Martín Adán tuvo que haber estado poseído cuando escribió la primera hoja de su Casa de Cartón.
Al leerla me vino a la cabeza esta frase: «Nunca he vivido en el Perú, pero puedo imaginármelo…» Tal vez sea el inicio de la historia de un desarraigado o de un fantasioso, tal vez del reconstructor de un mundo, de una realidad desaparecida.
Hay en el texto adjetivos preciosos como el que utiliza para el amarillo brillante: jaldo. Y las notas al libro son imprescindibles. Sin ellas se va perdido. El texto fluye suave, la prosa-verso, sigue siendo cautivante a pesar de las 8 décadas que nos separan de ese Barranco que retrata Adán.
Por la tarde he almorzado la sopa de habas que prepararon para Bofana, y he devorado todas las frutas deshidratadas de la media negra. Un exceso, tanto como la película con la que termina esta noche, este viernes de enero: Julieta de los Espíritus. Fellini crea como Adán. Fantasea como el inquilino de Larco Herrera. Si bien para Fellini la fantasía no puede ser nada menos que desbordante, incontrolable.
Releo un texto interesante de Jorge Enrique Adoum sobre los Premios Nobel. Cada dos lustros, desde 1945, en que lo recibiera Mistral, un latino ha obtenido la medalla de manos de los suecos. Con la salvedad de los 50s.
¿Y el primero de este siglo? Se lo merece Vargas Llosa ─largamante─por encima de cualquier otro escritor en este subcontinente. Estoy leyendo The Letters to a Young Novelist y certifico que se cumple al menos la idea de un sueco de la Academia, que Adoum describe diciendo: «El volumen cuenta. Vargas Llosa ha escrito de todo y sobre todo lo que tiene que ver con las letras». Dice Adoum que a Borges no se lo dieron por ser europeizado.
Debieron contarlo a Bolaño también. No he encontrado el 2066 a menos de 25 dólares pero quisiera leerlo. Casi todos los que han escrito sobre libros lo consideran el mejor lanzamiento del 2004. Una hojeada no estaría mal.
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