
¿Qué invierno? Escribir sobre el invierno en estas condiciones equivale a escribir sobre nada. Un par de días de nieve floja. Paseos entre las matas desnudas del parque. Tantas horas desperdiciadas en imaginar su venida y nuestra frustración mientras las llantas de auto se atoraban en la nieve, agitando la pala sin descanso, desparramando chorritos de sal para que se esfumara el largo calcetín blanco de su paso. Y nada. Tanta especulación. Allá otra prueba más para los precavidos. Tanto tiempo esperándola, para que nunca viniera, para que nunca llamara, para que nos quedásemos con el chorro de sal y la ropa del frío.
Un invierno deportivo, eso ha sido. Ganándome la competencia contra mí mismo a puro nado. Gritando porque ganaron los Giants, asombrado–como media ciudad–con Jeremy Lin sacando las pelotas debajo de un adversario en un juego de los Knicks contra los Mavs. Y leyendo, claro, contra la ventana de los trenes, en un rincón de la casa, buscando luz: Istambul de Pamuk, Cocaina Nights de Ballard, ahora The Elementary Particles (Atomised) de Houellebecq. Lo bueno de los inviernos ligeros es que no hay tanto tiempo para leer, que se puede salir con confianza a ver el mundo, a investigar los rincones que necesitan nuestras historias, no a rebuscarlas entre libros ya escritos, entre tramas ya imaginadas.
También hubo películas y hubo cocina. Porque cuando hay tiempo libre (y lo ha habido) se puede ensayar esos ingredientes que no se han mezclado jamás en una olla y entre el humo y las verduras, robándole tiempo a otras ideas urgentes uno se puede sentar en la sala a ver cosas como Senna o Poetry. La poesía coreana esperó un poco más, escondida a medias entre las pésimas conexiones de Internet. Por la noche, antes de dormir, termino de verla – ¡con subtítulos! – en la mini pantallita del iPod, a oscuras. Esa fue otra experiencia invernal. Después, hubo noches con otro tipo de aventuras. Por ejemplo Point Blank, excelente largometraje francés de acción y policial. También hubo ese malísimo retrato de la peste negra llamada Black Death. Nadie podrá igualar, compruebo, el recuento que hace Camus en La Peste.
De la experiencia con Driver : Ryan Gosling es un muy buen actor. Los primeros minutos, el filme nos captura sólo con miradas por el retrovisor. Sin pestañear, la voz de la radio, las llantas contra el asfalto. Sin embargo, esta es una película de imágenes, como un Matrix de la vida real. Es una historia llena de cuchilladas y de agujeros. Escenas sin resolver: como este invierno.
Esta estación ha sido suspendida como un brunch entre el almuerzo y el desayuno: un primvierno. Un pequeño aperitivo para que cuando escuchemos al calor que viene y roguemos para que desaparezca, sepamos que la Naturaleza aún puede acudir a salvarnos. Como lo haría cualquier madre generosa.