Si te sacas las legañas, el edificio de la Deli se te presenta como un manjar de la modernidad. En sus pisos y paredes a punto de derrumbarse, puedes hallar el último modelo de la decadencia. Si el dinero no te alcanza para pagar la renta, echa por la borda a la abuela, con un puntapié en la bola de tela. El carnicero de la Deli hará de ella una deliciosa cena.

Nueva York está cubierto de delis. En la esquina de mi casa ofrecen los mismos detalles envueltos en papel encerado. El carnicero sonríe con cada pedazo de deliciosa carne de la casa. No me había percatado del sabor: es delicioso. Mis dedos están cansados de ser lamidos, relamidos y casi casi mordidos del gusto. Voy a poner más atención en los descansillos de las escaleras. Tengo que ponerme a mirar debajo de las gradas, a ver si hay alguna gruta secreta hacia la casa de los sapos, las ranas y las babosas.

En este edificio, también crecen niños. Tienen juegos y claves secretas que los modernos no entendemos. Se sientan en el borde de sus pisos, con sus DVD player portátiles a ver películas del año de la pera. El otro día los sorprendí riendo con las gracias de Los Niños del Paraíso, después los encontré en la calle, jugando vestidos de mimos. Hacían unas muecas muy sabrosas, imitando los grafitis de las paredes de mi calle.

La mujer del carnicero ha parido una niña la semana pasada. Nos invitó a su bautizo, en una botánica muy concurrida de la avenida Grand Concourse. Irán los niños, los mayores, la abuela y por supuesto que iré yo también, el nuevo vecino.

Me preocupa un poco ser el nuevo de la cuadra, sin embargo siempre me han tratado todos con cariño y atención. El casero me saluda en las mañanas, mientras toma su café «a la albanesa», y los pandilleros que encienden sus huiros después de la medianoche me hacen venias (What’s up Yo?) cuando salgo de la deli. Creo que sería una descortesía no asistir. Ya me he comprado terno nuevo y zapatos de cuero de reptil. Estoy preparado para lo que venga.