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The New York Street

Un blog lleno de historias

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agosto 2008

Discurso de aceptación de Barack Obama


El candidato republicano no ha entendido lo que la gente pide en este momento: CAMBIO. El ciudadano promedio de los Estados Unidos, el inmigrante que ha llegado en busca de oportunidades, el trabajador de clase media, el intelectual que se preocupa por la imagen de su pais en el mundo, la madre que solo quiere estabilidad y seguridad para su familia, el estudiante que no quiere vivir con la angustia de no tener trabajo o no poder pagarse un seguro medico, el soldado que teme verse envuelto en otra guerra de la que no podrá salir con vida, el ciudadano americano promedio que ha visto como en dos períodos consecutivos el gobierno de George W. Bush ha dilapidado las reservas dejadas por Bill Clinton, envilecido la imagen de Estados Unidos en el mundo, depreciado el dolar, inmiscuido en dos guerras de las que no sabe como salir ni como demostrar los resultados que se habia propuesto conseguir al empezarla.

El gobierno de la bravuconada y el odio, del autosuficiente partido republicano que ha despreciado a todas las instituciones, organismos y naciones del mundo que se opusieron a su mal planeada segunda Guerra del Golfo y su toma de Baghdad, desde las Naciones Unidas hasta Greenpeace. El partido republicano y los ultra conservadores que se han burlado de la Convención de Ginebra y del Protocolo de Kyoto; que han vilipendiado a los pacifistas, a los ecologistas, a los evolucionistas. Maldita sea la hora en que los eligieron los norteamericanos.

El discurso de Barck Obama anoche en Colorado fue claro, inspirado y concreto. Estados Unidos puede ser un mejor país que lo que ha sido los últimos 8 años, Estados Unidos puede ser aún el último refugio de esperanza para quienes llegan a estas orillas en busca de un lugar donde se dignifica a quien trabaja y a quien quiere hacer dinero y prosperar en el campo que desee, en base a esfuerzo y sacrificio.

Bob Dylan Concert


Correcta corbatita amarilla y pantalones de soldadito de plomo, sombrero de líder cuáquero y arrugas. Muchas.Ni bien pisa el estrado, correctamente se dirige a su teclado y se coge bien. Empieza con»Everybody must get stoned».

La banda es la que marca la noche la que mueve a la tribuna, mientras la voz de Bob es la que embruja. No carece de fuerza, pero es oscura, entreverada, grave, como si estuviera gritándose a sí mismo. El público es diverso. Sesentones de largo pelo gris y jeans despintados y grupos de veinteañeras, muchachones de cabello largo y otros de pelo corto que no deben tener más de 30. Dylan ya no agarra la guitarra, a pesar de que se lo piden a gritos. Dylan apenas se dirige al público, no es un showman, sólo canta. Debajo del teclado veo que mueve los pies, taconea, sigue el ritmo.

Mucho rock and roll, la banda es buenísima, y sin embargo las canciones no son las que yo conozco. No soy un «hard-core fan». Hay un grupo grande al lado de donde estamos nosotros, pegados a la barra, frente al escenario, que grita con cada tema.Sin embargo, cuando se va, se apagan las luces, el público lo llama insistentemente y Dylan regresa. Otra vez detrás del teclado para empezar con «Like a Rolling Stone» y despedirse con «Visions of Johanna». Eso es más de lo que esperaba. Gritamos, aplaudimos, vibramos.

Dylan se va. Hace una venia muy formal al lado de sus músicos, una reverencia y un guiño-me parece- a los que estamos en primera fila. Cuando se apagan las luces del escenario se abre una cortinita al lado del estrado y sale Bruce Springteen. Pasa frente a mi, a un paso. Con una gran sonrisa, saluda a todos. Parece un fan más, feliz después de un gran concierto de Bob Dylan en Asbury Park, el pueblo en la costa de New Jersey donde Springsteen nació y pasó la mayor parte de su juventud.

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