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Originally uploaded by Ulises Gonzales.

La serenata de mi almohada rebosante, las cataratas de hienas henchidas de lujuria, las comarcas niponas remecidas por las flechas rebotantes e inflamadas de las tropas del Emperador. Cuando cayeron sobre las islas, reinaba el caos entre los corceles enemigos, entre las velas que albergaba el pasmado ponto del Asia mayor. No sirvieron Mishima, que perece inclinado de un solo golpe limpio, ni las tropas desolladas de Murakami, ni las velas encendidas por Kenzaburo. Tampoco la vejez confiscada a la nostalgia por Ozu, ni la risa salvadora de Mifune. Nada abandona para siempre el cielo protector de los portales de Tokio. Ni siquiera a los humanos perseguidos por las tropas de cables, que han de volver como las olas que se fueron por un tiempo para reclamar revancha, y estallar luego como revientan las espumas de las que nace la de la mano desgarrada por Diomedes, el Teseida, en una playa de la costa de Arequipa.
Sobre las 2:30 apago la pantalla. El recuento de mis viajes, mis glorias de provincia, los laberintos de la madurez estilizada. Caigo rendido y no pienso levantarme para la clase de bienvenida.