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The New York Street

Un blog lleno de historias

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Dante

Las estrellas y las olas

silaca

Nos sentamos frente al mar. El cielo era una franja blanca separada de la franja azulísima del mar. La franja azul era como de tela arrugada, con muchas marcas, una al lado de la otra. Por aquella franja blanca iba descendiendo un disco brillante. El reflejo del disco caía sobre el agua y pronto ese disco estaba reflejado por completo en el agua y las olas lo cortaban, avanzando incontenibles hacia la orilla.

Era una tarde fresca y yo acababa de descubrir tus ojos claros, enormes. ¿De qué hablábamos? Quisiera saberlo, pero mis recuerdos son mudos. Nos veo a los dos intercambiando miradas, nos veo descalzos y disforzados, apretados sobre un asiento de concreto, junto a los otros. Por un rato éramos parte del grupo, prestábamos atención a los otros. Ellos también se portaban disforzados, pasando la botella de cerveza y el único vaso; alimentando las horas con conversación banal, esperando a que cayera el sol; que la noche inundara las casas pues el generador no funcionaba y la playa sin él volvía a ser como antes: cuando tú y yo éramos niños y marchábamos por aquí y por allá, entre las piedras; correteando a las lagartijas; esquivando las piedras calientes camino a las pozas, saltando y haciendo equilibrio; sumergiéndonos uno detrás del otro en las pozas de agua helada.

Veo eso en mis recuerdos, pero no escucho nada. Sé que miraba el sol porque lo hacíamos tantas veces, a la misma hora, siempre el mismo grupo de chiquillos, verano tras verano, tarde tras tarde. Sé que era la primera vez que te veía tan grande, porque a esa edad todos solemos dispararnos de pronto hacia la madurez.

Veo ese universo en mis recuerdos y veo la llegada de la noche. Entonces ya éramos sólo tú y yo; y sólo le prestábamos atención a nuestros detalles y a nuestros olores; ésos que aparecen cuando dos cuerpos adolescentes están más cerca el uno del otro, cuando las manos comienzan a tocarse y de repente nuestros labios.

Yo estaba entrando a la plaza y llegaba la camioneta con ella. Era de día. Julián, Ramiro y yo regresábamos del mar, yo cargaba dos costalillos de lapas. Mi tía Cecilia estaba de copilota y el tío Alejandro manejaba. Ella iba en el asiento de atrás, pegada a la ventanilla, con el cabello largo y rubio.

Todos me conocen. Saben que yo estoy solo en la playa porque mis padres… Bueno, a mis padres todos los conocen y saben de mis hermanos también. Y si bien a mí no me importa, también saben que uno de ellos está en la cárcel por romperle la cabeza a un jaquino en una pelea. Tal vez también me pongan otros apodos porque saben, o empiezan a darse cuenta, que yo no hago lo mismo que sus hijos hacen. No me extrañaría si a mis espaldas mis tíos me llaman «fumón»; o les piden a sus hijas que presten más atención cuando estén conmigo. Me siguen tratando igual, hasta donde yo puedo percibir.

La tía Cecilia me vio con los costalillos. Acababan de llegar de Lima. Ella dijo que me acercara y nos dimos un gran abrazo; salió mi prima de la camioneta, a ella sí no la veía hace unos tres años. El tío saludó pero sin ser tan efusivo. Siempre ha sido así el tío, lacónico y poco expresivo; pero nadie me puede culpar por sospechar de él. Creo que se portó así, medio distante, porque le han contado. De todos modos, nos dimos un abrazo y les dije que podía sacar más lapas la mañana siguiente, si querían, porque mis costalillos ya tenían dueña.

La tía Amparo iba a hacerme un picante de lapas, porque la tía Amparo está con la cadera mala, se cayó de la yegua en el cerco. Cocina rico y si yo le llevo lapas, mi tía me prepara un picante y sopa y al día siguiente puedo ir a tomar desayuno y la tía no me mira de ningún modo diferente, creo que es porque sabe que su nieto también…que los dos somos muy amigos. En fin. Mi tía Amparo ha tirado un colchón en el asiento de cemento, frente al mar. Allí puedo dormir, al fresco. Allí puedo sentarme a jugar cartas. La he invitado a mi primita para que vaya más tarde, cuando termine de instalarse en la casa: Carmen.

Carmen. Carmen. Carmen. Tengo que memorizarme su nombre porque me ha gustado cómo me miró. Allá en Lima ella sigue de novia con Juanillo, pero Juanillo nunca viene a la playa (a veces, tal vez para la yunza).  Carmen podría ir conmigo a la yunza este verano. Y esta tarde, cuando baje el sol, nos sentamos todos los primos afuera de la casa de la tía Amparo a conversar, a jugar cartas. No dije «a tomar» porque el tío estaba demasiado cerca, pero ya lo saben igual. Allá te espero, dije.  Y Carmencita sonrió y la tía Cecilia dijo «yo la mando».

Me gusta venir a pescar. No me importa la manejada: 7 horas. Lo hago sin pensar. Salgo de la oficina el viernes, meto ropa para el fin de semana, mis cosas de pescar; en la noche –solo, con mi hermano, o con algunos de  mis primos, si quieren ir–manejo de corrido hasta la playa.

Sólo paro un poco antes de Ica. Hay un quiosco donde se detienen todos los camioneros. Me tomo un buen caldo de gallina y llego a la playa al amanecer. Me gusta llegar bien de mañana porque el olor del mar entra en mis poros. El camino de bajada a la playa no es bueno; si estoy solo, prefiero bajar a mirar. A veces está lleno de grietas, sobre todo al principio de la temporada; después le pasan la cuchilla y para febrero está mucho mejor y puedo bajar sin pararme; a veces incluso a velocidad.

A mi novia no le gusta venir. Ella casi no toma y le molesta verme tomando. También le gusta pescar; y yo le he dicho que así siempre ha sido y que nunca me ha visto borracho. No entiende. Ella ha crecido en Lima pero también tiene familia en Paramonga y dice que allá chupan pero no tanto como acá. Se van a la playa, tampoco hay electricidad, tienen casitas al lado del mar; pero que cuando se apaga la luz no se quedan tomando hasta el día siguiente.

Su papá es un borracho y ella tiene miedo que yo sea igual que él. Las peores bombas han sido con su padre. Las únicas veces en que he regresado a casa a vomitar bilis han sido con él. Mi suegro es un fuera de serie pero toma demasiado. «No tomo como él, mi amor», yo le digo. Ella no puede distinguir las cantidades ni entender la diferencia entre esas borracheras y esta manera tan ligera de tomar: acá en la playa compartimos la botella y el vaso; mis primos casi no tienen dinero y siempre soy yo el que pone la cajita el sábado en la noche. «Es el único día que tomo mi amor. Ese es todo mi vacilón», le digo; pero ella no entiende.

Yo voy el fin de semana a la playa, sólo a pescar. El sábado duermo un rato en la casa de la tía Mirabel, a veces toda la mañana; almuerzo algo ligero y me voy de pesca. Eso me aloca: la pesca trepado en las peñas, lanzando el cordel a las olas, viendo el mar que revienta contra las rocas; el mar azul que me calma, que me hace sentir que la vida vale la pena.

Espero morir después de haber vivido todos mis veranos entre estas rocas. Quiero, si es posible, pescar hasta el último día de mi vida. Morir regresando de pescar, con mi cuerpo todavía oliendo a mar.

Esta noche no ha sido distinta de las otras. Mis primos son muy divertidos, son todos menores que yo, ninguno carga mucha plata y todos me gorrean. A mí me gusta invitarles la caja de cerveza. Me hace sentir muy bien. Al Peto que tiene sus padres pero como si no los tuviera; al primo Carlos que viene desde Lima y que casi nunca veo porque va muy poco al pueblo y éste es el primer verano en que viene todos los fines de semana; al primo Ramiro, siempre tan calladito.

Hoy lo he visto a Ramiro un poco alterado porque se apareció la primita, la hija de la tía Cecilia que está muy linda. Tiene los mismos ojos de la tía y su cabello es rubio, medio rojo como son muchas de las primas Guardia; y la chiquilla es muy coqueta. El pobre Ramiro no sabe ni cómo conversarle. Le temblaba la mano cuando tenía que pasarle el vaso y la botella, porque él estaba parado al final del asiento y ella estaba al otro lado y Ramiro tenía que darse toda la vuelta para llegar hasta ella; y yo podía ver cómo se ponía nervioso Ramiro cuando ella le coqueteaba al recibir la botella y el vaso.

Mala suerte para Ramiro. Ahí estaban los otros dos pegados a Carmen como lapas. El primo Carlos que la vio desde que se acercaba y de frente se sentó al lado de ella y empezó a conversarle; y eso le gustó a la chiquilla. El Peto se fregó porque él también estaba dando vueltas y conversándole; pero desde que Carlos se sentó a su lado, Carmen sólo le hablaba a él. A Ramiro eso lo tenía medio celoso, pero qué vamos a hacer. Lástima que sea la única chiquilla de su edad en la playa, porque también están las hijas del potón Carmelo pero ésas vienen recién en febrero para la yunza.

Y poco a poco se fue toda la luz y nosotros seguimos tomando hasta que se acabó la caja. Y no sé si fue mi idea, yo creo que escuché que pasaba algo entre ellos, pero es imposible ver nada cuando se va la luz en la playa. Es imposible. De todos modos ya estaba pensando en irme a dormir; para ir a pescar temprano, que es lo que me gusta hacer los domingos, antes de empezar, otra vez, la manejada para Lima.

De noche todo se inunda de estrellas. Carmen nunca había tenido 16 años en la playa y yo nunca había estado con una chica de ojos tan claros como los de Carmen.

Nos besamos. Estábamos aún pegados uno al otro y a mi lado estaba el primo Julián y al lado de ella estaba parado el Peto que seguía hablando de la fiesta de la yunza. De vez en cuando escuchaba que el primo Ramiro se paraba y venía por el otro lado y le alcanzaba a ella el vaso. Mientras se lo terminaba, ella me besaba.

No puedo escuchar nada, mis memorias siguen siendo mudas. Puedo ver a Carmen, que en la oscuridad dirigía mis manos hacia su cuerpo y, levantándose la blusa, me ofrecía que la bese y yo la besaba. Mi lengua estaba caliente pero más caliente era la piel de Carmen. Ramiro se fue primero y Julián siguió. También se fueron los dos chiquillos García y al final se fue Peto, que hablaba hasta por las orejas. También se despidió y me alcanzó su mano de dedos nudosos en la oscuridad; se la apreté y me dijo «Adiós primo».

Ofrecí acompañarla a su casa y, en el silencio de la playa, ella me dijo que estaba con Juanillo; que también era nuestro primo; pero como su madre se había casado en Lima con un piurano ya no eran tan primos como ella y yo.

¿Nosotros somos primos? Bueno, tu mamá y mi mamá son primas en segundo grado. En realidad el parentesco venía por el lado de los abuelos. En la época de los abuelos, el mundo de la playa era mucho más limitado que hoy. Eran sólo cuatro familias las que venían a pasar la temporada, desde la Navidad hasta marzo. Las cuatro familias tendían a mezclarse entre ellas. «Nosotros vivimos en Lima. Somos distintos».

Las estrellas estaban salpicadas en la oscuridad, como granos de sol. No alumbraban; sus destellos alcanzaban apenas para darnos ánimos o para enseñarnos que cada momento que vivíamos era como ellas. Eran estrellas íntimas, pequeñas.

Esos momentos siguen allí en nuestra memoria.  Miramos al pasado y los vemos: desparramados como estrellas. Siguen vívidos, coloridos y silenciosos; con su pequeña luz propia; aún hermosos.

(Este cuento ha sido publicado en diciembre del año 2012 por la revista SUBURBANO de Miami)

Eviten comerse los unos a los otros

Colgadas sobre aquellas paredes de adobe sin pintar, siempre hay un calendario. Y aquellas camas–catres les decía el abuelo–por lo general necesitan una afinada de los resortes y un poco más de relleno en los colchones.

Ella, la selvática que lo había conducido con delicadeza, hasta con cariño, por las escaleras hacia su habitación, ahora lo estaba mirando como si fuera un estorbo, y parecía suplicarle que la exima del suplicio, que se largue para dejarla dormir. Él–no sabía por qué, tal vez por alguna coincidencia que tenía que ver con esa noche, por toda la chicha fermentada o tal vez por culpa de esas velas que le alumbraban el camino en la iglesia antes de que fueran a buscarlo para traerlo hasta allí–no se venía, y todo el placer que podía haber sentido se le transformaba en culpa. Prestaba más atención al calendario colgado en la pared, a la imagen religiosa dibujada sobre los números del mes, que lo miraba acusándolo, como diciéndole que ya tuvo su oportunidad, o que nunca la tendría; que lo estaban observando fuerzas más grandes que aquellas patéticas maniobras que él hacía en la cama con esa muchacha, con ese culo perfecto en el que buscaba perderse para olvidarse del amor y de su incapacidad para conseguir a la mujer que deseaba.

Amor, palabra manoseada ¿Acaso no amaba también esa fuerza que salía desde el centro de su organismo y la penetraba?¿Acaso no amaba la indiferencia con que podía encaramarse sobre otro cuerpo para simplemente olvidar la imagen que lo torturaba?

Entonces sonaron los golpes en la puerta, anunciando que el valor de sus monedas–sus veinticinco monedas– se había terminado, que debía volver a la calle aún semioscura, a una mañana donde seguía transcurriendo la oscuridad de una relación que jamás entendió bien. Tenía que salir a los pasillos de aquella casa refugiada en el anonimato de las afueras del pueblo, donde el enemigo lo esperaría con aquella media risa de doble filo con que lo había tentado aquella tarde por las calles empedradas de la comarca y lo había abrazado mientras tomaban uno y otro vaso de un líquido fermentado y amargo; demostrándole su absoluto dominio de la situación y lo desatinado de su intromisión en esa vida de pareja construída con sufrimiento, poco a poco, a lo largo de tantos años.

Porque ¿Quién era él para creer que podía venir desde la ciudad, desde donde se habían escapado ellos, a gritarle por su incapacidad para mantenerla? A ella que, para que lo sepas, no solo ha cambiado tu vida sino la mía. En esta aventura somos solo dos y no puedo aceptar ni traiciones ni terceros, ni amenazas de retirada, porque este amor tortuoso pertenece a dos amables y tortuosos individuos. Así que no retires tu mano, abraza tu vaso y en estas calles llénalo otra vez del fermento espumoso, de esta savia que ha enceguecido a una raza durante tantos siglos, para que no entienda que su banco de oro está siendo saqueado, porque mi reino no es de este mundo, indio, mi reino es del oro y de la plata.

Y él se imaginó entonces que incluso el Inca había comprobado como el placer de la chicha cerraba los ojos del pueblo: mientras el Imperio seguía extendiéndose, ellos trabajaban, tomaban sin quejarse y de pronto llegaba a esas tierras la iglesia y lo confundía todo. Se prendían las miles de velas antes de que salieran las andas de la Virgen a caminar por el pueblo y la chicha seguía colmando los vasos y, esa madrugada, la selvática  lo invitaba a darle la mano y seguirlo hasta el segundo piso, para entender el poder de sus juventud, de su semen que –por fin, presionado por los golpes en la puerta que le exigían que cumpla su parte del trato, que deje dormir a la muchacha–se desparramaba sobre su cuerpo como la sangre de un animal herido.

Entonces él se apartó de ella, se vistió y salió otra vez a los pasillos para entender que era un hombre vencido, que tal vez debería acostumbrarse mejor a las derrotas, a los caminos truncos; acostumbrarse a pagarle mejor a esas muchachas que lo jalaban con cariño por las escaleras oscuras hacia sus dormitorios.

Allí en la sala de baile, satisfecho, lo esperaba su enemigo. Lo recibió victorioso, con esa media risa con la que alguna vez le enseñó la media pintura de su vida, la que nunca pensaba terminar y que escondía detrás de unas sábanas descoloridas para que su mujer creyera que vivía con un artista. Le dijo que su vida era el arte, si bien su mejor arte era esa forma de mirarlo, sometiéndolo.

Ahora las luces de la mañana entraban por las ventanas irregulares del prostíbulo, para decirle que otra vez había sido vencido. Alguien, muy dentro de sí mismo, le gritaba una línea que no sabía si atribuirle a la descarga en el dormitorio, a la paciente intoxicación de la tarde, o a alguna tara adquirida en una educación religiosa y larga que nunca servía para vencer al enemigo: «No se coman los unos a los otros».

Los dos cruzaron la pista de baile vacía, aquella donde una hora antes la muchacha apareció reluciente y despertada para conducirlo a su habitación, por algunos minutos, para susurrarle al oído que no todo estaba perdido, que las fuerzas de otros abismos lo iban a sostener mientras durase su peregrinación. Pero que no podían ayudarlo a cruzar el infierno, aquella era tarea de hombres, no de niños.

Aeneid, the Mandelbaum translation



Virgilio leyéndole La Eneida al emperador Augusto.

Pero para sufridas Dido: encamotada, hierve de fiebre al ver al troyano moviendo los pectorales, campechano, echándose flores con la pinta de aventurero, de conquistador. Al parecer nadie le avisó que Eneas estaba haciendo sólo una parada técnica, que después de la meadita y de contar su historia (estaba triste, se le acababa de morir el papá) tenía pensado seguir viaje para Italia.

Así que Eneas siguió hacia el sur, como ya había sido planeado. Los dioses se rieron de su pequeña ambición de formar una familia, cumplir el papel del esposo cariñoso. Te esperan tantas mujeres Eneas, tantas aventuras. No te hagas de rogar. Las diosas le dicen que empaque, que no diga nada y zarpe de una buena vez. Dido se mata por amor mientras Eneas en alta mar sigue al viento, a fundar su imperio.

¿Qué imperios nos esperan a nosotros Sirius? ¿Me sigues? ¿Has movido la cola? ¿Esa es tu manera de decirme que sí? No creo que nos espere nada, para decirte la verdad. No nos ha sentado nada mal quedarnos aquí con nuestra Dido, sentar cabeza, recuperar fuerzas. No me molesta tumbarme en la cama a echar la siesta, preparar la comida, darte de comer al plato, sacarte a pasear tres veces al día.¡Ah, vida burguesa!

Hoy le dije a mi Dido que quiero viajar con ella.¿A dónde más? ¡A Italia! Esta mañana en Borders, estuve hojeando un libro sobre los restos de Pompeya. Buenas reproducciones de los frescos en las paredes, fotos de los caminos de piedra y del coliseo reconstruido. Recordé que alguna vez me saqué las sandalias sólo para sentir que estaba caminando «sobre» las piedras de un camino romano. Recordé también las playas de Sorrento, la vista del Adriático desde el malecón hacia la playa. Me gustaría viajar con ella y llevarla en el bote que recorre la costa amalfitana. Me ha abrazado fuertísimo, me ha entendido.

Eneas en el infierno se encuentra con Dido. Ella esquiva la mirada, fija los ojos en el suelo y por más que él le suplica («es tal vez la última oportunidad que tendremos para hablar») y le dedica toda una stanza (No parece mucho, pero el lacónico Eneas pocas veces le dedica más de una línea a alguien que no sea su viejo Anquises) Dido lo ignora, y sigue sufriendo.

Se me ha quedado grabada–no entiendo bien por qué–, la cara de cojudo con la que Caronte acepta llevar a Eneas. Primero lo encara con rabia, le dice que ya estuvo bueno que dejase pasar, muy a su pesar, a unos cuantos hijos de dioses, pero que él mejor que se de la vuelta, que ni sueñe que lo va a pasar al otro lado. Sin embargo el miserable se rebaja toditito cuando la sacerdotisa le enseña el regalo para Perséfone. «¡Sólo soy un simple barquero!», debe de haber pensado el pobre Caronte, resignado a que algunos privilegiados puedan moverse a sus anchas por el infierno.

Walking Uptown Manhattan


Hay ciertos días en que es necesario bajar la cabeza y seguir caminando. Por cierto que el clima no está malo, es más, me ha venido un repentino deseo de ser libre mirando los edificios desde los ventanales de Hunter. El viento es de color gris, pero los vestidos son de todos los colores. El aire es más fresco, se siente bien recuperarse de la fiebre. ¿En algunos trenes la calefacción es distinta que en otros? No sé por qué ayer me asfixiaba a la misma hora y ahora he viajado fresco y hasta con algo de frío. He llegado con exagerado adelanto.

Una muchacha es de Georgia y yo creía que su acento era británico. Por alguna razón cree que por haber terminado la maestría de literatura debo escribir con un inglés muy bueno. Mirando los grabados del libro de Blake me han dado ganas de adquirir la edición crítica de la Norton.

Quedan pendientes algunas cosas en mi clase de diseño. A los estudiantes les ha gustado recibir una variedad de ejercicios pero voy a seguir intentando darles material. Hay algunos trabajos muy creativos. Creo que las mejores tarjetas de presentación que he visto hasta hoy, lo cual demuestra que se les puede tener fe. Haremos una clase adicional lo cual nunca he hecho antes.

Con el cabello corto, lluvia en Johnson Avenue, bajando por la colinita de Riverdale. ¡Qué difícil resulta encontrar un lugar para estacionarse cerca de Lehman College! Pareciera que todo el barrio se ha comprado un auto desde el año pasado.

El exámen de latín, más sencillo de lo que yo esperaba. Las respuestas se pueden deducir si tienes un conocimiento medio de la cultura clásica. La gramática es la parte más difícil pero para poder cumplir sólo queda memorizar y memorizar. No hay otra. Hemos visto la cuarta declinación.

Toda la historia de Cadmos viene a pelo: Fundador de Tebas, hermano de Europa, mandado por su padre a buscar a la hermana, secuestrada por Zeus. De los dientes de la serpiente sagrada, sembrados en la tierra, nacen cincuenta guerreros que luchan entre ellos. Con los cinco que sobreviven se funda Tebas, pero la familia real de Tebas siempre estará condenada por Ares que llorará la muerte del animal y esconderá su maldición a Cadmos al ofrendarle a su hija Harmonia como mujer. Las Nereidas, las 50 hijas de Nereo con Doris (hijos de Pontus y de Oceanus) Tres Nereidas son las más importantes. De ellas la más famosa es Galatea por la cual pierde la cabeza Polifemo y, Anfitrite, esposa de Poseidón.

Es preciso el comentario de la profesora Bernardo. Siendo feo Polifemo era tan vanidoso como el bello Narciso. Qué gran ejemplo de la relatividad de la belleza y de la estupidez de la apariencia. Hay una chinita en la clase, de apariencia muy bonita. Hay muchas mujeres mayores y un bigotón que llega arrastando los pies. No se le ve tan cansado pero tiene la apariencia de ser alguien mortalmente cansado. El hombre más cansado que he visto en Hunter.

Una larga caminata por Lexington, camino a la 86. Hay tantas cosas que ver en la ciudad, cada calle es tan distinta, tan llena de detalles. Creo que si me propusiera conversar con alguien cada día sería aún más interesante. Debe haber muchísimas historias entre tanta gete que sube y baja las escaleras. El mexicano que sirve los hot dogs no me quiere recordar cómo se llama la col hervida. «Repollo» contesta muy serio. No se le puede replicar nada.

Eneas entra al infierno acompañado de la sacerdotisa, Caronte acepta cruzarlo en su barca luego de ver el presente que lleva consigo: la rama dorada. Debí haber leído La Eneida antes de leer el Infierno de Dante, ahora voy a tener que releerlo. Estoy escribiendo otra vez.

Paterson revisited, 10 de febrero

Si bien quienes defienden la ambición de William Carlos Williams de escribir un poema épico que utilice el habla de los Estados Unidos, han querido consagrarlo como el más norteamericano de los poetas del siglo XX; su poema Paterson consigue las mejores imágenes y versos en aquellas líneas donde se proyecta más allá de los bordes de su país.

Tras sus diatribas contra Pound y contra T.S Eliot, a quienes algunas veces calificó de decadentes europeos y de traidores who had run far and wide sniffing at the trees, barking their profundities to each other , el quinto libro de Paterson–que no constaba en la idea original y que Williams añadió en 1958–, es la recreación del River of Heaven (título del quinto libro en los manuscritos originales) y una mirada nueva a la Comedia de Dante.

Pound concibe sus Cantares como una versión universal de la Comedia, como la gesta de una tribu–la humana–que ha trascendido los bordes de Europa. Eliot abriga sus versos más luminosos con el aliento de Virgilio y de Dante. Williams, tras haber agotado su búsqueda de las musas entre las pulcras bibliotecas de los suburbios, da con ellas entre su maltratada colección de poesia clásica. Su quinto libro, con certeza, describe las impresiones del doctor Paterson saliendo del monótono infierno de Rutherford y entrando al Paraíso.

Al final del Infierno

Estrella que termina la Comedia
Cabo suelto, anímame a subir
Sigue Dante enmedio del camino
Y trazando los mapas del Oriente,
Escribiendo Los Cantos desde el fuego,
El viejo Pound.

(Y anónima, se extiende, otra vez
Ante el poeta
La hoja pendiente.)

Harold Bloom and The Western Canon


In the first chapter of The Western Canon, «An Elegy for the Canon,» Harold Bloom quotes W.H Auden, who said that «reviewing bad books is bad for the character.» Bloom uses the experience of W.H. Auden as a literary critic to justify the existence of «The» Western Canon.

Bloom writes that with the thousands of books being published every year, we need a guide of «suggested reading,» filled with the most prestigious minds of the ages, to avoid losing time reading material that won’t nourish our soul or our mind. This is how he begins his defense of «The» Western Canon.

He suggests not only certain authors and books but also certain editions and certain translations. Because of his long career studying, analyzing, reading books, we could say in his favor that he has the expertise and the knowledge to appropriate himself the colossal task reserved for the most respectable individuals in the history of the English language.

However, anybody in any other country of the Western Hemisphere who studies literature with his same passion (or maybe that simply enjoys the pleasure of reading) could ask: who gave him the right to decide who is and who is not in The Canon? Why accept «The» Western Canon of Bloom instead of «My» Canon? What if it was simply a modest List of Suggested Reading by Harold Bloom?

Bloom says that the task is necessary because of the permanent attacks to the departments of literature by a «new» school that pretends to judge literature with other tools than the tools of quality.

He defends his trench furiously because he said that literature is losing some of the most brilliants minds because of this permissiveness, this weakness of professionals who can not differentiate what is the best of the best and what is the worst of the worst.

To go to an extreme, how can anybody even dare to say that a drama written in North America in the 90’s has the same quality than any of the best tragedies of Shakespeare? Why has nobody –before Bloom– had the courage to put Shakespeare at the center of the Western Canon the way Whitman is at the center of the American Canon? Bloom, in a certain way, writes The Canon, as an obligation towards an art that he loves.

Certainly, there is a problem in a field of study where, as Taylor writes in the chapter 3 of the Mc Comiskey’s book –English Studies-, “now some departments are debating whether a course in Shakespeare should be required of all English Majors…many of whom are slipping through innocent of either Dryden or Milton” (216). To Bloom, this equates to an heresy–like telling somebody who studies Mathematics that it is not necessary to study addition, or, in the same field of Humanities, to deny Leonardo or Michelangelo their category of Masters.

As Taylor says, the Canon changes and some authors that were considered major authors at the beginning of the 20th Century aren’t read at all during the 21st Century nor considered in Literature Anthologies. Some of the major changes in the “new” Canons are the inclusion of women’s works.

The problem for Bloom, and certainly the problem for the most radical of the critics who defend the existence of “The” Western Canon, is that after the attack of cultural studies and “all the enemies” of literature as Bloom calls them, there seems to be no standard of quality at all. Now any book, independent of its quality, could be admitted into The Canon. Maybe because there is not an standard of quality anymore.

And, as the chairs of literature departments all over the country should know, the highest standards, the highest quality, is what allows them to get the most brilliant minds to register in their programs.

Shouldn’t the main goal of this profession be to reach the highest standards in the teaching of English studies, and to give every teacher of English the tools and the judgment to say what is good literature and what is bad literature? Is it possible to defend a literary text because of its quality (and to know what quality is?), and not because it has a “label” of “feminist lit”, “gay lit”, or “post colonialist lit”, etc?

Is it possible to love literature and at the same time to deny Shakespeare (or Dante, Whitman, Dickinson, Moore, Pound or Borges) their position in the Western Canon?

Las máscaras y los nortes del último copista -Vigilia de los Sentidos de J. Wiesse

Durante las ultimas dos semanas he estado bosquejando esta reseña sobre el libro de poemas de Jorge Wiesse . El jueves envíe el artículo a Hueso Húmero y Abelardo Oquendo aprobó su inclusión en la revista de diciembre.
Me ha costado mucho trabajo y he recibido orientación de Camilo y ayuda del propio Wiesse cuyo artículo publicado en Hueso Humero 38 más o menos delineaba los objetivos de su poemario.
Acá transcribo la reseña:

Las máscaras y los nortes del último copista
UIises Gonzales

Vigilia de los sentidos es el primer poemario de Jorge
Wiesse. Consta de dos partes. En la primera, titulada
“Personæ”, Wiesse ha juntado 26 poemas, en su mayoría
sonetos. La segunda, titulada “Nortes”, comprende
siete composiciones de distinto metro, agrupadas por
temas, que aluden a distintas zonas geográficas
(«Apuntes toscanos», «Diario romano» o «Lima»). La
primera parte es producto de la intensa relectura de
la Comedia y al mismo tiempo es un homenaje a Dante,
la segunda es un tributo al territorio de la infancia,
los amigos y la familia. Según el autor, tanto la
Comedia como un viaje de retorno al norte peruano de
su niñez fueron las causas de estos poemas. Al final
del libro se incluye una sección de «Deudas
advertidas», casi siete páginas en la que Wiesse
detalla las diversas fuentes de inspiración de sus
versos. Vigilia de los sentidos es el primer libro de
una trilogía de cien poemas –como son cien los cantos
de la Comedia– cuyo título alude a una frase
pronunciada por Odiseo al descender al Purgatorio en
una escena figurada por Dante.

Vigilia de los sentidos es una respuesta a Dante en la
línea de la teoría de la crítica responsable de George
Steiner. Según Steiner, la mejor respuesta posible a
una obra artística es otra obra artística. De la
Comedia, Wiesse ha tomado: una línea declamada por
Ulises en el Canto XXVI del Infierno: «questa tanto
picciola vigilia d’i nostri sensi», un epígrafe al
principio de «Nortes», algunas escenas (como la de
Odiseo) y un personaje (Pia dei Tolomei). Pero lo más
importante ha sido la apropiación del estilo de Dante.
Borges decía que una de las principales marcas del
estilo dantesco era la capacidad para retratar
personajes con la mínima cantidad de palabras posible.
Al interrogar a Dante, Wiesse solo pretendía conocerlo
mejor, pero al apropiarse del estilo ya todo era
posible. Es como aquella aventura imaginada por Neil
Gaiman en The Sandman, en la que un escritor compra
como esclava a Calíope. Al tener a la musa de la épica
consigo, el escritor empieza a pensar con la magnitud
de Homero.

Varias máscaras con las que se ha confrontado Wiesse a
lo largo de su vida –al menos las que más lo han
conmovido– están detalladas en la primera parte de su
libro: “Personæ”. Wiesse convoca en el título y en la
ambición a Pound. Al igual que el viejo Ezra, escoge
sus personajes dentro del universo de los clásicos y
los hace hablar. Así imagina las palabras de la
hermana de Antígona, que en los exteriores del palacio
real de Tebas proclama las penas de su trágica
cobardía en «Lamento de Ismene»:

Paz, paz y aquellas sospechas violentas
Con que el tirano en confundir insiste
Mi cobarde lucidez y mi pena
Estéril? ¡Ah cabecita! Tú sigues

Serena en la eternidad del gran gesto
Mientras yo quedo amasando en los hornos
El pan oscuro de la vida. Muertos

Ya mi afán y mi linaje le robo
Al silencio estas voces y regreso
A mi papel: a lo blanco, a lo anónimo.

Wiesse resucita la voz de Ismene como si se tratase de
uno de los personajes de Lee Masters en el cementerio
de Spoon River, aludiendo a imágenes de Sófocles, pero
robándole líneas a Vallejo («yo que me quedo amasando
en los hornos, el pan oscuro de la vida»). En otro de
estos sonetos («A Grete») Wiesse imagina el discurso
de la cucaracha que se arrastra mientras deja en el
suelo la grosera marca de su baba e intenta recrear la
voz sibilante del metamorfoseado Gregorio Samsa
invocando a su hermana:

Supuro sanies, sanguaza y saliva
Saburrosa– y un siseo sinuoso
que sale de mi sámago y es zonzo
Socolor, sucia sanguaraña cíclica.

Solo esta soflama, ya sibilina,
Te silbo: Será mi serga el solo
Serpeo con que el sanedrín silvoso
Me sancionó, y tu seca sevicia.

Wiesse utiliza los clásicos para generar cruces
intertextuales, a los que enriquece con sus
experiencias con la música, el teatro, la ópera, el
cine, el ballet, la fotografía y la pintura. En este
proceso de contaminación, el texto original se
enriquece con lecturas posteriores, a la manera de los
copistas medievales que iban agregando notas al margen
a sus nuevas copias. Ha escrito Wiesse que su mayor
goce como artista, «su epifanía lírica», la encuentra
en el momento en que los textos se contaminan (“Dante
y yo. Del fuego a las cenizas”, Hueso Húmero 38).
Agreguemos que los epígrafes funcionan en este libro
como claves del proceso de contaminatio. Son una
invitación al lector, quien conociendo los textos
utilizados para el cruce intertextual puede disfrutar
del proceso creativo. Como en el poema «Balcón de
Julieta», en el cual Pedro Salinas, Sergei Prokofiev y
los bailarines Alessandra Ferri y Wayne Eagling leen
el texto de Shakespeare y lo interpretan. En este
poema es Wiesse, imaginándose como el último copista,
quien fusiona las sensibilidades únicas del teatro, la
música y la danza y las moldea para que encajen en la
perfecta arquitectura de su soneto:

Vamos en luz buscando nuestra ruta
Por la región del aire. Confundidos,
Se sumen los neblíes; y la luna,
Perpleja, retira sus rayos fríos.
Atrás quedan la noche, las historias,
Los nombres. Sólo tú y yo, horizontes
Finales de nosotros mismos, formas
De unos sones que lucen bien sus goces.
Somos el blanco y la flecha y el arco
Y el ojo; somos la piel y los pulsos;
Somos los cuerpos que el viento calzaron
A sí; somos este aquí y su futuro…

Vendrá el silencio a reclamar su cuota:
Y se hará la música que nos nombra.

Si bien en “Nortes”, la segunda parte del libro, las
referencias a otras obras artísticas no son tan
abundantes como en “Personæ”, el esplendor y la
riqueza de la literatura se manifiestan en la idea
magnífica que los agrupa: en “Nortes” Wiesse se ha
transfigurado en el marinero griego que vuelve a casa
tras muchos años, cubierto de nostalgia, para
narrarnos sus viajes. Pero este viajero, diestro en el
uso de la lengua, carga consigo el don del estilo
dantesco. Para este juego de personajes
desenvolviéndose en tiempos y geografías distintos
resulta más que apropiado el epígrafe de Borges al
principio de “Nortes”: «…Esa Ítaca de verde
eternidad…»

En “Nortes” hay referencias peruanas e italianas. Las
italianas están agrupadas en «Roma» y en «Apuntes
toscanos», donde se perciben las escenas más
románticas (caminatas por Roma, sensaciones eróticas
al lado de las fuentes romanas o bajo la sombra de las
colosales estatuas y monumentos). Las referencias
peruanas tienen que ver con el norte del país, a
excepción de «Lima». El norte peruano es
reinterpretado y contaminado a través de los poetas
que Wiesse admira. Como «Puquio de Sausalito», que se
declama con el tono elegíaco de Whitman (“Me llaman
por él, por él te invoco”) aunque en una de sus líneas
aparezca Machado (“crepúsculos sucios”) coloreado con
los nombres autóctonos de plantas y de parajes
baldíos. Con préstamos y datos autobiográficos Wiesse
escribe estas bellísmas líneas:

Mis nortes son siempre regresos
A la tierra nunca bien habitada
En que los desiertos sueñan
Con prados verdes
Donde el rumor del agua
Resuena en el gorjeo del pájaro

Y donde los sauces, los guarangos y los algarrobos
Filtran la luz de lo definitivo.

Toro de puquios y de huacas,
Dragón de papel y melancolía,
Ángel de raídas Huamanzañas,
Te he abrazado en ese confuso paraíso:
Se han apagado los crepúsculos sucios
Y me he llenado de auroras

En El canon cccidental Harold Bloom declara que uno de los motivos para elaborar un canon es la necesidad de concentrarse en la relectura de ciertas obras literarias ante la imposibilidad de leerlas todas. El apéndice “Deudas advertidas”, donde se encuentran creadores tan distintos como Mozart, Yourcenar, Fellini, Dinesen, Vallejo o Watanabe, es también un canon propio y a la vez una invitación del autor a compartir su universo lúdico, germen de este libro de versos que por su ambición y complejidad sitúa a Wiesse en la sagrada y breve línea de los poetas trascendentes.

Carátula del poemario Vigilia de los sentidos, Lima 2005


Vigilia de los sentidos. Editorial Laberintos, Lima,
2005. 107 pp.

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