Las tragedias nacionales a veces requieren de historias sencillas, de saltos al vacío limpios como el de Ida.
«Me olvidaba que yo soy una puta y tú eres una santa», dice la camarada Wanda Gruz. Ida ni siquiera sabe besar. Quienes la respetan asesinaron a su familia. Ida tiene el ritmo de una trágica melodía de jazz. Amará en blanco y negro, después de haber seguido el consejo de la tía Wanda y haber vivido por unas horas como el resto de los polacos. «¿Y después» «Tenemos un perro. Nos casamos, tenemos hijos, una casa» «¿Y después» «Lo normal. La vida».
Como si se pudiera abrazar la vida después de haber llevado los restos de tu madre en una manta y haber removido la tierra para encontrarles una tumba. Ida es un poema bello y trágico, una de aquellas historias sencillas que se requieren para entender mejor el peso de la tragedia de un país.
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