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The New York Street

Un blog lleno de historias

mes

mayo 2009

Érase una vez un hombre

Érase una vez un hombre, cómodo de brazos y de ojos, bello de piel y armado de voluntad ligera. Difícil de convencer, valiente, vigoroso y talentoso para resoplar vida y espantar los muertos.

Vivía en una isla y resoplaba por las mañanas su café, adornaba de humo caliente las escaleras de los autobuses, las gangrenadas estaciones del metro. Cogido de los pasamanos turbios de los carros de los trenes frenéticos, caminaba por las calles llenas de humanos como él. Vivía bien, comía bien, amaba los libros y los paisajes urbanos, las pequeñas cosas que sucedían entre las comisuras de los edificios, a las sombras de las nubes que entretenían sus mañanas pausadas de media semana.

Sus pasos eran pequeños y su tiempo bien dispuesto le daba para conseguir dinero, conseguir placer, entretener el alma y el cuerpo. Ambos eran poco exigentes: su angustia de conocimiento se calmaba entre las mil y una historias de los anaqueles pesados de las bibliotecas; y el cuerpo se aligeraba de culpa con charlas largas con mujeres hermosas, tardes de cine y camas tibias donde purgaba las pasiones con fervor de aficionado y; algunas veces, la sangre se le calmaba sólo con la contemplación del pasado, la revisión de viejas fantasías, la paciente búsqueda entre memorias amarillas en otros continentes y en otros años de su vida.

¿Ambicioso? No lo era. Si bien le gustaba imaginarse todopoderoso y eligiendo sus playas y sus vuelos de verano. Sabía que las pocas cosas que lo hacían realmente feliz no tenían precio y estaban muy al alcance de su mano. Era independiente y fraterno, simple en sus gustos y en su apreciación de la vida que lo había tratado mejor que lo que él la había tratado a ella: todas sus cicatrices eran auto infligidas, marcas con algo que decir, pacientes testigos de sus búsquedas.

El hombre conoció a una mujer. Vestido de largo traje y con libro en los bolsillos, una noche el hambre lo colocó en el lugar indicado y encontró a la muchacha que dirigía a las multitudes y examinaba a los viajeros. Se acostaron en Navidad, le hizo feliz su olor a hembra y a ella le encantaron las cosquillas que ablandaron las dudas de su departamento. Examinaron las cuerdas del puente de Brooklyn viendo pasar los galeones para turistas. Se dieron la mano al final del camino, cuando ella respiró deseo en su oreja por última vez. Enderezó sus huesos y le prometió mejorar sus opciones en un próximo encuentro. El amor se convirtió en su excusa.

Érase una vez un hombre que nunca usaba los dedos para saber de dónde venía el viento. Una isla lo veía salir por las mañanas agarrado de los bolsillos del pantalón, lidiar sin pasiones por los asientos vacíos de los autobuses, concentrado más en la lectura; y caminando por las veredas ligeras al lado de las tiendas, los cafecitos, las puestas de sol que devoraba algún río más allá de las puntas de los edificios que lo cobijaban.

Érase un hombre convencido de que nunca jamás podría ser una isla.

Foto:Flickr.com

La vergüenza

La vergüenza ¿Qué cosa era la vergüenza? pensaba Coliflor Rojas, rojo de ella, frente a la tribuna, con los chimpunes asustados, las manos flojas de cólera a la cintura y el que resentía cualquier intento de pararse otra vez, de limpiar su nombre, de arremeter con su cabeza y su corazón en frentazo directo contra todas las alternativas que le brindaba la vida y le negaba esta serpiente desnutrida parada en dos patas rezando por piedad.

Nueva York es para gente con ganas de no morir nunca

Dice Frances que las lluvias de abril traen las flores de mayo, pero ha llovido de todo en las dos primeras semanas del mes y recién parece que el solcito se decide a quedarse, felizmente que aún no viene con calor.

Estoy escribiendo y tratando de publicar los cuentos que he escrito pero parece que son demasiado malos o es que la publicación toma demasiado tiempo.

Leo todo lo que puedo entre trabajos porque otra cosa a la que me he metido es al trabajo duro y casi no tengo descanso. La buena noticia es que tratamos de ajustarnos a ciertos objetivos de ahorro y, al menos hasta ahora, se están cumpliendo.

Demasiado tiempo en el Facebook. Sí, es cierto. Debería dedicarle más a la escritura y a mis historietas, tengo allí escritos dos planes para ellas. Pero toma tiempo y necesito escanear, copiar, dibujar y escribir. Escribo, pero a veces tengo las teclas y no vienen las ideas. ¿Volverán?

Un dolorcito en el brazo,se desapega, se vuelve incompetente, y no agarra como antes. Es la vejez. He ido al doctor, al parecer todo bien, mi presión bien, me ha recomendado pastillitas de B12 que lo curan todo.

Ayer en el tren el disco de Bob Dylan, se puede vivir solamente escuchándolo a él.No hay que desprenderse de nada, hay que saber pensar con Dylan, llorar con REM, volverse ridículamente alegre en las calles de Manhattan con Bob Marley.

En el NYT Review of Books publicaron un artículo sobre una biografía de Richard F. Burton. Allí está su filosofía en una frase maldita. Una entrevista al republicano que se ha pasado al partido demócrata, una historia personal sobre vivir con depresión aguda.

Dice Ana que ninguna ciudad se puede comparar a Nueva York. Es de todos y cada uno de los que toman el bus en la esquina del edificio o los que se cuelgan del pasamanos antes de salir en la 14. Su ciudad, sus calles, su metro. Y podemos renegar de ella creyendo que tenemos los mismos derechos que quien nació llorando con vista a Central Park.

Un vaso de vodka, dos vasos de vodka, una conversación sobre meseras sumisas y Ronaldinho que nos bota del bar porque ese día el no se va a quedar hasta las 3 de la mañana.

Descubrimos una deli al lado, habrá que hacerle caso a los arquitectos que proponen una solución tripartita a la línea de la Concordia, coger las petacas y subirlas todas a un barco y largarse de una ciudad que no te respeta, que no te abre las puertas si te sientas a esperar; que te ignora, que clava tus mejillas de deseos, de frío, de sudor que resbala por los brazos en las estaciones intensas.

Gente indiferente, como uno mismo, tierna de estar perdida. Ella golpea mi codo y lo toca para cerciorarme de que estoy bien. La doctora me dice que un especialista puede ver mi caso, pero que definitivamente estoy bien, fuerte. Aún.

Barcelona habrá cambiado a la gente, Londres espera con sus miles de muchachos cantando en Trafalgar Square. La vida es pra compartirla junto a ti, para decirte hola, dame un abrazo, confiesa que has vivido, súbete una maleta a la espalda y dirígete hacia la estación de tren, di a donde quieres ir. Y anda. Ve.

Nueva York es para gente con ganas de no morir nunca.

Los límites del día

Unas llamadas extrasensoriales.
Unas vacas danzando en la oscuridad
besos, ternura.

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