La nueva puesta en escena de Madama Butterfly en el Met de Lincoln Center es fabulosa. El primer acto es demasiado largo (lei en el programa que a Puccini le hicieron la misma critica) pero el segundo acto es magnifico, lleno de eventos. El final es espectacular. A la mitad de la primera parte del segundo acto, escuché mocos a mi costado. Moqueos a mi otro costado, en el asiento de adelante, atrás mío. Parecía que la mitad del teatro estaba llorando. Hacia el final, poco antes que Butterfly se haga hara-kiri, el llanto era general. De reojo vi que Enrica sacaba su cajita de Kleenex (para exagerados, los peruanos). Pero me sorprendí a mi mismo, mirando con la boca abierta la ultima escena en la cual Butterfly se mata y entran los demonios (bueno, personajes disfrazados de negro) y empiezan a estirar interminables lonjas de terciopelo rojo que cubren todo el escenario, mientras en segundo plano, como si se tratase del borde de una colina, con el cielo anaranjado del atardecer, el capitan Pinkerton grita «¡Butterfly!» y al verla a la japonesita en el suelo ensangrentada, se desmaya. ¡Un dramón de aquellos! Excelente actuación de la soprano chilena Cristina Gallardo-Domâs, que hizo el papel de Cio-Cio San (Butterfly). Y la dirección de Minghella (El paciente inglés) quien aportó la brillante idea de usar marionetas a la usanza japonesa (operarios a ambos lados del muñeco, en lugar de cables).