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The New York Street

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Bob Dylan Concert


Correcta corbatita amarilla y pantalones de soldadito de plomo, sombrero de líder cuáquero y arrugas. Muchas.Ni bien pisa el estrado, correctamente se dirige a su teclado y se coge bien. Empieza con»Everybody must get stoned».

La banda es la que marca la noche la que mueve a la tribuna, mientras la voz de Bob es la que embruja. No carece de fuerza, pero es oscura, entreverada, grave, como si estuviera gritándose a sí mismo. El público es diverso. Sesentones de largo pelo gris y jeans despintados y grupos de veinteañeras, muchachones de cabello largo y otros de pelo corto que no deben tener más de 30. Dylan ya no agarra la guitarra, a pesar de que se lo piden a gritos. Dylan apenas se dirige al público, no es un showman, sólo canta. Debajo del teclado veo que mueve los pies, taconea, sigue el ritmo.

Mucho rock and roll, la banda es buenísima, y sin embargo las canciones no son las que yo conozco. No soy un «hard-core fan». Hay un grupo grande al lado de donde estamos nosotros, pegados a la barra, frente al escenario, que grita con cada tema.Sin embargo, cuando se va, se apagan las luces, el público lo llama insistentemente y Dylan regresa. Otra vez detrás del teclado para empezar con «Like a Rolling Stone» y despedirse con «Visions of Johanna». Eso es más de lo que esperaba. Gritamos, aplaudimos, vibramos.

Dylan se va. Hace una venia muy formal al lado de sus músicos, una reverencia y un guiño-me parece- a los que estamos en primera fila. Cuando se apagan las luces del escenario se abre una cortinita al lado del estrado y sale Bruce Springteen. Pasa frente a mi, a un paso. Con una gran sonrisa, saluda a todos. Parece un fan más, feliz después de un gran concierto de Bob Dylan en Asbury Park, el pueblo en la costa de New Jersey donde Springsteen nació y pasó la mayor parte de su juventud.

Me llaman el desaparecido (Manu Chau en Brooklyn)

Después de los problemas para entrar al concierto de Cerati el sábado, Natalia no quería arriesgar. A las 5 p.m. estaba agarrada de la reja, en la primera fila para entrar al parque. Tony, su amigo mexicano, había perdido el ticket y Natalia estaba traumada porque las entradas estaban agotadas y no sabía si iba a poder conseguir otra. Mi ticket lo cambié por un pase de prensa, pero igual terminamos al frente del escenario junto con toda la gente. Se llenó. Y Manu tocó una y otra vez. No le gustaba la idea de irse. Volvió para tocar Mala Vida que Alejandra le pedía a voz en cuello. Stephanie nunca lo había visto en vivo y estaba alucinada.

Sharon se quedó sin entrada, lo escuchó detrás de la reja. Alejandra se moría de ganas de ir a la fiesta , pero entre la quinta y la quinta decidimos que no valía la pena ir hasta el muelle 17 de Manhattan sin saber si Manu tocaba o no. Entre las masas apareció otra vez el luchador de la máscara plateada. Y el Cromañón parado delante mío, el Trucu-Tru, saltaba salvajemente con su bandera de Colo Colo y la agitaba sin darse cuenta de que tapaba todo y nos jodía a los que estábamos parados detrás. Hasta que Manu lo vió y lo hizo feliz gritándole: «Colo Colo, presente.» Con la boina roja y la camisa verde, Manu criticó el «White House terrorism» ( y le mandó su saludito al Sub Comandante Marcos…)

Esperando en la puerta, mientras calentaban el escenario los malísimos Plastelina Mosh veo a la poeta portorriqueña que me presentó Elisa hace meses en la casa del periodista colombiano. A la fotógrafa peruana que me presentó Camilo, a mi amiga Katy, profesora de Lehman. Stephanie vino manejando desde Port Washington. Lisa baila con el bebe en la panza. Todos somos clandestinos en el cemento de Prospect Park. Manu canta Volver y las luces del parque estallan otra vez. A algunas calles de distancia, Ale y yo somos invitados a la casa de los amigos de Stephanie y Sharon. Hay un tabladillo sobre el techo, desde donde se ve Manhattan. La vista, el ambiente, la cerveza de Clavo y Canela de la que Sharon se ha enviciado gracias a un largo invierno en Brooklyn, están espectaculares. Como a las tres de la mañana llego al Bronx, a enterrarme, trapo, en la colchoneta al lado de la cama donde duermen placidamente mis viejos. «Me llaman el desparecido», me dice Stephanie en un mensaje de texto…El cuerpo no da para más.

Perú Negro en Lincoln Center

Si Alejandra no hubiera llegado tarde para decirnos que tocaban en el Lincoln Center, no lo hubiéramos sabido. El promedio de edad era base 6. Los cinco cajoneros del grupo salieron al frente para gritar: El cajón es peruano. Al final ,después de empujarlos un poco, el público terminó parado coreando y bailando. La negra se menea..al ritmo de la batea…

http://youtube.com/v/PVE-ZWmS4Os

Los tambores de Manhattan

Habría que declarar que los tambores tienen luz propia. Cómo negarlo. Sería egoísta calificar a lo que estos instrumentos emiten, de simples «sonidos». Los tambores emiten luz y sensaciones, algunas de estas de carácter permanente.

 

Después del concierto de Cerati, las huestes desadaptadas- se movieron hacia el centro del parque, donde las tribus se habían juntado para el espectáculo del sonido. Se convocaron magos y magas, druidas, bailarines desacreditados. Gabriela aún no ha gritado: ¡Qué viva Sullorqui! detrás de los espectadores sentados de Perú Negro. Todavía está en camino, seguimos andando hacia el Lincoln Center.

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