Celebrando un cumpleaños en Lima con mis amigos

Hace muchos años, ante la indecisión de estudiar lo que me gustaba o hacerle caso a mi padre y meterme a la carrera de derecho, mi madre me aconsejó seguir lo que mi corazón decía. No le hice caso. Bueno: a medias. La carrera de comunicaciones le dejaba cierto margen de movimiento a mi lado creativo y no me hacía parecer un vago sin intenciones ante mi padre, a quien sí le hubiera desilusionado que desde un principio me metiera a estudiar lo que mi corazón quería: literatura.

«Puedes estudiar derecho y escribir en tus ratos libres», decía él.

Era una preocupación económica. Las universidades deberían de proveer un conjunto de herramientas para ganarse la vida sin sufrir demasiado. Un abogado egresado de una universidad tiene muchas más opciones de llevar una vida sin angustias económicas que un escritor salido de una universidad prestigiosa. Además, la escritura tiene que ver con el talento. Ninguna universidad garantiza el éxito económico para un escritor y la calidad de escritura de un universitario depende de factores que poco tienen que ver con el pago de la matrícula y la superación de exámenes.

Así que siempre fui un comunicador de medio pelo. El título–cartón que debe de estar en algún lugar debajo de la ruma de papeles al lado de mi escritorio–sirve para muchas cosas útiles, mas no para cambiarnos la vocación. Mis experiencias con las cámaras y otros equipos de la universidad fueron penosas, los guiones que escribí para programas de radio y experimentos televisivos fueron apenas más excitantes que los preparativos escolares para los examenes de la quinta nota. Mis bocetos publicitarios fueron salidas al paso, tal vez ingeniosas. Mis fotografías no transmitieron nada que no comunicara cualquier fotógrafo calichín. Al parecer–según las confidencias posteriores de algunos de los excelentes maestros que tuve en la universidad–donde yo destacaba era en mis examenes escritos. Ciertas basuras teóricas eran bien explicadas y perfectamente analizadas en mis largos párrafos de correcta gramática y casi perfecta ortografía. Tenía facilidad para enlazar oraciones y hacerlas decir algo.

Mis realizaciones personales durante mis primeros años de egresado, consistieron en la creación de algunos personajes de historieta–mediocre, si lo comparamos con la obra de maestros del género como Juan Acevedo–; y la constancia con que me aferré a mis amistades. Cierta facilidad en el trato me ha llevado por la vida llenándome de conocidos a quienes estimo y que, sin exagerar, considero mis amigos.

Muchos años despúes, desempañándome en oficios alejados de la profesión, haciendo mi vida tal vez un poco más complicada de lo que debió ser, he llegado hasta el 2012 seguro de que mi vocación por la escritura es la que me permite trascender, la que me llena y me permite soñar en cosas más grandes. Y he llegado rodeado de amigos, que me soportan y de vez en cuando me leen.

Por mí, porque cualquier mejora en la forma y en el contenido del texto dependerá del sacrificio de otras actividades para darle más tiempo a la lectura y a la escritura; y para ellos–mis amigos, viejos y futuros–es que sigo escribiendo.