
Tom Cruise era un muchachito con pinta de matálas callando que se bajaba de su avión a chorro después de varias piruetas aéreas y jugaba partidos de voleibol de playa sin que se le moviera la gorra de béisbol. Como muchos limeños de clase media, dándonos tiempo entre apagón y apagón, suavizando nuestra juventud atolondrada por los balconazos de Alan García y la ominosa presencia de Sendero Luminoso en la vida peruana, yo y mis amigos nos encontramos en el cine Real, vimos Top Gun y salimos, cada cual a su manera masticando nuestro chicle bomba y creyéndonos que si mirábamos a las chicas desde el ángulo correcto nos iban a ver igualitititos a Tom Cruise.
¿Qué tipo de persona era Tom Cruise? Al parecer era inteligente. Pronto pasó de los papeles irrelevantes a otros con mucho más peso y compromiso político como Nacido el 4 de julio. Sin despeinarse en la transición de estrella juvenil a protagonista mediático, y sin dejar de sonreir como si fuera capaz de acostarse con todas las estrellas del cine; pronto Tom Cruise escogió como su pareja a Nicole Kidman, y cerró su carrera ascendente protagonizando con ella Eyes Wide Shut, bajo la dirección de Stanley Kubrick.
Entonces llegó la cienciología.
Es imposible desatar la imagen de Tom Cruise de una historia como The Master, que ficcionaliza detalles históricos, bien documentados, sobre la vida de Ron Hubbard, el fundador de la cienciología.
La película ofrece escenas de una composición bellísima; la actuación de Philip Seymour Hoffman y Joaquin Phoenix es impecable; y la historia–que por ratos avanza a trompicones y se pone lenta y banal–le da al espectador una idea muy general sobre las condiciones en que se genera el nacimiento de esta secta. Porque no se puede llamar de otra manera a una organización con fines de lucro que afirma, entre algunas de sus creencias más descabelladas–distribuidas a los fieles nivel a nivel, dependiendo del tamaño de las contribuciones del creyente–que la Tierra fue en algún momento poblada por millones de personas traídas a este planeta en naves espaciales comandadas por Xenu: un dictador extraterrestre.
Si bien hay personas [que parecen] inteligentes convencidas de que todo lo que hay en este mundo fue creado en siete días con el soplo de un Creador, o que el hombre no tiene ningún parentesco con los monos a pesar de la evidencia científica, o que las damas no deben enseñar el cabello ni los niños tocar la flauta en días sagrados; me parece que la mera existencia de Xenu–y otras barbaridades, como su lectura de la reencarnación–en los códices de la cienciología; pone en evidencia el burdo montaje de Hubbard, cuyo paralelo peruano lo pondría al nivel del loquito Mario Poggi, el exhubearante psicólogo, ventrílocuo, asesino confeso, showman y autor libros de auto ayuda como Mi primer pajazo(1970).
Hay locos que van a prisión y se mueren misios e incomprendidos; y otros locos que triunfan. Hubbard, un oportunista que habría visto dinero en el negocio de la religión, fue uno de ellos. En una sociedad donde lo espiritual está tan conectado con lo económico, The Master denuncia la tremenda facilidad con que las masas tendemos a creer en lo que nos asegura una mente convencida de su superioridad.
Puede pasarle a Tom Cruise o a cualquiera de nosotros. Rebusquemos un poquito en nuestra fe y encontraremos creencias banales y/o irracionales asentadas como verdades absolutas.
Hace poco un amigo me obligó a no pasar debajo de una escalera. «No hay que tentar a la mala suerte», me dijo. Y yo le hice caso.
Es bueno revisar con cuidado aquello que nos dicen esas personas que se creen estar en una posición superior o saber más que nosotros: desde el púlpito, desde el pupitre o desde la pantalla de una computadora.
Toda verdad siempre merece una segunda revisión.
Deja una respuesta