Necesita conversar, decir algo. Por eso marca con desesperación el teléfono y abruma a sus amigos, que ya ni se molestan en contestarle. Antes le abrían las puertas de su casa, la invitaban a cenar. Algunos de ellos la acompañaban a la biblioteca y al cine. Iban de compras, salían a pasear y compartían risas al mediodía y a la medianoche.
Pero de repente ya no quieren contestarle. ¿Se han cansado de verla? se pregunta Miranda. O se han cansado de escucharla, que no es lo mismo. Ella prefiere pensar que simplemente es algo pasajero, que no tiene por qué llorar
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