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Si un poco de sangre roja sobre un gran auto blanco no te basta para gritar contra la guerra, no pertences a la manchita de La Maldita.

1989: Leo en un ejemplar viejo de la revista limeña de rock Esquina, que una de las mejores bandas del rock mexicano se llamaba Maldita Vecindad. En esos tiempos están recién haciéndose populares los CDs, MTV Latino está en pañales y conseguir el CD de una banda de rock mexicano (que no sea El Tri) es una tarea muy difícil. Después de buscar en varios lugares, en una tienda de discos me dejan ver el catálogo para ordenar por correo. Ahí lo encuentro: Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio: El Circo. Dos semanas y media después llega mi disco. Salto en mi cama, con mi nuevo equipito (de un solo CD) comprado con mi primer sueldo de Tele Cable. Era un discazo pero la mejor canción del disco tenía una sola palabra: Pachuco.

En mi generación– la de Ciencias de la Comunicación de la U de Lima–, Pachuco era el himno. Con ese ritmo y esa corneta había que empujar, saltar, patear. Pasaron muchos años hasta que los vi en vivo, en una cancha terrosa en el Campo de Marte. Estuvieron fabulosos, si bien ya había pasado la época de Pachuco, si bien sentía ya por ratos que eso del pogo eran cosas de adolescentes.

A una de mis amigas en Lima, en aquellos años, le gustaba Sax. Fue grupy por primera y última vez en su vida, con el saxofonista de la Maldita. Otra de mis amigas de ese tiempo también tuvo su encontronazo con uno de los miembros de la banda. Luego de muchos años sin saber nada de el, ayer ella lo vio otra vez sobre la tarima de Central Park y me aseguró: «Fácil que este es el tipo más feo con el que me he acostado».

Pensé que iba a presenciar el show como si fuera un viejo. No creia que me iban a impactar tanto las mismas canciones de aquél disco. Que apenas si las iba a aplaudir por tratarse de un buen recuerdo de aquellos tiempos de facultad, cuando escuchábamos Pachuco en la sala de mi casa o de mis amigos, pogueando como locos; o en la azotea de Ken, embarrados en talco; o en las fiestas de la universidad, empujando al que se atreviera a entrar en nuestro circulito de baile privado. No imaginaba que con la voz de Rocco y los primeros acordes de Pata de Perro iban a venirme las ganas de saltar y patear, empujar y bailar como en los viejos tiempos! (¡ Aún no estamos acabados!¡Aún nos mueve la Maldita!)

El calor estaba como en 30 grados y el sol caía directamente sobre el parque. Muchos espectadores estaban sin polo y mostraban sus tatuajes en español y en inglés. Mis zapatos estaban cubiertos de barro, mi polo totalmente sudado. El trencito de los fans avanzaba con los músicos sobre el escenario mientras que el guardaspaldas negro, gigante, con su polo de la NBA miraba extrañado a toda la gente sobre la tarima (algunos con su máscara de luchadores) como preguntándose: ¿Y ahora qué hago? ¿A quién le pego?¿A quién empujo de regreso a la cancha?

Los Maldita consiguieron que poguera después de un huevo de años. Rocco dijo basta después de más de una hora de concierto, pero regresó para llenar el parque con el suave sonido de Kumbala. Se agradece la deferencia.