
Hay una buena posibilidad de que en las elecciones por la segunda vuelta, en junio, la candidata Keiko Fujimori sea elegida como presidenta del Perú. En otros dos artículos he considerado por qué me parece que entre ambos candidatos ella es la major opción. Por otro lado, desde entonces hasta hoy, han aparecido signos muy preocupantes de lo que podría ser un gobierno al estilo fujimorista. O mejor dicho: de Keiko Fujimori gobernando un país que aún no ha madurado políticamente.
Amigos y compañeros, personas preocupadas por el futuro de un país al que quieren y al que quisieran ver siempre mejor, desde sus distintos puntos de vista, me han manifestado sus problemas respecto a la idea de Keiko Fujimori en el poder. Los más obvios: que la gente corrupta e inmoral que nos gobernó entre 1990 y 2000 vuelva a tomar el poder y vuelva a creer que el Perú es propiedad privada de los pocos hombres y mujeres del entorno de Keiko Fujimori y de su padre; también, que un gobierno de tendencia de derecha y defensor de un modelo económico liberal, se olvide de los graves problemas sociales que nos han conducido, otra vez, a esta encrucijada política de votar por dos de los candidatos con más interrogantes sobre sus cabezas y con más anticuerpos entre la población.
Considero que las propuestas económicas de Ollanta Humala no podrán ser aplicadas por Ollanta Humala. Y sin embargo, comparto sus más graves críticas al modelo económico: existe el riesgo de estar construyendo un país para unos pocos, de olvidarnos de la palanca central de cualquier desarrollo sostenido: todos los peruanos.
Sin embargo nacionalizar, estatizar, repartir, son palabras que en lenguaje peruano han significado siempre problemas, al menos en la práctica. Velasco lo intentó y fracasó. Alan García hizo una payasada de su discurso de dignidad nacional frente a la deuda y los organismos financieros. Aún recuerdo las confesiones, que escuché siendo niño, de la boca de cierto individuo que tenía contacto con mi familia; él afirmaba, riéndose, que los tractores de cierta cooperativa en el norte, nacionalizados por el gobierno velasquista, fueron subastados para su beneficio personal y el de los otros profesionales asignados a cooperativizar una empresa privada que generaba millones de dólares y que el gobierno velasquista mandó a la quiebra. Y me imagino que historias como aquella hay miles. Los vivazos, los pendejos, los comechados, los felpudinis, son los que copan posiciones importantes en gobiernos «nacionalistas» estatizantes; y las buenas intenciones se convierten en escándalos de corrupción amparados por el estado.
Y discrepo con quienes comparan al ex presidente Ignacio Lula da Silva con Ollanta Humala. Lula era un candidato 100% de izquierda, sus cambios ideológicos no fueron jamás tan graves y peligrosos como los de Ollanta Humala. Lula se formó y trabajó entre la clase trabajadora. Los miedos de la derecha brasileña eran por su posición izquierdista, los miedos ante Ollanta Humala nacen ante su incoherencia en los papeles que ha jugado antes de ser candidato (además de haber sido formado con las ideas trasnochadas, retrógadas y racistas de su padre, a las que solo ha rechazado cuando vio que le impedían llegar a ser presidente): militar dado de baja, traicionando–luego de haberle jurado lealtad–al gobierno de Alejandro Toledo; y admirador del modelo nacionalista de Hugo Chávez.
Lula vivió la política y defendió sus ideas desde sus inicios como sindicalista radical hasta sus años de mandato como presidente de Brasil. Con Ollanta Humala me queda la duda, a mí al menos, si todo su discurso no es solo una estructura endeble, diseñada con el único objetivo de conseguir el poder. No hay coherencia entre las diferentes posiciones que ha asumido en la vida política reciente. Cuando ha debatido sus posiciones han sido vagas, sus ideas también; tan vagas que las ha ido modificando, enrumbando, como si no fueran principios sólidos. Yo quiero y creo, con firmeza, que el Perú necesita un BUEN PRESIDENTE DE IZQUIERDA. Pero Ollanta no es un buen candidato de izquierda, es un injerto de intenciones buenas con un discurso político muy endeble. Un buen presidente de izquierda para el Perú tiene que ser otra persona, no un caudillo improvisado como Humala.
El Perú necesita un estado pequeño, vigilante; y empresas privadas grandes. Esa es la garantía del desarrollo. Resalto lo de vigilante porque esa es la principal tarea de cualquier gobierno que salga elegido en la segunda vuelta. Deberá vigilar que los poderosos no se agarren más de lo que les corresponde, que los fascinerosos con dinero no abusen de los pobres sin voz.
Un estado que distribuya. A manos llenas, sobre todo en educación. Con criterio técnico. Priorizando una educación de primer nivel, sobre todo en las regiones donde la educación es peor. Descentralizar la educación superior. Cargar con más impuestos a las universidades instaladas en Lima y darle incentivos tributarios, grandes beneficios, a las universidadas que abran sus campus y sus laboratorios en otras ciudades del país. Los estudiantes de educación superior necesitan ver otra realidad que la de Lima. Pero eso no puede ser regulado por una ley desde el estado. Existen organismos internacionales y préstamos para educación. Empezar una campaña agresiva de educación: liberal, científica y técnica. Allí el estado puede ayudar distribuyendo beneficios tributarios y también invirtiendo la mayor parte del canon minero o exigiendo a las empresas mineras que sus contribuciones sean mayores, para construir mejores escuelas. Se debe aprovechar la experiencia de instituciones educativas de primer nivel para hijos de trabajadores extranjeros, que funcionan en los enclaves mineros: esa misma educación se les debe dar a TODOS los niños de la zona. El estado puede exigir, colaborar, o simplemente vigilar para que el grueso de los impuestos pagados por las compañías mineras sea gastado en escuelas y universidades. Los profesores, egresados de universidades privadas y nacionales limeñas, después de recibir certificados de su calificación, deberían recibir fuertes exoneraciones tributarias para que se disputen la enseñanza en escuelas y universidades en zonas alejadas de la capital. La enseñanza fuera de Lima, de esta manera, se convierte no en un sacrificio sino en una opción de trabajo con beneficios económicos.
El estado debe invertir mucho dinero en infraestructura educativa en provincias. Es la única manera de avanzar.
Ahora, a los votantes de Keiko Fujimori: si ella sale elegida, si no se concretan en las urnas las peores pesadillas de quienes votan por Fujimori, no por convicción, sino asustados por el peligro de un gobierno de intervencionismo estatal a lo Hugo Chávez; les quedan pendientes varias tareas. Primero, la de no ser cómplices. ¿Cómo se puede ser cómplice de un gobierno fujimorista? De distintas maneras:
1. Ignorando que los medios de comunicación peruanos son apostadores, que velan solo por sus intereses y que son subjetivos pero quieren dar la imagen de objetivos. El mejor ejemplo han sido los videos de Ollanta Humala en Madrid, groseramente editados por Frecuencia Latina; o algunas de las primeras páginas de El Comercio.
En Estados Unidos los medios endorsan a un candidato y ya sabemos a quien defienden y nos atenemos a eso cuando los consumimos. En Perú, tanto El Comercio como los canales de televisión, deciden a quien van a darle su apoyo en cerradas sesiones de directorio, y luego nos venden sus informaciones sesgadas, viéndonos la cara de imbéciles, haciéndonos creer que son 100% objetivos. Solo defienden sus intereses y algunas veces distorsionan la verdad con descaro.
Respeto a los periodistas objetivos, a los que tratan de serlo, que también los hay en el Perú. Y respeto también a los periodistas subjetivos, como Jaime Bayly, que siempre ha sido enemigo del autoritarismo y la prepotencia de Hugo Chávez y simpatizante de Keiko Fujimori. Él tiene su público y si quiere darle a su público su punto de vista y no lo disfraza como «objetividad», ése es su derecho. Y el simpatizante de Humala tiene derecho a no verlo y a criticarlo. El problema está en noticieros como el de Canal 2 que «juegan» a informar imparcialmente y tienen una línea editorial que no repara en manipular, disfrazar, con tal de atacar al candidato Humala. Además, manipulaciones descaradas como la de El Comercio o Frecuencia Latina no sé si beneficien a su candidata en las elecciones. La rápida distribución de la información a través del Internet desenmascara estos trucos con gran rapidez y el votante puede sentirse asqueado, como me he sentido yo, después de ver como se manipularon las imágenes de Ollanta Humala en Madrid para hacernos creer que él era simpatizante de Sendero Luminoso.
2. Se puede ser cómplice del fujimorismo, creyendo, si es que Keiko Fujimori gana, que todo en el Perú está mejorando. Que los Wongs de Asia o el último mundial de surf son símbolos de progreso. Si el votante de Keiko se sube otro verano a su cuatrimoto o ve la playa desde la sala con pisos de mármol de su casa y piensa que el Perú es un país con futuro: no solo es un cacaseno, también es cómplice de que el Perú jamás alcance los estándares de vida de Chile ni de otros países desarrollados.
3.Se es cómplice de un modelo económico equivocado si no pensamos TODOS LOS DIAS en los peruanos que viven en la pobreza extrema.
4.Se puede ser cómplice, si al pensar en comprar un auto nuevo para la familia o en un viaje al extranjero, no pensamos en los millones de peruanos que apenas si pueden adquirir comida, que ni siquiera pueden soñar en comprase un pequeño auto o darse el gusto de viajar en automóvil por el Perú.
5. Se puede ser cómplice de un gobierno injusto, si apoyamos la desigualdad social en nuestra casa, asignándoles a las empleadas de servicio más tareas de las que su sueldo vale. Si pagamos sueldos miserables o creemos que ese mesero que nos sirve la mesa no tiene también derecho a gozar de beneficios económicos, a tener un sueldo justo, a poder ahorrar para comprarse un automóvil o mandar a sus hijos a una buena universidad.
Somos un país de hermanos peruanos. Tenemos distintas ideas y distintos fervores políticos. Lo que para unos es imperdonable, para otros se puede excusar si aquello conduce, al final, al bien común. Pero de lo que nadie podrá disculparnos es de transformarnos, después de las elecciones de junio, en cómplices de un gobierno que beneficie solo a unos pocos y no a todos los peruanos.
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