La idea ha surgido en el tren, regresando de Lehman. Pensaba irme para Brooklyn, pero de pronto el tema de meterme a la clase de literatura hispana del siglo XIX ha comenzado a parecerme apetecible.
El profesor, bajo su acento que imita a los gallegos, protege su identidad de gringo neto. «Los americanos nacimos pidiendo disculpas…», replica cuando Camilo le sugiere que no tiene que explicar nada ante la clase por las divergencias en el contenido del texto de Clarin. Para compensar el error, saca a relucir el prefacio de Conrad al Narcissus, en el que el escritor polaco aboga por la escritura total y el compromiso del escritor, como artista, solo con su arte, con su novela, y solo con ella. Pero este criterio, harto entendible para el novelista actual, se cae, se deshace, se rompe, cuando empezamos a leer la obra de Benito Pérez Galdós.
Pérez Galdós entiende la importancia, trascendental en el XIX, de utilizar la literatura para crear–junto con las otras ciencias y las artes–la identidad del pais, la Hispania que estaba en ese siglo tomando forma. Necesitaban independizarse del influjo de Francia, de las corrientes contaminantes provenientes de París y forjar una literatura propia.
La gran pelea de la noche comienza cuando el profesor sugiere que Steinbeck–como Conrad o Faulkner–se aproxima de una manera distinta a la novela, y que ambas aproximaciones tienen el mismo valor. Pero para el lector de 80 novelas del autor de Episodios Nacionales, es suficiente que Steinbeck se de cuenta de los motivos que lo llevan a escribir, para igualarlo con Faulkner. El juicio de la forma, se iguala al del contenido.
Para un amante de la novela por la novela, esto es una barbaridad. Nadie puede siquiera sugerir que Faulkner no es mejor escritor que Steinbeck. No vamos a mencionar tampoco la risa sin lugar de Isabel ni las menciones a los Carlistas justificando el desarrollo posterior de Iberia. Hacia el final, la clase se concentra en episodios partidarios y guerras con los sucesivos antojos de reyes y presidentes. Nadie aguanta una patria que reclama en cuatro meses varios gobernantes, nadie entiende tampoco que el nuevo rey Alfonso XIII era un reputado degustador de filmes para adultos.
«Era un mujeriego» dice una de las hispanas y la colombiana con acento de gringa se hunde hasta el fondo cuando empieza a mencionar a Jorge Issacs y su importancia en la novela hispanoamericana. Camilo se queda en silencio, no hay mucho que agregar a la clase doctoral, tal vez mencionar a Varela, a la Fortunata y Jacinta, a las dos novelas importantes que intentan el tema del mar. Acaba la clase.
En el ascensor hacia la calle conozco a Katie, que dicta literatura urbana en Lehman, lee a Baldwin y a Gingsberg. Anastasia es ucraniana y se encuentra escandalizada, con un cigarillo, en la puerta sobre la Quinta avenida, por el fervor casi irracional con que los miltonianos han discutido a Milton en su clase. Vuelvo a Brooklyn con la cartera vacía, un guisado cubano en el buche. Cansado, cierto, pero el cerebro me cuenta antes de dormir las aventuras de esta vida larga…..
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