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The New York Street

Un blog lleno de historias

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Borges

Farewell

Emir Kusturica como Sergei Gregoriev en la película francesa "Farewell"

Unión Soviética, 1985

Vamos a entregarte la lista con los nombres a cambio de un par de casetes de Queen, un disco de este cantante romántico que tanto me gusta y un walkman para mi hijo. Y nada más. Este país necesita un cambio. La revolución que nos hizo salir de la edad media y que en menos de cincuenta años nos llevó a poner un hombre en el espacio necesita un remezón para que los rusos volvamos a ocupar el lugar de vanguardia que siempre hemos tenido. Los rusos ¿Qué sería del mundo sin los rusos? ¿Se imaginan? Literatura, pintura, música, política, ciencia y ajedrez. Todo lo que nos ha legado el bloque soviético. Un adornito me mira desde mi mesa de noche y me recuerda ¿El Kremlin? También una foto de Vallejo en Moscú y un bolero que llega desde algún rincón del pasado : La Plaza Roja desierta, la nieve dibujaba un tapiz, tenía un lindo rostro mi guía: Natalí.

Kusturica, Emir

Imposible perderlo de vista. Este cara de loco, esos ojos que nos sugieren que tomemos distancia. Kusturica es como uno de esos personajes salidos de una carpa de los gitanos –irrepetible– o de una pintura de Macondo ¿José Arcadio Buendía? Abraza a su hijo, le miente a su esposa y a su amante, convence al francés disminuído pero entusiasmado de que solo ellos dos son capaces de hacer lo que están por hacer: decirle a los Estados Unidos que sus mejores secretos nunca lo fueron.

Ronald Reagan, la caricatura

Reagan mira una película y hace comentarios tontos sobre el cine, sobre los franceses y los rusos. Caricaturizar a los Estados Unidos: pasatiempo favorito de los franceses. Así hubiera sido nuestra imagen de los norteamericanos, si Hollywood hubiera filmado en París y no en California. Así como para nosotros los rusos eran Iván Drago–aquella estatua de hielo que se daba de guantazos con Rocky en una pelea a doce asaltos–para los franceses Reagan era el vaquero que arengaba con frases hechas. Hasta Willem Defoe luce grosero como el agente de la CIA. Imagínense qué papel para este actor que crucificaron en La última tentación de Cristo. El único que no salta las alarmas del estereotipo es Kusturica.

Una vida, una bala

En la Siberia, nada menos. En esa planicie blanca por donde se tambaleaba Dersu Uzala. Allí llega Kusturica, traicionado por su traición, sin chance alguno. Hace un gesto inigualable con las manos para decirle al  pelotón que proceda. Que Rusia siga, sin él.

Finlandia

Hay países que aparecen de la nada, tal como Finlandia aparece en Farewell. Es como esa Islandia repentina en un poema de Borges. Llega como sinónimo de libertad. Ese es el clímax: allí está la intensidad de la huída, el rostro de la esposa recordándonos todos los reproches y todos los riesgos.

La isla y los libros

Esta semana he publicado esta entrada en mi blog NEWYÓPOLIS en FronteraD. Trata sobre la experiencia de leer en la ciudad de Nueva York.

Foto por PerrySt-Flickr.

Un libro viejo mirándote desde un escaparate. ¿Cómo resistir la mirada de un libro viejo que uno quiere leer? Ese libro viejo te mira y entonces ¿qué más puedes hacer? De niño fui un mal lector. Le he echado la culpa al dinero escaso, pero la verdad es que mis aficiones literarias en Lima se redujeron a las recomendaciones de uno que otro amigo, a títulos que pescaba en la televisión o en alguna película. Fui un pésimo lector. Pasé de Julio Verne a Gabriel García Márquez y me conformé con una que otra novela de autores latinoamericanos. Me entusiasmaba demasiado Alfredo Bryce Echenique. No sabía leer a Borges. Nunca leí a los griegos ni a los latinos. Ya en Nueva York cometí la estupidez de preguntarle a un amigo que me hablaba de Esquilo «¿Los dramas se leen?»

Pero en Nueva York, con libros viejos y baratos en cada barrio ¿cómo no hacerle caso a los libros? Esta es una ciudad donde basta tener un poco de tiempo libre para disfrutar el día tumbado al lado de un ventanal, leyendo en librerías de anaqueles bien surtidos (No como en Lima, donde abres un libro y un empleado corre a pedirte que pases por caja antes de osar leerlo) En esta ciudad de millones de impacientes lectores, quedan aún librerías suficientes, pequeñas y grandes tiendas desperdigadas en sus diferentes barrios. Pero la madre de todas ellas, el paraíso de los libros usados, es Strand.

La primera vez que entré a Strand fue a un local que ya no existe, en Fulton Street, cerca del puerto de Manhattan y en pleno centro financiero. Una banderola roja flameaba en la entrada y sus «18 millas de libros» (ese es el eslogan de la tienda), parecían haberse apoderado de cada rincón. Era un local húmedo, inapropiado para tanto papel amontonado. Poco tiempo después se abrió el renovado segundo piso del ahora único local, a dos cuadras de Union Square. Strand es una librería modelo, siempre está abarrotada de gente. Cada vez que entro en ella me vuelve la fe en esta ciudad: en Nueva York aún leemos. En esta metrópoli apurada aún es posible entablar discusiones literarias con alguna persona en el tren subterráneo, aconsejar a un extraño tal o cual libro, tomarnos un café mientras preguntamos con amabilidad al vecino, o al pasajero que lee concentrado en el bus ¿qué tal es ese libro? Recuerdo a una enamorada judía, a la que abordé en un restaurante de esos que abren 24 horas, después de la medianoche, para decirle que me gustaban sus bucles pelirrojos. Después de una sonrisa de agradecimiento, ella me soltó su primera pregunta, mirando la edición de tapa blanda de la novela–comprada en Strand–que yo apretaba contra mi sobretodo: «¿Estás leyendo a Faulkner?» Era su autor favorito.

Ahora observo los libreros de mi casa y el signo de Strand está en muchos de esos tomos que el amor por la literatura me ha obligado a adquirir (¿Cómo resistir la mirada de tantos libros hermosos?) Son libros que fueron comprados a menos de la mitad del precio original, a veces con la ventaja de alguna nota conveniente de un buen lector, y en ocasiones con la dedicatoria de un padre cariñoso, un buen amigo o un amante. Allí están mis tomos de tapa dura de la Everyman’s Library: allí leí a Joyce por primera vez. También los cuentos de Rudyard Kipling–qué magnífica experiencia la lectura de The Man Who Would Be King–y las obras completas de Oscar Wilde–difícil resistir la carcajada con The Importance of Being Earnest. En esa misma colección, comprados a menos de ocho dólares, vino Mrs. Dalloway y To the Lighthouse, la imprescindible novela de Virginia Woolf. El enriquecedor diario de Mircea Eliade vino de los anaqueles de Strand, igual que The Sacred and the Profane. También la autobiografía de Ingmar Bergman, The Magic Lantern; y la biografía de Emir Rodríguez Monegal sobre Borges. Hay mucha poesía (Keats, Heaney, Lee Masters, Matthew Arnold, Auden, Plath) y libros que me iluminaron la vida: Macbeth en la edición de la Signet; The Complete Plays of Sophocles editado por Moses Hadas; las traducciones de Dryden y de Allen Mandellbaum de The Aeneid y la de Maude de War and Peace; y History of My Life de Giacomo Casanova (el tomo 1 y 2) De allí también salieron mis libros de ensayos de Eliot, de Pound, de William Carlos Williams; y esa interesante guía por el universo de la buena literatura que Harold Bloom me autografió una tarde con letra tembleque: The Western Canon.

En alguna página de las obras completas de Borges, saboreé hace tiempo un ensayo donde Emanuel Swedenborg pronosticaba que el paraíso prometido por Dios es un espacio para que conversen las almas de quienes fueron buenos lectores en vida. Gracias a mi experiencia en Nueva York, a sus libros usados y a Strand, creo estar cada vez mejor preparado, por si alguna vez me toca llegar a esa eterna tertulia celestial imaginada por el iluminado Swedenborg.

Bombardeo

El país vuelve a la normalidad: Hoy empezamos a bombardear Libia.

 

A propósito de bombardeos, acá van algunas bombas bonitas sacadas de conversaciones con Borges:

«La idea que tenía Wilde de fine writing era mencionar cosas bonitas, como los modernistas, como Gabriel Miró. El estilo de Stevenson es incomparablemente mejor: frase por frase feliz, con una perfecta economía de medios».

«El expresionismo alemán que para mí contiene ya todo lo esencial de la literatura posterior…Es más serio y refleja toda una serie de preocupaciones profundas: la magia, los sueños, las religiones y las filosofías orientales, el anhelo de hermandad universal».

«Todo lo que yo he hecho está en Poe, Stevenson, Wells, Chesterton».

«A mis amigos de habla inglesa les digo a veces que no vale la pena que se pongan a estudiar otros idiomas porque con saber inglés ya tienen acceso a lo mejor de la literatura».

«En Henry James se puede encontrar a Kafka por entero».

«Si hubiera que reducir Occidente a dos países yo diría Grecia e Israel. No Roma, que es una sucursal de Grecia. Pero todos somos un poco griegos y un poco hebreos».

«Tengo la impresión de que hemos pasado del francés al inglés y del inglés a la ignorancia».

«Usted ¿no tiene miedo?»

«Toda obra humana es deleznable, pero la ejecución de esta obra es importante».

«Soy vanidoso con cierta astucia»

«Un país civilizado es superior a un país bárbaro, pero puede no ser muy interesante».

Citas sacadas de «Encuentro con Borges» y «Borges, sus días y su tiempo»

Otro señor elegante que conversa

"Borges in Central Park" by Diane Arbus

Pipino Barrueta se ajustó la bufanda antes de salir de su departamento en Brooklyn. Había que verlo levantando esa chalina, apretándose los anteojos sobre el puente de la nariz e inhalando el aire frío de marzo como si estuviera frente al mar de Puerto Montt y quisiera succionar toda su australidad.

–Tienes que levantarte todos los días y leer a Borges. Subrayar a Borges, copiar a Borges, rezarle a Borges. Solo así conseguirás ser alguien, me dijo Pipino

¡Y yo lo sabía! Pero cómo hacerle caso a Pipino, si yo tenía la semana repleta con lecturas de otras asignaturas para mis exámenes y con el corazón disparado entre una hebrea colorada que leía a Faulkner y que me había despreciado después de hacer gimnasio (y en pantalón de buzo); una china españolísima que me citaba de vez en cuando en el aeropuerto y que a través del teléfono me hacía sufrir; y una colombianita cuatro ojos, lectora voraz de Og Mandino y de Paulo Coelho que despertaba toda mi ternura pero que siempre esquivaba–con delicadeza– mis indirectas.

Pipino no trabajaba, lo cual le daba tiempo suficiente para despaturrarse todo el día sobre su cama-escritorio  en el departamento prestado por uno de los amigos del doctorado;  para apuntar datos trascendentales en sus libretas; y leer, leer y leer.  A Borges supongo–nunca había visto en acción al erudito–, porque los cinco tomos en tapa dura de las obras completas del maese Jorge Luis ocupaban un lugar privilegiado en su habitación, junto con sus discos piratas de Bach.

Esa tarde Pipino me había llamado con urgencia para comernos un chifa y contarme algo importantísimo que había descubierto en un libro de Borges. La idea me fascinó porque yo también había descubierto algo en un libro de Borges, un dato que nadie conocía, que compartí emocionado con Pepino,  y que a la larga resultó que ciertamente nada ni nadie conocía, ni siquiera Borges. Algo que yo había soñado. Aquellos percances solían sucedernos entonces, en esas intensas tertulias literarias de invierno y bufanda entre Brooklyn, Manhattan y el Bronx.

Había un resturante chino barato a dos cuadras del brownstone de Pipino. El único problema es que por lo barato, mucha gente le abría las puertas durante el tiempo en que nos terminábamos el chifa, y el frío nos dejaba cual sudamericanos tiritantes, bien envueltos, eso sí, en nuestras bufandas GAP y en nuestros abrigos Banana Republic. Esa noche, mientras yo raspaba los arrocitos finales de mi special fried rice, Pipino me repitió una lista de autores, me llenó de datos y me contó anécdotas, en las cuales, de una u otra manera, ya fueran las secuelas de safaris accidentales en Kafiristán, o las peripecias de un británico disfrazado de peregrino en los burdeles de La Meca; siempre terminó usando como referente al «divino ciego». No a Tiresias, sino al coprogenitor del encarcelado sabueso Don Isidro Parodi.

Había que verlo a Pipino levantando la bufanda mientras devoraba los arrocitos;  ensañándose con el dedo levantado contra los malos imitadores de Borges. Pero donde más sufría el pobre Pipino–y yo viéndolo a él–era cuando empezaba a mirar a la chinita que atendía el chifa, una jovencita de intensas  trenzas negras, una criatura de sonrisa enigmática, con dedos ágiles para tomar pedidos telefónicos y ensamblar las cajitas donde iban el arroz y los tallarines de los pedidos delivery; que seguro entendía muy pocas palabras de nuestro inglés americano con acento autodidacta.

A chiquen frairais esmól an a wontonsúp esmól–decía ella en al auricular, mientras armaba las cajitas. Y luego la muchacha giraba hacia la cocina y repetía las órdenes en chino puro y duro.

Sé que Pipino la deseaba con pasión, perdidamente enamorado de su rostro, de su voz y de sus gestos. Era un amor imposible, crudo y sombrío, vasto y oscuro, fundado en una sonrisa al pasar, en cierto brillo en los ojos que él creyo ver la primera vez que pidió un pato pekinés, y que tal vez no supo interpretar. Casi estoy seguro de que Borges, viéndolo en esos trances, hubiera estado orgulloso de él.

Fragmento Introductorio

¿Dónde estarán los dioses de que hablaba Snorri?
¿De qué materia se hizo el amanecer?
¿Dónde estará la espada de que
Hablaba Borges?

Sobre la escalera de papel
Te doy la bienvenida al laberinto
Las reinas y el rey yacen muertos
La mitad del camino: osada y oscura

Si esta mañana de ruinas, tiemblas
Si un hombre te dice que es octubre
Y que la luz es suave, entonces
Abre el libro

Tus eternas luces aguardan encerradas

Octubre 8, 2007

Harold Bloom and The Western Canon


In the first chapter of The Western Canon, «An Elegy for the Canon,» Harold Bloom quotes W.H Auden, who said that «reviewing bad books is bad for the character.» Bloom uses the experience of W.H. Auden as a literary critic to justify the existence of «The» Western Canon.

Bloom writes that with the thousands of books being published every year, we need a guide of «suggested reading,» filled with the most prestigious minds of the ages, to avoid losing time reading material that won’t nourish our soul or our mind. This is how he begins his defense of «The» Western Canon.

He suggests not only certain authors and books but also certain editions and certain translations. Because of his long career studying, analyzing, reading books, we could say in his favor that he has the expertise and the knowledge to appropriate himself the colossal task reserved for the most respectable individuals in the history of the English language.

However, anybody in any other country of the Western Hemisphere who studies literature with his same passion (or maybe that simply enjoys the pleasure of reading) could ask: who gave him the right to decide who is and who is not in The Canon? Why accept «The» Western Canon of Bloom instead of «My» Canon? What if it was simply a modest List of Suggested Reading by Harold Bloom?

Bloom says that the task is necessary because of the permanent attacks to the departments of literature by a «new» school that pretends to judge literature with other tools than the tools of quality.

He defends his trench furiously because he said that literature is losing some of the most brilliants minds because of this permissiveness, this weakness of professionals who can not differentiate what is the best of the best and what is the worst of the worst.

To go to an extreme, how can anybody even dare to say that a drama written in North America in the 90’s has the same quality than any of the best tragedies of Shakespeare? Why has nobody –before Bloom– had the courage to put Shakespeare at the center of the Western Canon the way Whitman is at the center of the American Canon? Bloom, in a certain way, writes The Canon, as an obligation towards an art that he loves.

Certainly, there is a problem in a field of study where, as Taylor writes in the chapter 3 of the Mc Comiskey’s book –English Studies-, “now some departments are debating whether a course in Shakespeare should be required of all English Majors…many of whom are slipping through innocent of either Dryden or Milton” (216). To Bloom, this equates to an heresy–like telling somebody who studies Mathematics that it is not necessary to study addition, or, in the same field of Humanities, to deny Leonardo or Michelangelo their category of Masters.

As Taylor says, the Canon changes and some authors that were considered major authors at the beginning of the 20th Century aren’t read at all during the 21st Century nor considered in Literature Anthologies. Some of the major changes in the “new” Canons are the inclusion of women’s works.

The problem for Bloom, and certainly the problem for the most radical of the critics who defend the existence of “The” Western Canon, is that after the attack of cultural studies and “all the enemies” of literature as Bloom calls them, there seems to be no standard of quality at all. Now any book, independent of its quality, could be admitted into The Canon. Maybe because there is not an standard of quality anymore.

And, as the chairs of literature departments all over the country should know, the highest standards, the highest quality, is what allows them to get the most brilliant minds to register in their programs.

Shouldn’t the main goal of this profession be to reach the highest standards in the teaching of English studies, and to give every teacher of English the tools and the judgment to say what is good literature and what is bad literature? Is it possible to defend a literary text because of its quality (and to know what quality is?), and not because it has a “label” of “feminist lit”, “gay lit”, or “post colonialist lit”, etc?

Is it possible to love literature and at the same time to deny Shakespeare (or Dante, Whitman, Dickinson, Moore, Pound or Borges) their position in the Western Canon?

La portada de King Kong, 1 de enero

Recibí las 12 en el subway porque salí apurado y tarde. Trabajé casi hasta las 10, Marcelino me jaló hasta la estación de White Plains. Llegué exacto para el tren a NY de las 10.08. En el camino recibí una llamada que me descuadró un poco. Estuve medio down como media hora pero me recuperé. Además, en el tren, había recibido una llamada de Camilo que la sobrina de Paco iba a organizar la recepción del año, depa en la 64 cerca de la Avenida 10.

En el subway por los parlantes: «The crew of this train wish you a happy New Year». Les dije Feliz Año a los tres tipos que estaban sentados en el tren, después todos nos pusimos otra vez los auriculares y seguimos escuchando nuestra música. La sobrina de Paco, Sandra, vive 10 años en NY. Ha estudiado literatura inglesa en Carolina del Norte y tiene título de notario. Así que ya sabes, cuando quieras.

Había comida china y una copa de champagne esperándome. Después todos salimos de buen humor hacia la fiesta en la 26 que al final era en la calle 25. Sandra me habla sobre el círculo de lectura que quiere establecer Camilo para discutir diversos autores y obras literarias. En el camino encontramos a Victoria y le digo a Sandra que seguro que Camilo le gustaría incluir a Victoria en el círculo de lectura. (Victoria es un zambo de dos metros vestido con minifalda, parado en la puerta de una disco y que Sandra saludó cuando caminábamos desde el subway hacia la calle 25)

Bueno, llegamos. La fiesta está de putamadre, es una tienda de maniquíes gigante que los organizadores han adaptado como discoteca para la fiesta de Año Nuevo. Por allí aparece a saludar Kelvin y Jorge, que son dominicanos y los únicos que conozco. Kelvin es el ex de Rachel. Trago a discresión, hay una mesa surtida. Me sirvo un wiski Maker´s y el pata de al lado me dice : This is a good one… La verdad el wiski está riquísimo, es el mismo que probé el primero de noviembre en el concierto de Orixas, pero ahora sabe más rico, debe ser que es año nuevo. La música está de putamadre pero ni Paco ni Antonio quieren quedarse, dicen que pura salsa no es la voz. Sandra con su chullo y muy bonita dice que prefiere irse a una fiesta en Local Project, el local de los artistas subtes en Long Island City. Así que nos vamos. En el camino de salida encuentro a Greti, preciosa y algo atolondrada, con un vestido enorme. Camilo dice que es la mujer más bonita que ha visto en su vida. Yo creo que mejor estaba en la cena de Lil Frank o anteanoche que fuimos a un restaurante mexicano. Pero es preciosa, qué duda cabe. Se va para España el domingo, por 6 meses.

Enrumbamos hacia Long Island, primero el 1 hasta Times Square, luego el tren 7. Lleno de gente el Local Project, hacemos trencito, Natalia está feliz, Emiliano me saluda efusivamente y me mete sin querer el dedo al ojo. La chilena que se sube a la mesa y todos los peruanos abajo saltando y gritando, jamás pense que escucharía esa canción en una fiesta en NY: Sarita Colonia, patrooona del pobre..Hasta con pogo incluído. ¡Achórate Mojarra! Y la suiza, Patricia. Dice que amiga de Valeria. Lindos ojos azules. Nos sentamos en el sofá, le digo que me gustan sus ojos. se le nota medio perdida a la gringa. Mientras tanto la sorpresa: Helen contra la pared. ¡¡Ídolo!! Camilo ha sorprendido a todos, está en una esquina en unos agarres bravazos con una gringa ( Helen, de Illinois, dos años viviendo en NY.) Patricia intenta bailar salsa pero Sandra baila mejor.»Más peruano que esto no vas a pasar ningún año nuevo» le digo mientras bailamos. Sandra vive su noche de peruanidad, nunca ha visto a tanto peruano junto desde que salió de Lima. Nos vamos de la fiesta a las cinco y media. Llego a la casa como a las 7.30. quiero dormir hasta las 3 pero la llamada de Jeanny me despierta y ya no me puedo dormir.
Salgo tarde a comprarme carne para hacer un bisteck con arroz y mientras devoro el plato, leo la última revista Rolling Stone que le estaba comentando a Carolina la portada de King Kong. Publica una relación de los mejores CDs del 2005. Tiene en la lista algunos discos que tengo que escuchar: por ejemplo ese de Stevie Wonder (A Time to Love), que según dicen es tan bueno como los clásicos. No he escuchado casi nada de música nueva el 2005, ni siquiera me enteré del nuevo disco de los White Stripes (Go Behind Satan). Hay otro de Van Morrison y el nuevo de Bruce Springsteen. ¿Qué tal será Late Registration de Kanye West, disco del año según RS? El artículo sobre King Kong incluye entrevistas a Peter Jackson en Nueva Zelanda mientras filmaba la película, pero mejor es la portada. Carolina me decía en su mail que cuando vio King Kong no podía dejar de llorar y sus amigos tuvieron que mentirle y decirle que en King Kong 2 el gorila resucitaba y tenía crias y que toda lenteja Carolina les creyó. Aparte, en la misma revista, hay una lista de toda la gente que de uno u otro modo se opuso a la campaña de Bush en Irak . Destaca el capitán Ian Fishback, quien denunció las torturas en la prisión iraquí y envió una carta a Human Rights y al senador MacCain a pesar de las amenzas de Rumsfeld que le pedía a sus superiores que aplastasen al soldado.

Me fui a Manhattan por un rato como a las 6 de la tarde, pero todo estaba cerrado, di vueltas alrededor de la 14. Avancé algunas páginas de Lord Jim. Antes de dormir, como para terminar el primer día del año con algo interesante, me leí uno de los ensayos de Borges, el que escribe en su Prólogo de prólogos, sobre la iglesia de Swedenborg. Borges dice que hay una maldición sobre las culturas escandinavas. Inventaron las aventuras épicas con las sagas pero nadie se acuerda de ellas, descubrieron América mucho antes de Colón pero nadie se acuerda de eso, y Swedenborg ideó esta doctrina alucinante, perfectamente lúcida, que ha pasado al olvido. Yo agregaría que el mejor dramaturgo del siglo XX es Igmar Bergman y que tal vez también pase al olvido.
Swedenborg creía en un tiempo posterior a la muerte en el cual los hombres seguían practicando su capacidad de libre albedrío, algunos hombres preferían ir al infierno y otros al cielo. El cielo era un sitio donde la principal actividad era la conversación. Por eso había que prepararse intelectualmente en la Tierra, de otro modo las charlas del Cielo iban a ser demasiado aburridas. El hombre piadoso que no había vivido ninguna experiencia en la Tierra se iba a aburrir mucho en el Cielo. Y para los diablos, el cielo era un lugar fétido donde no irían a vivir ni aunque les paguen por ello. De este modo, según Swedenborg, el cultivo de la inteligencia y el desarrollo intelectual, era una manera eficaz de alcanzar el cielo (o el infierno, ambos eternos). Swedenborg creía además que todos los placeres eran más intensos allá arriba. William Blake agregaría, que el arte era otro de los medios para alcanzar la inmortalidad del espíritu.

Sonata de Bergman, 8 de abril

Ingrid e Ingmar Bergman

¿La odia, la ama? Bergman lo sabe, los otros no. Tal vez el preludio de Chopin pueda decirnos algo. Tal vez Bach, que sabe tanto, mientras Leonardo toca para Helena. No le importa la hija, le importa el mundo y esta agenda apretada, que espera no esta soledad noruega donde se siente atosigada.

Bergman ha pisado fondo, los recaudadores de impuestos lo han metido preso y ha encontrado refugio en Munich. El llanto de Ingrid, la ira de Eva, el paciente Viktor, que escucha la historia del aborto desde un lado de la escena, incapaz de seguir ayudando a la esposa que ama. Erik es el que brinda alegría, pero Erick se ha ahogado en este caudal precioso, bajo estas hojas amarillas y marchitas. La sonata, sigue la estructura de Bach, fue un pedido expreso de la moribunda Bergman en Cannes. Siete siglos que no ha visto a sus hijos y la rabia contenida de Eva, explota, como Helena que no puede llorar solo mover los labios y gritar ¡Mamma!
Los libreros de al lado del río no tienen nada. Lo mejor ha sido este libro de libros raros de Loayza, el viaje del Ulises, la disputa entre Arnold por la literatura. ¡Todo por la literatura! Y el mejor ensayista latinoamericano, diciendo antes de morir: «Vargas Llosa y Gabo son unos mediocres, solo Borges ha creado algo de valor«.
Como un filme de Bergman ¿verdad? Falta la copa rota o el vaso de cicuta cayendo o los ojos del director del teatro, el padre de Alexander, que se cierran mientras Alexander huye y Fanny se queda perpleja al lado de la cama.
Dos Guiness en Smith St. una hamburguesa, una Brooklyn Lager. El mejor Ulises que se haya escrito. Pido la cuenta. Nada de Moses Finley, nada de Steiner, el libro sobre los ensayos de Homero.

Dicen que Bergman tuvo cinco esposas. Las cinco mejores que las otras que no tuvo este compadre. Un brindis por las mujeres, por el close-up de Ingrid Bergman, por la escena final de Breathless, por la cantata de Jules and Jim.

La lluvia atiende los lunes. 28 de marzo

La lluvia empieza a caer persistentemente desde la noche y no se ha detenido todo el domingo. Szidonia ha llegado a encontrarnos, degustando un spaghetti a la carbonara delicioso en la esquina de McDougal. Szidonia nos ha esperado en el Starbucks y hemos marchado con los paraguas rotosos hasta el Angelika para ver a Clint Eastwood y a Hillary Swank.

Agradezco que nadie me contara el argumento, pues de este modo el giro de la historia es sorprendente, triste. Szidonia ha salido llorando y Camilo haciendo miles de preguntas. Claro, no ha entendido nada. Recuerdo cuando fui a ver Sexy Beast en el Lowes de Times Square. Casi lo mismo. El lenguaje es complicado y el acento del sur. Pido un té al regresar al Starbucks, nadie ha querido seguir caminando, la lluvia ha persistido en su encanto y nos ha mojado a todos de regreso.

A la vuelta a Brooklyn, en el D, comienza a llover con fuerza. Interminable. Sigo leyendo La Odisea y ya estoy pensando en lo que voy a seguir. Camilo sugiere que las tragedias griegas, que no me meta con La Divina Comedia. El cuento final del Hacedor es genial. Borges se desdobla en dos personas, el yo y Borges, y ninguno sabe quién trabaja para el otro. Al momento de soltar la pluma el cuento lo puede haber escrito cualquiera de los dos Borges.

Coincido en que estamos regresando al tiempo en que leer al ciego de Buenos Aires era un secreto, una clave compartida.

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