El toro ha caído al suelo con estrépito y a su caída se han iluminado los postes que llevan hasta el paredón.
Allí han asesinado a muchos de los avaros, los han metido en bolsones de yute y han vaciado las metralletas en su carne.
Las bolsas de los avaros ruedan cubiertas de sangre por las calles mal iluminadas de la ciudad, algunos detectives empiezan a seguir sus rastros pero ninguno puede dar con las huellas de las manos detrás de los gatillos. Todos llegan hasta el sonido del toro y en vez de contentarse con un espectáculo tan horrendo y vistoso al mismo tiempo, se vuelven avaros y quieren solucionar los crimenes.
Siempre terminan sorprendidos en una esquina y en bolsas de yute, donde esperan la muerte hasta el amanecer.