En la vereda está su silueta con aspecto de embarazo, apenas si puede andar unos pasos pero así y todo ha aceptado ser nuestra guía. Los dos la queremos besar.
Hay ciertas personalidades que cubren toda una vida, se mantienen firmes en tus recuerdos personales y construyen su camino hacia el inconsciente donde se cuelan en tus mejores sueños, ni aún en ellos se dejan besar. O no sabes todavía como hacerlo.
Hay paz en esos recuerdos de caminatas por el desierto argentino, por los recodos de los caminos portugueses, donde la maleta vieja y barata se deshacía sobre un hombro cansado. Cierto apremio sobre circunstancias en las cuales debí haber actuado diferente o puse en riesgo mi vida. Aquellas memorias vuelven una y otra vez, tal vez sea urgente consagrarle un cuento a esa noche durmiendo en una vereda al lado del teatro en Porto o al cruce del bosque a la noche de Leiria.
Tengo todo el personaje de una novela en la cabeza y cuando me siento preparado para escribirlo no se aparece, tal vez sea un problema de técnica.
Me han dejado recuerdos del 28 de julio. Uno que otro saludo, dos intentos frustrados de borrachera patria. Y aquí en este rincón de la isla no hay siquiera un buen plato de cebiche.
Sigo leyendo bajo la sombra verde en la arena, admirando como el sol no quema, como se renueva tan fresca el agua del mar, las siluetas de las bañistas. Es una playa casi virgen. Hugh ha entrado a servirse café en el barco donde esperaba encontrar gonorreas y comida vomitiva, ha querido transfomarse en Marlowe y no le ha salido bien la transformación. Su ukelele lo sigue en su aventura marina. Los marineros aún se asombran de que un niño bien trabaje para ellos y les limpie la cubierta.
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