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–¡Tendremos todo y más, nada menos! No estamos prometiendo esperanzas: ¡Estamos prometiendo vida y pueblo!
-¡Venceremos!- gritó una voz escondida entre el público que empezaba a llenar la plaza.
–¡Venceremos mi amigo, venceremos! respondió el orador, secándose unas gotas de incómodo sudor con una pañoleta blanca. El mechón de pelo negro le volvió a cubrir la frente, se lo levantó, volvió a caer.
«Tenía una pinta de loco alucinante» le dijo el orador a los oficiales que se acercaron a interrogarlo luego de los disparos. «Pero no parecía un loco peligroso». Un testigo lo había visto de más cerca y había declarado que el loco disparó al aire las dos veces. La primera vez gritó «Thalassa», la segunda gritó «Butterflies». El mismo testigo asegura que lo vio correr hacia el chifa de la esquina de la plaza. Declaró que el loco no estaba completamente calato, pero que sostenía a la altura de su cintura una caja de leche Gloria. Con el pánico el orador se había lanzado al suelo y había caído en una posición ridìcula. Al parecer algunos periodistas enemigos le habían tomado fotografías.
-Los locos no desaparecen-dijo el oficial más gordo-. Se pueden esconder por un tiempo, algunas veces se van a lugares donde nadie los conoce. A veces allí no son locos y llegan a ser muy populares. A veces llegan a ser jefes, reyes o señorones.
El oficial más flaco no estaba entendiendo nada. Pidió otra cerveza.
-Lo que quiero decirte flaco, es que el loco va a reaparecer. Y esta vez no va a disparar al aire. Tenemos que estar preparados.
-¿Para qué? preguntó el flaco, intrigado.
-Eso es lo que no chucha sé. Pero hay que estar preparados flaco. Pásate esa chela.
El flaco dejó al gordo en su casa alrededor de las cinco de la mañana. Tuvo que arrastrarlo. Lo sentó contra la puerta, tocó el timbre y se metió al patrullero. Lo primero que hizo la esposa al abrir la puerta fue patearlo. En la espalda, con furia. Escuchó un «chatumadre». Aceleró y encendió la sirena. Cuando llegaba a la esquina miró por el retrovisor: la mujer lo seguía pateando y el gordo seguía dormido.
Antes de meterse a la Javier Prado vio un kioskito que estaba abriendo. Paró el patrullero al lado del kioskero y una ruma de periódicos amarrados.
-Causa, dame uno de esos.
El diarero le alcanzó el periódico. En primera página estaba el candidato con una foto tomada desde atrás. Era un poto gigantesco en primerísimo primer plano. El titular era: ¡Atentado! El flaco se cagó de risa. Se acordó otra vez del reporte de esa noche y sacó de la guantera el papel donde había tomado las declaraciones del testigo. Repitió sin entender nada: «Thalassa, Butterflies».
8 febrero, 2006 at 3:59 am
>:)¡Eeeeh!, locos y locos calatos y no calatos y no calatos.Y vaya, con la mujer victimaria…