La salida de la casa está cubierta de narcisos. La vecina mira con envidia. La verdad que la suya pierde con la comparación. Han crecido amarillos y blancos y por aquí y por allá desparramados por el jardín. Entre los narcisos hay un tulipán que ha crecido escondido, es el único sobrevieviente del hambre de los venados ¿Quién se come las flores? Aún se notan las pisadas frescas, las huellas enseñan cómo se ha parado la bestia para engullirse los bulbos de otras flores a punto de brotar. El patio está lleno de la caca que dejan cuando pasan de una casa a otra, cabizbajos, mientras devoran todo lo que pueden a su paso.
Hoy prometieron que llovería pero no ha caído nada. Apenas si se ha nublado un poco más el cielo, lo suficiente para ir a dar vueltas por el pueblo, a comer en un Diner de los años 50. Parece tan antiguo ¿lo será? Al lado de un perchero cuelga una foto en blanco y negro de los autos de forma covadongada pasando frente al mismo local donde yo como con cuidado porque el jamón de los omelets ha venido con hueso. Café de la mañana: la mesera me llena el vaso cinco veces. Tal vez me prepara para la caminata alrededor de las calles: silenciosas, casi vacías. Detrás de las vitrinas de los pocos restaurantes abiertos hay caras que empiezan el día, niños que comen a la fuerza lo que sus padres les ponen sobre la mesa: un pan relleno con queso y oloroso a canela. Domingo de pasos tranquilos.
Ayer he acabado un libro: Las partículas elementales de Michael Houellebecq. Otro viaje por Europa un poco distinto que el de hace unos días por Julian Barnes en The Sense of an Ending. El de Barnes es un pedazo de vida recompuesto en base a memorias bien contadas, con un lenguaje que tiene compás y ritmo (Seduce: uno lee y se imagina junto a ese grupo de colegiales que discutían el suicidio de un compañero como si la vida tuviera que comportarse tal y como en la mejor literatura).
El libro de Houellebecq es distinto pero tan bueno como el de Barnes. La piel de gallina que cubre la carátula es tan importante como el vertiginoso timón con que el conductor te maneja entre orgías, deprimentes paisajes urbanos, episodios masturbatorios y decadentes personajes prendidos en una época que les cae a pelo. Acá los buenos tienen que suicidarse. En esta novela está la frase que lo volvió a su autor famoso y que tuvo como consecuencia la reafirmación de la secularidad del gobierno francés: «El islam–de lejos la más estúpida, falsa y confusa de todas las religiones». Si bien Houellebecq se mete contra el catolicismo y contra las otras religiones. Se burla de los intelectuales y se mofa de los científicos. Su novela es un compendio de lo más inútil que nos ha dejado esta experiencia a la que llegamos sin opción, esta cosa llamada «Humanidad».
Malos sueños con The Sense of an Ending. La noche que lo acabé veía las opciones del desenlace cruzar como relámpagos, mientras daba vueltas en la cama y no podía quedarme dormido. Como si esas líneas finales se me hubieran metido en el subconsciente. Los narcisos acaban de nacer y ya se están marchitando, pero otras flores aparecen entre la tierra. Otro ciclo. Mis libros al lado de la ventana, una moneda en el suelo que no compra nada. Ha sido un día con pasos ciertos, moviéndolo todo en la casa. ¿Spaguetti o Linguini? dice ella, mientras me toma la orden. Un alfiler que le parte los labios, cabello color morado. Tiene una sonrisa nerviosa, como la de esa mujer que lo entretiene a Barnes durante toda la novela, que le remueve el cerebro con una tonelada de misterio. En esta parte del planeta hoy nunca salió el sol.
19 abril, 2012 at 6:51 am
¡Gracias tía!