Hace mucho tiempo que no despertaba pasado el mediodia, hemos ido a dormir casi sobre las 5. El brunch en Smith , en el Máncora. No es caro, $7.95 por un plato y un trago. He pedido por primera vez en mi vida un Bloody Mary, pero no he podido terminar. El sabor del tabasco es demasiado fuerte en la boca. Ahora tengo Vasos Vacios, Peter Tosh, samba de enredos, Chico Buarque, Caetano Veloso, Tricky, David Byrne, 10,000 Maniacs, Bebel Gilberto que es preciosa. Las nubes de Carrol Gardens y su cielo azul en forma de collares de perlas. Los bordes guindas de la ropa interior, el brassiere a mi espalda, las pupilas iluminadas de un bus directo hasta la cena, antes de que caiga la noche. El cielo estrellado no se puede comparar con los atardeceres regresando a casa. Los compromisos no se asumen con muchas ganas. Claro, me hubiera gustado que repita muchas veces menos su nombre, pero es el recorrido de la historia. Historia de la que yo he sido muchas veces importante protagonista. El ineludible deber de esperar o seguir su camino. Seguimos sobre Smith hasta perder la boca del metro, el cebiche Mancorita sigue divertido su liturgia, el cafecito con nueces chocolatadas se repite antes de la despedida y mi sonrisa es neutra. Nadie debe decir nada en esta parte, es como una comedia. En el gimnasio se ha de endurecer su cuerpo con los sonidos de la madrugada esperando la cita, el regreso en clave de seguro que cubre el terapeuta, la dicha de hace algunos meses y la victoria de poder invitar al huésped que ha venido para la semana privilegiada del Parque. Las colaboraciones empiezan con un tinto sobre Losaida al frente del Umbrella House, el encuentro de la Casa Tomada con las redes y sobre las virutas emplumadas de los poetas. El bisteck encebollado en Houston, con la dominicana de la vocecita ronca equivocando el plato. La voz que recuerdo es la de la boricua cortando las dés de todos sus versos y recordando el viaje a La Habana. Es gordita y blanca pero el tono de su voz carga a todo el Caribe encima. La carita de Cuenca hace gestos de locura cuando tiene que referirse a Lima y su viaje de regreso desde el Cuzco, Elisa me cuenta como cayeron las gotas bajo sus lentes oscuros en Manhattan, pero que ha solucionado el verso del dinero con una llamada que corta la renta en dos fragmentos. A Camilo se le antoja el encebollado pero ya no quiere regresar. Se va para Jamaica, intransigente. Al regreso se han achicado las voces y abre Manuel Tiberio el programa de la computadora y empieza la academia, mientras Ricardo sigue mandando mensajes de un lado a otro y la portada es la del pintor paisa, y la del libro es Manuel Tiberio sosteniendo las riendas del caballo en Caicedonia y sigue de este modo la charla. Al fin de cuentas son sus primeras semanas de un viaje retrasado 15 veces en la vida. Pero charlemos: En Colombia vive la esposa y Nueva York es el destino temporal.
No vino Patricia esta noche, debe estar retratando pintores en Williamsburg, se ha quedado pastando en Brooklyn. ¿Dónde se fue todo el vino tinto? Me ha venido todo el cansancio encima y he estado a punto de dormirme en el cambio de las estaciones para tomar el A, en Jay Street.
El diario de anteayer lo he escrito en dos partes, el de ayer, tiene dos partes igual, como las noches y los días que vienen. Siempre hay dos partes que no se pueden encontrar, siempre hay dos partes que caminan separadas por una distancia que parece corta, cruzable, vencible. Sin embargo los enemigos suelen ser mayores y poderosos, sin fuerzas extraordinarias, pero las suficientes para que las partes sigan caminando a cierta distancia.
Es verdad que esta filosofía ha sido recurrente, que los finales de los libros, las últimas escenas de los filmes, las vidas anticipadas, no se pueden transformar. Todo ya ha sido escrito y las variantes son trucos para que uno no abandone el barco.
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