
Sacado de «Diario»
5 de enero, 6:31 pm.
Athos brinca y corre con la lengua desparramada y babeante. Salta sobre la arena mojada de la playa mientras que el brillo del sol hace de él solo una sombra. Una sombra que se agita sin control, que fatiga la orilla detrás de las gaviotas, que parecen tentarlo a alcanzarlas. Él cree que casi lo consigue, que depende de su fuerza y de su constancia alcanzar a esos pájaros que levantan vuelo cuando parece que ya los coge…
El escritor observa a cierta distancia y acepta que fue una buena decisión traerlo a la playa. La algarabía de Athos se le antoja como parte de otras sensaciones placenteras y de ideas felices.
Ha sido un buen tramo de caminata desde el pozo–donde se han refrescado, abriendo los ojos bajo el agua helada. El sol, amigo reposado y gualdo, los ha acompañado. Se fija en las huellas que dejan Athos y él sobre la arena y se siente como un cerdo feliz, disfrutando de la desconexión total del verano y de la irresponsabilidad. Además, presiente que aquellos instantes de dejadez completa guardan la semilla de sus próximos libros, que aquella caminata es parte de la investigación, que la alegría de Athos es en gran parte creativa, que sus cabriolas a la caza de las gaviotas también son impulsos de su imaginación.
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