el autor del mejor poema que se ha escrito sobre las peregricaciones humanas?¿No es el suyo el poema épico más importante del siglo XX?
El encargado se había detenido. La cebollita del sandwich esperaba casi resbalándose fuera del pan. El profesor Pain no lo podía creer. La camisa azul oxígeno del encargado había perdido vida y los ojos se le habían encogido de rabia debajo de los lentes.
–No sabía que usted hubiera leído tan bien al poeta encargado.
–¿Cómo no leerlo? Es más bien como si él me hubiera leído: a mí, a mi familia, a mis abuelos. Usted sabe que ellos se embarcaron a la patria para recolectar el guano.
Ha pasado una nube negra. El encargado no quisiera seguir hablando de eso. Pero se nota que le apena profundamente el final, la historia de los tigres. El profesor Pain le explica que había demasiada presión de los vengadores nuevos para sacarlo del programa. Que nadie se fijó siquiera en que el poeta había ganado el Nobel. Era el representante de los decadentes, de los que creían en un pasado viejo, masculino y fallecido.
–El problema es que ninguno de los nuevos escribe como ese poeta. ¿Se acuerda de la imagen de la mujer ardiendo a la entrada del desierto? ¿Del gran árbol de bronce?
¡Claro que se acordaba! Cómo podía olvidarlo. Por algo era el profesor Pain.
El encargado no pudo evitarlo: una lágrima se escurrió debajo de sus lentes. La secó con el borde oxidado de su camisa azul.
–Algo se podrá hacer.¿No es cierto profesor Pain?
Pain no entendió. Preguntó qué era lo que se podría hacer. El tipo estaba muerto.
–Algo haremos profesor. Antes de irse pase por mi oficina, le vamos a girar un cheque.
Y Pain entendió.
Durante las ultimas dos semanas he estado bosquejando esta reseña sobre el libro de poemas de Jorge Wiesse . El jueves envíe el artículo a Hueso Húmero y Abelardo Oquendo aprobó su inclusión en la revista de diciembre.
Me ha costado mucho trabajo y he recibido orientación de Camilo y ayuda del propio Wiesse cuyo artículo publicado en Hueso Humero 38 más o menos delineaba los objetivos de su poemario.
Acá transcribo la reseña:
Las máscaras y los nortes del último copista
UIises Gonzales
Vigilia de los sentidos es el primer poemario de Jorge
Wiesse. Consta de dos partes. En la primera, titulada
“Personæ”, Wiesse ha juntado 26 poemas, en su mayoría
sonetos. La segunda, titulada “Nortes”, comprende
siete composiciones de distinto metro, agrupadas por
temas, que aluden a distintas zonas geográficas
(«Apuntes toscanos», «Diario romano» o «Lima»). La
primera parte es producto de la intensa relectura de
la Comedia y al mismo tiempo es un homenaje a Dante,
la segunda es un tributo al territorio de la infancia,
los amigos y la familia. Según el autor, tanto la
Comedia como un viaje de retorno al norte peruano de
su niñez fueron las causas de estos poemas. Al final
del libro se incluye una sección de «Deudas
advertidas», casi siete páginas en la que Wiesse
detalla las diversas fuentes de inspiración de sus
versos. Vigilia de los sentidos es el primer libro de
una trilogía de cien poemas –como son cien los cantos
de la Comedia– cuyo título alude a una frase
pronunciada por Odiseo al descender al Purgatorio en
una escena figurada por Dante.
Vigilia de los sentidos es una respuesta a Dante en la
línea de la teoría de la crítica responsable de George
Steiner. Según Steiner, la mejor respuesta posible a
una obra artística es otra obra artística. De la
Comedia, Wiesse ha tomado: una línea declamada por
Ulises en el Canto XXVI del Infierno: «questa tanto
picciola vigilia d’i nostri sensi», un epígrafe al
principio de «Nortes», algunas escenas (como la de
Odiseo) y un personaje (Pia dei Tolomei). Pero lo más
importante ha sido la apropiación del estilo de Dante.
Borges decía que una de las principales marcas del
estilo dantesco era la capacidad para retratar
personajes con la mínima cantidad de palabras posible.
Al interrogar a Dante, Wiesse solo pretendía conocerlo
mejor, pero al apropiarse del estilo ya todo era
posible. Es como aquella aventura imaginada por Neil
Gaiman en The Sandman, en la que un escritor compra
como esclava a Calíope. Al tener a la musa de la épica
consigo, el escritor empieza a pensar con la magnitud
de Homero.
Varias máscaras con las que se ha confrontado Wiesse a
lo largo de su vida –al menos las que más lo han
conmovido– están detalladas en la primera parte de su
libro: “Personæ”. Wiesse convoca en el título y en la
ambición a Pound. Al igual que el viejo Ezra, escoge
sus personajes dentro del universo de los clásicos y
los hace hablar. Así imagina las palabras de la
hermana de Antígona, que en los exteriores del palacio
real de Tebas proclama las penas de su trágica
cobardía en «Lamento de Ismene»:
Paz, paz y aquellas sospechas violentas
Con que el tirano en confundir insiste
Mi cobarde lucidez y mi pena
Estéril? ¡Ah cabecita! Tú sigues
Serena en la eternidad del gran gesto
Mientras yo quedo amasando en los hornos
El pan oscuro de la vida. Muertos
Ya mi afán y mi linaje le robo
Al silencio estas voces y regreso
A mi papel: a lo blanco, a lo anónimo.
Wiesse resucita la voz de Ismene como si se tratase de
uno de los personajes de Lee Masters en el cementerio
de Spoon River, aludiendo a imágenes de Sófocles, pero
robándole líneas a Vallejo («yo que me quedo amasando
en los hornos, el pan oscuro de la vida»). En otro de
estos sonetos («A Grete») Wiesse imagina el discurso
de la cucaracha que se arrastra mientras deja en el
suelo la grosera marca de su baba e intenta recrear la
voz sibilante del metamorfoseado Gregorio Samsa
invocando a su hermana:
Supuro sanies, sanguaza y saliva
Saburrosa– y un siseo sinuoso
que sale de mi sámago y es zonzo
Socolor, sucia sanguaraña cíclica.
Solo esta soflama, ya sibilina,
Te silbo: Será mi serga el solo
Serpeo con que el sanedrín silvoso
Me sancionó, y tu seca sevicia.
Wiesse utiliza los clásicos para generar cruces
intertextuales, a los que enriquece con sus
experiencias con la música, el teatro, la ópera, el
cine, el ballet, la fotografía y la pintura. En este
proceso de contaminación, el texto original se
enriquece con lecturas posteriores, a la manera de los
copistas medievales que iban agregando notas al margen
a sus nuevas copias. Ha escrito Wiesse que su mayor
goce como artista, «su epifanía lírica», la encuentra
en el momento en que los textos se contaminan (“Dante
y yo. Del fuego a las cenizas”, Hueso Húmero 38).
Agreguemos que los epígrafes funcionan en este libro
como claves del proceso de contaminatio. Son una
invitación al lector, quien conociendo los textos
utilizados para el cruce intertextual puede disfrutar
del proceso creativo. Como en el poema «Balcón de
Julieta», en el cual Pedro Salinas, Sergei Prokofiev y
los bailarines Alessandra Ferri y Wayne Eagling leen
el texto de Shakespeare y lo interpretan. En este
poema es Wiesse, imaginándose como el último copista,
quien fusiona las sensibilidades únicas del teatro, la
música y la danza y las moldea para que encajen en la
perfecta arquitectura de su soneto:
Vamos en luz buscando nuestra ruta
Por la región del aire. Confundidos,
Se sumen los neblíes; y la luna,
Perpleja, retira sus rayos fríos.
Atrás quedan la noche, las historias,
Los nombres. Sólo tú y yo, horizontes
Finales de nosotros mismos, formas
De unos sones que lucen bien sus goces.
Somos el blanco y la flecha y el arco
Y el ojo; somos la piel y los pulsos;
Somos los cuerpos que el viento calzaron
A sí; somos este aquí y su futuro…
Vendrá el silencio a reclamar su cuota:
Y se hará la música que nos nombra.
Si bien en “Nortes”, la segunda parte del libro, las
referencias a otras obras artísticas no son tan
abundantes como en “Personæ”, el esplendor y la
riqueza de la literatura se manifiestan en la idea
magnífica que los agrupa: en “Nortes” Wiesse se ha
transfigurado en el marinero griego que vuelve a casa
tras muchos años, cubierto de nostalgia, para
narrarnos sus viajes. Pero este viajero, diestro en el
uso de la lengua, carga consigo el don del estilo
dantesco. Para este juego de personajes
desenvolviéndose en tiempos y geografías distintos
resulta más que apropiado el epígrafe de Borges al
principio de “Nortes”: «…Esa Ítaca de verde
eternidad…»
En “Nortes” hay referencias peruanas e italianas. Las
italianas están agrupadas en «Roma» y en «Apuntes
toscanos», donde se perciben las escenas más
románticas (caminatas por Roma, sensaciones eróticas
al lado de las fuentes romanas o bajo la sombra de las
colosales estatuas y monumentos). Las referencias
peruanas tienen que ver con el norte del país, a
excepción de «Lima». El norte peruano es
reinterpretado y contaminado a través de los poetas
que Wiesse admira. Como «Puquio de Sausalito», que se
declama con el tono elegíaco de Whitman (“Me llaman
por él, por él te invoco”) aunque en una de sus líneas
aparezca Machado (“crepúsculos sucios”) coloreado con
los nombres autóctonos de plantas y de parajes
baldíos. Con préstamos y datos autobiográficos Wiesse
escribe estas bellísmas líneas:
Mis nortes son siempre regresos
A la tierra nunca bien habitada
En que los desiertos sueñan
Con prados verdes
Donde el rumor del agua
Resuena en el gorjeo del pájaro
Y donde los sauces, los guarangos y los algarrobos
Filtran la luz de lo definitivo.
Toro de puquios y de huacas,
Dragón de papel y melancolía,
Ángel de raídas Huamanzañas,
Te he abrazado en ese confuso paraíso:
Se han apagado los crepúsculos sucios
Y me he llenado de auroras
En El canon cccidental Harold Bloom declara que uno de los motivos para elaborar un canon es la necesidad de concentrarse en la relectura de ciertas obras literarias ante la imposibilidad de leerlas todas. El apéndice “Deudas advertidas”, donde se encuentran creadores tan distintos como Mozart, Yourcenar, Fellini, Dinesen, Vallejo o Watanabe, es también un canon propio y a la vez una invitación del autor a compartir su universo lúdico, germen de este libro de versos que por su ambición y complejidad sitúa a Wiesse en la sagrada y breve línea de los poetas trascendentes.
Carátula del poemario Vigilia de los sentidos, Lima 2005
Vigilia de los sentidos. Editorial Laberintos, Lima,
2005. 107 pp.