Se llama sol. En el invierno, al menos en éste, no cumplió con su función de calentarnos. Decoraba el paisaje, evitaba que nos deprimamos por el frío y nos sacudía de las noches más largas del invierno. Nada más.
Hoy, sol apareció. Con 80 grados y las promesas de siempre: llevarnos al mar.
En la casa tenemos unas plantas: promesas de ahorrarnos unos cuantos dólares en el supermercado y entrenernos removiendo la tierra. Las ramas se estiran en sus recipientes de plástico, buscando la luz. En el parque, frente al aire húmedo de las cataratas, nos echamos sobre las mesas de troncos a recibir la gloria amarilla. Nos falta playa
Hoy no he querido abusar de los lentes oscuros: la naturaleza parece estar escribiendo una armonía, frente a nuestros ojos, siempre lo hace el primer día de calor después del largo invierno.
No todo es maravilloso. En el camino encontramos la pulpa sanguinolienta de una ardilla recién atropellada. Un poco más allá, un tronco caído bloquea el camino. Llamo a la policía, doy las direcciones. We got it, me dice el comisario.
Es el comienzo del verano y yo cojeo. Pudo ser peor. Agradezco en silencio y respiro porque ha llegado el ciclo de la claridad.
Amén.
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