A Terry Gilliam se diría que lo ponen nervioso las luces. Que no sirve para orador principal. Sin embargo lleva bien la conversación. Las primeras preguntas son acerca de la película que acabamos de ver.

Interesante idea la de esta velada en el cine IFC (West 4 and 6th Ave en Manhattan): se invita a un director de primer nivel, se le propone que presente al público un filme que le parece importante; al final de la película, se arma una ronda de preguntas. Esta noche el director de primer nivel es nada menos que Terry Gilliam, cuyo filme Brazil no solo es una joya del género de ciencia ficción sino que ha sido considerado por muchos críticos como una de las películas más importantes de los últimos cincuenta años.

La película que Gilliam presenta esta noche es un filme belga de 1991: Toto le Heros. Semi fantástica historia de Tomás, un niño que está seguro de haber sido suplantado por otro bebé tras un incendio en la maternidad. Tomás vive, crece y envejece con la obsesión de ser el hijo del vecino. El hijo del vecino es el millonario dueño de los supermercados Kant. Y el hijo de Kant, Alfred, es quien provoca todas las pesadillas del protagonista, pues Tomás está seguro que este no solo le ha robado su vida, sino a su padre (el padre «suplente» de Tomás es aviador y muere en medio de una tormenta, haciendo un viaje con un cargamento de mermelada de naranja para los supermercados Kant) y además el corazón de su hermana Alice, de quien el niño Tomás vive perdidamente enamorado. Filme de personajes-espejos con estética fantástica y onírica, robada de Fellini, y una deliciosa escena narrada por el pequeño Tomás, que me hizo recordar al Pip de Great Expectations, la novela de Dickens, cuando este se da cuenta que las cosas existen y tienen un nombre.

Gilliam cuenta que la película la vio por primera vez en una sala de Londres, pocos días después de acabar de filmar The Fisher King. Entró sin tener ni idea de qué se trataba el filme, y salió del cine completamente deslumbrado.

En la ronda de preguntas Gilliam conversa, cuenta chistes, bromea sobre sí mismo. Después lo invitan a la cafetería del IFC para seguir con la charla informal y los autógrafos.
Mientras estampa su firma en mi DVD de Brazil, le digo que alguna soporífera tarde de domingo de mi adolescencia, encontré en un canal de televisión de Lima una descabellada y maravillosa película sobre el Baron de Munchausen y que siempre quise saber quien era el director. Mientras termina de firmar, con el dedo se señala a sí mismo, ensancha la sonrisa y me responde: «Me«