El fauno tenía en la mano un sobre lleno de estampados de la época de la Guerra Civil. Sobre las cejas cargaba un tatuaje de un mitológico galeón incrustado en diamantes y sus ojos reposaban sobre los espectadores con la frialdad con la que alguna vez espantaban las moscas unos campesinos bolivianos desheredados en un remoto pueblo cercano al Titicaca.

Llevaba tres misiones a cumplir y era la niña de los ojos perdidos la que tenía que llevarlas a cabo, sin pestañear, con la firmeza que reclamaba su sangre, perteneciente a un linaje casi extirpado de la Tierra hace algunos siglos. Nadie esperaba que fallase, tampoco nosotros, sentados en las butacas con olor a mantecosa canchita y gaseosa helada. Pero no esperaba que espantase a las hadas con tanto desprecio ni que dejase escapar su reino por comer dos uvas de la mesa del monstruo desojado. Son como escenas cortadas, historias terribles engarzadas con el pretexto de la fantasía, un final bañado en sangre con los cuerpos de los rebeldes, terribles en su venganza y en su miseria, cansados de tanto batallar, cuando le hacen saber al capitán que su hijo no sabrá el nombre de su padre y que su final será tan oscuro y sin ruido como el de la mandrágora convertida en cenizas entre las brasas de la chimenea del campamento militar.

El laberinto se cierra otra vez y entre los sueños de ella y las lágrimas de Maribel Verdún, la niña descansa con la furia de la bala atravesándola. Guillermo del Toro escribe, produce y dirige. ¿Dije ya que Volver estaba fantástica? ¿Que un espectador no pudo contener un espasmo de gloria–que arrancó carcajadas en el silencio espectante de la sala- ante el espectáculo en el espejo de las portentosas tetas de Penélope?

Los jurados que decidan el Oscar a la mejor película extranjera se las van a ver difíciles entre las memorias de una madre que no ha muerto, un fantasma que no es sino el capricho de una vieja sacudida pero incapaz de reaccionar y defender a su hija ante la infidelidad y el incesto de su marido; y esta historia de rebeldes y de malos, de faunos y de doncellas perdidas en el laberinto, de libros que escriben historias invisibles, de reinos perdidos y recuperados. Pero Almodóvar ya se lo llevó dos veces asi que casi seguro que el Oscar se va para México, para el Laberinto y para Del Toro, premio merecido y con retraso para el hombre detrás de Hellboy.