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«Si quieres que Dios se ría, cuéntale tus planes»

Woody Allen

¿Alguna vez pensé en vivir en inglés? No. Jamás.

Que recuerde, hasta antes de aterrizar en Nueva York, los Estados Unidos aparecían para mí como una película de acción a la que se va sólo para comer canchita y después se olvida. Tal vez se podía disfrutar un rato con los efectos especiales, pero pensaba que al salir del cine, olvidaría el filme para siempre.

Luego, la experiencia se ha convertido en una película que ya se va por los 13 años, en la cual ha habido drama, algo de acción, misterio, terror y pornografía. Hubo buenos momentos de cine independiente lationoamericano –con poquísimo presupuesto–, romance a la europea (ese donde se escuchan todos los ruidos de la naturaleza) y a la americana, con la música a todo volumen y el cuarto a oscuras.

¿Mis planes de vida? Bien, gracias. Si no planeé esta vida, para qué planear la que sigue. Escribo. Me imagino que en algún momento saldrán las siguientes novelas, los siguientes cuentos, la película basada en mis libros –para que algún amigo vago por fin sepa de qué se tratan. También vendrán el trabajo de mis sueños, los hijos, mi primer millón.

Este mes de agosto empiezo el Doctorado. En español, porque me gusta ese maldito idioma que paga mal a los escritores y periodistas pero es el único en el que sueño y en el que lloro. Porque como bien decía Carlos Fuentes (traducido del mexicano): «Me podrás decir son of a bitch y no me importa, pero si me dices conchatumadre, me jode bastante.»

Son cinco años más de doctorado en el Graduate Center. Felizmente me he ganado una beca y será la primera vez en mi larga estadía en Estados Unidos en que mis estudios no me van a costar  (por lo menos dólares, estoy seguro que sí vendrán la sangre, el sudor y las lágrimas) ¿Planes de vida? Ninguno.

Lo demás es silencio.