Le contaba a Miguel que después de ser presentado a toda la familia DiSalvo y recibir las felicitaciones de rigor, me sentía parte de los Corleone. Dicen que hay una ropa de baño en la sala por si quiero meterme a la piscina. Los veo jugar bola bacci que se parece un poquito a las bochas, y recuerdo aquellas tardes en familia jugando al tejo en el patio de la casa de Anqui.

Uno de los hijos de uno de los primos de Frances me dijo que él era el arquero en su colegio y me preguntó si era italiano. Le dije que no, que era peruano y me miró otra vez sin saber qué pensar de mí. Al final terminamos en los tiros al arco y por lo menos le pude demostrar al mocoso que yo pateaba al arco mejor que lo que él tapaba con su sangre italiana y ocho cuartos.

Otro chibolo vino a intimidarme con su polo de Italia tetracampeón pero sus tiros al arco parecían los tiros al cielo de mi pata Diego Durojeanni cuando recién llegó a Perú después de pasar 5 años en Virginia. ¿Y tu eres italiano? le pregunté al chibolo. «Yo soy ambos» me dijo y dejó la pelota abandonada para irse a despedir de alguna tía que repartía besos de despedida.

La tia Joanne es experta en artes marciales y también hizo su breve show de kung fú. Dice que nos va a avisar para conocer al Yoda filipino que de vez en cuando viene a EEUU a hacer demostraciones de kickboxing.

A John David lo metieron con zapatillas, pantalón y billetera a la piscina y me hizo recordar cierta noche de juerga en casa de Paloma en La Molina.

«¿Sabes que todavía puedes escaparte?» dice el tío Allen, antes de contar que el hijo mayor está en alguna fraternidad de surferitos en New Jersey, de playa en playa. Despedida para tomar el tren de regreso en Huntington, beso con las primeras páginas de Decline and Fall of the Roman Empire, prefacio de Moses Hadas.

El tren de Long Island demora 1 hora y media desde Huntington hasta Penn Station. Sobre los peldaños de Bryant Park espero el bus expreso que llega a Riverdale pasada la medianoche.