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The New York Street

Un blog lleno de historias

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Proust

Los cerros

Rodean a la capital como sus hermanos o como centinelas. Trepan hasta la sierra y escriben los bordes del desierto. No tienen el verde de otras montañas pero sí despiden más vida y más muerte.

¿Acaso nuestros gallinazos no se han alimentado de su polvo? En esas lomas de arena rancia, miles de hombres de sierra han levantado sus chozas, protegido sus pertenencias y empezado una nueva vida de deliciosas promesas.

Muchos han de haber sido consumidos por el hambre con que esta ciudad devora la esperanza. Sin embargo, otros habrán descifrado los secretos de su silencio, de la paz con que el viento adereza las tardes cuando sopla apacible sobre sus sequedades.

Desde allí se ve el mar, además. No poca cosa. Imagínate limeño a ese muchacho que revienta de pastos y de cielo azul, descubriendo el desierto y la vastedad del océano.Buscando entre aquellos cerros que rodean a la capital, la fuerza para transformar el universo.

Entre aquellos hermanos que la rodean, encontrarás magia.

La Catedral

Nunca había mirado de aquella manera la Catedral. Creo que malinterpreté su físico exhuberante y me concentré demasiado en el contenido. En la oscuridad entre sus paredes y el altar.

Jamás me fijé con detenimiento en las puntas que cortaban la neblina de agosto, ni en sus campanas que conectaban a quienes fueron testigos de todas las barbaridades que se cometieron frente a ella.

Alguna vez los tiranos piadosos que tuvimos, se persignaron mirando como se alzaba su arquitectura. Y sus malos pensamientos fueron barridos por el repique aburrido de sus siglos.

Nunca me fijé, hasta hoy, amedrentado por esta novela, en las amenazas que alzaban sus puntas contra el cielo. La batalla desigual contra la garúa que había librado esta Catedral de Lima, flor virreinal.

Regreso con Plato y con Bloom, 24 de enero

Estuve en Manhattan por primera vez desde la gran nevada. El hambre feroz lo contuve con un almuerzo a media tarde en el Waverlys. Hace un tiempo helado, por eso me parece razonable optar por matar el tiempo en las librerías. Antes he tratado de solucionar el problema del celular, que ha muerto inexplicablemente ayer al responder una llamada de Alina. Posiblemente me he perdido un buen paseo sobre el Puente de Brooklyn , a eso sumar que Jenny llega de Italia y luego de tres llamadas infructuosas cree que la estoy evitando. Trato de solucionarlo en la tienda, pero parece que dependo del correo pues mandan el aparato para que llegue en 24 horas. Quise comprarme un gorro en Gap porque no logro aguantar el hielo, pero los gorros en Gap ¡se han terminado! Increíble. No recuerdo en otros inviernos nada parecido. Me detengo en una buena librería de la 42 y empiezo a buscar unos libros sobre el arte de filosofar, o la historia del fiolosofeo, como sea. El libro de Bertrand Russell es bastante completo, pero no quiero pagar los 24 cocos. Se me pasa la tarde en el metro, leyendo el poema de Gilgamesh. Estoy siguiendo su amistad con Enkidu y la fatalidad divina que lo hace morir y al mismo tiempo hace girar en la mente de Gilgamesh la rueda del deseo por la inmortalidad. Horas luego, en Strand, consigo asociar la noble idea de la inmortalidad (tan asociado estoy a ella luego de empezar a degustar Bomarzo) cuando encuentro, entre las gangas, el Western Canon de Harold Bloom. Leo fascinado el prefacio, donde Bloom consigna que los a menudo 400 nombres que se han canonizado como indispensables en la literatura, pueden reducirse a 26. No empieza con Grecia sino con Shakespeare, a partir de quien mide a casi todos los otros. Su manera de razonar es que alguien pertenciente al canon debe haberse medido primero con los grandes, con Shakespeare, y haber intentado superarlos. Por ello aparecen Proust, Joyce, Beckett, Ibsen, Tolstoi, Dickens, con los otros genios que considera originales: Kafka, Woolf, Dante, Milton,Whitman, Austen, Emily Dickinson..
Del espectro latinoamericano incluye a 3 nombres: Borges, Pessoa y Neruda. Sin embargo aclara que alguna vez se ha de reconocer a Carpentier como superior a Borges. De los grandes hispanos, incluye, solitario, a Cervantes. Bloom reconoce en todos sus elegidos el deseo vehemento de inmortalizarse con su obra. Antes de volver a casa he seguido merodeando por una librería de Saint Marks y me traje para leer Plato’s Republic. No he comenzado con el texto pero la introducción es lo suficientemente valiosa como para darme cuenta que he elegido bien. Antes de dormir me he encontrado en el chat con Caro y con la Diosa y me han mandado unas fotos de la fiesta ochentera en casa de Paloma. Carolina dice que tal como yo deseo el calor de Lima, ella suspira por la nieve de Nueva York y el friecito. ¡No sabe lo que dice!
Al menos han arreglado el problema del aire caliente y ya se puede vivir tranquilo en esta pieza. Menos mal.

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