En la caseta al lado de las llaves, empiezo la lectura de las historias cortas de Nathaniel Hawthorne. El hombre al que la fama le fue alcanzada de a poquitos, al que aún a mitad de su carrera como escritor se le consideraba como injustamente menospreciado por las multitudes. El primer cuento es el del velo del pastor. El velo negro que transforma su vida en un infierno de sospechas. ¡Qué variables y caprichosas que resultan las percepciones de las personas! Antes del velo, el cura ha realizado todas sus actividades con normalidad, es afable, sin mucho carisma pero tampoco sin nadie que criticara problema alguno de su personalidad. El uso del velo lo hace punto de todos los comentarios malévolos y lo persigue hasta el instante mismo de su muerte. Nathaniel Hawthorne de alguna manera, evocando la historia del padre del velo negro, critica a los humanos que nos dejamos guiar por velos artificiales, aunque la critica puede alcanzar tambien a quienes quieran leer el alma de los otros, pretendiendo escarbar debajo del velo, debajo de máscaras.
Hay un hombre, que se aleja por dos décadas de casa y regresa para vivir feliz para siempre. ¿Locura? ¿Desprecio por su esposa y sus amigos? Algo de falta de cordura mezclado con, me parece, el insano menosprecio por la vida y la falta de intereses. Para desperdiciar una vida de esa manera hay que no tener nada en la cabeza y ninguna cosa que hacer ni nada que te conmueva mas que desaparecer. A la vejez, qué le queda a la vieja sino recibir a su marido, cambiarle la ropa mojada y aceptar que el tipo que ha creido estar muerto,  en realidad está loco y necesita urgentemente de su ayuda, a falta de psiquiatra disponible.