Clava el hacha en la punta del pie
como clavas la coma inconsciente
antes de matar.

En la punta del hielo transparente
aparece de nuevo el caracol con rayas
la nube de preguntas.

Hay las olas que rugen y las cabañas malas
caballitos de playa, ruiseñores que escapan
con besos hendidos en salvas de plata.

Misioneros heridos en lonche de obispos,
miserables páises de arrugas hostiles
de pasos desaire, de lluvia con frailes.

Si el anillo sirviese esta noche
escribiera las notas más dulces,
si el silencio hablara conmigo
si tu tiempo estuviera comprado
por la pura pena, por el puro daño.

Martillazos con sorna de levita verde,
con tremendo culatazo sentimental
pasión de abriles inacabados
coraza de cuerpo presente
andino, semental, presente, la tropa callladita
las venas rojas,
el pueblo un caudal de animales, henchidos de rabia
¡Asesinos¡ griten no más
griten ceregenes de labios leporinos
faldas arrugadas venenosas
en la trompa de Venus, más allá del cementerio,
caminaban los cuerpos de Dios flagelados y hambrientos.

Flores en ramilletes,
ciudades envueltas en flores verdes, náuseas,
presiento que caben mis disculpas y mis abrazos
mis arrepentidos huesos en forma de coronarias
de botellas vacías de limón peruano
de aquí nomas, de todo.

Acoraja gente, indios, leguleyos,
fábulas que corta el grito enorme del río,
las ramas de los pacaes, se nos caen a pedazos,
que lloran por el padre oxidado y escupido
por la mano del capitán, por los versos lambeteados
del pastor enamorado de Galatea.

El gigante estuvo en esta tierra, el polvo está levantado
y la Tierra tiembla. Maracuyá a la hora de la cena,
figuritas recortadas sobre el cielo púrpura, gigante, sobre
todas las dudas del cementerio marino,
como las certezas de genovés en picada,
como las promesas del varón en el conciliábulo
que lo decidió todo.

Como esos higos en forma de tus higos,
de tus raídas ojotas de pergaminos vírgenes
de los cables atravesados
sobre los canales de Seattle.