Parecía una idea imposible: una comunidad se organiza, contribuye con horas de trabajo (3-4 por mes) y compra productos que sean orgánicos y producidos en granjas y en pequeñas empresas en su mayoría regionales. Se abre una pequeña tienda, los miembros de la cooperativa declaran una vez a la semana la cantidad de vegetales y frutas que van a consumir, y se hacen los pedidos. La tienda tiene un código de seguridad, con este breve código los miembros pueden acceder a ella las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Así que si a las 4 de la mañana se te antoja una botellita de Brooklyn Kambucha, un SeaSnax, un kiwi orgánico o un bisteck de una granja con ganado alimentado orgánicamente; con esa clave puedes entrar a la tienda, servirte tú mismo, pesarlo tú mismo, poner la plata en un sobrecito en una caja fuerte (o firmar un papel diciendo que debes para la próxima).

Nancy Durand Lanson, una muchacha francesa que vive en Westchester hace muchos años, empezó Raw Life Food Co-op hace 11 años en el sótano de su casa. Poco a poco el proyecto fue creciendo, hasta convertirse en esta tienda en Peekskill que hasta hace unos días parecía haberle solucionado a sus miembros el problema de acceder a comida sana, orgánica, a un precio razonable y en un solo lugar.

Fue un trabajo agotador y Nancy lo venía haciendo indesmayablemente hasta que a fines del año 2011 decidió retirarse de las labores gerenciales porque su familia y su salud necesitaban un poco de tiempo y ella no se los había podido dar.

La mesa directiva asumió el trabajo de convertir a esta pequeña cooperativa en una empresa-negocio con pies y cabeza. Con buenas intenciones y muy poca gente involucrada en labores de gerencia no se puede dirigir una tienda. Al parecer 24 horas al día era mucho tiempo libre. Al parecer algunas personas estaban abusando de la confianza de la tienda. No había grandes pérdidas –nada que un negocio de más de 100 miembros no pudiera cubrir– pero la tienda no daba beneficios, apenas si se cubrían los costos operativos con el consumo de los miembros y la gente dentro de la mesa directiva empezó a sentirse harta, cansada y–la verdad sea dicha–incompetente para el trabajo.

Así, con presión y mucho miedo –porque algún abogado les había dicho que si la empresa tenía deudas ellos eran responsables de pagarlas– la mesa directiva convocó a una reunión extraordinaria. Fue el domingo 4 de marzo. Para hacer todo más dramático, el 2 de marzo mandaron un e-mail colectivo, diciendo que Nancy había sido expulsada de la directiva, y dando a entender que el pobre desempeño de Nancy como gerente estaba llevando la cooperativa al hoyo.

Nancy, la que se levantaba todas las semanas en la madrugada para asegurarse de que los granjeros y productores dejaran lo mejor de sus cosechas para nuestra cooperativa. La que había puesto US$ 9,000 de su bolsillo para pagar las obligaciones atrasadas a los productores. Nancy fue acusada de entrometida, de atarles las manos a los integrantes de la directiva, de ser un estorbo para la transformación de la cooperativa en una corporación; y fue expulsada.

El domingo 4 de marzo, entre gritos de indignación, llantos y mea culpas; la mesa directiva transmitió el miedo: renunció la mujer que le mandó el e-mail a Nancy, renunciaron otros miembros de la mesa directiva y dejaron al voto, al parecer la única opción posible: la liquidación de RawLife Food CoOp.

Fue un ejemplo patético de una directiva desbordada y llena de miedo, sin ninguna capacidad de liderazgo, sin deseo de asumir ningún riesgo. Mientras algunos miembros decían querer poner más horas e incluso dinero para que la cooperativa siga existiendo; la mesa directiva, que nunca puso un número exacto sobre la mesa, con un discurso repleto de vaguedades sin ningún dato específico, que sólo se dedicó a decir «nada está claro», «esto no funciona», asustada e incapaz, se tiró abajo 11 años de trabajo y un extraordinario sueño.

¿Y ahora?