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The New York Street

Un blog lleno de historias

mes

febrero 2006

Marcel Carné: Les Enfants du Paradis

Hace unos meses, en una entrevista que le hicimos con el maltés a Harold Bloom, le pregunté qué películas le habían gustado y Bloom respondió que, si bien nunca iba al cine, había visto hacía siglos una película deslumbrante: Les Enfants du Paradis. Ayer, entre mi lectura de los tediosos discursos de Emerson, por fin la pude ver.

Terry Gilliam decía que ya no se hacen películas que sean a la vez poemas y éxitos de taquilla. Les Enfants du Paradis fue ambas. El filme es una historia fascinante poblada de personajes hábilmente construídos y al mismo tiempo es un poema al amor y a las posibilidades del cine como arte.

Marcel Carné había dirigido varios filmes exitosos cuando su productor le dijo, con absoluta certeza, que su siguiente paso tenía que ser una película épica. Era 1943 y Francia estaba ocupada por los alemanes. Carné y su guionista Jacques Prevert estaban dándole vueltas a algunas posibles ideas cuando, por coincidencia, se tropezaron en una calle de Niza con el actor Jean Louis Barrault a quien no veían desde el comienzo de la ocupación alemana. Fueron inevitables unos tragos y una larga conversación sobre el cine y el teatro. Entonces Barrault le contó a Carné la historia de un famoso mimo francés de principios del siglo XIX: Baptiste.

Baptiste, el más admirado y elogiado mimo de Francia, paseaba una tarde con su dama por el famoso “Boulevard de Crime” cuando un borracho la insultó. Como este siguió con los insultos, Baptiste no tuvo más remedio que golpearlo, con tan mala suerte que el borracho murió. Fue apresado y a su juicio asistió todo París: no por morbosidad sino porque todos los parisinos tenían curiosidad por saber cuál era la voz de Baptiste.

La historia lo entusiasmó tanto a Carné que empezó una minuciosa investigación sobre aquel período del teatro francés y encontró una gama de interesantes personajes históricos. El guionista Prevert le daría forma final al argumento y Jean Luis Barrault asumiría el papel de Baptiste. El título de la película, decidido por el director incluso antes de que el guión estuviera terminado, proviene de una jerga entonces ya en desuso: a los asientos más baratos del teatro– los que nosotros llamamos cazuela–se les llamaba “Paradis” (Paraíso). (El traductor de la película al inglés descubrió que los ingleses los llamaban “Gods” (dioses) y es así como figura en los subtítulos).

Los Niños del Paraíso es una película que fue filmada con un presupuesto millonario para su tiempo pero con el inconveniente de tener que ser supervisada por los censores alemanes–el comentarista describe las dificultades de Carné para burlar a los alemanes que no querían ni siquiera extras judíos en el filme–. Cuando se terminó de editar la película la victoria de los Aliados era inminente y Carné decidió postergar su estreno hasta 1945 para poder incluir entre los créditos los nombres de sus colaboradores judíos (a los que se les reconoce su aporte “desde la clandestinidad”).

El filme–al igual que Fanny y Alexander otra gran película del siglo XX–, es un homenaje al teatro en general y a Shakespeare en particular. Mientras las obsesiones del Alexander de Bergman son el joven Hamlet, la suplantación de Claudio y el fantasma del asesinado rey de Dinamarca; la de estos personajes de Carné son los celos de Othello, el odio de Iago y el crimen de Desdemona.

La bella Garance es quien provoca los celos de los personajes del filme: los de Baptiste, cuyo talento es anulado cada vez que es consciente de que Garance no lo ama como él la ama a ella; los de Nathalie, ciegamente enamorada de Baptiste; los de Larcenier, asesino con aspecto de dandy que proclama que los seres humanos son todos aborrecibles; los del Conde, esposo de Garance, capaz de aceptar no ser amado por ella, pero no de que Garance ame a alguien más. Y por último los de Frederick: brillante actor y ex amante, quien gracias a Garance descubre una sensación que no había experimentado jamás: los celos. Esa experiencia le brinda lo único que le faltaba para sentirse capaz de interpretar al personaje dramático que más admiraba: Othello de Shakespeare.

Los diálogos abundan en frases inspiradas y el guión dimensiona adecuadamente a los personajes principales: Prevert hace que en algún momento del filme ellos cuenten los pormenores de su niñez. El manejo de los actores es muy preciso, sobre todo en las escenas en el teatro de Funambules; y la iluminación acentúa las escenas más dramáticas, los gestos y las sonrisas habladoras de los actores.

Por último: la escenografía construída para las escenas en el Boulevard es magnífica. Allí los extras fluyen interminables como si se tratase del mundo real, contando pequeñas historias en cada ángulo de la pantalla. En la escena culminante, la luz baña todo: esa multitud de París que celebra el carnaval, mientras Baptiste avanza abriéndose paso entre la gente y gritando el nombre de su amada Garance.

Dickens: Great Expectations (Grandes esperanzas)


Dos finales para «Grandes esperanzas»: el feliz (que Dickens eligió ), el triste, que desechó siguiendo el consejo de su amigo Bulwer.

Al parecer Dickens le tenía «tanta fe» a Bulwer que su versión «triste» nunca la destruyó. Algunos críticos afirman que en cierta correspondencia Dickens deja entender que quizá hubiera preferido el otro final. Por otro lado, para el crítico inglés F.R. Leavis, resulta incomprensible que alguien en su sano juicio pueda concederle alguna importancia a esa teoría. Edgar Rosenberg, autor de la edición crítica de la Norton, lamenta que Dickens haya dejado dos finales y una discusión que jamás se dará por zanjada (pero dedica todo un largo capítulo de esta edición a la polémica).

Lo más importante de la novela son algunos de los personajes que crea Dickens. Aquí vale mencionar lo que el crítico norteamericano Edmund Wilson señala en su ensayo » The Two Scrooges»: Charles Dickens es el único escritor que ha conseguido aportar a la historia de la literatura inglesa tantos personajes inolvidables como Shakespeare. (Pero Wilson privilegia la cantidad antes que de calidad: ningún personaje de Dickens es tan complejo como Iago, Portia, Edmund o la parejita Macbeth.)

Personajes memorables de «Great Expectations»: el escrupuloso abogado Jagger, el fiel amigo Herbert, la bellísima e insensible Estella, el abnegado empleado Wemmick, el grato prisionero Abel, la amargada Miss Havisham, el aborrecible Pumbleshock, el crudo y envidioso Orick y el descorazonado y siempre expectante Pip. Todos se mueven alrededor de un universo que el escritor construye minuciosamente para que de alguna manera (un poco jalada de los pelos en algunos casos) todos se junten en el desenlace.

Algunas veces, es verdad, las coincidencias nos hacen pensar en lamentables ejemplos de telenovelas mexicanas.En los manuscritos de Dickens hay un detalle que relata el autor y que creo es muy importante: la unica relacion que florece es la que proviene de la generosidad de Pip. Y esa es la que lo salva cuando parece haberlo perdido todo.

Algunos de los mejores pasajes de la novela: la primera escena, en la primera página, es maravillosa: Pip, en el cementerio, observa la tumba de su padre, la tumba de su madre y la tumba de todos sus hermanos. En ese momento se percata de la existencia de las cosas que lo rodean, reconoce la existencia del mundo. Este motivo regresa casi al final cuando otro personaje que creció en el mismo entorno de pobreza, recuerda como siendo niño en algún momento se dio cuenta de las pocas opciones que le otorgaba la vida. Otras escenas inolvidables: El matrimonio de Wemmick, sus almuerzos en el castillo y en general las escenas donde este aparece con Jaggers son finisimas bromas de Dickens, la visita de Pip a la prisión Newgate es memorable al igual que el juicio final donde se decide la fortuna de su amigo; los encuentros entre Pip y Miss Havisham son en general muy bien logrados, en especial el ultimo; su primera pelea con Herbert en el patio y sus acercamientos a Estella, sus encuentros con Biddy y las explicaciones simples pero genrosas de Joe, la descripción de la familia de Herbert Pocket a la llegada de Pip es contada con lujo de detalles, cargadas con el fino sarcasmo de Dickens para retratar a los arquetipicos representantes de las clases sociales de la Inglaterra victoriana.

Para entender la novlea también hay que considerar su fuerte carácter autobiográfico. Dickens tuvo que trabajar en una fábrica de calzado siendo niño, al ir su padre a la cárcel por deudas. Si bien fue solo por algunos meses, la perspectiva de convertirse en un hombre sin ninguna esperanza en la vida lo marcó profundamente. Y aún más el saber que su madre, cuando ya su padre tenía el dinero para liberarlo de la fábrica, insistió, felizmente sin exito, en que el pequeño Charles siguiese trabajando.

Rob Carling mencionaba al comenzar a leer el libro que existen dos grandes motivos en las novelas victorianas, dos ejes sobre los cuales se construyen casi todas las grandes historias en esa época (y también antes y después): el amor y el dinero. Pip no tiene dinero al comienzo de la novela pero gracias a una jugada del destino lo consigue. Tiene amor para dar pero este amor no es correspondido. Sus grandes esperanzas dependen de que ambos ejes se unan. El final que Dickens escogió propone esta opción.

No imagino que alguien que haya compartido las aventuras y desventuras de Pip desde la pagina uno, pueda desear un final desgraciado para el personaje principal. Este es un final, si bien algo forzado, bastante decente: Dickens le quita a Pip el dinero obtenido de su inesperado benefactor y le otorga el dinero que ha conseguido gracias al duro trabajo y a una noble decisión; y si bien no le entrega al gran amor de su vida en bandeja, en la escena final Dickens le brinda al lector, un tanto en el aire es verdad, esa gran esperanza.

Noticias del sabado

El estudiante es alto y siempre parece que estuviera a punto de estrellarse la cabeza contra un poste. De vez en cuando saca la lengua para refregarse los labios: el frío quema y ella no llega.

Las calles están llenas de animales y de gente. Es sábado en la noche, por aquí y por allá cree ver alguna cara conocida: alguna compañera, la pelirroja que cruza apresurada. El estudiante mueve las manos en los bolsillos, mira hacia la esquina: no vive tan lejos del tren, debe estar a punto de llegar, piensa él.

A los 45 minutos de espera el estudiante se resigna, da la vuelta y empieza a caminar hacia el paradero: suena el celular, mete apurado las manos en uno de los bosillos del sobretodo, mira el nombre en la pantalla del aparato y se desilusiona: ¿Aló?

El estudiante le miente a su amiga la negra: ha cenado con unos amigos, pero puede pasar por su casa a ver unas películas. Echa otra mirada. Una flaca con rostro de animal tejano cruza la calle: tampoco es ella.

La ha abrazado a la negra como siempre, se ha pasado un poco con las manos y esta vez–como ciertas veces– ella lo ha dejado seguir. La compañera argentina no va llegar sino hasta la mañana siguiente, chupa los pezones, le presiona la cabeza y ella acepta.

Se despierta a mitad de la noche para mirarla. Tiene los labios entreabiertos y los ojos apretados como si estuviera sufriendo. Mira el perfil de su cuerpo delicado bajo las sábanas. Hace calor en esa pieza, quisiera abrir la ventana pero tendría que pasar por encima de ella y despertarla. No lo va a hacer. Camina hacia la cocina y se sirve un vaso grande de bebida. Está terminándoselo cuando la puerta de la calle se abre y entra la argentina. El estudiante se fija largamente en su cabello pelirrojo, las pecas en la nariz que lo vuelven loco.

–¿Qué tal estuvo la fiesta? pregunta el estudiante.

Ella responde: un evento social aburrido como los de las tres últimas semanas. Dice que siempre se trata de la misma gente que le habla de las mismas cosas y que, para empeorarlo todo, su novio se ha peleado con ella por una estupidez. Estaba demasiado borracho y se largó de la fiesta dejándola sin dinero para el taxi. Ella dice que ha regresado en el metro y que se ha congelado de frío caminando desde la estación. “¿La negra?” Pregunta ella. El estudiante responde: se ha quedado dormida. La argentina le dice en voz muy baja: ha estado muy mal desde que se separó del grieguito. “Algo me ha contado” dice el estudiante y se termina la gaseosa, como preparándose para volver a la cama.

La argentina le pregunta si quiere tomar un café. El estudiante nota, sorprendido, que entran por la ventana de la cocina las primeras luces azules del día. Acepta.

Mientras llena la cafetera de agua y esta empieza a calentarse, el estudiante la mira. La argentina parece no darse cuenta, sugiere que se sienten en la sala a esperar que caliente. Va a encender la televisión, bajito «para que no se despierte la negra», dice la argentina.

Se calienta el café y se calientan ellos. Dejan la television prendida y como a las once de la mañana la negra abre la puerta de su habitación para apagarla. Hay dos tazas de café sobre la mesa de centro de la sala y la puerta del cuarto de su compañera argentina está cerrada. La ropa del estudiante sigue desparramada en la alfombra de su habitación. La dobla sobre el sillón de la sala: la luz entra por una claraboya celeste y la inunda. Una arañita inmóvil de triste mirada, cuelga sobre un cojín de tela.

En la habitación de la argentina, el estudiante contiene el aliento y escucha los pasos de la negra, alejándose delicados y la puerta de su cuarto que se cierra con suavidad. La argentina ronca dulcemente con los blancos brazos cansados alrededor de él.

El estudiante siente mucho calor. Empuja las sábanas de la cama hasta el suelo y se dedica, con paciente cuidado, a contemplar el techo por un rato y a poner otra vez su mente en blanco.

>Los abetos de Geraldine

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Los abetos crecían alrededor de Geraldine. Sus ojos se convertían lentamente en sólidas lámparas y sus piernas en columnas para sostener el tiempo. Un día ella también decidió emprender un viaje: mandó al diablo a los gemelos que la asediaban en la esquina de la bodega del chino Willy, mandó al infierno a su familia que aspiraba a convertirla en próxima reina de la primavera. Sus piernas agarraron plumas y pisó el viento: el primer viaje fue directo a la ciudad de Ferfuliana, donde el hosco Swift se enamoró de ella.

-Me llamo Jonathan, le dijo, con la mirada en el suelo. Quería invitarla a tomar el té y que le concediera unos minutos para contarle una historia que estaba tramando, una extraña propuesta inspirada en su tremenda compasión y la vergüenza por los irlandeses.

Al verlo débil y enamorado Geraldine no pudo evitar mentir: le dijo que en realidad se llamaba Belinda y que Alexander la estaba esperando en su auto. También le dijo que la semana siguiente tenía la cartilla ocupada con otros nombres. Que podía concederle, si la esperaba, la tarde del glorioso 25 de octubre.

Al cerrarle la puerta para empezar con el penoso proceso del peinado se preguntó, acosada por ciertos espíritus épicos, si no habría sido demasiado cruel.

Jonathan bajó las escaleras decepcionado. Los relinchos en la calle le parecieron más amables que la voz de las humanas. De haber tenido algunos años menos no habría dudado en volver a embarcarse siguiendo las huellas de su amigo Lemuel.

Al salir a la calle vio el Mercedes negro de Alexander esperando a Belinda. Si bien disfrutaba a menudo escuchando los disparatados problemas de traducción de su amigo, esta vez no tuvo ganas ni de saludarlo. Cruzó la calle y marchó sobre la vereda del frente en dirección al parque.

Casi treinta minutos después, mientras Geraldine bajaba las escaleras precipitada, se escucharon los cañonazos en el puerto que anunciaban la llegada del Patna. Alexander le ordenó al chofer que encendiera el motor y se fuera sin Belinda. Geraldine volvió apurada sobre sus pasos para ponerse unos jeans y cambiarse los tacones por unos zapatos chatos. Jonathan escuchó los cañonazos frente a las caballerizas del Palacio de don Carlos y sacó la mano para pedir un taxi. Al otro lado de la ciudad, con entusiasmo, el doctor Samuel hizo a un lado el diccionario y le pidió a James, nuevo amigo escocés, que lo acompañara a una cita trascendental.

Se postergó cualquier plan previo hasta después del amanecer, porque nadie quería perderse la llegada del capitán Korzeniowski. Todos querían escuchar de su boca esas historias pintadas con los colores del este y las fragancias de los límites de la Tierra. Querían formar parte de esas legendarias veladas en las que Józef relataba sus aventuras durante horas, apoyado sobre una varanda con vista a las aguas calmadas del Támesis. Querían escuchar en su voz fuertemente acentuada, las famosas historias que durante meses, mientras el capitán recorría otra vez los mares a bordo del Patna, su amigo Marlowe acostumbraba contarles a sus amigos escritores, a cambio de cerveza y comida en los bares más concurridos de Londres.

>Don Pierre Menard

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Antes que me olvide de una conversación en el tren con mi amigo el Maltés: no puede existir ninguna antología de narrativa que se considere seria y que no incluya en sus páginas «Pierre Menard, autor del Quijote». Es más: no debe exisitir ninguna antología seria de literatura universal, en el idioma que sea, que no considere entre sus páginas a esta obra maestra de Jorge Luis Borges.
Juegos del lenguaje, ironías, humor sutil y el descarado; especulaciones sobre los tiempos y las mil y una razones por las cuales Menard supera en talento a Cervantes. Borges utiliza todas las sólidas y hermosas herramientas que la literatura otorga al escritor para su proceso de creación.
Avancé en la lectura del libro de Highet (The Classical Tradition), el tercer capítulo está dedicado a Petrarca, el primer bibliófilo. Lía Schwartz estuvo hablando en clase sobre su Cancionero al que Góngora copió varios versos para reescribirlos en su estilo superlativo. El segundo capítulo era sobre Dante, precursor del renacimiento donde también hace una breve reseña de los poetas que leía el poeta: Eustacio, Horacio, Juvenal, Homero pero sobre todos: Virgilio. Claro que Virgilio deberá quedarse en el Infierno pues no ha sido bautizado y Eustacio, que ha sido bendecido por el catolicismo, podrá acompañar a Dante en su camino por el Purgatorio. Otro libro importante, traducido del alemán por Highet: Paideia, de Werner Jaeger, en tapa dura y en dos volúmenes. Camilo señala otra obra que tengo que leer en algún momento: Vidas Paralelas de Plutarco. He conseguido en Shakespeare Co. la edición de la Norton de «Paradise Lost» de Milton (una belleza con una recatafila de ensayistas importantes en la sección crítica). Tendré que revisar otra vez a Blake. Y el ensayo sobre Dante en mimesis de Auerbach. También conseguí la edición bilingüe de Robert Pinski del Infierno de Dante. Es el que la Dra. Cockram ha recomendado, al parecer la mejor traducción al inglés que se ha hecho de la Comedia.

>Gran nevada en Nueva York

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La nieve: todo se paraliza. No hay trenes, no hay buses, no hay carros en las calles. Hasta el momento han caido 23 pulgadas de nieve en Central Park, probablemente sea la mayor nevada en la historia de Nueva York. Era de esperarse: no caía ni un copo desde el 31 de diciembre. Miki preocupado porque debe limpiar el garaje. No es gracioso meterle lampa a 23 pulgadas de nieve. El carro está sepultado. En su casa hay internet y una refrigeradora surtida con dos cajas de Heineken y dos de Michelob. Pedimos delivery del Acuario: yuquitas fritas con salsa de huancaína y una jalea de mariscos espectacular. Ya voy por la tercera botellita de Heineken (cuarta mientras edito esta entrada). Anoche tuvimos que trabajar en Knollwood con la nieve. Los carros se resbalaban en la subida, si bien no tanto como en la fiesta de diciembre donde casi estrello una Cadillac Escalade que patinó varios metros. Zapeo por la tele. Carolina llama saliendo de la playa y me pregunta qué estoy haciendo: viendo caer la nieve. (Se caga de risa). Habacilar es malísimo pero me he cagado de risa con las huevadas que dice Romero. «Tan lejos tan cerca» escribe en sus cuentos mi amiga la Roca. Y se siente como el ángel que mira desde lo alto la ciudad sin entender del todo qué es lo que hace allí. Es eso mismo. Tan cerca en las risas, en el humor, incluso en la distancia (7 horas de avión). Tan lejos en muchos otros sentidos: el auto está estacionado afuera y hay cosas mías en el asiento de atrás y ni siquiera me preocupa que se los vayan a llevar. Esa es la gran diferencia. No hay trancas en la puerta ni rejas en la ventana. Y si alguien toca la puerta no creo que sea para hacerme el cuento del balón de gas, si me dan vuelto no miro los billetes para ver si son falsos. (también debe haber falsificados, solo que sospecho que recién se darán cuenta en el banco…)
Alguien se queda atollado en la calle y vamos a ayudarlo, pasa el tipo con el camión con el rastrillo para la nieve de la municipalidad y le grita: «Stay home¡» Es el mejor consejo que se le puede dar, sigue cayendo la nieve y además con mucho viento. Voy a seguir leyendo mi libro para la clase con Carling: Great Expectations de Charles Dickens,Capítulo XXX: Mr. Pip descubre que está enamorado sin remedio de Estella.
Hablé con Lucho como dos horas por el Skype (en mi clase de fundamentos de comunicación masiva les decía a los estudiantes que el 2002, el jefe del departamento de telecomunicaciones de EEUU declaraba a la prensa al empezar a funcionar Skype: The old world is over…) Lucho me dio el nombre de dos películas que tengo que ver: Old Boy y Dias de Santiago que Stephanie me aviso para verla en el Lincoln Center y no pudimos porque empezó la huelga de transporte. Le recomendé que vea Fingers y los Duelistas (Ridley Scott) con Harvey Keitel. Y que lea «Heart of Darkness» de Joseph Conrad antes de volver a ver Apocalipsis Now: ¡El Horror, el Horror! He dejado La Odisea y los ensayos de Emerson en el Bronx, espero tener tiempo para leerlos.

¡Clases!

Cruzar de la universidad al reservorio. La escuelita con la bandera norteamericana, las mesas de cinco o seis sillas. Publicidad: «Las mujeres no compran lapiz labial sino esperanza».

Creo que entendieron el punto de todo y les fascinó la teoría del posicionamiento. Es mi segunda clase. Pensaba mostrarles los mejores comerciales del Super Bowl pero tienen ciertos problemas con el uso de los equipos pues la escuela, si bien nos presta el aula, no nos presta los equipos.

Los estudiantes, a coro, me dijeron que cierre la puerta y que use el VHS. La secretaria dice que si alguien se queja simplemente le diga «que no sabía nada». El profesor Perla estuvo dándose una vuelta por la universidad, pagó por una de las Guías del mundial (recogí dos cajas de 95 ayer en Hackensack) y de pasó aprovechó para darle una mirada a los libros de la biblioteca.

Desde Bruselas, Geraldine anunció que llega a NY con su libro de Anabasis bajo el brazo. Anabase y otros poemas de Saint John Perse que son difíciles de conseguir en Nueva York. Hoy en la clase de Foundations of Broadcasting les mostré el video de Control Room, el documental sobre Al─Jazeera y su cobertura de la invasión de Irak. Resulta complicado hablar de estos temas en clase pero si les dices que se trata básicamente de tocar el punto de la «objetividad» adquiere más sentido. Me ha gustado más que la primera vez que la vi en el BAM. Debe ser porque ya ha pasado tres años desde el estreno y se puede ver los hechos con mejor perspectiva.

Andrea también me ha comprado su Guía. Dice que a su hermanito de 11 años-que no encuentra nada de fútbol en los kioskos desde que se vino de Ecuador-le ha gustado mucho. Entrego para mi curso Epics and History un ensayo sobre el autor de La Odisea. ¿O la autora? La verdad es que la lectura de Robert Fagles no es mala. No se complica en los adjetivos, no trata de ser ostentosamante ridículo.

Trato de interpretar el texto con la lectura del ensayo de Borges sobre las traducciones homéricas: La Odisea, gracias a mi oportuno desconocimiento de griego es una librería internacional de obras en prosa y verso; y el texto de Pound sobre las primeras traducciones de Homero al inglés (Pound se queda con la de Chapman aunque reconoce la grandiosidad del esfuerzo de Pope).

Me he olvidado en casa el texto de Steiner que me hubiera gustado revisar antes de escribir el ensayo. Sin embargo, tampoco hubiera ayudado mucho. El producto final se centra en el estilo -diferencias generales de La Odisea y La iliada– y cuan valioso pueden ser estos detallitos para probar que no son los mismos autores los que escribieron ambos poemas. No es nada nuevo, ya se ha hecho, pero tal vez la lectura más en detalle me ayude a encontrar más ideas para el análisis.
A continuación transcribo el ensayo. No es nada del otro mundo pero la Doctora solo quería una hoja en que conste que estamos avanzando con la lectura.

HEROICS AND HISTORY
ENG 776
Dr. Cockram

Rereading The Odyssey I think about the thesis that it was written by a woman–or that at least one of the authors is a woman–. The style is very different from the one used in The Iliad. In The Odyssey, the author gets deeper into the psychology of the characters. The author worries himself about topics other than war, pleasing the gods, honor the country and reach glory:

“I’ll try, my friend, to give you a frank answer.
Mother has always told me I´m his son, it´s true,
But I´m not so certain. Who, on his own,
Has ever really known who gave him life?
(1. 248-251)

In The Iliad, the heroes proclaim–through the poet’s voice– their lineage, their house without any cloud of doubt. Like here:

So he proposed
And down he sat again as Calchas rose among them,
Thestor´s son, the clearest by far of all the seers
(The Iliad, 1. 78-80)

The author of The Odyssey seems to be a poet with a different sensibility than the one who wrote The Iliad. Some of the descriptions of details about the house, the furniture of the house and the protocols to receive guests offer a sensibility of the Greeks’ life that is not that easy to find in The Iliad. These details –about the behavior of the characters– make The Odyssey different, some people would say superior or richer than The Iliad. Like here:

“The he escorted her to a high, elaborate chair of honor,
Over it draped a cloth, and here he placed his guest
With a stool to rest her feet. But for himself
he drew up a low reclining chair beside her,
richly painted…”
(1. 152-156)

February 9, 2006

>El señor de Patusan

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Tenía planificado leer en el intermedio entre semestres La Guerra y la Paz. Incluso había conseguido en la biblioteca de Lehman la edición de la Norton con la traducción de Maude que supuestamente es la mejor en inglés (todo un problema elegir una buena traducción del ruso. Por ejemplo: ninguna de las traducciones al inglés respeta algunos textos en francés del original). Pero una vez que escogí la edición de la Norton ya estaba decidido: Las mil páginas y pico de Tolstoi me esperaban . No sé que fue lo que me hizo agarrar otro libro. Tal vez esa última reunión donde Adelle me dijo » Ana Karenina me gustó mucho más que Guerra y Paz, empieza con esa…» Tal vez las palabras del ruso que en la misma reunión sentenció la falta de criterio de Tolstoi para editar su obra. (¡Sandeces! ¡Ese ruso no sabe nada!, sentenció el Maltés). Tal vez fue el miedo ante la tarea titánica. O quizá la vaga idea de que este libro de Conrad–también en edición crítica de la Norton–me entregaría mucho más de lo que yo esperaba. Así que empecé Lord Jim como por casualidad y terminé atrapado entre sus páginas.
Conrad no hablaba el inglés con fluidez. Esta era su tercera lengua –la cuarta si consideramos la opinión de los biógrafos que le adjudican además del polaco y del francés el diestro uso del alemán– y la llegó a dominar de tal modo que muchos consideran su prosa como uno de los puntos más altos de la literatura inglesa. A la belleza del lenguaje sumemos la destreza en el uso de los recursos estilísiticos y su habilidad, no superada aún, para describirnos con detalles casi fotográficos la psicología de sus intensos personajes. Tengo una teoría que he estado delineando hace algunos días respecto a la construcción del villano Gentleman Brown. Pocos personajes de ficción me han revuelto el estómago como este pirata de pacotilla y avezado asaltante de villorríos indefensos, que es quien define en las últimas cincuenta páginas de la novela el destino de Tuan Jim y de su reino Patusán.
La Guerra y la Paz quedan pendientes: no tengo nada que lamentar.

>Tendremos Todo

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–¡Tendremos todo y más, nada menos! No estamos prometiendo esperanzas: ¡Estamos prometiendo vida y pueblo!
-¡Venceremos!- gritó una voz escondida entre el público que empezaba a llenar la plaza.
–¡Venceremos mi amigo, venceremos! respondió el orador, secándose unas gotas de incómodo sudor con una pañoleta blanca. El mechón de pelo negro le volvió a cubrir la frente, se lo levantó, volvió a caer.

«Tenía una pinta de loco alucinante» le dijo el orador a los oficiales que se acercaron a interrogarlo luego de los disparos. «Pero no parecía un loco peligroso». Un testigo lo había visto de más cerca y había declarado que el loco disparó al aire las dos veces. La primera vez gritó «Thalassa», la segunda gritó «Butterflies». El mismo testigo asegura que lo vio correr hacia el chifa de la esquina de la plaza. Declaró que el loco no estaba completamente calato, pero que sostenía a la altura de su cintura una caja de leche Gloria. Con el pánico el orador se había lanzado al suelo y había caído en una posición ridìcula. Al parecer algunos periodistas enemigos le habían tomado fotografías.

-Los locos no desaparecen-dijo el oficial más gordo-. Se pueden esconder por un tiempo, algunas veces se van a lugares donde nadie los conoce. A veces allí no son locos y llegan a ser muy populares. A veces llegan a ser jefes, reyes o señorones.
El oficial más flaco no estaba entendiendo nada. Pidió otra cerveza.
-Lo que quiero decirte flaco, es que el loco va a reaparecer. Y esta vez no va a disparar al aire. Tenemos que estar preparados.
-¿Para qué? preguntó el flaco, intrigado.
-Eso es lo que no chucha sé. Pero hay que estar preparados flaco. Pásate esa chela.

El flaco dejó al gordo en su casa alrededor de las cinco de la mañana. Tuvo que arrastrarlo. Lo sentó contra la puerta, tocó el timbre y se metió al patrullero. Lo primero que hizo la esposa al abrir la puerta fue patearlo. En la espalda, con furia. Escuchó un «chatumadre». Aceleró y encendió la sirena. Cuando llegaba a la esquina miró por el retrovisor: la mujer lo seguía pateando y el gordo seguía dormido.

Antes de meterse a la Javier Prado vio un kioskito que estaba abriendo. Paró el patrullero al lado del kioskero y una ruma de periódicos amarrados.

-Causa, dame uno de esos.

El diarero le alcanzó el periódico. En primera página estaba el candidato con una foto tomada desde atrás. Era un poto gigantesco en primerísimo primer plano. El titular era: ¡Atentado! El flaco se cagó de risa. Se acordó otra vez del reporte de esa noche y sacó de la guantera el papel donde había tomado las declaraciones del testigo. Repitió sin entender nada: «Thalassa, Butterflies».

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