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The New York Street

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Tanaka

Athos en Tanaka

Athos en uno de los pozos de Tanaka

Sacado de «Diario»

5 de enero, 6:31 pm.

Athos brinca y corre con la lengua desparramada y babeante. Salta sobre la arena mojada de la playa mientras que el brillo del sol hace de él solo una sombra. Una sombra que se agita sin control, que fatiga la orilla detrás de las gaviotas, que parecen tentarlo a alcanzarlas. Él cree que casi lo consigue, que depende de su fuerza y de su constancia alcanzar a esos pájaros que levantan vuelo cuando parece que ya los coge…

El escritor observa a cierta distancia y acepta que fue una buena decisión traerlo a la playa. La algarabía de Athos se le antoja como parte de otras sensaciones placenteras y de ideas felices.

Ha sido un buen tramo de caminata desde el pozo–donde se han refrescado, abriendo los ojos bajo el agua helada. El sol, amigo reposado y gualdo, los ha acompañado. Se fija en las huellas que dejan Athos y él sobre la arena y se siente como un cerdo feliz, disfrutando de la desconexión total del verano y de la irresponsabilidad. Además, presiente que aquellos instantes de dejadez completa guardan la semilla de sus próximos libros, que aquella caminata es parte de la investigación, que la alegría de Athos es en gran parte creativa, que sus cabriolas a la caza de las gaviotas también son impulsos de su imaginación.

Summertime

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2 de enero
Cinco individuos caminan entre los piedrones de Silaca. La luz es espléndida. Hay un tipo particular de silencio que se quiebra con sus suelas. Las lagartijas los observan desde las ranuras entre las rocas: con las patas tensas, listas para la huída. En el cielo, las aves marchan en bandadas y se susurran en su lengua. En el mar los lobos gruñen, dicen algo sobre la calidad del agua, la consistencia azul del océano. Había cinco individuos atravezando este paisaje, conscientes de cierta magia brindada por el principio del año 2011.

***

Los dedos sobre los erizos, estos luchan pero pierden. Una roca en forma de punta de lanza acuchilla las espinas y cuando las puas flotan en el mar, los pececillos se amontonan para comerse la carne del erizo que se aferra a la roca. Un hombre se lanza al Pozo de los Hombres, con la piedra en una mano y, desde otro ángulo, intenta limpiar las rocas por donde luego tendrá que encaramarse para salir.

***

El perro (Athos) salta, brinca, corretea con la lengua colgándole sobre la arena mojada de la playa mientras el brillo del atardecer hace de él una sombra que camina por la orilla. Al hombre le cuesta aceptar que traerlo a la playa fue la mejor decisión. En ese momento a solas, caminar con el perro lo llena de felicidad. Se fija en su propio estado de ánimo. En su paciente recorrido después de haber regresado de un chapuzón en La Batea, fresco, buceando en el agua helada. Mira las huellas que dejan él y Athos en la arena de Tanaka; disfruta como un cerdo ese momento de disipación total, de ningún problema. Presiente que en esos instantes de dejadez completa está cierta semilla importante para sus próximos libros, que aquella caminata es parte de la investigación para su novela y tal vez parte de la trama.


Y esto lo escribe el mismo hombre, ahora rodeado de nieve. Mirando las estalactitas que cuelgan de la casa de los vecinos y la luz blanca de su barrio. Lo escribe después de haber estado una tarde picando la nieve y pensando que Dios es un raspadillero. ¿Es el mismo hombre?

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