Victor Zapana, hijo de un peruano y una coreana, cuenta la tragedia de su vida

En la última edición de The New Yorker, Víctor Zapana revela la tragedia de su vida: su madre, una niñera coreana, fue condenada a prisión por golpear con saña a una criatura a su cuidado. Los medios de comunicación condenaron a la mujer sin que nadie le probara nada. La víctima se presentó en el juicio: los golpes han convertido a esta criatura en un inútil que no puede hacer nada sin ayuda. Por muchos años, incluso Zapana ha creído que su madre es culpable.

El padre de Zapana es peruano. Es un empleado del subterráneo de Nueva York que ha servido en Irak y tiene traumas de guerra. Conoció a su esposa cuando se metió al ejército, atraído por la posibilidad de conseguir sus documentos. Se mudó a Nueva York con ella.  Zapana, en el artículo, recuerda con cariño los almuerzos familiares, cuando su madre engreía a su padre preparándole papa rellena y lomito saltado.

Tras ser aceptado como estudiante en Yale, Zapana lleva un curso de periodismo. Lo utiliza como herramienta para ocultar la culpa de su familia. Escribe y publica en las revistas universitarias, artículo tras artículo, con la esperanza de que sus reportajes sumerjan su poco común apellido hasta el fondo de la cola en el Google; para que ningún compañero fuera capaz de leer la noticia del crimen de su madre, publicada con escándalo en los tabloides neoyorquinos.

Sus padres querían que estudiara medicina. Poco a poco Zapana se fue alejando de aquel plan original. Terminó la carrera de periodismo. Su madre lloró en prisión cuando él le dijo que no sería doctor. Hoy Zapana trabaja como reportero del Washington Post y ésta–la gran historia de su vida, la que lo hizo cambiar de carrera para ocultarla– es la primera que publica en el New Yorker.

Moraleja: los caminos del periodismo son inescrutables.