Estuve en Manhattan por primera vez desde la gran nevada. El hambre feroz lo contuve con un almuerzo a media tarde en el Waverlys. Hace un tiempo helado, por eso me parece razonable optar por matar el tiempo en las librerías. Antes he tratado de solucionar el problema del celular, que ha muerto inexplicablemente ayer al responder una llamada de Alina. Posiblemente me he perdido un buen paseo sobre el Puente de Brooklyn , a eso sumar que Jenny llega de Italia y luego de tres llamadas infructuosas cree que la estoy evitando. Trato de solucionarlo en la tienda, pero parece que dependo del correo pues mandan el aparato para que llegue en 24 horas. Quise comprarme un gorro en Gap porque no logro aguantar el hielo, pero los gorros en Gap ¡se han terminado! Increíble. No recuerdo en otros inviernos nada parecido. Me detengo en una buena librería de la 42 y empiezo a buscar unos libros sobre el arte de filosofar, o la historia del fiolosofeo, como sea. El libro de Bertrand Russell es bastante completo, pero no quiero pagar los 24 cocos. Se me pasa la tarde en el metro, leyendo el poema de Gilgamesh. Estoy siguiendo su amistad con Enkidu y la fatalidad divina que lo hace morir y al mismo tiempo hace girar en la mente de Gilgamesh la rueda del deseo por la inmortalidad. Horas luego, en Strand, consigo asociar la noble idea de la inmortalidad (tan asociado estoy a ella luego de empezar a degustar Bomarzo) cuando encuentro, entre las gangas, el Western Canon de Harold Bloom. Leo fascinado el prefacio, donde Bloom consigna que los a menudo 400 nombres que se han canonizado como indispensables en la literatura, pueden reducirse a 26. No empieza con Grecia sino con Shakespeare, a partir de quien mide a casi todos los otros. Su manera de razonar es que alguien pertenciente al canon debe haberse medido primero con los grandes, con Shakespeare, y haber intentado superarlos. Por ello aparecen Proust, Joyce, Beckett, Ibsen, Tolstoi, Dickens, con los otros genios que considera originales: Kafka, Woolf, Dante, Milton,Whitman, Austen, Emily Dickinson..
Del espectro latinoamericano incluye a 3 nombres: Borges, Pessoa y Neruda. Sin embargo aclara que alguna vez se ha de reconocer a Carpentier como superior a Borges. De los grandes hispanos, incluye, solitario, a Cervantes. Bloom reconoce en todos sus elegidos el deseo vehemento de inmortalizarse con su obra. Antes de volver a casa he seguido merodeando por una librería de Saint Marks y me traje para leer Plato’s Republic. No he comenzado con el texto pero la introducción es lo suficientemente valiosa como para darme cuenta que he elegido bien. Antes de dormir me he encontrado en el chat con Caro y con la Diosa y me han mandado unas fotos de la fiesta ochentera en casa de Paloma. Carolina dice que tal como yo deseo el calor de Lima, ella suspira por la nieve de Nueva York y el friecito. ¡No sabe lo que dice!
Al menos han arreglado el problema del aire caliente y ya se puede vivir tranquilo en esta pieza. Menos mal.