Todos los veranos desde que se renovó Bryant Park, en la esquina de la 42 y la 6ta Avenida, se realiza el festival de cine al aire libre. Al caer el sol, se proyectan en pantalla gigante una serie de películas, generalmente filmes clásicos. Esta tarde fue The Birds de Alfred Hitchcock. Demás está decir que la película es solo un pretexto para reunirse, para que los neoyorquinos tomen por asalto el parque y hagan un mini picnic hasta que acaba la película y cierran el parque (como a las 11 de la noche). Hubo Coronas, Brooklyn Lager, vino blanco, guacamole con papitas y «»chorros» de cerveza. El actor prinicpal nunca se despeinaba ni se desabrochaba la corbata y la actriz caminaban sobre la arena de la playa con los tacazos y el abrigo de pieles. El sonido no es muy bueno, pero es que estábamos un poco lejos de la pantalla. De todos modos el espectáculo es único -te elimina el mito del neoyorquino estresado- y sucede 8 lunes consecutivos durante
el verano. En la mañana tuvimos que viajar hasta Fishkill a cerrar, con billetes de uno, la cuenta de Manolo en el Citizens Bank. El cebiche del Acuario mirando el mundial estuvo a la altura de las yuqitas fritas. Para llegar a Fishkill: la Taconic Parkway hasta la 84 West y la 84 West hasta la Route 9. Fuera de la ciudad, el estado de Nueva York parece un selva. Como dice Carling, después de depredar el bosque original, los ingleses conservaron los árboles. La sensación que progreso y naturaleza pueden con
vivir sin estorbarse permanece durante todo el viaje. Algunos paisajes, -sobre todo los cruces de ríos y los puentes-, son espectaculares.
No pensé que me iba a quedar energía después del viernes y el sábado trabajando todo el día en Knollwood. Pero llegamos en un taxi desde el Bronx para la despedida de Sabine en el Suba del East Village (Delancey Ave. con Ludlow St.). La música del lugar es buenísima, si bien el espacio es demasiado pequeño y el calor insoportable. Nos hicieron problemas en la puerta porque al parecer después de cierta hora y con tal cantidad de gente a los porteros les prohiben dejar pasar a nadie que no tenga que ver con los que ya están reunidos adentro. Felizmente salió Rachel con Alejandra a fumar (siempre se puede contar con que Rachel ha de salir a fumar) y nos hicieron entrar. Habíamos terminado de trabajar a las 12 de la noche y sin embargo bastó una Corona con limón y un poco de música y todo el grupo estaba otra vez animado y bailando en el sótano. Eran como las cinco de la mañana cuando nos botaron del local (Let´s go guys, we have to close¡), porque nosotros seguíamos bailando y sin ganas de movernos del lobby de Suba. Pensamos en irnos a otro lado, o a otra casa, a seguirla, pero no contábamos con que apenas una cuadra más allá se iban todos a detener en la Creperie. Linda es asidua del local (siempre paramos aquí cuando salimos de Suba por lo que me recomendó una crepe con fresas que no tengo ni idea como terminó convirtiéndose en una crepe con guineos. El vendedor de flores se robó las mejores líneas de la madrugada: Sobre todo porque la colombianita Yanetle aceptó una rosa color lúcuma («que las podria vender para pagarse el taxi hasta donde vive que cae mas o menos por la calle 150 «, dijo Laura) y entre flor y flor el vendedor de flores-más ebrio que todos nosotros juntos- empezó a gritar vivas a México. Casi surreal las flores que iban de una mano a otra y el vendedor de flores riéndose echado en el piso y los pétalos cayendo sobre la puerta de la Creperie y Linda que se fue conduciendo con casi todos a New Jersey, dejando un mensaje en la contestadora, con Sabine que estaba feliz con la tarjeta de depedida más cariñosa del mundo, con todos los mensajes de todos y en todos los idiomas. Alejandra me quitó mi nueva cajetilla encontrada de Marlboro (su venganza), Manolo dijo que tenía que haber seguido tomando un poco más de chela y nos despedimos, desparramados todos, porque mañana es día de playa (al menos para mi primo y yo) y nadie ha dormido nada y el café instantáneo en casa de Laura (bueno pero demasiado) antes de ver a la vecinita abriendo la puerta y una larga caminata desde Alphabet City hasta el tren D en West 4. Apenas si me eché a dormir, cuando sonó el teléfono desde New Jersey. Después apenas si pude pegar los ojos. Prendí la tele, con sólo tres horas de sueño, el partido de Inglaterra estuvo interesante hasta que se fue la electricidad y el calor en el cuarto resultaba insoportable (38 C, 94 F). Me fui a comer a la oficina, a leer los mails que no leía todo el fin de semana. Como a las tres llamó Manolo preparado para Brighton Beach. Llegamos casi a las 6, la playa estaba buenísima, pero no refrescó ni siquiera en la noche, el calor de Nueva York, algunas veces, es inosportable.
Si mi primo no hubiera mencionado el tema, jamás se me hubiera ocurrido ir a una carrera de autos NASCAR. ¿Por qué? Primero, porque lo mío no son los autos. Soy de esos que van por la carretera y todos pasan delante. Uno de mis traumas del futuro es ser el papá de un chibolo como Guille, el de Mafalda, y que el día que me ponga a insultar a alguien que me pase en la carretera mi hijo me diga: «¿Desde cuándo es un crimen pasar a un pelagatoz?»
Además NASCAR representaba–en mi cabeza–el mejor ejemplo del norteamericano ultra patriota e intolerante. Un símbolo más de la poca cultura de la masa en los Estados Unidos.
El viaje hasta Pocono, un pueblito y centro turístico importante de Philadelphia, duró casi dos horas. Es el único circuito NASCAR cercano a New York. La señalización después de hacer el cambio de la I-80 a la I-380 es mala. Hay que tomar un sendero pequeño entre los árboles y las casas, que me hizo recordar ciertos caminos locales cuando mochileaba por Europa, de ayudante de camionero. Ya cerca del circuito el sendero se llenaba de camionetas y autos parqueados a ambos lados de la pista. Un pata que caminaba nos dijo que los que ya sabían parqueaban allí, a media milla de distancia de Pocono, porque uno se podía demorar hasta 5 horas en salir con su auto de la playa de estacionamiento del circuito. Así que le hice caso y estacioné a un lado de la pista. Muy bien jugado. Caminamos unos quinientos metros y un bus escolar que brindaba servicio ea tarde nos llevó hasta la entrada (unos 500 metros más) El estacionamiento era un descampado gigantesco y totalmente lleno de autos, pick ups y trailers-campers. Nunca he visto tantos autos juntos. Tal vez dos mil o tres mil carros, y quizá me quedo corto. Entre los autos, la gente estaba haciendo su parrillita, llenando sus coolers de cerveza (Budweiser), preparándose para la carrera. Nos dijeron que abrian las puertas a las 8 de la mañana y que la carrera empezaba a la una de la tarde. Empezó a las tres de la tarde.
Los asientos estaban al lado de una de las curvas y en la primera vuelta hubo un choque espectacular casi al frente de nosotros. El rugir de los motores al pasar frente a la tribuna es espectacular. Retiro lo
dicho sobre los autos de carreras. Ciertamente NASCAR es el símbolo máximo del patriotismo norteamericano. Por los parlantes anuncian que rindamos tributo a las tropas defendiendo a los EEUU en Irak y para colmo de la coordinación, mientras desfilan por el circuito una escuadra de mini tanquetas de guerra y los espectadores cantan el himno nacional, llega un avión militar para sobrevolar lentamente el circuito de Pocono. Militarizados, fanáticos. La masa que sostiene las políticas de guerra de George W. Bush. Sí. Es cierto. Y sin embargo la carrera es fabulosa. Asi como uno admira una buena persecusión de autos en una buena película, uno puede admirar una buena carrera de autos. Una vez al año está bien. Valió la pena.
Sé que tal vez puede resultar pesado dar una conferencia de una hora y media sobre la poesía de William Wordsworth. Pero Seamus Heaney, por más premio Nobel de literatura y por más que sea considerado uno de los mejores poetas en lengua inglesa, no tiene derecho a decirle a sus seguidores (4 o 5, entre los que me cuento, que ibamos todo lornazas con nuestros libritos para que nos firme un autógrafo) que está muy cansado y que esta noche no firma autógrafos a nadie. Que tiene que regresar al día siguiente a Dublín, etc.
Se me cayó Heaney. ¿A quien le ha ganado este personaje? De las diez personas a las que les conté que iba a verlo y que tenía mi ticket para la Morgan Library con un mes de anticipación, solo una sabía quién era Heaney. ¿De qué sirve entonces ganar el premio Nobel? ¿La vida del poeta tiene sentido? Junto con Heaney se me cayó la imagen bien construìda de los irlandeses buena gente y juergueros. Este poeta contó tres o cuatro chistes monses, su conferencia estuvo para una B, tal vez B+ y ahí nomás.
Saliendo de la conferencia, furioso contra este pedante escritor de floro barato, en el tren PATH que me llevó hasta Jersey City, abrí de nuevo y me puse a leer su libro de poemas escogidos. Y bueno… Qué les digo. A pesar del mal rato, tengo que reconocer que Heaney «es un maestro». Heaney, en la misma línea de Wordsworth, tiene la facilidad de recuperar instantes de vida monótonos y al parecer carentes de sentido y transformarlos en versos bellos y trascendentes, que rescatan el valor de los pequeños detalles de la cotidianeidad. Digging es tal vez uno de sus poemas más conocidos. A mí me gusta mucho. En él, el poeta contempla a su padre cavando los surcos donde sembrará las semillas de la papa. El poeta sabe que nunca podrá hacer lo mismo que su padre, que su talento está en otro lado y que deberá cavar sus propios surcos en la vida, usando no la lampa sino la pluma.
DIGGING (excerpt)
Between my finger and my thumb
The squat pen rests: snug as a gun.
Under my window, a clean rasping sound
When the spade sinks into gravelly ground:
My father, digging. I look down
Till his straining rump among the flowerbeds
Bends low, comes up twenty years away
Stooping in rhythm through potato drills
Where he was digging.
The coarse boot nestled on the lug, the shaft against the inside knee was levered firmly.
He rooted out tall tops, buried the bright edge deep
To scatter new potatoes that we picked
Loving their cool hardness in our hands.
By God, the old man could handle a spade.
Just like his old man.
The cold smell of potato mould, the squelch and slap
Of soggy peat, the curt cuts of an edge
Through living roots awaken in my head.
But I’ve no spade to follow men like them.
Between my finger and my thumb
The squat pen rests.
I’ll dig with it.
Tras el enredo en el PATH y la llegada a Jersey, me recibieron los peruanos fotógrafos en su casa, con una parrillada «a la ventana», (parrillita de carbón sobre la ventana de emergencia de la cocina), 2 four-pack de la cerveza que tomaban los Hobbits, una carne de cordero que todos los presentes calificamos entre lo mejor de lo mejor; y postre de leche con gelatina de fresa, que estuvo para chuparse los dedos. Matilde quiso banquetearse con los huesos mientras contaban la historia de sus ladridos en el parque y de la persecusión al lado de la pista con el bozal y el corazón en la mano. Enrica se perdió en el dormitorio a dormir temprano y no regresó a la cocina y a Melina la taquicardia le iba y le venía. Sin embargo hacia el final de la reunión terminó llenando su vaso y tomándoselo varias veces al hilo. Es un viaje largo hasta el Bronx. Con el huevonazo de Heaney, que escribe mostro.
El Dj es tunecino–pero ha vivido toda su vida en París–, la música va intermitentemente de latina hacia árabe. El local es el estrecho callejón de Baraza en el East Village. Breve entrada y salida–al menos es lo que todos juran a la 11 de la noche– porque a todos les está costando más trabajo que nunca levantarse temprano en estos días. Sabine tiene que irse pronto, renueva la invitación para la gran despedida, antes de su viaje a Brasil. Laura promete quedarse hasta antes de las 3, su amiga Marianne nació en Ginebra y estuvo casada con un peruano que la llevó a visitar a su familia en Villa El Salvador. El francés está aprendiendo a bailar. Ya sabe dos pasos. Laura le enseña a no mirarse los pies, ojalá fuera tan simple. El dueño del Baraza escucha los elogios al bar y a la música mientras enciende un cigarrillo en la vereda de la avenida C. Naufel intenta entusiasmar a la mancha de gente, no mucha. Y los taxis siguen llenos hacia el este. Con el primo Manolo nos vamos después de dos Coronas. ambos coincidimos en que si pedíamos una cerveza más, no salíamos de allí hasta las 4 de la mañana. Es bueno conocerse tan bien. Hemos quedado en un partido de tenis, pero no contábamos con la lluvia. En el tren de regreso abro The Ruined Cottage de Wordsworth y la ponencia en Cambridge sobre la crítica de Arnold a Wordsworth. Arnold se propone salvar a Wordsworth de quienes quieren elevarlo a la categoría de filósofo (Coleridge entre ellos). Arnold rescata la pureza de sus mejores versos, el modo como Wordsworht puede sublimar al hombre simple y convertirlo en poesía. Consigo una antología de Seamous Heaney, quien va a disertar mañana, en la Morgan Library, sobre la trascendencia de Wordsworth.
Camino por la calle frente al parque de Poe, salgo de la biblioteca con la cabeza todavía un poco revuelta. El teléfono suena y la voz se va y viene desde unos edificios en California. No hay nada más que decir, no hay llamadas de ida y vuelta. No hay dolor tampoco, algo de incertidumbre pero supongo que tiene su lógica. Extraña, pero alguna lógica tendrá que tener, por momentos parece tener cierto sentido, en otros parecer carecer de toda significación. La siesta por la tarde estuvo deliciosa.
Uno cree que ya lo sabe todo, que más o menos se imagina como puede ser tal o cual cosa. Y de pronto vas al ballet. No es cualquier ballet, sino el American Ballet Theatre , una de las mejores compañías del mundo (segunda tal vez, luego del ballet ruso). Y la bailarina principal se llama Gillian Murphy, que entre quienes saben es considerada poco menos que una diosa. Y la obra es Cinderella de Prokofiev. Producción de estreno de ABT. Y jamás vi a nadie hacer arte bailando, volando por los aires, tocando el suelo sin tocarlo. Casi como la ópera pero en puntitas de pies. Anoche en el Metropolitan Opera, en Lincoln Center, aprendí a apreciar otro arte. Y me acordé del poema de Wiesse con epígrafe a Romeo y Julieta de Prokofiev, bailando el argentino Bocca y la italiana Alessandra Ferri. Se puede escribir poesía bailando. Gillian Murphy y David Hallberg en los papeles principales. Y las hermanastras en puntitas de pies y demasiado tabas, robándose las risas y los aplausos, así como los hombres calabaza marcando la llegada de la medianoche y las hadas entregándole a la Cenicienta el más hermoso de los regalos: una zapatilla de cristal
Ayer estaba justo conversando con Enrica de este comic (con dos ricos frapuchinos caminado por Broadway, frente a Columbia). Así que hoy me puse a revisar los archivos y aquí está: Este documento prehistórico, este comic del año 96.
El dibujo es malo, (tirando para malo pero con esfuerzo-nunca mejoré mi estilo-); sin embargo la historia creo que todavía está en algo. Y hoy está más vigente y de acuerdo con nuestro estado de ánimo, luego de ver a Alan García con los brazos abiertos y celebrando en la página web del New York Times. Perú, Perú: El Hombre Gol.
Según dice el documento en cuestión, tenía 23 años cuando lo dibujé, participó en la categoría 20-25 y ganó el primer lugar entre más de 600 participantes. El tema era libre y yo era estudiante de Ciencias de la Comunicación.
La historia es producto de algún sueño que tuve ese año. Un buen año pues saqué mi título de la de Lima, viajé con 180 dólares en bus hasta Bogotá para Rock al Parque (cruzando Ecuador) y me quedé allá 3 semanas, sobreviviendo no sé como. Además fue el año del fabuloso trip espacial Lima- Cuzco con Rossella y las peores 72 horas, frío Glacial helado, en bus desde Arequipay hasta el ombligo del mundo; y publiqué Resina Recuerdos pastrulos: leyendo mi libro de Posicionamiento, preparándome para sustentar mi tesis en las ruinas de Sacsahuamán.
El hombre Gol pretende ser ese ser mezcla de Inkarri y Wiracocha con el que todos los peruanos sueñan que algún día se resolverán mágicamente los problemas. Es el peruano mentalizado para ganar, el que no se contenta con ser siempre segundón en cualquier certamen en el que un equipo peruano participa, ni medalla de plata en las olimpiadas de Seúl, ni mejor partido de México 70, ni segundo puesto en final de Copa Libertadores. El tipo al que no le complace mirar los goles de Cubillas ni llenarse la boca con las llevaditas de Cueto y el gol de Barbadillo ante Argentina, con Maradona y todo.
Esta historia empieza en uno de los momentos más bajos –en mi opinión–, en la autoestima nacional. Esa veraniega tarde española en que Polonia le metió 5 goles al equipo de las estrellas: Barbadillo, Cueto, Duarte, Quiroga, Velázquez, Oblitas, Cubillas. Allí un típico hombre de clase baja limeña, lleno de rabia -y de alcohol- es llamado por Dios para ser el entrenador del Mesías, el que sacaría al Perú del hoyo de los fracasos.
Bueno aquí está, son 4 paginitas, espero que se lea bien porque lo estoy posteando como fotos. Solo hagan click en la foto y esta se agranda. Y si alguien sabe donde está el Hombre Gol, pásenle la voz a ver si postula el 2011 y de paso si nos clasifica para el 2010. Creo que ya nos toca.