Recuerdo a fines del 2004, la primera vez que viajaba en el tren 4 escuchando el disco de las Partitas de Bach. Recuerdo con la misma intensidad, este 5 de enero, leyendo las partes finales de Luz de Agosto. No lo termino aún, pero la experiencia de leerlo y acercarme al final es fabulosa. Es todo tan lejos de la realidad. Es decir: Faulkner, Mottstown, Jefferson, Christmas, Hightower y Lena Grove. El mundo ha cambiado demasiado en todo este tiempo. Y mientras Faulkner lidia en el campo con el tema de la veda de alcohol en los EEUU, mientras el negro-blanco Christmas se llena de dinero traficando whiskey; Noodles, Max, Cockeye y Patsy, a algunas horas de viaje, en un barrio judío de Nueva Yok, ensayan otro sistema para hacerse millonarios: Once Upon a Time in America, la versión completa, la de 3 horas y 40 minutos, la que Sergio Leone aprobara.
Me fascinan las historias de gangsters, y esta es fabulosa.
Creo que Scorsese y Coppola consiguen un mejor efecto final con Goodfellas y con The Godfather. Pero resulta el doble de complicado para un italiano contar la historia de una pandilla que no pertenezca a la mafia siciliana. Hay otros temas que manejar. Leone hace una película de mafia sin mafia, sin spagettis, sin verde y rojo, sin tarantelas. La mejor escena creo que es el asesinato del más chiquito del grupo, con el sicario de Bugsy recibiendo las cuchilladas de Noodles. La escena de la bailarina, Deborah, parece robada de un filme de Fellini. El asesinato del mafioso de los diamantes, tiene cierto corte de El Padrino. Y Noodles en el fumadero de opio intenta explicarlo todo.
Cuando Noodles regresa a ver a Max, suena el teléfono. Esta vez no es el insoportable sonido de la primera escena, sino la llamada de Jessica desde San José. Creo que le he dicho lo que tenía que decirle. Me siento bien de haberlo hecho. Y repito todo: con ella es como una corriente apacible de agua. Como una orquesta sin ninguna nota disonante.
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