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The New York Street

Un blog lleno de historias

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Coetzee

Otra jugada del destino

Esa tarde. A veces el hombre vuelve a recordar aquella tarde e intenta desenredar los sucesos que ocurrieron como si así estos pudieran cobrar otro significado. Y nunca puede pasar de los recuerdos, como si su inconsciente se esforzara por borrar los detalles importantes. Apenas un esbozo: En esa época, recién llegado de un viaje de descubrimiento por Sudamérica, con 19 años, cierta mirada novedosa de las relaciones personales, y una perspectiva más amplia de lo que podría llegar a ser su vida si se enfocaba hacia tal o cual dirección; el joven que era él, se dedicaba a ganarse un poco de dinero repartiendo a domicilio alimentos y embutidos de la planta procesadora de la familia de su amigo.

Su amigo–en realidad más amigo de su hermano que de él, pero por la manera como los hermanos compartían a sus amistades siempre terminaban haciendo paseos y actividades como grupo–había llegado a la casa aquella tarde, a pie, como muchas otras veces, preparado para sacar cuentas de sus ventas y esperando ciertas órdenes de pollo y embutidos que el joven tenía para esa semana. El amigo–llamésmolo Daniel–solía hacer visitas a la casa por diferentes razones. A veces sólo iba para conversar, para almorzar con ellos. Otras veces se quedaba a cenar o a tomar unas cervezas. Otras veces llegaba en su vehículo de seguridad, acompañado por hombres armados, porque las amenazas de secuestro, al parecer, eran bastante reales.

Daniel era–hay que explicarlo–un muchacho de una personalidad singular y con una historia un poco difícil. Era introvertido. Su padre había muerto cuando él era un niño. Su madre murió pocos años despúes, luego de contraer matrimonio con un segundo marido. Daniel, su hermana y el hermanito que nació del segundo matrimonio, quedaron al cuidado de un padrastro que era más introvertido que Daniel. Era un hombre de negocios reservado y muy poco dado a la conversación. En la casa gigante que la familia tenía en una callecita de Monterrico, él pasaba la mayor parte del tiempo en su dormitorio, un cuarto oscuro, al fondo de la casa. Era muy raro que saliera a saludar o a conversar con los amigos de sus hijos. Había una señora muy amable y ya mayor que se encargaba del día a día de la casa, de los almuerzos, de los víveres. Esa mujer era la que hacía de madre, la que servía de intermediario entre el empresario ocupado y sus hijos.

Así Daniel creció, acostumbrado a cierta obligatoria soledad, con sueños y ambiciones que lo llevaban en direcciones distintas en la vida que las que su padrastro imaginaba para él. Daniel quería ser soldado de las fuerzas especiales. Le gustaban las armas y había desarrollado cierta disciplina con la cultura física por la cual tenía una musculatura, resistencia y agilidad que eran poco comunes entre sus compañeros de escuela.

En esos días Daniel era enamorado de una muchacha de la escuela, que si bien era agraciada y amable, llevaba una vida social muy distinta que la de Daniel. Era fácil preveer que su relación no duraría. Era fácil preveer que si la relación no duraba quien más sufriría por el rompimiento sería Daniel. Por otro lado: Daniel era fuerte y le gustaban las armas. Sería un soldado de las fuerzas especiales. Dormiría en la selva con su cuchillo y su perro (al que tendría que sacrificar para comer, según las leyendas del entrenamiento de las fuerzas especiales que por entonces corrían entre los adolescentes) Una relación frustrada no le impediría ser exitoso y disfrutar de una vida plena haciendo lo que más le gustaba. Ese era su destino y quienes lo conocían sabrían que su amigo siempre estaría un poco loco pero les sería fiel y se lo imaginaban saltando en algún rescate o asalto armado desde los segundos pisos de los edificios (cosa que hacía con regularidad en el colegio y en su casa). Todos creían que Daniel superaría la ruptura y volvería a ser el mismo muchacho loco de siempre.

Por eso resulta tan extraño saber que una tarde, recién cumplidos los 18 años, Daniel empezó a jugar con una vieja pistola de su abuelo y se disparó un tiro. Por eso el joven regresa una y otra vez a sus memorias de esa tarde e intenta ordenar los hechos, recordar la mirada deprimida, el aliento a alcohol de su amigo, su llegada a la casa, sus silencios, su pretensión de estar bien; su mirada sorprendida cuando el padre del joven vio el arma cargada y se la confiscó, sacó las balas y las puso encima de la refrigeradora «Nada de armas en mi casa», tal vez creyendo que había prevenido el desastre: este tenía otra manera de seguir su curso. El joven trata de recordar algún signo visible en el cielo de aquella tarde que podría haber parecido tan similar a tantas otras. ¿Alguna huella que no siguió? ¿Detalles en los que no se percató? ¿Qué tan urgente era esa clase de la universidad a la que tenía que llegar, por la cual dejó a su amigo y a su hermano aún terminando el almuerzo? ¿Qué tan urgente era ese helado de postre por el cual su madre y su hermana salieron de la casa en el auto, rumbo al supermercado?¿Qué tan urgente era el trabajo por el cual su padre tuvo que salir corriendo de la casa, subirse a su auto y ofrecerle al joven jalarlo hasta la universidad? ¿Qué tan urgente eran los alimentos que su hermano comía con paciencia mientras Daniel cogía de la parte de encima de la refrigeradora esa pistola–que no se fabricaba desde la Guerra del Pacífico y que de tan vieja parecía inofensiva–y le ponía las balas? ¿Qué tan urgentes eran los platos que lavaba el empleado de servicio de la casa y que le impidieron prestar atención a Daniel empuñando su arma con peligro? ¿Qué tan urgente era el destino que todos los que pudieron preveer lo que pasaba tuvieron que salir y dejarlo consigo mismo, tal vez deprimido, angustiado, vacío?

Por más que los recuerdos vuelven y vuelven a esa tarde lo único que aparecen son más preguntas.

Su padre tenía que tomar la ruta de la Circunvalación para llegar al Centro de Lima así que no podía llevarlo hasta la Universidad de Lima. Esa ruta no le convenía al joven, así que se bajó del carro dos cuadras más allá y decidió que era más sencillo regresar hacia la casa y darle la vuelta a la manzana para tomar una combi en la Avenida Javier Prado. En ese lapso de cinco o diez minutos, el joven iba caminando en dirección al portón de su casa, por la mitad de la pista, cuando escuchó un disparo. Lo único que pensó fue que «Daniel está jugando con su pistola». Y entonces, vio abrirse la puerta y vio salir al muchacho de servicio de la casa con el rostro de desesperación diciendo algo acerca de una «desgracia». El joven entró a la casa corriendo, sin saber lo que podía esperar, y vio a Daniel cayendo al suelo con un agujero reciente en la frente y la sangre empezando a brotar. Vio a su hermano paralizado en su silla, con una cuchara de sopa a medio camino de su boca. El joven no supo qué hacer. Recuerda haberle soltado una serie de insultos a Daniel por hacer algo tan estúpido como dispararse. Recuerda que al no haber autos en la casa porque la madre estaba en camino hacia los helados y el padre en camino hacia el Centro de Lima, tuvo que ir hacia la casa del vecino, tocar el timbre y rogarle a la vecina que le prestara el automóvil para llevar a Daniel a la clínica. Recuerda la sangre, los gritos en el auto para que se despertase, la mirada vacía de su amigo, la llegada a la clínica Montefiori. Recuerda la llegada del padrastro a la clínica, la mirada sospechosa de los hombres de su seguridad.

Recuerda también cierta parálisis en el universo, cierta lentitud en el modo como sucedían las cosas aquella tarde. Recuerda (¿o tal vez eso lo imagina ahora?) haber pensado : «Así es una desgracia». Aunque seguro que toda esa tarde y esa noche estuvo pensando que era imposible, porque Daniel era el más fuerte de sus amigos y tenía solo 18 años y le tocaba ser soldado de las fuerzas especiales y aún era un muchacho con mucho mundo y camino que recorrer. Seguro que pensaba «así son las pesadillas». Al día siguiente uno se levanta y allí están las buenas noticias, diciéndote que todo fue solo un susto y que el mundo no está de cabeza, que Daniel se está recuperando.

Unos meses atrás, así había sido. Daniel había estado caminando con ellos, un grupo grande de amigos, por las calles sin veredas de Cieneguilla. Una camioneta destartalada lo había cogido, levantado y dejado tendido al lado de la pista. El joven había visto por un segundo los ojos sin vida de Daniel. Vio las heridas y rasguños luego de que el cuerpo de Daniel cayó como un saco pesado sobre el pavimento. Pero unos días después, Daniel estaba fuera de peligro. Sonrió otra vez, los llamó «muchaaachos» como le gustaba. Y a la semana siguiente ya estaba fuera del hospital, otra vez haciendo bromas, riéndose de la ridiculez de sus proyectos, recién llegado del viaje por Sudamérica. Y allí fue que al joven se le ocurrió lo de vender embutidos y pollo, yendo en la bicicleta alrededor del barrio: servicio a domicilio, mucho más barato que el supermercado. Era su primer negocio. Daniel se había recuperado de un terrible accidente y ya nada podía suceder que arruinara su destino.

Pero a la mañana siguiente, muy temprano, su madre vino a despertarlos y cuando ellos abrieron los ojos, ella no sabía qué decirles: «Chicos, tienen un amigo menos…»

¿Qué detalles se han pasado, piensa el hombre, que evitan que él desarme el rompecabezas después de tantos años, y lo vuelva a armar en una posible nueva dimensión donde el arma desaparece, el destino se esfuma y Daniel sale de esa casa después de haber almorzado, tomado helado, hacia ese destino que lo esperaba, esa vida rodeado de amigos fieles dispuestos a disfrutar con sus locuras, orgullosos de escuchar sus heroicas aventuras?

Summertime

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2 de enero
Cinco individuos caminan entre los piedrones de Silaca. La luz es espléndida. Hay un tipo particular de silencio que se quiebra con sus suelas. Las lagartijas los observan desde las ranuras entre las rocas: con las patas tensas, listas para la huída. En el cielo, las aves marchan en bandadas y se susurran en su lengua. En el mar los lobos gruñen, dicen algo sobre la calidad del agua, la consistencia azul del océano. Había cinco individuos atravezando este paisaje, conscientes de cierta magia brindada por el principio del año 2011.

***

Los dedos sobre los erizos, estos luchan pero pierden. Una roca en forma de punta de lanza acuchilla las espinas y cuando las puas flotan en el mar, los pececillos se amontonan para comerse la carne del erizo que se aferra a la roca. Un hombre se lanza al Pozo de los Hombres, con la piedra en una mano y, desde otro ángulo, intenta limpiar las rocas por donde luego tendrá que encaramarse para salir.

***

El perro (Athos) salta, brinca, corretea con la lengua colgándole sobre la arena mojada de la playa mientras el brillo del atardecer hace de él una sombra que camina por la orilla. Al hombre le cuesta aceptar que traerlo a la playa fue la mejor decisión. En ese momento a solas, caminar con el perro lo llena de felicidad. Se fija en su propio estado de ánimo. En su paciente recorrido después de haber regresado de un chapuzón en La Batea, fresco, buceando en el agua helada. Mira las huellas que dejan él y Athos en la arena de Tanaka; disfruta como un cerdo ese momento de disipación total, de ningún problema. Presiente que en esos instantes de dejadez completa está cierta semilla importante para sus próximos libros, que aquella caminata es parte de la investigación para su novela y tal vez parte de la trama.


Y esto lo escribe el mismo hombre, ahora rodeado de nieve. Mirando las estalactitas que cuelgan de la casa de los vecinos y la luz blanca de su barrio. Lo escribe después de haber estado una tarde picando la nieve y pensando que Dios es un raspadillero. ¿Es el mismo hombre?

Discusiones. After reading Inner Workings by J.M. Coetzee

Gabriela Mistral, poeta ganadora del Nobel en 1945.

-Es una barbaridad que Chile tenga DOS premios Nobel de literatura y Argentina no tenga ninguno.
-Y Colombia tiene uno.
-Pero Colombia siempre ha tenido buena literatura. Y García Márquez se lo merecía.
-Pero el único escritor bueno después del Boom es Bolaño.
-Creo que estás hablando estupideces
-Eso es bastante discutible.
-¿Quién lee ahora a Gabriela Mistral?
-Creo que en Chile hay gente que la lee
-Sí, pero no vas comparar a la Mistral con la influencia de Borges y su trascendencia en la literatura mundial
-Y muchos escritores sudamericanos dicen haber sido influenciados por Vargas Llosa
-Lo que habla mucho de la pobreza de la literatura en Sudamérica
-Estaba leyendo el libro de ensayos de Coetzee, Inner Workings. Ni una mención a Vargas Llosa. No cuenta para la literatura anglosajona. Sin embargo tiene un buen ensayo sobre las influencias en la literatura de Garcia Márquez. Y su deuda a Faulkner.
-Faulkner era alcohólico.
-De eso habla también Coetzee. Era muy tímido y rehuía a la prensa. Nunca terminó la universidad y rehuyó siempre la enseñanza. Hasta que lo convencieron ya de viejo. Le gustó y fue profesor vitalicio de una universidad del sur de EEUU. Parece que ese ingreso fue el único que le permitió no morir en la pobreza absoluta.
-Además fue un escritor de guiones mediocre. En Hollywood nadie quería sus guiones
-Pero era muy respetado como intelectual.
-Bueno. La cosa era que influyó mucho en García Márquez.
-Igual que Sófocles. En el ensayo sobre Gabo, Coetzee menciona que La Mala Hora era la version colombiana de Antígona. Al parecer García Márquez lo escribió sin darse cuenta, se lo dió a un amigo para que lo lea y este le hizo notar el parecido. Por eso le incluyó un epígrafe de Antígona.
-A lo que iba: es una barbaridad que Chile tenga DOS premios Nobel de literatura y Argentina tenga ninguno.
-Ya córtala. No tenemos la culpa que Borges sea un pésimo político. Tú sabes que todo es política en el Nobel. Creo además que lo que dices es pura envidia
-Porque Perú no tiene ningún premio Nobel tampoco
-Que conste que no lo dije yo
-No es eso. Tampoco lo va a tener, los peruanos piensan que Vargas Llosa es el único escritor de talla que existe. La verdad hay decenas de escritores que merecen el Nobel. Y a Vargas Llosa en gran parte del mundo nadie lo conoce. Al menos para el mundo anglosajón Vargas Llosa casi ni existe. O es uno más de los buenos escritores contemporáneos.
-Creo que allí se te va la mano. No le restes méritos.
-No le resto compadre. La ciudad y los perros es una de las mejores novelas que he leído
-Para mí la mejor es La guerra del fin del mundo
-Pero esas novelas no son mérito suficiente para ganar el Nobel
-Pero además tiene un montón de ensayos, algunos muy buenos
-Los relacionados con la literatura son buenos. Los de política son bastante discutibles
-Muy difícil que le den el Nobel a un escritor de derecha
-Pero de todos modos si hay alguien en Sudamérica que se merece el Nobel es Vargas Lllosa
-Y Nicanor Parra
-¿Quién? No jodas. Fuera de Chile a Parra nadie lo conoce
-Habla por tí. Yo sé mucha gente que lo lee en inglés. Más que a Vargas Llosa
-Ya sería la gran concha que le den el Nobel a Parra y no a Vargas Llosa
-Y que Chile tenga TRES Nobel y Argentina ninguno
-La vida ni el Nobel son justos. Sino los tres estaríamos en la playa y no en este cuchitril de mala muerte y Pound hubiera ganado el Nobel.
-Ahí otra injusticia ¿Cómo le vas a dar el Nobel a T.S Eliot y no a Pound?
-Oye, ya me aburrieron, me largo. Hasta mañana
-Lo que pasa es que no te gusta discutir de literatura

WHAT’s NeXT? 25 WRITERS, 50 YEARS FROM NOW


La editorial Casanova (Darkover, USA) encargará a algunos de los 25 mejores escritores del planeta, que escriban una novela basada en un mundo ficticio, 50 años en el futuro. La editorial pretende publicar estos libros empezando en enero del 2010 y publicando 2 autores por mes hasta finales de diciembre donde publicarará los dos autores del mes y un libro especial -al parecer un escritor sorpresa y una colección de cuentos de todos los autores seleccionados– el 31 de diciembre del 2010 con la cual cerraría la primera década del siglo XXI

La editorial, pretende poner a trabajar a estas 25 mentes, en crear un mundo que reflejaría el universo del futuro y los problemas que los seres humanos tendremos que afrontar en..2060. Su objetivo es crear conciencia, a través de la literatura, de las distorsiones que se están produciendo por factores ambientales, políticos y tecnológicos. Ninguno de los autores seleccionados pertenece al género de ciencia ficción.

Darkover ha dejado entrever que entre los elegidos estarían cuatro escritores en lengua castellana: Vargas Llosa, García Márquez, Muñoz Molina e Iwasaki.

Difícil de creer que de esa lista(no oficial) de cuatro escritores, dos sean peruanos (si bien viven hace muchos años en España). Tal vez ellos podrán imaginar un mundo donde no quede ninguna duda de que el pisco es peruano.

Otros escritores que estarian incluidos en la lista son: Salman Rushdie, Haruki Murakami, J.M. Coetzee, José Saramago, Tony Morrison, V.S. Naipaul, Zadie Smith, Umberto Eco, Arundhati Roy y Gunter Grass.

Waiting for the Barbarians

And now, what’s going to happen to us without barbarians?
They were, those people, a kind of solution.
Constantine P. Cavafy.Waiting for the Barbarians

The expeditionary force against the barbarians prepares for its campaign,
ravaging the earth, wasting our patrimony.
J.M.Coetzee. Waiting for the Barbarians

J.M. Coetzee’s book is a parable about the use of fear to control the masses. At the same time, Waiting for the Barbarians is the tale of a man who wants to decipher himself through the interpretation of his dreams and of other people.
Colonel Joll is fighting the Barbarians. Their power has been multiplied by the rumours: “The barbarian tribes were arming, the rumour went” (8), “A rumour begin to get the rounds that they are diseased” (13), “The rumour going about brigade headquarters … is that there will be a general offensive against the barbarians in the spring” (50), “Instead the air is full of anxious rumours” (123.)
Joll is the creation of an Empire that needs the fear to survive. Joll is the irrational product of an irrational fear.
It is impossible not to see an uncanny parallel between the current war on terror and Coetzee’s Empire. Like the Magistrate, people who opposed the invasion of Iraq were ridiculed. The power of these barbarians has been multiplied artificially by the Empire, to create a scenario where the population permits torture and unnecessary violence. There is no difference between the Barbarians and the Empire: “Of what use is … to raise the alarm when the criminal and the civil guard are the same people?” (123).
Another big subject of the book is the decadence. There is a permanent reference, to the cycles of nature opposed to the artificial cycles of the Empire: “For the duration of the winter the Empire is safe” (38), “How can I accept that disaster has overtaken my life when the world continues to move so tranquilly through its cycles?” (94), “Empire has created the time of history. Empire has located its existence not in the smooth recurrent spinning time of the cycle of the seasons but in the jugged time of raise and fall, of beginning and end, of catastrophe” (133).
The Magistrate fights his own war against aging and decadence. He discovers himself trapped in an invisible and powerful contract where he had changed his freedom for the promise of a peaceful life at the end of his life: “I have not asked for more than a quiet life in quiet times”(8), “All I want now is to live out my life in ease in a familiar world, to die in my own bed and be followed to my grave by old friends” (75).
The Magistrate is also an interpreter. One of his hobbies is to decipher the hieroglyphics on the ancient slips that he finds under the dunes. There are recurrent dreams throughout the whole book, and he tries to interpret them as if they were the clue to understanding his weaknesses, the decadence of his own desire, and his relationship with women. He knows that he is controlled by lust: “Sometimes my sex seemed to me … a stupid animal living parasitically upon me … anchored to my flesh with claws I could not detach”(45). However, the Magistrate tortures himself and not the others; he tries to live in peace with the people that he rules.
The Magistrate is a simple man. It is in his opposition to Colonel Joll, and the blindness of the Empire that he looks like a hero. He risks his life to prove himself that he is not a slave of the Empire: “I must assert my distance from Colonel Joll! … There is nothing to link me with torturers” (44), “My alliance with the guardians of the Empire is over … the bond is broken, I am a free man” (78).
The war transforms the Magistrate into a symbol against irrationality. He is the only one who seems not to be controlled by the fear of the Barbarians: “show me a Barbarian army and I will believe” (8). And he is the only one who understands the consequences of the Empire’s crimes: “ ‘When some men suffer unjustly,’ I said to myself, ‘it is the fate of those who witness their suffering to suffer the shame of it’” (139).

Waiting for the Barbarians J.M. Coetzee. Penguin Books, New York, 1980

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